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Cuando mis hijos eran pequeños y luchaban contra sus comportamientos pecaminosos, yo bromeaba: «¡Espero que también adquieran algunas de mis fortalezas!». Por supuesto, es natural personalizar todo lo que nuestros hijos dicen y hacen. Y es cierto: nuestras influencias de formación afectan profundamente a nuestros hijos. No debería sorprendernos que nuestros hijos tengan las mismas luchas que nosotros. Los hijos imitan a sus padres. De hecho, podemos prometernos a nosotros mismos que nunca repetiremos las luchas de nuestros padres, solo para encontrarnos luchando de la misma manera. De tal palo, tal astilla
Pero la realidad es que nuestros hijos pecan debido a su naturaleza pecaminosa, no porque nosotros pecamos. En realidad, nuestras luchas con el pecado nos permiten ser solidarios con nuestros hijos y nos dan discernimiento para ayudarles. Por eso no es hipocresía corregir a nuestros hijos cuando nosotros también luchamos. En lugar de lamentarnos de que su comportamiento pecaminoso sea a menudo un reflejo del nuestro, sería mejor emplear nuestro tiempo en aprender a ofrecerles la misma ayuda y esperanza del evangelio que nosotros hemos conocido.


Debemos responder a dos preguntas para superar nuestra inquietud acerca de corregir a nuestros hijos por los mismos pecados con los que luchamos. Primero: «¿Cómo puedo corregir a mi hijo cuando yo fallo de la misma manera?». Piensa en cuán profundamente tu perspectiva cristiana debe moldear la manera en que respondes al pecado de tu hijo y tu función como padre. La mente secular piensa: «¿Qué derecho tengo a corregir a otros? Yo no soy mejor». La mente cristiana, sin embargo, debe razonar con una visión bíblica del pecado y la redención. ¿Qué nos da derecho a hablar a otros sobre el pecado y el remedio del evangelio para el mismo? Es sencillo, pero muy profundo.
Tenemos derecho a hablar porque Dios ha hablado, y nosotros somos Sus embajadores. Proverbios 1:8 dice: «Oye, hijo mío, la instrucción de tu padre / Y no abandones la enseñanza de tu madre». Dios ha llamado a los padres a instruir y corregir a los hijos. Considera estos pensamientos fundamentales sobre la corrección.
En la corrección, el evangelio siempre es la agenda. Hablar a los demás sobre el pecado no es un fin en sí mismo. La corrección es más bien el camino soberano de Dios hacia la salvación. Gálatas 3:24 dice: «la ley ha sido nuestro tutor para llevarnos a Cristo» (RVR 2015). El pecado, el nuestro y el de nuestros hijos, es un recordatorio de que necesitamos la gracia para expiar el pecado y buscar la santificación. La ley demuestra nuestra incapacidad para obedecer por nuestras propias fuerzas. La corrección siempre debe conducir al evangelio.
La corrección bíblica se enfoca en el corazón como la fuente del comportamiento pecaminoso (ver Stg 4:1-3). Dios ha identificado nuestra lucha con el pecado primero en las actitudes y deseos de nuestros corazones y luego en nuestro comportamiento. El comportamiento es una ventana a los deseos del corazón. Cambiar solo el comportamiento pasa por alto el propósito de Dios de conquistar el corazón y traer arrepentimiento y cambio duradero.
El pueblo de Dios está llamado a ser luz y sal para los demás. Dios ha provisto nuestra redención a través de la vida perfecta, la muerte expiatoria, la resurrección y el oficio sacerdotal de Cristo. Somos Sus embajadores. Debemos llevar el ministerio de la reconciliación a los demás (ver 2 Co 5:18-19). Para los padres, ese llamado es criar a nuestros hijos en el temor y la amonestación del Señor. Es traer instrucción, corrección y disciplina que mantenga su necesidad y la provisión de Dios en un lugar de preeminencia. Comprender nuestra misión de llevar el evangelio a todo el mundo, comenzando «desde Jerusalén» (piensa: tu hogar), estimula nuestro deseo de llevar la verdad vivificante a nuestros hijos.
Segundo: «¿Cómo podemos mi hijo y yo encontrar ayuda y esperanza para nuestras luchas con el pecado?». Imita la respuesta de Cristo a tu pecado. Acompaña a tu hijo en su lucha, en lugar de estar encima de él. Imita lo que Cristo hizo en la encarnación. Entró en nuestro mundo. Lo miró a través de nuestros ojos para poder identificarse con nuestra lucha. Hebreos 4:15 proclama que nuestro Sumo Sacerdote es capaz de ayudarnos porque fue tentado en todo, pero sin pecado. He aquí algunas consideraciones importantes para corregir a tus hijos.
Sé transparente y reconoce rápidamente tu propio pecado. Haz saber a tu hijo que comprendes y te solidarizas con su lucha. Pide perdón cuando tu pecado haya tenido consecuencias para tu hijo. Tal vez tu impaciencia te ha llevado a hablarle con dureza o actuar con ira. Tal vez tu pecado ha contribuido a su lucha o ha estorbado su confianza en la esperanza del evangelio. Pídele perdón por las actitudes de tu corazón (miedo, orgullo, amor propio, etc.) y por tu comportamiento pecaminoso derivado de estas.
Comparte la visión de la Escritura que describe el pecado y sus consecuencias, y las Escrituras que prometen esperanza para vencerlo. ¿Cuáles pasajes de la Escritura te han ayudado a identificar los deseos y las luchas de tu corazón? Utiliza tu experiencia personal al examinar tu corazón para ayudar a tu hijo en su experiencia. ¿Qué promesas de Dios y descripciones del poder de Cristo te han llenado de esperanza y han vigorizado tu fe? Ofrece a tu hijo una visión apropiada de tus propias luchas que pueda animarle a creer que hay esperanza y ayuda para ambos en Cristo.
Ayuda a tu hijo a entender que el crecimiento cristiano no significa que nunca más lucharemos contra el pecado. El crecimiento cristiano es aprender a recurrir al evangelio en nuestros momentos de necesidad. Enseña a tu hijo a huir a la cruz de Cristo en tiempos de tentación. Ayúdale a entender el poder y la importancia personal de Hebreos 4:16: «Acerquémonos con confianza al trono de la gracia para que recibamos misericordia, y hallemos gracia para la ayuda oportuna».
¿Cómo podemos responder a nuestros hijos cuando cometen los mismos pecados de los que somos culpables? Piensa en tu llamado como el privilegio y la responsabilidad de llevar a tu hijo la misma instrucción y corrección que transforma vidas, la cual has conocido del Salvador. Imita la respuesta de Cristo a tu pecado al proveer una ayuda y esperanza humilde y llena de evangelio para tu hijo.