¿Cuál es nuestra teología?
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Nota del editor: Este es el sexto capítulo en la serie especial de artículos de Tabletalk Magazine: La historia de la Iglesia | Siglo VI
Nosotros, los cristianos occidentales, hemos estado enviando misioneros a diferentes culturas alrededor del mundo para difundir el evangelio. A menudo olvidamos que, a menos que tengamos un trasfondo judío, nuestras propias culturas fueron originalmente evangelizadas por misioneros. Y esto es especialmente cierto para aquellos que tenemos ancestros ingleses, celtas, germanos, franceses, escandinavos o de cualquiera de las otras tribus europeas que los romanos solían denominar «bárbaros». Aquellas sociedades tribales antiguas eran muy parecidas a las de África o a las de los nativos de los Estados Unidos.
Estas sociedades tribales —ya sean europeas, africanas o americanas— solían ser gobernadas por «jefes» locales (a los cuales los europeos llamaban «reyes») junto con un consejo de guerreros. Solían tener religiones que contemplaban el culto a la naturaleza, lazos familiares complejos y una serie de costumbres primitivas. Si por ejemplo tienes sangre irlandesa, tus antepasados vivieron hace mucho tiempo en chozas hechas con piel de animales, se pusieron pinturas de guerra y coleccionaron cráneos humanos. Si tienes sangre alemana, tus antepasados pudieron haberse ganado la vida saqueando a sus vecinos y probablemente practicaron el sacrificio humano.
Pero entonces llegaron los misioneros trayendo las buenas nuevas de Cristo. Frecuentemente, la primera oleada de misioneros a las tribus sería martirizada, pero los misioneros continuaron llegando hasta que finalmente el cristianismo se afianzó cambiando no solo a los creyentes, de manera individual, sino a la cultura completa.
De hecho, muchas de estas tribus vinieron adonde estaban los cristianos. Cuando Roma sucumbió a manos de los bárbaros en el 476 d. C., se dio inicio al periodo conocido como la «Era de las Tinieblas», llamado así debido a la desintegración de la civilización clásica, el colapso del orden social a gran escala y el dominio de las tribus bárbaras. Sin embargo, la Era de las Tinieblas llegó a su fin cuando esas tribus bárbaras aceptaron el cristianismo. Esto dio inicio a una nueva civilización, conocida como la Edad Media.
Los eruditos ahora saben que la Era de las Tinieblas no fue tan oscura como se había pensado inicialmente, pues hubo mucho aprendizaje y vitalidad cultural entre las diversas tribus europeas. Pero la luz en la Era de las Tinieblas se hizo visible bajo la influencia del cristianismo, el cual frenó la cultura de violencia de las tribus, estableció un estado de derecho e introdujo la educación.
El final de la Era de las Tinieblas y el comienzo de la Edad Media es considerado generalmente como el reinado de Carlomagno (742-814), quien reconstituyó un Sacro Imperio Romano y convirtió a la última de las mayores resistencias germánicas: los sajones. Esto lo hizo derrotándolos en batalla y obligándolos a bautizarse, lo cual es una técnica de iglecrecimiento que, como otras, puede tener sus desventajas teológicas, pero que parece haber sido utilizada con los sajones. Esa tribu de tercos resistentes al evangelio nos daría más tarde a Martín Lutero y a la Reforma.
Gracias a Beda el Venerable y a su Ecclesiastical History of the English People [Historia eclesiástica del pueblo inglés], tenemos el relato detallado de cómo fue llevado el evangelio a Inglaterra. Tal parece que allá en Roma (que continuó existiendo incluso después de que el último emperador fuera depuesto), un joven cristiano llamado Gregorio observaba el mercado de esclavos. Él notó que habían esclavos de pelo rubio y ojos azules, rasgos que él, como italiano, no había visto antes. Al preguntar quiénes eran, le dijeron: «son anglos». Gregorio respondió que el nombre le parecía acertado ya que parecían ángeles. El juego de palabras funciona tanto en latín como en inglés, es decir, anglosajón; pues estos esclavos habían sido tomados de la tierra de los anglos, es decir, de Inglaterra.
Más tarde, este Gregorio llegaría a ser papa, Gregorio Magno, lo que lo dejó en una posición desde la cual podría hacer lo que había estado en su corazón desde aquel día que estuvo en el mercado de esclavos: enviar misioneros para llevar el evangelio de Cristo a la tierra de los anglos.
De modo que, en el año 596 d. C., envió un grupo de misioneros a cargo de un hombre llamado Agustín —el cual no debe confundirse con el gran teólogo del norte de África, Agustín de Hipona— que se dio a conocer desde su campo misionero como Agustín de Canterbury. Él no fue martirizado; más bien, su mensaje fue recibido con alegría.
Beda relata cómo Agustín le predicó al rey de Northumbria, el cual consultó con su concilio si debían aceptar o no esta nueva religión. El principal sacerdote pagano le confesó que sus dioses nunca le habían hecho ningún bien, y uno de los hombres del rey le dijo que la vida le parecía como un gorrión que vuela a través de la sala de banquetes, entrando por una puerta y saliendo por la otra. El ave sale de la oscuridad, a un lugar de luz —donde arde el fuego y la gente celebra— pero ese breve momento de placer es fugaz, mientras el ave vuela de regreso a la oscuridad. «Así que la vida de los hombres aparece por un breve espacio», concluyó, «pero de lo que ocurrió antes o de lo que sucederá después somos ignorantes. Por lo tanto, si esta nueva doctrina contiene algo más de certeza, entonces merece ser seguida».
El gorrión volando a través de la sala de banquetes, desde y hacia la oscuridad, capta muy bien la cosmovisión de nuestros tiempos, quince siglos más tarde. C. S. Lewis dijo que si definimos la Era de las Tinieblas como el período en el cual el aprendizaje clásico había sido olvidado, entonces estamos en una nueva era de las tinieblas. Y a juzgar por nuestro arte, nuestra educación, nuestras costumbres y nuestra moralidad, pareciera que ciertamente vamos de regreso a la barbarie.
No obstante, así como en la primera Era de las Tinieblas, dependerá de los cristianos mantener vivos el aprendizaje y la civilización y traer luz a aquellos que están en oscuridad.