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6 enero, 2022Depresión espiritual: la noche oscura del alma

La noche oscura del alma. Este fenómeno describe un mal que los más grandes cristianos han sufrido de vez en cuando. Fue el mal que provocó que David empapara su almohada con lágrimas. Fue el mal que le valió a Jeremías el sobrenombre de «el profeta llorón». Fue el mal que afligió tanto a Martín Lutero que su melancolía amenazó con destruirlo. No se trata de un ataque ordinario de depresión, sino que es una depresión que está ligada a una crisis de fe, una crisis que se produce cuando se percibe la ausencia de Dios o se da lugar a un sentimiento de abandono por parte de Él.
La depresión espiritual es real y puede ser aguda. Nos preguntamos cómo una persona de fe puede experimentar tales bajones espirituales, pero lo que la provoca no le quita su realidad. Nuestra fe no es una acción constante. Es móvil. Vacila. Nos movemos de fe en fe, y en el medio podemos tener períodos de duda en los que clamamos: «Señor, creo, ayuda a mi incredulidad».

También podemos pensar que la noche oscura del alma es algo totalmente incompatible con el fruto del Espíritu, no solo el de la fe, sino también el del gozo. Una vez que el Espíritu Santo ha inundado nuestro corazón con un gozo indescriptible, ¿cómo puede haber lugar en esa habitación para tanta oscuridad? Es importante para nosotros que hagamos distinción entre el fruto espiritual de gozo y el concepto cultural de la felicidad. Un cristiano puede tener gozo en su corazón mientras sigue habiendo una depresión espiritual en su cabeza. El gozo que tenemos nos sostiene a través de esas noches oscuras y no se apaga con la depresión espiritual. El gozo del cristiano es un gozo que sobrevive a todas las crisis de la vida.
Al escribir a los corintios en su segunda carta, Pablo encomienda a sus lectores la importancia de la predicación y de comunicar el evangelio a la gente. Pero en medio de eso, le recuerda a la iglesia que el tesoro que tenemos de Dios es uno que no está contenido en vasos de oro y plata, sino en lo que el apóstol llama «vasos de barro». Por esta razón, él dice: «para que la extraordinaria grandeza del poder sea de Dios y no de nosotros». Inmediatamente después de este recordatorio, el apóstol añade: «Afligidos en todo, pero no agobiados; perplejos, pero no desesperados; perseguidos, pero no abandonados; derribados, pero no destruidos; llevando siempre en el cuerpo por todas partes la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo» (2 Co 4:7-10).
Este pasaje indica los límites de la depresión que experimentamos. La depresión puede ser profunda, pero no es permanente ni fatal. Observa que el apóstol Pablo describe nuestra condición de diversas maneras. Dice que estamos «afligidos, perplejos, perseguidos y derribados». Estas son imágenes poderosas que describen el conflicto que los cristianos deben soportar, pero en cada lugar que describe este fenómeno, al mismo tiempo describe sus límites. Afligidos, pero no agobiados. Perplejos, pero no desesperados. Perseguidos, pero no abandonados. Derribados, pero no destruidos.
Así que tenemos esta presión que soportar, pero la presión, aunque es severa, no nos aplasta. Podemos estar confundidos y perplejos, pero ese punto bajo al que nos lleva la perplejidad no resulta en una desesperación completa y total. Incluso en la persecución, por muy grave que sea, aún no estamos abandonados y podemos estar abrumados y derribados como hablaba Jeremías, pero aún tenemos espacio para el gozo. Pensamos en el profeta Habacuc, que en su miseria siguió confiando en que, a pesar de los contratiempos que sufría, Dios le daría pies como los de una cierva, pies que le permitirían caminar por lugares altos.
En otro lugar, el apóstol Pablo al escribir a los filipenses les dio una amonestación a que «por nada estéis afanosos», diciéndoles que la cura para la ansiedad se encuentra en las rodillas, que la paz de Dios es la que calma nuestro espíritu y disipa nuestra ansiedad. De nuevo, podemos estar ansiosos, nerviosos y preocupados sin someternos finalmente a una completa pérdida de esperanza.
Esta coexistencia de la fe y la depresión espiritual es comparada con otras declaraciones bíblicas sobre las condiciones emocionales. Se nos dice que es perfectamente legítimo que los creyentes sufran angustia. Nuestro mismo Señor fue un varón de dolores y experimentado en angustia. Aunque la angustia pueda llegar a las raíces de nuestras almas, no debe terminar en amargura. La angustia es una emoción legítima, a veces incluso una virtud, pero no debe haber lugar en el alma para la amargura. De la misma manera, vemos que es bueno ir a la casa del luto, pero incluso en el luto, ese sentimiento bajo no debe dar lugar al odio. La presencia de la fe no nos garantiza la ausencia de depresión espiritual; sin embargo, la noche oscura del alma siempre da paso al resplandor de la luz del mediodía de la presencia de Dios.
Publicado originalmente en el Blog de Ligonier Ministries.