Expiación y propiciación
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Nota del editor: Este es el quinto capítulo en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: Como buscar la voluntad de Dios
En algún momento de la vida, todos nos preguntamos: ¿para qué estoy aquí? No la inquietud general del propósito universal (¿para qué sirve la historia humana o mundial?), sino la inquietud específica de los llamamientos humanos individuales. En otras palabras, como seres humanos hechos a la imagen de Dios, ¿qué nos hace no intercambiables entre nosotros mismos? ¿Por qué uno es escritor y el otro es banquero? ¿Por qué uno es agricultor y el otro es soldado? ¿Surgen tales decisiones como resultado de la casualidad o simplemente de las condiciones ambientales, o apuntan a algo más profundo que ocurre en el corazón de la persona?
El llamamiento como concepto bíblico
La Escritura menciona muchos tipos de llamamientos. Dios llamó a las personas para que escucharan lo que Él tenía que decirles, a veces de una manera especial, como en el caso del joven profeta Samuel (1 Sam 3), y a veces de manera general, como en el caso del llamado de los profetas al pueblo: «¡Escuchen la Palabra del Señor!». También estaba el llamado muy particular que estaba reservado para los profetas en la Biblia, un evento donde típicamente el Señor se dirigía al profeta de la asamblea divina y le encargaba el oficio profético. Por ejemplo, el llamamiento de Isaías en el templo incluyó todos los elementos principales de un llamamiento profético: una visión celestial, la interacción entre los seres celestiales y el Señor, la resistencia del profeta, la concesión de una señal y el claro mensaje profético para el pueblo (Is 6). Otros profetas recibieron su llamado al oficio profético de manera similar: Ezequiel fue llamado mientras estaba en el exilio, y el apóstol Pablo fue llamado en el camino a Damasco, llamado al que se refirió a lo largo de su ministerio como prueba de su legitimidad como apóstol.
Sin embargo, un verdadero llamado no tiene que ser extraordinario, esto lo vemos incluso en la Escritura. Por ejemplo, David fue elegido por Dios para ser el rey de Israel a pesar de que el profeta Samuel no percibió en el muchacho los atributos físicos que hubiera esperado ver en un monarca. Sin embargo, el Señor «mira el corazón» (1 Sam 16:7), y la fidelidad interna de David lo acreditó para el trono de una manera en que la incredulidad de Saúl no pudo hacerlo. Aun así, pasaron años entre el llamado de David y su ascenso al trono, lo cual creó una oportunidad para que David se preparara para el llamado que Dios había depositado en su vida. Como pastor de ovejas, el joven David aprendió las habilidades básicas necesarias para guiar y proteger un rebaño (en el Antiguo Testamento, pastorear ovejas es una analogía común sobre reinar). También aprendió a confiar en que el Señor sería fiel a las promesas que le había hecho, y esta confianza en el Señor le proporcionó la fortaleza que necesitó en su batalla contra Goliat, un evento en el que David se comportó como corresponde a un fiel rey campeón, en marcado contraste con el comportamiento decididamente indigno de Saúl. Como músico de la corte, David se familiarizó íntimamente con el comportamiento errático de Saúl y el manejo de los asuntos del estado israelita, y probablemente perfeccionó su arte como poeta de Israel y autor principal de muchos salmos. Todas estas etapas proporcionaron momentos en la vida de David en los que él siguió su llamado como segundo rey de Israel. Debemos tener cuidado de no hacer distinciones claras entre su trabajo en un momento dado y su llamado en general. Su llamado se desarrolló integralmente a lo largo de su vida, por lo que podemos decir con cierta seguridad que el joven David siendo pastor de ovejas estaba siguiendo fielmente el llamado que Dios había depositado en su vida.
La historia de Ester llama nuestra atención hacia otro aspecto del llamamiento divino que es particularmente relevante para nosotros hoy. En esta historia, Ester respondió a la oportunidad de ascender a los niveles más altos del Imperio persa. Ella estaba naturalmente dotada de belleza física e intelecto y este don le brindó la oportunidad de unirse al círculo íntimo del rey. Sin embargo, la particularidad del llamado de Esther no fue evidente hasta la aparición de Amán con su plan de exterminar a los refugiados de Judea. Su primo Mardoqueo dio una definición del llamamiento humano cuando animó a Ester al decirle que había sido creada «para una ocasión como esta» (Est 4:14). Ella era la que Dios había llamado para liberar a Su pueblo.
El libro de Ester se destaca entre los libros de la Biblia porque es el único que no menciona explícitamente al Señor. Esta ausencia de referencia a lo divino tiene el poderoso efecto de darle al lector una idea del difícil mundo en que se encontraba el pueblo de Dios bajo el gobierno persa en un momento en que los elementos típicos de la fe bíblica no eran tan evidentes como lo eran en el Judá preexílico. Pero el hecho de que no se nombre explícitamente a Dios también ilustra cómo es percibir un llamado en nuestro mundo contemporáneo. La mayoría de las veces, el llamamiento cristiano es una cuestión de tomar decisiones a partir de nuestros dones, nuestros intereses y metas personales, el sabio consejo de quienes nos rodean y las oportunidades que surgen a lo largo de nuestra vida.
Los llamamientos humanos ordinarios no ocurren de la manera tan dramática de los profetas y héroes de la Biblia, sin embargo, existe una similitud importante entre sus llamamientos y el de cualquier otro ser humano. Todos somos llamados por Dios a vivir nuestras vidas como aquellos hechos a la imagen de Dios (Gn 1:26-27). Ese llamado incluye honrar a nuestro Creador y hacerlo a través del primer mandato de Dios, también conocido como el mandato cultural, de «llenad la tierra y sojuzgadla» (v. 28; ver también 9:1). Esto explica por qué el impulso de llenar y estructurar la tierra está profundamente arraigado en todos los humanos, aunque ha sido profundamente pervertido y estropeado por los efectos de la caída.
Podríamos decir que este llamado general a toda la humanidad forma la base del llamado individual de cada persona, porque apunta a nuestro lugar único en la creación como la parte de la creación que está hecha a imagen de Dios. Cada persona es llamada por Dios a participar de este mandato cultural en una manera particular, y ese llamado incluye todas las formas en que una persona se relaciona con el mundo, incluyendo su trabajo, sus relaciones familiares, su participación en la iglesia, su participación política, etc. En cada una de estas áreas, el portador de Su imagen está llamado a participar en el programa mayor de hacer avanzar la vida en todo el mundo, una tarea que refleja la obra divina de Dios de sacar una creación próspera de lo que estaba «sin orden y vacía» (Gn 1:2). Este es el ámbito más amplio en el que se proyecta la vida individual. Como nuestros primeros padres en Génesis 1-2, todos participamos significativamente en la obra de llenar y sojuzgar la creación como viceregentes bajo la autoridad del soberano Rey Creador.
Ningún trabajo es demasiado pequeño como para no ser parte de este gran llamado universal. Algunas personas son llamadas a tareas que ocurren a gran escala o incluso a escala global, mientras que otras persiguen su llamado en una escala pequeña y local. Algunos llamamientos aparentemente pequeños tienen efectos inesperadamente enormes (me viene a la mente Mónica, la madre de Agustín de Hipona que oraba mucho). Todos los llamamientos tienen un valor trascendental porque los llamamientos humanos surgen de nuestra condición de portadores de la imagen de Dios. Esto incluye a los maestros formando los patrones de pensamiento de sus estudiantes en sus áreas de experiencia, a los oficiales de policía llevando el orden civil a sus jurisdicciones y a los plomeros poniendo en orden el flujo y uso del agua en una sociedad. Esto incluye a aquellos que trabajan en una línea de montaje fabricando instrumentos y maquinarias que cumplen una función en la sociedad humana.
El llamado actual del cristiano
Para los cristianos, existe una noción única y amplia de llamado. Como resultado de la caída de la humanidad, todas nuestras obras están bajo los efectos de la maldición y del alejamiento de Dios. Los seres humanos siguen estando hechos a la imagen de Dios, pero esa imagen está dañada como resultado de la rebelión pecaminosa de nuestros primeros padres en el jardín y de cada ser humano caído desde ese entonces. El hecho de que cualquiera que no esté en Cristo pueda seguir un llamado en su vida es un acto misericordioso de la gracia común de Dios. Sin embargo, aquellos que encuentran la salvación y la reconciliación con Dios a través de su unión con Jesucristo abordan el concepto del llamado desde la perspectiva de ser imágenes redimidas de Dios. Debido a su redención, ellos pueden verdaderamente glorificar a Dios en su vocación.
Los reformadores demostraron mucho este llamado universal en la vida cristiana. Para ellos, el llamamiento cristiano significaba que cada labor debía hacerse como un servicio al Señor y para Su gloria (Col 3:22-24; 1 Co 10:31). Esto significa que el llamamiento cristiano no debe entenderse en términos jerárquicos, en los que el ministerio en la iglesia se considera un llamamiento sagrado en comparación con los llamamientos comunes a otros tipos de trabajos y actividades. Más bien, todas las vocaciones tienen el mismo valor en el Reino de Dios. Esta comprensión más amplia del llamamiento corrobora la noción bíblica de que cada aspecto de la vida humana, ya sea que uno sea rector o remachador, brinda la oportunidad de adorar a Dios. Después de todo, estamos llamados a amar a Dios con todo nuestro ser, con todo el corazón y con todo el esfuerzo personal que realicemos en el mundo (Dt 6:4-5).
Cuando los cristianos de hoy busquen comprender sus propios llamamientos, no deben esperar que pase como la extraordinaria experiencia de los profetas bíblicos, pero sí pueden encontrar en los relatos proféticos una analogía útil para su propio llamamiento. Al igual que los profetas bíblicos, los cristianos deben reconocer que su llamado proviene de Dios. Él es el que llama, aunque la voz divina puede ser difícil de discernir entre las muchas voces que parecen bombardearnos a cada momento. Por consiguiente, los cristianos deben asegurarse de sumergirse en oración en la Palabra de Dios para estar en sintonía con Su voluntad.
También debemos reconocer que nuestros llamamientos pueden cambiar. Los profetas Isaías y Ezequiel recibieron diferentes llamados en diferentes etapas de sus vidas, por lo que también debemos reconocer que nuestro llamado puede cambiar en el transcurso de nuestra vida a medida que surgen nuevas oportunidades y a medida que cambian los tiempos y las necesidades de las personas a nuestro alrededor.
Al discernir el llamado de Dios en sus vidas, los cristianos pueden aprender lecciones valiosas a través de los ejemplos que se encuentran en la Escritura.
Primero, el llamado de Dios en nuestra vida nos da la oportunidad de amar al Señor nuestro Dios con todo nuestro ser (Dt 6:4-5); por lo tanto, Su llamado no puede requerir que pequemos. El llamamiento cristiano debe perseguirse como una expresión de nuestra fe en Dios, y podemos descartar cualquier posible llamamiento que solo pueda lograrse de manera pecaminosa, destructiva o sin fe.
En segundo lugar, Dios ama darle a Su pueblo los buenos dones del llamamiento (Sal 37:4; Mt 6:28-33; 7:11), por lo que los cristianos deben tener sus corazones alineados con nuestro llamamiento cristiano de manera que el llamado sea una extensión natural de sus deseos justos. Además, a medida que un cristiano persigue el llamado que Dios le ha dado, debe experimentar que sus deseos son moldeados por la tarea que Dios le ha encomendado. Esto no significa que la fatiga e incluso la frustración no aparecerán en algunas ocasiones, pero el creyente atento y arrepentido se fortalece en el llamado aun en medio de la oposición. A medida que persigue las cosas que naturalmente le encanta hacer, obtendrá una idea más clara de qué elementos le dan alegría y satisfacción. Los cristianos también deberían tener la expectativa de que sus afectos maduren y sean moldeados por el trabajo que hacen hasta que comiencen a encontrar gozo incluso en trabajos que antes no les satisfacían.
En tercer lugar, Dios moldea a Su pueblo para sus llamados (Jer 1:5). La mayoría de las ocupaciones de esta vida implican algún conjunto de habilidades que se deben realizar correctamente. Algunas vocaciones solo requieren habilidades rudimentarias, mientras que otras requieren años, incluso décadas, de entrenamiento. Los dones personales difieren del conjunto de habilidades en que, por lo general, los dones no se pueden adquirir a través de un entrenamiento en el futuro. Los dones naturales y espirituales también pueden guiar el proceso de discernimiento. Algunos cristianos son maestros natos, mientras que otros tienen el don de animar o cuidar de los demás. Todos los cristianos deben esforzarse por exhibir todos los dones a medida que surjan situaciones, pero la Escritura indica que algunos cristianos por gracia están más inclinados a un don que a otro (Rom 12:6-8). Al igual que con todos los dones de Dios, estamos llamados a ser buenos mayordomos, invirtiendo nuestros dones en los llamamientos en que mejor puedan ser ejercitados.
Una palabra de advertencia de los profetas: el Señor ama mostrar Su poder en nuestra debilidad. Moisés padecía de algún tipo de impedimento en el habla, pero fue elegido para ser el portavoz de Dios (Ex 4:10). Los labios inmundos de Isaías recibieron un mensaje de santidad y juicio contra el pueblo (Is 6:5). Jeremías pudo haber pensado que era demasiado joven para ser profeta (Jer 1:6). Pablo se consideraba a sí mismo el primero de los pecadores por su persecución a la Iglesia (1 Tim 1:15). A veces, un cristiano es llamado a una tarea que parece tan irracional que Dios tiene que estar en ella para que logre éxito alguno.
Cuarto, el llamamiento cristiano es un servicio a Dios y a los demás. Si una persona persigue un llamado con fines egoístas u opresivos, tal llamado no glorifica a Dios. William Perkins escribe: «El verdadero fin de nuestra vida es servir a Dios sirviendo al hombre». Nuestro amor al prójimo debe fluir naturalmente de nuestro amor por Dios (Lv 19:18; Mt 22:38-39), y nuestra unión con Cristo debe orientar nuestra ética personal para que estemos inclinados a ayudarles aunque resulte en nuestra propia desventaja (Flp 2:1-11).
Finalmente, el llamamiento cristiano no es algo secreto o místico esperando ser revelado. Cuando Dios llama a Su pueblo, los llama a responder al mundo que los rodea aplicando la enseñanza de la Palabra de Dios con mentes racionales para discernir a qué pueden ser llamados en un momento o situación determinados. Como se mencionó anteriormente, el llamamiento humano puede desarrollarse y madurar a lo largo de la vida. Una persona puede graduarse de la universidad con la idea particular de un llamado que cambiará varias veces a lo largo de su vida. Este cambio no significa que haya sido desobediente o de alguna manera ignorante al llamado de Dios en su vida.
Un llamado no puede salvar a una persona de su pecado ni hacer que esté bien con Dios, pero el llamado es la preocupación natural de aquellos que han sido salvos. De muchas maneras, el tema de la vocación cristiana aborda para qué es salva una persona en particular. El teólogo holandés Herman Bavinck escribe: «El verdadero cumplimiento de nuestra vocación terrenal es exactamente lo que nos prepara para la salvación eterna, y enfocar nuestra mente en las cosas de arriba nos equipa para la satisfacción genuina de nuestros deseos terrenales». Al perseguir el llamado de Dios en esta vida, nos preparamos para la eternidad. Al mantener la eternidad siempre ante nosotros, encontramos satisfacción significativa cada día.