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Nota del editor: Este es el quinto capítulo en la serie especial de artículos de Tabletalk Magazine: La historia de la Iglesia | Siglo V
Hay mil millones de católicos romanos en todo el mundo; mil millones de personas sujetas a la autoridad del papa. Uno podría preguntarse: ¿cómo sucedió todo esto? Creo que la respuesta es mucho más compleja y desordenada de como la presentan los católicos. Primero daré una breve explicación de cuál es la posición católica, y luego voy a sugerir lo que creo que sucedió en realidad.
La explicación católica
La creencia católica tradicional es que Jesús dijo que la Iglesia sería edificada sobre Pedro (Mt 16:18-19; ver también Jn 21:15 y Lc 22:32). Luego de esto, Pedro pasó un cuarto de siglo en Roma como su fundador y obispo, y su autoridad fue reconocida entre las primeras iglesias; esta autoridad fue transferida a sus sucesores. De hecho, el Concilio Vaticano II (1962-65) reafirmó esta perspectiva. La autoridad apostólica fue transferida a los sucesores de los apóstoles, así como el poder apostólico supremo de Pedro fue transferido a cada uno de sus sucesores en Roma.

Sin embargo, el problema con esta explicación es que no hay evidencia para sostenerla. La mejor explicación de Mateo 16:18-19 es que la Iglesia sería edificada, no sobre una posición eclesiástica, sino sobre la confesión de Pedro respecto a la divinidad de Cristo. Además, no hay evidencia bíblica que respalde la creencia de que Pedro pasó un largo tiempo en Roma como líder de la iglesia allí. El libro de Hechos no dice nada al respecto, no se encuentra en las cartas del mismo Pedro y Pablo no lo menciona (lo cual sería extraño, si Pedro realmente estuvo en Roma desde el principio, ya que al final de la carta de Pablo a los romanos, él saluda a muchas personas por su nombre). Y el argumento de que la autoridad de Pedro era reconocida en todas las iglesias primitivas se contradice con los hechos. Es cierto que Ireneo, en el siglo II, dijo que la Iglesia fue fundada por «los benditos apóstoles», Pedro y Pablo, tal como lo hizo Eusebio en el siglo IV; y en el siglo V, Jerónimo afirmó que había sido fundada por Pedro, a quien llama «el príncipe de los apóstoles». Sin embargo, en el otro lado de la ecuación hay algunos hechos contradictorios. Por ejemplo, Ignacio, poco antes de su martirio, escribió cartas a los obispos de las iglesias dominantes de la época, pero habló de la prominencia de Roma solamente en términos morales, no eclesiásticos. En Roma, casi al mismo tiempo, a principios del siglo II, se publicó una pequeña obra llamada El pastor de Hermas que solo menciona a sus «gobernantes» y a «los ancianos» que la presidían. Aparentemente no había un obispo dominante en ese tiempo. No solo eso, sino que en los siglos II y III hubo varias ocasiones en las que líderes eclesiásticos se resistieron a los líderes de Roma cuando estos últimos afirmaban su autoridad eclesiástica para resolver disputas.
De hecho, es más razonable pensar que el ascenso al poder del pontífice romano haya ocurrido por circunstancias naturales y no por designación divina. Esto sucedió en dos etapas. Primero, la iglesia de Roma adquirió prominencia y luego, como parte de su eminencia, su líder comenzó a destacarse. La Iglesia católica ha invertido estos hechos al sugerir que el poder y la autoridad apostólicos, es decir, el poder y la autoridad preeminentes de Pedro, establecieron al obispo romano mientras que, de hecho, el creciente prestigio eclesiástico del obispado romano no se derivó de Pedro, sino de la iglesia de Roma.
La explicación real
En el principio, la iglesia de Roma era solo una iglesia entre muchas de las que habían en el Imperio romano, pero hubo eventos naturales que conspiraron para cambiar esto. Jerusalén había sido la base original de la fe, pero en el año 70 d. C. el ejército de Tito la destruyó y dejó al cristianismo sin su centro. No era de extrañar que las personas en el Imperio comenzaran a fijarse en la iglesia de Roma, ya que esta ciudad era su capital política. Todos los caminos en ese mundo antiguo conducían a Roma y, por supuesto, muchos de ellos fueron transitados por misioneros cristianos. También se da el caso de que en los primeros siglos, la iglesia romana desarrolló una reputación de honradez moral y doctrinal, y fue respetada por ello. Por lo tanto, parece ser que su eminencia se debió en parte a que se la había ganado, y en parte a que pudo disfrutar del reflejo del esplendor de la ciudad imperial.
Las herejías habían abundado desde el principio pero, en el siglo III, las iglesias comenzaron a adoptar una nueva postura en contra de ellas. Tertuliano argumentaba que, si las iglesias fueron fundadas por los apóstoles, ¿no se supone que tengan un fundamento más firme con respecto a sus reclamos de autenticidad, en comparación con iglesias que probablemente sean heréticas? Este argumento reforzó las afirmaciones de preeminencia de la iglesia romana. Sin embargo, es interesante notar que a mediados de este siglo, Cipriano en África del Norte argumentó que las palabras «… tú eres Pedro…» no eran una carta para el papado, sino que se aplicaban a todos los obispos. Además, en el Concilio III de Cartago en 256, él afirmó que el obispo romano no debía intentar ser un «obispo de obispos» ni ejercer poderes «tiránicos».
En el período del Nuevo Testamento la persecución ya era una realidad, pero en los siglos siguientes, la Iglesia sufrió intensamente por las animosidades y aprehensiones de los emperadores sucesivos. Sin embargo, en el siglo IV sucedió lo inimaginable. El emperador Constantino, antes de una batalla fundamental, tuvo una visión y se convirtió al cristianismo. La Iglesia, que había vivido una existencia solitaria en el «exterior» hasta ese entonces, ahora disfrutaba de un inesperado recibimiento imperial. Como resultado, a partir de este momento, la distinción entre las conductas eclesiásticas apropiadas y las pretensiones mundanas de pompa y poder se fueron perdiendo cada vez más. En la Edad Media, la distinción desapareció por completo. En el siglo VI, el papa Gregorio Magno se aprovechó descaradamente de esto al afirmar que el «cuidado de toda la Iglesia» había sido entregado en manos de Pedro y sus sucesores en Roma. Sin embargo, aun en esta fecha tardía, tal afirmación no fue aceptada sin contienda. Los que estaban en el este, cuyo centro estaba en Constantinopla, no estaban de acuerdo con afirmaciones universales como esta y, de hecho, esta diferencia de opinión nunca se resolvió. El Gran Cisma entre la Iglesia en Oriente y la Iglesia en Occidente comenzó en el 1054 luego de una serie de disputas. La ortodoxia oriental comenzó a seguir su propio camino, separada de la jurisdicción romana, y esta continúa siendo una división cuyos efectos siguen sin sanar al día de hoy.
Así que el ascenso del papa a una posición de gran poder y autoridad fue un proceso lento. En la época de la Reforma, Erasmo expuso brutalmente lo mucho que los papas se habían alejado de las ideas neotestamentarias sobre la vida de iglesia. El papa Julio II acababa de morir cuando Erasmo escribió Julius Exclusus en 1517. Se imaginó a este papa llegando al cielo, ¡asombrado de que no fue reconocido por Pedro! El punto de Erasmo era simplemente que los papas se habían vuelto ricos, pretenciosos, mundanos y todo menos apostólicos. Sin embargo, debió haber hecho su punto aún más radicalmente. Pedro no solo se hubiera extrañado ante este comportamiento papal, sino también ante sus pretensiones de autoridad universal.