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Nota del editor: Este es el quinto capítulo en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: Las bienaventuranzas
Cuando se trata de las bienaventuranzas, no es raro que los comentaristas y maestros de la Biblia interpreten que ser «bienaventurado» significa ser «feliz». La palabra griega traducida como «bienaventurado» es makarios, y aunque «feliz» es una de las formas en que se puede interpretar, en el contexto más amplio de las bienaventuranzas, esta interpretación parece no dar en el blanco. Por un lado, ser feliz es un estado emocional subjetivo, uno que no parece corresponder con los insultos y la persecución del versículo 11. Además, interpretar makarios como «feliz» lleva al error de ver las bienaventuranzas como una serie de exhortaciones sobre cómo ser feliz, que no parece ser lo que Jesús está haciendo aquí. Por el contrario, las bienaventuranzas son una serie de declaraciones proféticas de lo que Dios concede a quienes recibe en Su reino.
La razón por la que estas características y virtudes se otorgan o se dan es porque los destinatarios no las poseen naturalmente ni las pueden producir. Más aún, los rasgos de carácter establecidos en las bienaventuranzas no son lo que aspiramos en nuestro estado caído. Este ciertamente es el caso de Mateo 5:5: «Bienaventurados los humildes, pues ellos heredarán la tierra». La idea de ganar el mundo, ya sea como individuos o como nación, es tan antigua como la historia humana, y el espíritu de los constructores de la torre de Babel resuena a través de todos esos esfuerzos: «Vamos, edifiquémonos una ciudad y una torre cuya cúspide llegue hasta los cielos, y hagámonos un nombre famoso» (Gn 11:4). Este parece ser el objetivo de la humanidad caída, tanto individual como colectivamente: hacernos un nombre a través de la acumulación, los logros o la expansión de nuestras fronteras. Y cuando estas cosas son las búsquedas definitorias de una persona o de un pueblo, el carácter definitorio de esa(s) persona(s) se inclinará hacia la avaricia y la arrogancia.
Así que al analizar Mateo 5:5, notamos que este versículo está conectado a textos como el Salmo 37, donde la ambición implacable de los malhechores por ganar las cosas del mundo se contrasta con la de los justos que entregan su camino al Señor y confían en Él (Sal 37:5). En los versículos 9-10, se nos dice que los malhechores serán exterminados. Además, la tierra no se ganará sino que se heredará (vv. 9, 11, 22 y 34). Y he aquí la ironía: los que van a recibir la tierra por heredad son los humildes.
Contrario a lo que muchos puedan pensar, la humildad no es debilidad. Tanto en el Salmo 37 como en las bienaventuranzas, la humildad es mansedumbre y sumisión a Dios. Una vez más, con el Salmo 37 a la vista, los malvados buscan ganancias a toda costa. En el versículo 14, «han sacado la espada y entesado el arco, para abatir al afligido y al necesitado», y aunque obtienen cosas que les darán un placer temporal, solo los humildes, los que se deleitan en el Señor (v. 4), heredarán la tierra.
Pero esto nos lleva a preguntarnos cómo uno se vuelve humilde. Indiqué anteriormente que las bienaventuranzas son una serie de declaraciones de lo que Dios otorga a aquellos a quienes Él recibe en Su reino. De modo que a la luz de Mateo 5:5, Dios da la tierra como herencia. Pero Él también da humildad. Digo esto basándome en dos cosas. Por un lado, la humildad es una virtud que Cristo posee en Su humanidad (Mt 11:29), lo que significa que es parte de Su justicia activa, la cual se nos acredita para nuestra justificación. Pero, por otro lado, la humildad es un fruto del Espíritu que Él mismo nos lleva a manifestar en nuestra santificación, como nos dice Gálatas 5:23. Algunas traducciones comienzan ese versículo con «mansedumbre», mientras que otras lo traducen como «humildad». Pero en general, la descripción del Espíritu en Gálatas 5:22-23 describe la humildad.
El punto es que la humildad no es natural en nuestro estado caído. Por tanto, en nuestra justificación, la humildad de Cristo se nos acredita por la fe sola, y en nuestra santificación, el Espíritu Santo nos está conformando a la imagen de Cristo, la cual incluye Su humildad. Así que la bendición de esta bienaventuranza es que aquellos que miran a Cristo con fe heredarán la tierra porque se les ha atribuido Su humildad y se les ha dado el don del Espíritu, quien nos conecta con Cristo y nos conforma a Su semejanza.