
“No juzguen”
26 agosto, 2023
Predica para persuadir
31 agosto, 2023El corazón y la mente

Cuando escuchas por primera vez los términos corazón y mente, puede que pienses en el gran mandamiento: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente» (Mt 22:37). Jesús está recordando a Sus oyentes que deben amar al Señor con todo su ser. Si bien a veces parece que estos términos se usan indistintamente, se pueden distinguir entre sí. Alma suele usarse para describir la totalidad del ser que continúa existiendo eternamente (16:26). El resto de este artículo explicará los matices bíblicos de la mente y el corazón.
En pocas palabras, la mente se refiere a nuestros pensamientos. El corazón refleja nuestros afectos, lo que realmente nos importa. En cuanto al gran mandamiento de amar al Señor con todo nuestro corazón y toda nuestra mente, está claro que estamos muy lejos de este estándar. En realidad, ni siquiera nos acercamos. Las Escrituras enseñan que nuestros corazones y nuestras mentes están corrompidos por el pecado. Jeremías enseña que «más engañoso que todo es el corazón, y sin remedio; ¿Quién lo comprenderá?» (Jr 17:9). Con respecto a la mente, la Biblia describe el impacto noético de la caída de la primera pareja. Noético viene de la palabra griega para «mente» (nous). Hablando de la mente caída, Pablo escribe: «La mente puesta en la carne es enemiga de Dios» (Ro 8:7).

Sin embargo, sería un error pensar que el corazón y la mente son mutuamente excluyentes o que operan de manera independiente. Las Escrituras identifican el corazón, el centro de nuestros afectos, como el sistema operativo de nuestro ser. «Con toda diligencia guarda tu corazón, / Porque de él brotan los manantiales de la vida» (Pr 4:23). La orientación del corazón afecta nuestros pensamientos y nuestras acciones. Nota la conexión entre estas dos cosas en Génesis 6:5: «El SEÑOR vio que era mucha la maldad de los hombres en la tierra, y que toda intención de los pensamientos de su corazón era solo hacer siempre el mal». El corazón es la fuente de las malas intenciones y los malos pensamientos. Pablo los vincula en Efesios 4:18: «Ellos tienen entenebrecido su entendimiento, están excluidos de la vida de Dios por causa de la ignorancia que hay en ellos, por la dureza de su corazón» (énfasis añadido). La razón de su «entendimiento entenebrecido» e ignorancia es la dureza de su corazón.
Jesús hace la misma conexión cuando desafía a Sus enemigos por ser superficiales y legalistas: «El hombre bueno, del buen tesoro de su corazón saca lo que es bueno; y el hombre malo, del mal tesoro saca lo que es malo; porque de la abundancia del corazón habla su boca» (Lc 6:45). La conexión se extiende desde el corazón hasta nuestras palabras y nuestro comportamiento.
Esta es la razón por la que no puedes «argumentar» con alguien con el fin de que entre en el reino. Sí, el cristianismo es bastante lógico y racional, pero esto no se puede ver sin un corazón transformado. El corazón, nuestro sistema operativo, debe ser transformado. Esto es exactamente lo que el Señor promete en Ezequiel 36:26: «Además, les daré un corazón nuevo y pondré un espíritu nuevo dentro de ustedes; quitaré de su carne el corazón de piedra y les daré un corazón de carne». La transformación de nuestros pensamientos solo puede iniciar después de que hemos recibido un corazón nuevo.
Tanto la mente como el corazón están involucrados en este proceso de transformación. En cuanto a la mente, es necesario conocer los hechos del evangelio (notitia). No basta con conocer los hechos, sino que debemos afirmar los hechos del evangelio (assensus). También es necesario que esta verdad sea acogida y recibida afectuosamente (fiducia). Esta acogida final de la verdad demuestra que hay fe salvífica en el corazón.
Todo esto conduce a una nueva orientación en todas las áreas de la vida. A partir de este momento somos llamados a fortalecer nuestros corazones para Dios a través de la renovación de nuestras mentes. El Nuevo Testamento contiene un lenguaje notable en cuanto a esto. En su carta a los romanos, Pablo escribe: «Y no se adapten a este mundo, sino transfórmense mediante la renovación de su mente, para que verifiquen cuál es la voluntad de Dios: lo que es bueno y aceptable y perfecto» (Ro 12:2). La palabra traducida «transfórmense» es la palabra de la que obtenemos nuestra palabra metamorfosis. Cuando escuchamos esa palabra, a menudo pensamos en el cambio gradual que ocurre en el desarrollo de una mariposa. La similitud con nosotros es que hay una transformación gradual de nuestra manera de pensar. Nuestros pensamientos ya no pueden ser meramente terrenales, sino que debemos desarrollar una nueva perspectiva que incluya tanto lo horizontal como lo vertical. Pablo lo expresa de esta manera en su carta a los colosenses:
Si ustedes, pues, han resucitado con Cristo, busquen las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Pongan la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra. Porque ustedes han muerto, y su vida está escondida con Cristo en Dios (Col 3:1-3).
Es importante reconocer que el argumento de Pablo no tiene la intención de comunicar que lo celestial es bueno y lo terrenal es malo. Todo lo contrario: sus palabras en Romanos nos muestran que la renovación de nuestras mentes está diseñada para ayudarnos a «[verificar] cuál es la voluntad de Dios: lo que es bueno y aceptable y perfecto», con la implicación de que esto se manifestará en una vida que revele nuestro amor por nuestro Creador y Redentor. Aunque nuestro amor nunca será perfecto de este lado del cielo, Él nos ha dado Su Espíritu y Su Palabra para avivar la llama en nuestros corazones y nuestras mentes hasta que nos encontremos con Él.