La imagen de Dios y la ética cristiana
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Nota del editor: Este es el sexto capítulo en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: Tiempo
Por primera vez en mi vida, la gente a mi alrededor está dándole seguimiento diario a las tasas de mortalidad. Las pandemias mundiales nos hacen pensar acerca de la muerte y hacen que la eternidad luzca menos distante. Los antiguos indicadores de estabilidad —una economía en crecimiento, rutinas predecibles— se han visto socavados. Surgen preguntas nuevas, preguntas que antes la gente no se hacía. ¿Existe algo más allá de esta era presente? ¿En qué consiste la vida? ¿Tiene alguna relevancia para mi vida, aquí y ahora, la enseñanza bíblica sobre la eternidad?
LA REALIDAD DE LA ETERNIDAD
La suposición occidental común de que la vida termina con la muerte enfrenta al menos dos problemas. Primero, el escepticismo sobre la eternidad no puede disuadir la obstinada sensación en nuestras almas de que la vida persiste más allá de la muerte. «La creencia en la inmortalidad del alma se da en todos los pueblos… dondequiera que no haya sido minimizada por las dudas filosóficas o relegada a un segundo plano por otras causas… Es la muerte, no la inmortalidad, lo que requiere una explicación» (Herman Bavinck, Reformed Dogmatics [Dogmática reformada]). Todos sentimos lo antinatural que parece ser la mortalidad. «Gemimos agobiados, pues no queremos ser desvestidos [es decir, no gemimos simplemente por morir] sino vestidos, para que lo mortal sea absorbido por la vida» (2 Co 5:4; ver Rom 8:22-23). Salomón identifica la razón de ser del sentido de permanencia en todos nosotros: Dios «ha puesto la eternidad en sus corazones» (Ec 3:11).
Suponer que la muerte cancela la vida también contradice las promesas de Dios acerca de la vida eterna (1 Jn 2:25). La frase vida eterna ocurre unas cincuenta veces en el Nuevo Testamento, invitándonos a considerar esta vida presente y temporal como una preparación para una vida futura y sin fin. Para comprender la eternidad, reflexionemos en los beneficios que reciben los creyentes en la muerte y en la resurrección.
Beneficios de los creyentes al morir. Cuando los creyentes mueren, sus almas pasan inmediatamente a la gloria (Lc 23:43). La muerte del creyente es «solo una abolición del pecado y un paso a la vida eterna» (Catecismo de Heidelberg 42). Ciertamente, para el creyente, es mucho mejor partir de esta vida y estar con Cristo (Flp 1:23). Los cuerpos de los creyentes, estando todavía unidos a Cristo, descansan en sus tumbas esperando la resurrección (Dn 12:2; Hch 24:15; 1 Tes 4:14). Pero Jesús enseñó que un día «todos los que están en los sepulcros oirán su voz, y saldrán» (Jn 5:28–29).
Beneficios de los creyentes en la resurrección. Cuando cantamos «Gracias, Señor, por salvar mi alma», podemos olvidar que no es un alma nueva lo que nos hace completos. Dios hizo a los humanos para que tuvieran comunión con Él en alma y en cuerpo. La salvación debe incluir ambos. Cuando Cristo regrese, Él «transformará el cuerpo de nuestro estado de humillación en conformidad al cuerpo de su gloria» (Flp 3:21). Permitamos que la reacción de Juan ante el Cristo transformado dé energía al símil de Pablo: «cuando le vi, caí como muerto a sus pies» (Ap 1:17). «Se siembra un cuerpo corruptible, se resucita un cuerpo incorruptible; se siembra en deshonra, se resucita en gloria; se siembra en debilidad, se resucita en poder» (1 Co 15:42-43).
A pesar de los prejuicios de la cultura occidental contra la eternidad, Jesús regresará en el momento preciso para dar inicio a la era venidera. Eliminará a Sus enemigos para siempre y recibirá a Sus amigos redimidos. La muerte no deshace la existencia. La vida eterna no se contrasta con la aniquilación en la muerte, sino con un morir sin fin (Jn 3:16; ver Mr 9:42-48; Lc 16:19-31). La eternidad hace que la incredulidad sea realmente trágica. Pero la eternidad es «muy deseable y consolador[a] para los justos y los elegidos porque entonces su plena liberación será perfeccionada» (Confesión Belga, Art. 37). En la era venidera, para los elegidos «el tiempo está cargado con la eternidad de Dios. El espacio está lleno de Su presencia. El devenir eterno está unido al ser inmutable» (Bavinck, Reformed Dogmatics [Dogmática reformada]). La intención de Dios es: «confortaos unos a otros con estas palabras» (1 Ts 4:18).
EL CONSUELO DE LA ETERNIDAD
Sin la eternidad, el cristianismo es una cosmovisión miserable que ofrece poco consuelo (1 Co 15:19). Pablo sabía por experiencia que la fe puede contribuir a la aflicción, la perplejidad y la persecución (2 Co 4:8-9; 2 Tim 3:12). «Muchas son las aflicciones del justo» (Sal 34:19). No te sorprendas si te sientes desilusionado por el camino de Cristo en esta era presente. Nuestras aflicciones son reales; muchas no serán resueltas en esta era. Pero, como dijo Tomás Moro, «No hay dolor en la tierra que el cielo no pueda sanar». «Pues esta aflicción leve y pasajera nos produce un eterno peso de gloria que sobrepasa toda comparación» (2 Co 4:17).
La eternidad promete la absolución de la culpa. El evangelio declara la promesa de perdón de Dios. Pero olvidamos fácilmente. Estamos plagados de dudas. ¿Seré demasiado pecador como para ser perdonado?
Los creyentes —al igual que los no creyentes— se presentarán ante el tribunal de Dios. Todos nuestros pensamientos, palabras y actos serán publicados. Ninguno de nosotros habrá sido tan santo como lo es Dios. Sin embargo, el mundo entero escuchará a Dios decirle a Su amado: «Bien, siervo bueno y fiel… entra en el gozo de tu señor» (Mt 25:23). Al principio de la eternidad, Cristo reconocerá y absolverá públicamente a Sus hijos, silenciando definitivamente toda acusación en contra de ellos (ver Catecismo Menor de Westminster 38).
La eternidad promete la liberación del pecado. Oramos por ser rescatados del mal (Mt 6:13) y Dios responde. Aun así, repetimos nuestra necedad «como perro que vuelve a su vómito» (Pr 26:11). ¿Cuántas veces te has prometido genuinamente que la próxima vez lo harás mejor, confiando verdaderamente en la justicia de Jesús, agradecido por Su liberación, solo para caer una vez más? El pecado es así de frustrante.
En la eternidad, las almas redimidas serán hechas perfectamente santas. Alrededor del trono de Dios, ahora mismo, se encuentran «los espíritus de los justos hechos ya perfectos» (Heb 12:23). En la eternidad nuestra familiaridad con el pecado terminará. Ya no nos marchitaremos ante la vergüenza del pecado pasado. Ya no pecaremos más. Ni siquiera seremos tentados a pecar. El cielo es un lugar de justicia (2 Pe 3:13); su clima es totalmente inhóspito para el pecado.
La eternidad promete cuerpos restaurados. A medida que envejecemos entendemos mejor la afirmación de Pablo: «nuestro hombre exterior va decayendo» (2 Co 4:16). Pero hasta los niños quedan ciegos, se rompen huesos, les da cáncer y lloran. Los niños mueren. Nuestros cuerpos son problemáticos. Nos esforzamos mucho para cuidarnos —higiene, entrenamiento y vestimenta— solo para vernos presentables. Pero nuestros cuerpos no cooperan. Nos avergüenzan. Se cansan. Se lastiman. Se vuelven en contra nuestra.
Nuestros cuerpos celestiales serán inmunes al dolor y a la muerte (Ap 21:4), no en deshonra sino gloriosos. Entonces seremos como Dios (1 Jn 3:2), perfectamente adecuados para una amistad con Él que no tendrá fin.
La eternidad promete comunión gozosa con Dios. Fuimos creados para glorificar a Dios y disfrutarlo. Y los creyentes hoy hacemos esto, pero todavía no disfrutamos completamente a Dios. Apenas lo entendemos. No siempre estamos de acuerdo con Él. Nuestros deseos más bajos resisten Su voluntad inmaculada. Ni siquiera deseamos intimidad total con Dios. Pero ya estamos empezando. El Catecismo de Heidelberg resume así el consuelo de la eternidad: «ahora siento en mi corazón el comienzo del gozo eterno, luego de esta vida heredaré la salvación perfecta, la cual “ojo no vio, ni oído oyó, ni ha entrado al corazón del hombre”. Esto será así para que allí alabe yo a Dios por siempre» (Pregunta 58).
«Dios nos ha dado vida eterna» (1 Jn 5:11). Esta promesa es un tremendo consuelo para los hijos de Dios. Pero la eternidad también involucra responsabilidades.
DISCIPLINAS DE LA ETERNIDAD
El gran capítulo de Pablo sobre la resurrección termina con un llamado a la acción: «Por tanto, mis amados hermanos, estad firmes, constantes, abundando siempre en la obra del Señor, sabiendo que vuestro trabajo en el Señor no es en vano» (1 Co 15:58). ¿Qué disciplinas requiere la eternidad?
Anticipación. Anticipar es darse cuenta de algo antes de que ocurra. La fe es una anticipación confiada. Por fe, nos esforzamos por ver, escuchar e imaginar la eternidad que Dios ha preparado para nosotros. Y el Espíritu nos ayuda a ver estas cosas profundas (1 Co 2:9-19). Por medio de la anticipación, la fe y la vista se acercan.
Y la mentalidad celestial no es contraria a la productividad terrenal. Soñar no es lo opuesto a hacer. ¿Acaso no inician con un sueño la mayoría de las grandes producciones? El mejor combustible para la piedad disciplinada es una visión clara de la recompensa celestial del creyente. Fueron los sueños acerca de la plenitud de gozo que disfrutaría en la presencia de Dios (Sal 16:11; 17;15) lo que fortaleció a David para perseverar en piedad mientras contemplaba la muerte (16:18; 17:5). Asimismo, el Apocalipsis de Juan confirma la utilidad de anticipar la eternidad. Dios adjunta esta promesa a Su anticipación de la eternidad: «Bienaventurados los que lavan sus vestiduras para tener derecho al árbol de la vida y para entrar por las puertas a la ciudad» (Ap 22:14). La anticipación certera de la eternidad, energizada por el Espíritu, agudizará nuestra visión de la esperanza de justicia que tanto esperamos (Gal 5:5).
Preparación. Después de enseñar a Sus discípulos a imaginar el reino venidero de Dios (Mt 6:10), Jesús exhortó acerca de la importancia de invertir en el cielo (vv. 19-20). Jesús no estaba denunciando la riqueza material; los ricos tienen un lugar honroso en Su reino (Is 53:9; Jn 19:38-42). Pero advirtió sobre no aprovechar la riqueza de este mundo en beneficio del tesoro eterno (Lc 16:9). En uno de sus últimos discursos públicos antes de ir a la cruz, Jesús enfatizó este punto en tres parábolas consecutivas: la mayordomía y la generosidad terrenales obtienen una recompensa eterna (Mt 25). Cuando confiamos en Jesús, la muerte se convierte en el portal a través del cual cosechamos lo que plantamos en esta era (Gal 6:7). Si no hubiera más que esta vida presente, podríamos vivir sin pensar en el futuro (1 Co 15:32). Pero si nuestra lucha actual nos está preparando para «un eterno peso de gloria», tenemos razones suficientes para invertir con diligencia (2 Co 4:17).
Sumisión. La eternidad nos enseña la dura pero gratificante tarea de la espera. Esperar en el Señor es una forma de someternos a Él. Esperamos con paciencia por aquello que no vemos (Rom 8:25) al no desanimarnos cuando las cosas parecen ir en contra de nosotros. Eso es difícil. Pero la eternidad nos ayuda a esperar con la perspectiva correcta. Jesús le dijo a Sus discípulos: «Un poco más, y ya no me veréis; y de nuevo un poco, y me veréis» (Jn 16:16). No parece que el curso natural de la vida sea «un poco», especialmente cuando enfrentamos dificultades. Pero Matthew Henry está en lo cierto: «¿Qué son los días del tiempo comparados con los días de la eternidad?».
La eternidad también nos ayuda a someternos al juicio de Dios. El mandamiento de Pablo es duro: «nunca os venguéis vosotros mismos, sino dad lugar a la ira de Dios» (Rom 12:19). Pero la eternidad es la forma en que Dios logra la justicia perfecta. Ya que Jesús pondrá a todos Sus enemigos bajo Sus pies, es errado y mezquino buscar venganza personal; el Dios de gloria no necesita nuestra ayuda.
UN VISTAZO A LA ETERNIDAD
La adoración congregacional nos lleva a un contacto especial con el Dios eterno y nos afina para descansar verdaderamente en Él.
El propósito de la adoración congregacional. La adoración congregacional es la piedra angular de un día diseñado para ayudarnos a «comenzar en esta vida el reposo eterno». La eternidad es un reposo. Los creyentes ascendidos «descansan de sus trabajos, porque sus obras van con ellos» (Ap 14:13). La eternidad no se caracterizará por la inactividad (Ap 21:24-25). Pero en ella no estaremos luchando con el sudor de nuestros rostros (Gn 3:19) ni contra la carne (Rom 7:23). Cuando adoramos al Señor en verdad, descansamos de nuestras maquinaciones pecaminosas. Encontramos más satisfacción en adorar a Dios que en perseguir las ambiciones personales. Estamos más convencidos que nunca de que nuestras vidas están bellamente ligadas con la de Dios (Hch 17:28).
No podemos mantener ese descanso holístico en esta época. Si modificamos la analogía del matrimonio que usa Pablo, seguimos atados a esta vida; preocupados «por las cosas del mundo» porque nuestros corazones no están enfocados al máximo en glorificar y disfrutar a Dios (1 Co 7:33). Pero como dice Calvino, el día del Señor, y la adoración de manera particular, nos ayuda a «meditar en un eterno reposo de nuestras obras para que el Señor obre en nosotros por medio de Su Espíritu». El día de reposo cristiano prepara a los creyentes para la eternidad. En la eternidad, la diferencia «entre el día de reposo y los días de trabajo ha sido suspendida» (Bavinck, Reformed Dogmatics [Dogmática Reformada]). La adoración congregacional, que se vuelve más importante a medida que se acerca el día del Señor (Heb 10:25), comienza a suspender la diferencia entre esta era y la venidera.
La práctica de la adoración congregacional. ¿Qué podemos hacer para maximizar el potencial de la adoración congregacional para prepararnos para la gloria?
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- Participa. La voluntad de Dios para ti en el cuarto mandamiento —«Acuérdate del día de reposo para santificarlo» (Ex 20:8)— es que «en especial en el día de reposo, asista[s] diligentemente a la Iglesia de Dios». Los rituales requieren diligencia. Participar esporádicamente en la adoración congregacional sugiere una anticipación pobre de la eternidad.
- Ofrece una adoración aceptable (Heb 12:28). La estructura y el contenido de los cultos de adoración bíblicos ayudan a enfocar los ojos de nuestros corazones en Jesús. En la adoración, la lumbrera de la eternidad (Ap 21:23) ilumina nuestras mentes y alumbra nuestros corazones. Pero la adoración aceptable es más que calentar un asiento en una iglesia fiel. La adoración espiritual verdadera requiere una ofrenda completa de nosotros mismos como sacrificios vivos, consagrando nuestros corazones, mentes y cuerpos en la presencia de Dios (Rom 12:1).
- Sé festivo y reverente. El Catecismo de Heidelberg está en lo correcto al decir que el día del Señor es «un día festivo de descanso» (Preguntas y respuestas 103, versión en inglés). La Confesión de Westminster también está en lo correcto al decir que debemos adorar con reverencia y humildad (21.3). Festivo y reverente no son opuestos. Las primeras mujeres en enterarse de la resurrección de Jesús experimentaron ambas emociones: «temor y gran gozo» (Mt 28:8). La adoración marca el ritmo para la eternidad cuando nos acercamos a Dios tanto como «fuego consumidor» (Heb 12:29) como también el sol que calienta nuestro rostro e ilumina nuestro camino (Ap 21:23-24).
- Descansa de verdad. La adoración gira en torno a dos verdades: «la paga del pecado es muerte, pero la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro» (Rom 6:23). El encuentro con Dios en la adoración destroza cualquier pretensión de justicia propia. Él es santo. Nosotros somos pecadores. Pero por medio de la fe, los pecadores encuentran un hogar en el refugio de un Dios santo. El Salmo 84 se usa a menudo en los funerales por una buena razón. Es un bello resumen del mensaje de la Escritura que dice que el alma que «desea con ansias los atrios del SEÑOR» (v. 2) puede también encontrar fortaleza en el Señor ahora (v. 5). El sol que alumbrará los cielos nuevos y la tierra nueva ya está alumbrando sobre nosotros (v. 11).