Nota del editor: Este es el último de 13 capítulos en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: Gratitud.
Cuando los editores de Tabletalk me invitaron a escribir sobre la gratitud en la oración, mi mente voló de inmediato al Salmo 103. Este salmo, que comienza y termina con las palabras “Bendice, alma mía, al Señor”, nos muestra a David hablando no con Dios sino consigo mismo. Y no se trata de una reflexión frívola; se está dando a sí mismo un buen sermón y se está animando al involucrar “todo [su] ser”. Uno puede imaginarse a David dejando a un lado sus deberes, yendo en silencio a un cuarto privado (nos hace pensar en Mt 6:6), despojándose de sus vestidos reales y, antes de pedirle cualquier cosa a Dios, asegurándose de no olvidar “ninguno de Sus beneficios”.
David comienza recordándose a sí mismo que Dios “perdona todas [sus] iniquidades”, y le asegura a los creyentes que en la muerte sustitutiva de su Salvador, todos sus pecados —pasados, presentes y futuros— fueron borrados para siempre. El himno de Augustus Toplady lo expresa perfectamente: “Los terrores de la ley y de Dios / Sobre mí no podrán caer jamás; / La obediencia y la sangre de mi Salvador/ Han borrado toda mi maldad”.
David luego añade que él debe estar agradecido porque Dios “sana todas [sus] enfermedades”. Esto implica muchísimo más de lo que predican los seudoevangelistas que adulteran la Escritura al asegurar falsamente que si los creyentes le recuerdan a Dios este versículo junto a Isaías 53:5, pueden exigir sanidad instantánea. Esta falsedad ignora el hecho de que David e Isaías no se están refiriendo primariamente a las enfermedades físicas, sino al pecado. Como bien dijo el teólogo John Gill, quien vivió en el siglo XVIII: “El pecado es una enfermedad que afecta a todos los hombres, una dolencia natural, hereditaria, repugnante e incurable, pero, por la sangre de Cristo, el perdón de los pecados es la cura de esta enfermedad”.
Ninguno de nosotros experimentará circunstancias en las que no haya bendiciones por las cuales Dios merezca nuestra gratitud.
Después, David medita con gratitud en que Dios “rescata de la fosa [su] vida”; es decir, de los dolores indescriptibles del infierno. Esta redención eterna les asegura a los creyentes que “no hay ahora condenación para los que están en Cristo Jesús” (Rom 8:1), certeza gloriosa por la que debemos estar eternamente agradecidos.
El rey suma a todo esto su gratitud porque Dios le asegura que Él lo “corona de bondad y compasión” y “colma de bienes [sus] años”, lo que confirma el testimonio previo de David de que “el bien y la misericordia [lo] seguirán todos los días de [su] vida” (Sal 23:6).
La acción de gracias de David en el Salmo 103 ahora traspasa los límites de su experiencia personal e incorpora el cuidado pactual de Dios de todos los creyentes. Él “hace justicia, y juicios a favor de todos los oprimidos”; Él es “compasivo y clemente… lento para la ira y grande en misericordia”, que es así de grande “como están de altos los cielos sobre la tierra”; Él se compadece “como un padre se compadece de sus hijos”. Todos estos beneficios están asegurados porque Dios “ha establecido Su trono en los cielos, y Su Reino domina sobre todo”. En el siglo XVII, el teólogo David Dickson identificó diecisiete de estos beneficios en este salmo.
El culto de oración semanal de mi iglesia local comienza con una lectura bíblica, que es seguida inmediatamente por un momento de alabanza y acción de gracias al Señor, patrón que refleja la exhortación del salmista: “Entrad por Sus puertas con acción de gracias, y a Sus atrios con alabanza. Dadle gracias, bendecid Su nombre” (Sal 100:4). Una y otra vez, el Apóstol Pablo nos insta a mezclar nuestras peticiones con alabanzas: debemos estar “dando siempre gracias por todo, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo, a Dios, el Padre” (Ef 5:20); no debemos estar afanosos, “antes bien, en todo, mediante oración y súplica con acción de gracias, sean dadas a conocer vuestras peticiones delante de Dios” (Flp 4:6); debemos perseverar “en la oración, velando en ella con acción de gracias” (Col 4:2); debemos dar “gracias en todo, porque esta es la voluntad de Dios para vosotros en Cristo Jesús” (1 Tes 5:18).
En pocas palabras, debemos aprender a tener una actitud agradecida, incluso en los días más oscuros, sabiendo que aun estos están en las manos de Dios. Ninguno de nosotros experimentará circunstancias en las que no haya bendiciones por las cuales Dios merezca nuestra gratitud. Azotado por un tsunami personal en el que perdió a todos sus hijos y todo su ganado, Job “postrándose en tierra, adoró, y dijo: … bendito sea el nombre del Señor” (Job 1:20-21).
La escritora de himnos Frances Ridley Havergal, quien vivió en el siglo XIX, testificó en una ocasión: “Si pudiera escribir como quisiera sobre la bondad de Dios hacia mí, la tinta herviría en mi pluma”. En esta era digital, podría haber escrito: “¡Mi computadora colapsaría!”. Asumamos ese riesgo.
El Dr. John Blanchard es un predicador, profesor y apologista que vive en Banstead, Inglaterra. Es autor de varios libros, entre ellos Últimas preguntas y ¿Qué ha pasado con el infierno?
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