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Nota del editor: Este es el quinto capítulo en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: Cómo hacer teología
Comunidad. Es una especie de término de moda hoy en día, tanto dentro como fuera de la iglesia. El posmodernismo, con todas sus promesas de librarnos de las cadenas de las estructuras autoritarias, ha dejado a nuestras sociedades fragmentadas, solitarias y desilusionadas. Por eso todos buscan una comunidad. Sin embargo, una de las ironías principales de la cultura occidental poscristiana es que, al mismo tiempo, todavía valoramos al individuo fuerte mientras lamentamos nuestra falta de comunidad.
Ciertamente, si la historia de la Iglesia nos ha enseñado algo, es que la Iglesia no es inmune a la influencia de la cultura que la rodea. Entonces, no resulta sorprendente que la idea de hacer teología corporativamente sea vista como extraña, sino totalmente nueva, en las iglesias evangélicas. Pero tanto la Biblia como la historia de la Iglesia nos enseñan que el Espíritu Santo guía no solo a los cristianos individualmente (Rom 8:4) sino también a la Iglesia de manera corporativa.
LA BASE BÍBLICA
Antes de que procedamos, debemos sentar las bases bíblicas que demuestran nuestra afirmación de que el Espíritu Santo obra no solo en los individuos sino también en la Iglesia en su totalidad. A partir de ahí, veremos un caso de prueba para nuestra tesis antes de concluir con lo que espero sean algunas implicaciones prácticas de nuestro estudio.
La enseñanza general del Nuevo Testamento es que cuando las personas profesan la fe en Cristo, se unirán a un cuerpo local de creyentes. De hecho, diría que gran parte del Nuevo Testamento sería incomprensible si no fuera así. Por ejemplo, Jesús da a los apóstoles y a aquellos a quienes ellos enseñarían el poder de admitir o destituir a las personas del reino de Dios (Mt 18:18). Además, Jesús nos ordena que bauticemos discípulos y luego les enseñemos (28:20). Ambas instrucciones del Señor de la Iglesia presuponen, bueno, una iglesia que las reciba.
No resulta sorprendente que la mayoría de las cartas de Pablo estén dirigidas a iglesias locales (p. ej. Rom 1:7; 1 Co 1:2; Ef 1:1). Del mismo modo, incluso las epístolas pastorales, aunque están dirigidas a pastores individuales, son en su mayoría instrucciones sobre cómo ministrar en la iglesia local. Pablo ordena que sus cartas sean leídas en las iglesias (Col 4:16; 1 Tes 5:27) y asume que sus numerosas órdenes de «unos a otros» serían escuchadas en la iglesia local.
Pero enfoquémonos por un momento en un pasaje que enseña explícitamente que el Espíritu Santo estará activo en la Iglesia, guiándola a lo largo de su peregrinaje en el desierto de esta vida. En Juan 14:15-31, Jesús les asegura a Sus atribulados discípulos que Su muerte no significaría el fin de Su ministerio. Él y el Padre enviarían al Espíritu Santo para que estuviera con ellos para siempre (v. 16). El Espíritu Santo les enseñaría y recordaría lo que Jesús dijo (v. 26). Como Jesús continúa explicando, el Espíritu les guiaría a toda la verdad (16:13).
Curiosamente, el pronombre personal «vosotros» se usa unas doce veces en Juan 14:15-31 y ni una sola vez está en forma singular. Siempre está en plural. ¿Por qué? Porque Jesús está prometiendo la guía del Espíritu no solo a individuos, sino también a Su Iglesia. El Espíritu guió a los apóstoles y a otros, de acuerdo con la promesa de Jesús aquí, a escribir el contenido que se convirtió en el Nuevo Testamento. El mismo Espíritu habla a través de esas palabras hoy (junto con el Antiguo Testamento, por supuesto), pero Él habla a través del texto bíblico no solo a individuos, sino también a Su Iglesia. El discipulado cristiano nunca tuvo la intención de ser practicado de forma aislada, sino en sumisión, primero a Cristo y a Su Palabra inspirada por el Espíritu, y en segundo lugar, a través de aquellos con quienes el Señor ha dotado a su Iglesia para que sirvan con los dones de enseñanza y predicación (ver Ef 4:11-12; Heb 13:7).
ANTECEDENTE HISTÓRICO
No solo hay un antecedente bíblico para hacer teología en comunidad, sino que la práctica está bien demostrada a lo largo de la historia de la Iglesia. En su enorme obra de varios volúmenes sobre la historia de las Escrituras y la predicación en la Iglesia, Hughes Oliphant Old ofrece un panorama de la situación histórica a partir de la cual Jesús y los apóstoles aprendieron a hacer teología. Él escribe: «El judaísmo del que procedían Jesús y los apóstoles ejercía el ministerio de la Palabra no solo en la lectura y predicación de la Palabra en la sinagoga, sino también en las sesiones regulares de estudio de las escuelas rabínicas». En otras palabras, la teología se hacía en comunidad en el Israel de la antigüedad. Además, nuestro Señor y Sus apóstoles también habrían sido bien instruidos en las tradiciones orales del Midrash y la Mishná, que eran una parte estándar de la educación hebrea, destacando nuevamente el enfoque comunitario de interpretación.
Este tipo de estudio no estaba reservado solamente para los eruditos entre los judíos. Old observa: «El estudio de las Escrituras y la tradición no era una tarea reservada al sacerdocio ni a los rabinos, ni a ningún tipo de oficio profesional. Era tanto el deber sagrado como el deleite celestial de cada judío devoto». Observa aquí el equilibrio que ya hemos percibido en las mismas Escrituras, es decir, que el estudio de las Escrituras era un ejercicio tanto corporativo como individual.
Tampoco era esto simplemente un fenómeno judío antiguo. Un amigo acaba de regresar de su primer viaje a Israel. Mientras estuvo allí, tuvo el placer de disfrutar de una comida en la Ciudad Vieja con un grupo de rabinos en la víspera del día de reposo judío. Mi amigo luego contó lo que sucedió. Primero, el rabino que presidía recitaba una porción del Antiguo Testamento en hebreo. Luego, los otros rabinos lo discutían durante unos veinte minutos. El ejercicio empezó alrededor de las 8:30 p. m. Cansado por el viaje, mi amigo finalmente se retiró a las 11:00 p. m. cuando los rabinos todavía estaban en lo mejor. Al día siguiente, él vio al rabino principal, quien le informó de inmediato que, como era habitual, finalizaron alrededor de las 2:00 a. m.
Los escritos de los reformadores dan amplia evidencia de seguir con esta forma tan judía de hacer teología. Desde los primeros reformadores hasta los puritanos, ellos estaban en conversación con todos, desde los primeros comentaristas judíos hasta los padres de la Iglesia y los escritores contemporáneos. Nunca hicieron teología de forma aislada, sino que aprendieron de los escritos del pasado sin permitir que estos oscurecieran la autoridad absoluta de las Escrituras.
El historiador Richard Muller resume el enfoque de los reformadores: «Ellos […] dieron por sentado la importancia de la voz de la Iglesia particularmente en la conversación interpretativa […] A los exégetas se les aconsejaba, en los manuales de interpretación, a consultar los comentarios de la tradición más antigua, no como autoridades en el sentido del romanismo, sino como fuentes sólidas de consejos y precedentes». En este aspecto, la Iglesia evangélica moderna haría bien en imitar el método de la Iglesia reformada temprana que le dio a luz.
IMPLICACIONES PRÁCTICAS
Quizás las principales preguntas que surgen en este punto son, si el Espíritu Santo guía al pueblo de Dios, ¿por qué ha habido tanto error en la historia de la Iglesia y por qué tantas verdades importantes han estado enterradas durante tanto tiempo? Esa es una pregunta válida y difícil. Permíteme intentar dar una respuesta a lo largo de dos líneas de razonamiento.
Primero, nuestro Señor pone de manifiesto que las falsas enseñanzas siempre contaminarán a la Iglesia hasta Su regreso (Mt 24:11). El apóstol Pablo predice lo mismo (Hch 20:29; 2 Tim 4:3-4), mientras que el apóstol Juan dedicó dos de sus tres cartas a enfocarse en el problema de los falsos maestros. Por lo tanto, no debería sorprendernos que encontremos profetas, religiones y enseñanzas falsos que subvierten y amenazan el evangelio. Eso era algo común en la Iglesia primitiva.
La doctrina de la justificación por la fe sola ilustra este problema. Emprendedores apologetas católicos romanos se quejan de que la doctrina protestante es una novedad en la historia de la Iglesia. «¿Dónde estaba antes de la Reforma?», se preguntan. Si bien una respuesta completa está más allá del alcance de este artículo, y la pregunta da por sentado incorrectamente una ausencia total de la doctrina antes de la Reforma, no deberíamos preocuparnos por esta objeción. Después de todo, Pablo en el primer siglo ya estaba lidiando con una deserción en Galacia a gran escala de la justificación por la fe sola. Además, una lectura completa de la Biblia nos enseñaría a esperar este tipo de error doctrinal. El pecado nos hace pensar que la gracia radical de Dios es demasiado buena para ser verdad. El eclipse en la Iglesia medieval de la justificación por la fe sola no es evidencia de la ausencia del Espíritu sino la confirmación de Sus anteriores advertencias.
En segundo lugar, y como conclusión, simplemente debemos regresar a la soberanía de Dios. ¿Por qué Él ha permitido tantas falsas enseñanzas? Puede que no sepamos las razones particulares, pero conocemos la razón fundamental: Dios es soberano y nosotros no lo somos. Él ha elegido hacer las cosas de esta manera y debemos doblar la rodilla de nuestro frágil entendimiento ante Su sabiduría infinita y majestuosa.
Pero no nos detengamos aquí. Recordemos que aunque no comprendamos los caminos de Dios, podemos confiar en todos ellos. Pues el Rey de la Iglesia, nuestro Señor Jesucristo, ha prometido que mientras Él guíe a Su pueblo a la gloria por Su Espíritu, ellos prevalecerán contra todos los estragos del mundo. Por lo tanto, que todos tomemos en serio las inmortales palabras de John Owen cuando hagamos teología, individual y corporativamente:
Que un hombre emprenda solemnemente la interpretación de cualquier porción de la Escritura sin invocar a Dios, para que sea enseñado e instruido por Su Espíritu, es una gran provocación de él; no he de esperar el descubrimiento de la verdad de alguien que se dedique de esta manera con orgullo a una obra que está tan por encima de su capacidad.