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Esta idea del Cordero de Dios es un hilo conductor que recorre toda la historia de la redención. Se remonta a Génesis 22, cuando Dios llamó a Abraham para que fuera al monte Moriah y ofreciera a su hijo Isaac en sacrificio. Abraham, obedeciendo a Dios, se dispuso a hacerlo, pero en el último momento, después de atar a Isaac al altar y prepararse para clavarle el cuchillo en el corazón, Dios le detuvo, diciendo: «No extiendas tu mano contra el muchacho, ni le hagas nada. Porque ahora sé que temes a Dios, ya que no me has rehusado tu hijo, tu único» (v. 12). Entonces se oyó un ruido detrás de Abraham, y al volverse vio un carnero que estaba atrapado en la espesura por los cuernos. Dios proveyó un cordero como sustituto sacrificial para el hijo de Abraham. Por supuesto, en Génesis 22 nunca se afirma que el carnero que Abraham tomó y ofreció en lugar de Isaac fuera un sacrificio expiatorio. Sin embargo, fue un sacrificio sustitutivo y esa es la idea que está detrás de la expiación de Cristo. Jesús actúa como nuestro sustituto y Dios derrama Su ira a cuenta de nuestro pecado sobre Él en lugar de sobre nosotros. Así, Dios proporciona un Cordero Suyo y acepta la vida de ese sustituto.
Asimismo, el Cordero de Dios es ciertamente prefigurado en la Pascua. Cuando Dios se preparaba para traer Su plaga final sobre los egipcios, la muerte de todo primogénito varón de los egipcios, incluído el príncipe heredero de Faraón, instruyó a Su pueblo Israel a matar corderos sin defecto y a esparcir la sangre en los postes de sus puertas. Dios prometió pasar de largo de todas las casas donde viera la sangre de los corderos en los dinteles (Éx 12:3-13). De la misma manera que la sangre de aquellos corderos libró al pueblo de Israel de la ira de Dios, el Cordero de Dios redimió a Su pueblo del castigo que le correspondía por su pecado.
En vista de estas figuras en Génesis 22, Éxodo 12 y otros pasajes del Antiguo Testamento, es insensato decir que el título «Cordero de Dios» es una invención del apóstol Juan. Las palabras de Juan el Bautista se basaban en su conocimiento del Antiguo Testamento, las Escrituras sagradas de los judíos en el tiempo de Cristo.
A pesar del abundante uso de títulos significativos para Jesús en el primer capítulo de Juan —«Cordero de Dios», «Hijo de Dios», «Mesías», «Hijo del Hombre», etc.— no creo que Juan el Bautista, Andrés, Natanael ni ninguno de los discípulos tuvieran una comprensión exhaustiva del significado de estos títulos. Juan el Bautista, que aquí dijo: «Ahí está el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo», más tarde fue arrojado a la cárcel y envió mensajeros a Jesús, preguntándole: «¿Eres Tú el que ha de venir, o esperamos a otro?» (Lc 7:20). Esta pregunta indica que Juan no había comprendido plenamente la identidad de Jesús, a pesar de su dramático testimonio respecto a la identidad de Jesús. El problema era que él tenía sus propias expectativas. Esperaba que el Cordero de Dios viniera y expulsara a los romanos, lo mismo que todos los demás. Cuando vio que Jesús se limitaba a predicar, se confundió.
Jesús dijo a los mensajeros de Juan: «Vayan y cuenten a Juan lo que han visto y oído: los CIEGOS RECIBEN LA VISTA, los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos son resucitados y a los POBRES SE LES ANUNCIA EL EVANGELIO» (Lc 7:22). Jesús señaló Sus milagros para confirmar Su identidad ante las dudas de Juan. También hizo referencia a la profecía mesiánica de Isaías 61:1-2a, que dice:
El Espíritu del Señor DIOS está sobre mí,
Porque me ha ungido el SEÑOR
Para traer buenas nuevas a los afligidos.
Me ha enviado para vendar a los quebrantados de corazón,
Para proclamar libertad a los cautivos
Y liberación a los prisioneros;
Para proclamar el año favorable del SEÑOR.
Fue como si Jesús dijera: «Juan, si realmente hubieras estudiado tu Biblia, no estarías preguntando si Yo soy el que había de venir. No tienes que buscar a otro. Acertaste a la primera. Yo soy el Cordero de Dios».
Pedro estaba igualmente confundido, incluso cuando hizo su gran confesión en Cesarea de Filipo. En respuesta a la pregunta de Jesús sobre quién creían los discípulos que era Él, Pedro dijo: «Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente» (Mt 16:16). Jesús afirmó que aquella confesión era exacta y declaró a Pedro «bienaventurado» por comprender quién era Él. Pero inmediatamente después, cuando Jesús dijo a Sus discípulos que debía ir a Jerusalén para sufrir y morir, Pedro le reprendió y dijo: «Eso nunca te acontecerá» (v. 22). En un momento Pedro afirmó que Jesús era el Mesías, pero al minuto siguiente reveló que en realidad no entendía todo lo que significaba que Jesús fuera el Mesías.
Nosotros, por supuesto, somos propensos a la misma confusión. Solo cuando miramos el cuadro completo, teniendo en cuenta la cruz, la resurrección, la ascensión y el derramamiento del Espíritu en el día de Pentecostés, empezamos a ver la profundidad y la riqueza de todo lo que Dios estaba comunicando a través del anuncio de Su mensajero, quien dijo: «Ahí está el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo».