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¿Cuántas veces Jesús menciona a la iglesia? He formulado esta pregunta en varios foros (en el Reformed University Fellowship, la escuela dominical, el estudio bíblico del tribunal de drogas, desde el púlpito, etc.) y he recibido respuestas que van desde seis hasta treinta y seis. La sorpresa es la respuesta típica cuando revelo que Jesús menciona la iglesia, la ekklēsia, solo dos veces.
Inicialmente, esto parece confirmar el sesgo de aquellos que dicen admirar a Jesús pero tener poca consideración por la iglesia. La iglesia, dicen, es una invención del hombre. Jesús habló poco de la iglesia. No pretendía fundar una iglesia. Hemos construido una montaña eclesiástica a partir de un pequeño hormiguero exegético, insisten en decir. Seguimos a Jesús, afirman, pero hemos desechado esa piedra de molino en que se ha convertido la iglesia en torno a Su mensaje.
¿Qué debemos decir al respecto? Sencillamente, que las palabras de Jesús sobre la iglesia deben ser sopesadas, no simplemente contadas. Esencialmente, Jesús dice dos cosas:
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- «Edificaré Mi iglesia» (Mt 16:18).
- «Dilo a la iglesia» (Mt 18:17).
Tómalas en orden. ¿Qué es lo que Jesús promete edificar? Su iglesia. ¿Algo más? No. No promete construir ninguna otra institución terrenal. Él no le asigna el pronombre personal «mi» a ninguna otra entidad terrenal. Él resume toda Su misión como la construcción de la iglesia. Esta es Su principal preocupación. ¿Qué ha estado haciendo Jesús, en la encarnación y después de la encarnación? Edificando Su iglesia.
Pasemos a la segunda referencia. ¿Qué quiere Jesús que le digamos a la iglesia? Él habla del problema de un «hermano» pecador que se niega a escuchar la amonestación, que se niega a arrepentirse. Su obstinación debe ser revelada a la iglesia, que debe actuar para desvincularlo: «sea para ti como el gentil y el recaudador de impuestos» (Mt 18:17).
Varias cosas están implícitas en esta segunda referencia a la ekklēsia. Una es que la iglesia que Jesús visualiza tiene normas de creencia y de conducta, una membresía de la que uno puede ser excluido, un proceso de disciplina, una forma de gobierno, reuniones en las que se pueda contar un asunto y funcionarios que faciliten todo esto. En estos dos pasajes Jesús habla de las llaves del reino de los cielos y del poder de atar y desatar (Mt 16:19; 18:18). La iglesia que Jesús visualiza tiene una existencia concreta. Es una organización. Es una institución. Sus miembros están comprometidos entre sí, con el Dios trino y con la propia iglesia como algo mayor que la suma de sus partes.
La iglesia que Jesús construye no es simplemente una reunión ad hoc de creyentes en una cafetería para orar y compartir versículos de la Escritura. Tales reuniones las decide el grupo; la iglesia no es así. Los participantes eligen a las personas con las que se reunirán en esas reuniones, normalmente en función de sus intereses comunes. Sin embargo, la iglesia del Nuevo Testamento no se parece en nada a una organización construida según líneas de afinidad, a menos que hablemos de afinidad por Cristo. Muchos de los problemas de los que se ocupan los apóstoles y las epístolas en el Nuevo Testamento surgen precisamente por la diversidad de edad, clase y etnia de los miembros de la iglesia (ver Hch 6:1-7; 15:1ss; Gá 1-3; Tit 2; Stg 4). Las reuniones informales también carecen de responsabilidad. Uno puede simplemente dejar de participar y salir de la vida de aquellos con los que se ha involucrado.
Dado que las palabras de Jesús implican membresía, normas y disciplina, sugieren la rendición de cuentas y la responsabilidad mutua de las relaciones pactuales. Cuando los líderes evangélicos dicen: «No vayas a la iglesia; sé la iglesia», su lenguaje es engañoso. La reunión de dos o tres en el nombre de Jesús es la misma entidad que excomulga (Mt 18:2, 17). Esa entidad tiene un gobierno. Tiene una forma de disciplina. Tiene una membresía. Tiene normas de creencia y de conducta. Tiene reuniones en las que se constituye como la iglesia. Uno puede ser incluido y excluido de ella con repercusiones eternas (eso está implícito por las llaves). Las reuniones informales de cristianos pueden ser útiles. Los estudios bíblicos interconfesionales pueden ser edificantes. Sin embargo, no son la iglesia. Los lazos íntimos creados a través de los estudios bíblicos en grupo y la oración están destinados a ser forjados principalmente en el contexto de la iglesia local, donde yo puedo depender de ti y tú puedes depender de mí, donde he pactado estar ahí para ti y tú para mí.
No cuentes las palabras de Jesús con respecto a la iglesia. Pésalas, como la plata, como el oro. Hoy sufrimos por falta de una eclesiología. Sin previo aviso y sin explicaciones, las familias suelen abandonar una congregación a la que han estado asociadas durante más de una década. Los miembros que se quedan atrás se quedan desconsolados. Se han sacrificado por esas familias en una crisis tras otra. Han ofrecido oraciones, han hecho visitas, han preparado comidas, han dado fondos y han cuidado a sus niños. Pero se han marchado. ¿Por qué? Porque ellos, como muchos otros, ven la iglesia como una asociación voluntaria, como un gimnasio en lugar de verla como un compromiso, como lo es el matrimonio.
Hay un agujero grave en nuestro discipulado cristiano si no estamos comprometidos plenamente con la construcción de la iglesia tal y como la concibió Jesús: donde yo debo rendir cuentas ante los demás y ellos ante mí, donde yo soy responsable ante los demás y ellos son responsables ante mí; donde yo cuento con ellos y ellos cuentan conmigo.