Ser bendecido
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Nota del editor: Este es el cuarto capítulo en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: Por qué somos reformados
Las celebraciones de la Reforma por sus más de 500 años nos llevarán una y otra vez al tema de la justificación solo por la fe, uno de los redescubrimientos más importantes de la Reforma. Este tema es tan importante que, en cierto sentido, no podemos estudiarlo lo suficiente. Por otro lado, una parte de mí se pregunta por qué parece que nos cuesta tanto entender y sostener una doctrina tan vital. ¿Es la doctrina tan complicada que no podemos recordarla? ¿Es la enseñanza de la Biblia tan oscura que no podemos penetrar en ella?
De hecho, la Biblia es clarísima y la doctrina es relativamente sencilla. Entonces, ¿por qué tantos en la Iglesia no la vieron antes —y después— de la Reforma? ¿Por qué algunos biblistas protestantes sugieren que la Biblia no es clara o que Martín Lutero y Juan Calvino se equivocaron sobre lo que Pablo enseña? ¿Por qué algunos teólogos protestantes comprometen y/o confunden la doctrina? ¿Por qué algunos líderes eclesiásticos protestantes no ven que no hay diferencias importantes entre sus puntos de vista sobre la justificación y los de la Iglesia católica romana? Por supuesto, se han escrito libros para responder a estas preguntas, pero en cierta forma la respuesta es fácil: no abrazar la doctrina de la Reforma sobre la justificación por la fe es un problema espiritual, un fallo espiritual muy grave. Es un fallo en la comprensión plena de las enseñanzas bíblicas sobre Dios, Cristo, el pecado, la gracia, la fe y la paz con Dios. El problema espiritual de quienes rechazan la doctrina bíblica de la justificación recuperada por la Reforma es que no pueden dar toda la gloria a Dios. Deben contribuir, aunque sea poco, a su propia justificación. No se contentan solo con Cristo y solo con Su gracia.
Martín Lutero llegó a comprender la justificación solo después de una crisis espiritual en su vida. Juan Calvino llegó a comprenderla tras su conversión. Para ambos, el estudio de la Biblia les mostró el carácter de la obra de Cristo y el rol de la fe para recibir Su misericordia y la paz de conciencia que puede disfrutar el cristiano.
Para los luteranos, la doctrina tiene una expresión elocuente en el artículo IV de la Confesión de Augsburgo (1530):
También se nos enseña que no podemos obtener el perdón y la justicia delante de Dios por nuestros méritos, obras o cumplimientos, sino que recibimos el perdón del pecado y llegamos a ser justos delante de Dios por gracia, por causa de Cristo mediante la fe, cuando creemos que Cristo sufrió por nosotros y que por Él se nos perdona el pecado y se nos conceden la justicia y la vida eterna. Pues Dios ha de considerar e imputar esta fe como justicia, como Pablo dice en Romanos 3:21-26 y 4:5.
Juan Calvino, siendo un joven de veinticinco años, escribió clara y apasionadamente sobre esta doctrina en el primer capítulo de su obra La institución de la religión cristiana, de 1536:
La justicia de Cristo, que es la única que puede soportar la mirada de Dios, porque solo ella es perfecta, debe comparecer ante el tribunal a nuestro favor, y ser nuestra garantía en el juicio. Recibida de Dios, esta justicia nos es traída e imputada, como si fuera nuestra (1.32).
Calvino amplió su Institución en gran manera en 1541 y dedicó un capítulo entero a la justificación. Allí escribió que la justificación
es el artículo principal de la religión cristiana, para que cada uno se esfuerce y cuide más de conocerla. Porque si no sabemos cuál es la voluntad de Dios para con nosotros, no tenemos fundamento alguno sobre el cual establecer nuestra salvación ni edificarnos en la piedad y el temor de Dios (1.6).
Vemos aquí cómo Calvino destacó tanto el lado objetivo como el subjetivo de la justificación. Objetivamente, somos hechos justos ante Dios por la obra de Cristo, que el pecador recibe por la fe sola. Subjetivamente, cuando entendemos la justificación, experimentamos la paz con Dios y una confianza creciente en vivir para Dios. Sin duda, esta doctrina es absolutamente central para la fe y la vida cristiana.
Los reformadores encontraron esta doctrina de la justificación en muchos lugares de la Biblia, pero reconocieron que Pablo la presentó con especial claridad en su carta a los romanos. Aunque Romanos contiene temas profundos y en ocasiones difíciles, la línea principal del mensaje de Pablo es clara y directa. Podemos ver su sencillez destacando los elementos principales de su enseñanza:
NO HAY JUSTO, NI AUN UNO (3:10).
Todos pecaron y no alcanzan la gloria de Dios (3:23).
Por las obras de la ley ningún ser humano será justificado delante de Él (3:20).
Aparte de la ley, la justicia de Dios ha sido manifestada… la justicia de Dios por medio de la fe en Jesucristo, para todos los que creen (3:21-22).
[Somos] justificados gratuitamente por su gracia por medio de la redención que es en Cristo Jesús, a quien Dios exhibió públicamente como propiciación por su sangre a través de la fe (3:24-25).
¿Dónde está, pues, la jactancia? Queda excluida (3:27).
Ahora bien, al que trabaja, el salario no se le cuenta como favor, sino como deuda; pero al que no trabaja, pero cree en aquel que justifica al impío, su fe se le cuenta por justicia (4:4-5).
Por eso es por fe, para que esté de acuerdo con la gracia, a fin de que la promesa sea firme para toda la posteridad [la de Abraham] (4:16).
Respecto a la promesa de Dios, Abraham no titubeó con incredulidad, sino que se fortaleció en fe, dando gloria a Dios, y estando plenamente convencido de que lo que Dios había prometido, poderoso era también para cumplirlo (4:20-21).
Por tanto, habiendo sido justificados por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo, por medio de quien también hemos obtenido entrada por la fe a esta gracia en la cual estamos firmes, y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios (5:1-2).
Pero Dios demuestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros (5:8).
Porque si por la transgresión de uno murieron los muchos, mucho más, la gracia de Dios y el don por la gracia de un hombre, Jesucristo, abundaron para los muchos (5:15).
La doctrina paulina de la justificación muestra claramente (1) que todos los seres humanos son pecadores, incapaces de salvarse a sí mismos; (2) que solo la obra perfecta de Jesús salva a los pecadores; (3) que solo la fe —no las obras— recibe el efecto salvador de la obra de Jesús; (4) que Dios en Cristo recibe toda la gloria por la justificación; (5) que esta justificación trae la paz al corazón y a la mente del creyente.
En medio de nuestras celebraciones de la Reforma, no perdamos el punto crucial y sencillo: «Dios estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo mismo… Al que no conoció pecado, lo hizo pecado por nosotros, para que fuéramos hechos justicia de Dios en Él» (2 Co 5:19-21). Este mensaje es el evangelio que todo el mundo necesita. También es el mensaje que necesita cada iglesia y cada corazón cristiano. Celebrémoslo y enseñémoslo con claridad y fidelidad este año y todos los años.