
Autoridad bíblica
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Nota del editor: Este es el segundo capítulo en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: Las bienaventuranzas
«Dios bendiga tu corazón». «Que tengas un día bendecido». «Dios bendiga esta casa». «Digamos una bendición». Las palabras bendiga, bendecido y bendición se utilizan bastante en conversaciones cotidianas. Así que cuando leemos Mateo 5:3-12, el impacto del concepto de una bienaventuranza o bendición puede perderse en la traducción. ¿Qué tipo de bendiciones vemos en las bienaventuranzas? ¿Se tratan de principios por los cuales debemos luchar? ¿Son realidades espirituales que ya son verdaderas? ¿Son ideales inalcanzables? Estas preguntas están estrechamente relacionadas con la manera en que uno interprete el Sermón del monte (Mt 5 – 7) en su totalidad.
En cuanto a la pregunta anterior —¿cómo debemos leer el Sermón del monte?— la respuesta es que el Sermón del monte no presenta un ideal inalcanzable que solo subraya nuestra incapacidad inherente para cumplir con las demandas del sermón. En cambio, el Sermón del monte presenta un modelo ético para los discípulos que componen la comunidad mesiánica. El sermón proporciona los grandes principios que deben guiar a los cristianos en la práctica de la justicia, incluso mientras seguimos a Aquel que cumple con toda justicia (3:15).
Las bienaventuranzas se encuentran al principio del Sermón del monte dentro de este marco. Como señaló el teólogo bíblico Geerhardus Vos hace más de un siglo: «Al comienzo [del Sermón del monte] se encuentran las bienaventuranzas, grabadas en letras doradas en su portal, recordándonos que Jesús no nos recibe en una escuela de ética, sino en un reino de redención». De modo que para entender las bendiciones de las bienaventuranzas debemos leer el sermón de Jesús en el contexto de todo el canon de las Escrituras y del alcance completo de la historia de la redención, pues las bendiciones de las bienaventuranzas son preeminentemente bendiciones pactuales.
Para comprender el trasfondo bíblico de las bienaventuranzas, primero nos dirigimos al Salmo 1:1-3:
Cuán bienaventurado es el hombre que no anda en el consejo de los impíos, ni se detiene en el camino de los pecadores, ni se sienta en la silla de los escarnecedores, sino que en la ley del SEÑOR está su deleite, y en su ley medita de día y de noche! Será como árbol firmemente plantado junto a corrientes de agua, que da su fruto a su tiempo, y su hoja no se marchita; en todo lo que hace, prospera.
Aquí el bienaventurado, el que florecerá y prosperará en su vida, es el que medita en la ley de Dios. Además, el término traducido como «bienaventurado» en el Salmo 1:1 en el Antiguo Testamento griego es el mismo término que se usa en el Nuevo Testamento griego para los bienaventurados de las bienaventuranzas (makarios). Tanto el Salmo 1 como las bienaventuranzas hablan de la importancia de la ley de Dios para la vida. Por tanto, hay un énfasis ético en estos dos textos: conocer y hacer la ley de Dios es ser bendecido.
Obtenemos una imagen más completa de lo que significa ser bendecido o bienaventurado al observar también las bendiciones de Deuteronomio. Para los lectores del Pentateuco (Génesis-Deuteronomio), el lenguaje de las bendiciones y las maldiciones suena familiar. De manera particular, vemos que al final de Deuteronomio los israelitas tienen dos caminos ante ellos: el camino de la bendición y el camino de la maldición (Dt 26 – 28; ver también 11:26-28). Las advertencias contra la desobediencia al pacto son claras, al igual que las recompensas por la obediencia al mismo. Es importante reconocer que Deuteronomio se dirige originalmente al pueblo del pacto de Dios que ha sido redimido de Egipto (Dt 1 – 4; ver Ex 19:5-6) y que fue instruido en la obediencia al pacto (Dt 5 – 26; ver Ex 20 – 23). Es en este contexto que leemos al final de Deuteronomio un versículo que es particularmente relevante para las bienaventuranzas: «Dichoso tú, Israel. ¿Quién como tú, pueblo salvado por el SEÑOR? Él es escudo de tu ayuda, y espada de tu gloria. Tus enemigos simularán someterse ante ti, y tú hollarás sus lugares altos» (Dt 33:29). Estas palabras, que son las últimas palabras registradas de Moisés, hablan de la dicha o bienaventuranza (makarios) de Israel, el pueblo que Dios rescató de manera única. Así que vemos cómo incluso en el Antiguo Testamento la obra salvífica de Dios proporciona el contexto adecuado para comprender lo que significa ser bendecido pactualmente, y muestra que ser bendecido con la salvación también implica la responsabilidad de vivir de acuerdo con la ley de Dios.
Alineadas con este énfasis del Antiguo Testamento en la prioridad de la acción de Dios en la redención desde antes de la promulgación de la ley, las bienaventuranzas se encuentran en el contexto del Evangelio de Mateo, donde vemos que Jesús salva a Su pueblo de sus pecados (Mt 1:21). Aunque la tierra prometida estuvo llena de tinieblas, la venida de Cristo trajo la gran luz de la salvación para aquellos que moran en la sombra de la muerte (4:14-16). Por tanto, las bienaventuranzas deben leerse en su contexto más amplio. Antes de llegar al Sermón del monte, Jesús ya ha sido bautizado, ha vencido al diablo frente a la tentación, ha cumplido las Escrituras de diversas formas y ha anunciado la inauguración del Reino de los cielos. Es solo después de leer estos aspectos de la obra de Cristo que se nos presenta la ética del reino en el Sermón del monte. E incluso aquí, al inicio del sermón, se habla de las bendiciones de los redimidos (5:3-12). Esto no significa, por supuesto, que no debamos luchar por la visión que se proyecta en las bienaventuranzas; pero sí significa que la redención precede a vivir según las bienaventuranzas. Por lo tanto, es a la luz del don de la redención que debemos tener hambre y sed de justicia, ser de corazones limpios, ser humildes y así sucesivamente. Las bienaventuranzas son a la vez las bendiciones de los redimidos y el llamado a cómo deberían ser las vidas de los redimidos. Y estas bendiciones no son abstractas, porque Jesús mismo nos muestra cómo se ven las bienaventuranzas en la práctica. Por ejemplo, Jesús bendice a los humildes (5:5), y Él mismo es manso y humilde de corazón (11:29; 21:5). Asimismo, Jesús bendice al misericordioso (5:7), y Él mismo muestra misericordia (9:27; 15:22; 17:15; 20:30-31; ver Os 6:6). De modo que las bendiciones de los redimidos también son formas en las que los redimidos reflejan el carácter de su Salvador.
Dicho de otra manera, en el Sermón del monte, y más particularmente en las bienaventuranzas, vemos la dinámica indicativo-imperativo que es tan importante en la Escritura. El indicativo se refiere a la gran obra de salvación de Dios para salvar a Su pueblo, y el imperativo se refiere al llamado a la obediencia a la luz de la obra salvífica de Dios. Esto se puede ver resumidamente en el Antiguo Testamento, donde el éxodo de Egipto fue seguido por la entrega de los Diez Mandamientos. Este patrón también se ve en el Sermón del monte, en la forma en que la venida del Reino de Cristo precede a la entrega de Su ley (ver Mt 4:17), y aún más específicamente en la forma en que las bienaventuranzas introducen todo el Sermón del monte.
Por todo esto, el Sermón del monte se comprende mejor cuando tomamos en consideración los muchos paralelismos entre Moisés y Jesús. En Éxodo y Deuteronomio, leemos cómo Moisés subió a la montaña para recibir la ley de Dios para el pueblo de Dios y cómo intercedió por ellos. De la misma manera, Jesús proclama el Sermón del monte desde lo alto de una montaña (Mt 5:1) y también da una ley, aunque habla con Su propia autoridad (vv. 21-48; 7:28-29). Y aunque Moisés fue un mediador del pacto y un individuo singularmente importante en la historia de Israel (Ex 24:6-8; 32:32), fue un hombre pecador que no pudo ver el rostro de Dios (33:23) ni hacer la expiación final por el pueblo. En contraste, Jesús conoce íntimamente a Dios el Padre (Mt 11:25-27) y se ofrece a Sí mismo como el sacrificio final y perfecto del pacto por Su pueblo (26:28). Moisés sube a una montaña en oración y refleja la gloria de Dios (Ex 34:29-30); cuando Jesús ora en una montaña, brilla con Su propia gloria mientras Moisés lo mira con aprobación (Mt 17:1-5; Lc 9:28-36). El Señor alimentó al pueblo con maná en el desierto por medio de Moisés (Ex 16; ver Jn 6:32); Jesús alimenta a Su pueblo con Su propio cuerpo (Mt 26:26; ver 14:13-21; 15:32-39; Jn 6:1-14, 32-59). Jesús es como Moisés, pero es mucho más grande que Moisés. En pocas palabras, el mismo Moisés se encuentra entre los que reciben las bendiciones de los redimidos (Dt 33:29), mientras que Jesús redime de manera única a Su pueblo de sus pecados.
Las bienaventuranzas no nos enseñan lo que debemos hacer para ganar el Reino. Las bienaventuranzas hablan de las bendiciones de los redimidos; se refieren en primer lugar a lo que ya somos en Cristo. Sin duda, también hablan de esas características espirituales en las que debemos esforzarnos, por la gracia de Dios, para crecer cada vez más. Así que debido a que en Cristo ya somos humildes, de limpio corazón, pobres en espíritu y todo lo demás, somos llamados a ser esas cosas. Aquí no hay ninguna contradicción, pues la dinámica indicativo-imperativo se usa comúnmente en las Escrituras para referirse a las bendiciones pactuales para los redimidos que viven según la ley de Dios. El indicativo (lo que somos), fundamenta el imperativo (lo que Dios nos llama a ser). Esto no es nuevo con Jesús, sino que ya se había establecido desde los días de Moisés.