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Nota del editor: Este es el segundo capítulo en la serie especial de artículos de Tabletalk Magazine: La historia de la Iglesia | Siglo VI
La primera parte del siglo V fue testigo de una seria controversia en la Iglesia conocida como la controversia pelagiana. Este debate se dio principalmente entre el monje británico Pelagio y el gran teólogo del primer milenio, Agustín de Hipona. En la controversia, Pelagio se opuso enérgicamente al entendimiento de Agustín sobre la caída, la gracia y la predestinación. Pelagio sostenía que la caída afectó solo a Adán y que no había imputación de culpa o del «pecado original» a la progenie de Adán. Pelagio insistía en que las personas nacidas después de la caída de Adán y Eva conservaron la capacidad de vivir vidas de justicia perfecta sin la ayuda de la gracia de Dios. Él argumentaba que la gracia «facilita» la justicia pero que no era necesaria para ella. Categóricamente rechazó el entendimiento de Agustín de que la caída fue tan severa que dejó a los descendientes de Adán en tal estado de corrupción moral que fueron moralmente incapaces de buscar a Dios. Las doctrinas de Pelagio fueron condenadas por la Iglesia en el 418 en un sínodo en Cártago.
Aunque el pelagianismo fue rechazado por la Iglesia, pronto surgieron esfuerzos para suavizar las doctrinas de Agustín. En el siglo V el máximo exponente de tal suavización fue un abad de un monasterio en la Galia, llamado Juan Casiano. Casiano y sus compañeros monjes estuvieron completamente de acuerdo con la condenación de Pelagio por parte del sínodo en el 418, pero a la vez objetaron la fuerte postura de la predestinación expuesta por Agustín. Casiano creyó que Agustín había ido demasiado lejos en su reacción contra la herejía de Pelagio y que había abandonado las enseñanzas de algunos de los padres de la Iglesia, especialmente de Tertuliano, Ambrosio y Jerónimo. Casiano dijo que la enseñanza de Agustín sobre la predestinación «debilita la fuerza de la predicación, de la reprensión y de la energía moral… sumerge a los hombres en la desesperación e introduce una cierta necesidad fatídica». Esta reacción contra el fatalismo implícito de la predestinación llevó a Casiano a articular una posición que desde entonces ha llegado a conocerse popularmente como el «semipelagianismo». El semipelagianismo, como indica su nombre, sugiere un punto intermedio entre Pelagio y Agustín. Aunque la gracia facilita una vida de rectitud, Pelagio pensaba que esta no era necesaria. Casiano argumenta que la gracia no solo facilita una vida de rectitud, sino que es una necesidad esencial para que uno logre alcanzar la rectitud. Sin embargo, la gracia que Dios pone a disposición de las personas puede y es a menudo rechazada por ellas. La caída del hombre es real y seria, pero no tan seria como Agustín suponía, porque cierto nivel de habilidad moral permanece en la criatura caída al punto de que la persona caída tiene el poder moral de cooperar con la gracia de Dios o de rechazarla. Agustín argumentó que esa misma cooperación con la gracia era el efecto de la capacitación de Dios al pecador para dicha cooperación. De nuevo, Agustín insistió en que a todos los que estaban contados entre los elegidos se les dio el don de la gracia regeneradora que les infundió la fe. Para Casiano, aunque la gracia de Dios es necesaria para la salvación y ayuda a la voluntad humana a hacer el bien, en última instancia es el hombre, no Dios, quien debe querer lo bueno. Dios no le da al creyente el poder del querer porque ese poder para querer ya está presente a pesar de la condición caída del creyente. Además, Casiano enseñó que Dios desea salvar a todas las personas y que la obra de la expiación de Cristo es eficaz para todo el mundo.


Casiano entendió que la predestinación era un concepto bíblico, pero priorizó la presciencia divina sobre la elección de Dios. Eso significa que enseñaba que aunque la predestinación es un acto de Dios, la decisión de Dios de predestinar está basada en Su previo conocimiento de cómo las criaturas humanas responderán a la oferta de la gracia. Para Casiano, no hay un número definido de personas que son elegidas o rechazadas desde la eternidad, ya que Dios desea que todos los hombres sean salvos, y sin embargo no todos los hombres son salvos. El hombre mantiene su responsabilidad moral y con esa responsabilidad el poder de elegir cooperar o no con la gracia. Al final, lo que Casiano estaba negando en la enseñanza de Agustín era la idea de la gracia irresistible. Para Agustín, la gracia de la regeneración es siempre eficaz y no será rechazada por el elegido. Es una obra monergista de Dios que logra lo que Dios quiere que logre. La gracia divina cambia el corazón humano, resucitando al pecador de la muerte espiritual a la vida espiritual. En este acto divino, Dios lleva al pecador a creer en Cristo y a elegirlo. El estado previo de incapacidad moral es vencido por el poder de la gracia regeneradora. La palabra clave en la posición de Agustín es que la gracia regeneradora es monergista. Es la obra exclusiva de Dios.
Pelagio rechaza la doctrina de la gracia monergista y la reemplaza con una perspectiva sinergista, que involucra una obra de cooperación entre Dios y el hombre.
La posición de Casiano fue condenada en el Concilio de Orange en el 529, que más adelante estableció la posición de Agustín como una expresión de la ortodoxia cristiana y bíblica. Sin embargo, con la conclusión del Concilio de Orange en el siglo VI (529), las doctrinas del semipelagianismo no desaparecieron sino que estuvieron en pleno funcionamiento a lo largo de la Edad Media y fueron concretadas en el Concilio de Trento en el siglo XVI. Estas doctrinas siguen siendo la postura mayoritaria de la Iglesia católica romana, aun en el siglo XXI.
La opinión mayoritaria en cuanto a la predestinación, incluso en el mundo evangélico, es que la predestinación no está basada en el decreto eterno de Dios de traer a la gente a la fe, sino que está basada en Su conocimiento previo de cuáles personas ejercerán su voluntad para venir a la fe. En el centro de la controversia de los siglos V y VI, el siglo XVI y aún hoy, permanece la pregunta respecto al grado de corrupción que sobrevino sobre los seres humanos caídos en el pecado original; y la controversia continúa. La diferencia entre la controversia pelagiana y la problemática del semipelagianismo es que el pelagianismo fue visto por la Iglesia en ese entonces y ahora como un enfoque subcristiano, y de hecho anticristiano, de la humanidad caída. La controversia semipelagiana, aunque seria, no se considera una disputa entre creyentes e incrédulos, sino un debate intramuros entre creyentes.