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Nota del editor: Este es el décimo capítulo en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: Las bienaventuranzas
Las bienaventuranzas comienzan con actitudes hacia Dios —pobreza espiritual, llanto, humildad y hambre— y luego tienen que ver con nuestras actitudes hacia los demás —misericordia, pureza y pacificación—, concluyendo en Mateo 5:10 con la realidad inevitable de la persecución y los insultos (ver también Mt 10:22; Jn 15:20). Pero esta inevitabilidad desagradable lleva consigo una promesa de participación en la vida divina, pues de eso se trata la verdadera bienaventuranza: de la comunión con el Dios «bendito» (1 Tim 1:11; 6:15; Tit 2:13).
El sufrimiento que aquí se describe no tiene que ver con los espinos y los cardos de la caída en general (Rom 8:18-25); tampoco es persecución debido a la hipocresía, la actitud crítica o la necedad. Definitivamente no se trata del delirio de persecución que tiene más que ver con la política de identidad que con el costo del discipulado. No nos atrevemos a trivializar la persecución de esa manera cuando hay hermanos que están siendo encarcelados por regímenes opresores y muriendo a manos de extremistas. Este sufrimiento que trae bendición es por causa de la justicia, una persecución por hacer la voluntad de nuestro Amo. Para recibir la promesa de esta bienaventuranza, la persecución debe ser por hacer Su santa voluntad (1 Pe 3:8-17). Solo así será nuestro el «reino de los cielos». La frase de Mateo, sinónimo del «reino de Dios», es su manera de recordarnos que el gobierno justo de Dios (en los cielos) no es el camino del hombre (Is 55:9). Aquellos que son perseguidos por causa de la justicia están obedeciendo a Dios en medio de un mundo que no los respeta e incluso los rechazará. La persecución puede ser violenta y extrema, pero hay formas más sutiles como la burla, el desprecio, la marginación y la exclusión.
Esta bienaventuranza de Cristo nos ayuda de varias maneras. En primer lugar, es nuestra. Cuando somos perseguidos por causa de la justicia y nos preguntamos si vale la pena, podemos permanecer firmes en que el Reino de los cielos es nuestro. En segundo lugar, es una fuente de gozo porque en ella nos identificamos con nuestro Señor (Mt 10:25; Hch 5:41). En tercer lugar, es una señal que nos guía por el camino de Jesús. El camino de la cruz no es una electiva en la escuela de Cristo (Mt 10:24-25). No hay otro camino a la vida excepto el camino cruciforme. Cuarto, nos invita a evaluarnos cuando no estamos experimentando persecución. Todos los que vivan una vida piadosa serán perseguidos (2 Ti 2:12). Debemos dudar de nosotros mismos cuando el mundo solo tiene cosas buenas que decir sobre nosotros (Lc 6:26). La ausencia de persecución podría deberse a que encajamos demasiado bien en el mundo. Como dijo Dietrich Bonhoeffer, podría significar que hemos cambiado el discipulado por la ciudadanía.
Finalmente, la persecución da testimonio de nuestra unión con Cristo. En Filipenses 3:8-11, Pablo relata cómo el perseguidor se convirtió en perseguido, y aunque perdió todo lo que una vez tuvo en gran estima, ganó a Cristo y la justicia que viene por la fe (v. 9). El propósito u objetivo de contar todo lo demás como pérdida es conocer a Cristo y el poder de la resurrección de Cristo junto con la participación en los sufrimientos de Cristo, porque si queremos ser partícipes de Su vida es necesario llegar a ser como Él en Su muerte. La unión con Cristo significa participar en todas las cosas que son de Cristo, incluyendo el rechazo, la injuria y la persecución que Él sufrió. Si sufrimos con Él, el Reino de los cielos es verdaderamente nuestro. Y con este conocimiento, podremos perseverar con gozo en las pruebas y responder a nuestros perseguidores con una bendición (Stg 5:1; 1 Pe 3:9).