Depravación total
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Nota del editor: Este es el cuarto capítulo en la serie de artículos de la revista Tabletalk: Las doctrinas de la gracia
Desde los pasillos de las escuelas hasta los corredores del poder político, nuestro mundo está lleno de quienes se creen personas «influyentes». En los últimos años, la categoría de «influencer en las redes sociales» ha surgido de la nada. Nuestro mundo valora a quienes pueden influir en los demás social o económicamente. Pero ¿y en el plano religioso?
Durante la Edad Media, se desarrolló en la Iglesia occidental un elaborado sistema en el que los santos del cielo, que estaban ostensiblemente más cerca de Dios que los pecadores de la tierra, eran invocados en oración debido a sus posiciones de influencia en relación con Dios. De cierta manera, se creía que los santos medievales eran personas influyentes. Afortunadamente, los teólogos de la Reforma abordaron este error mediante la enseñanza de Cristo solo. Solo Cristo media en nuestra salvación, una salvación fundada en la sola gracia de Dios y recibida por la fe sola. La salvación no es el resultado de la influencia de un santo sobre un Dios rencoroso. Más bien, la salvación llega al pecador porque desde toda la eternidad Dios eligió a un pueblo para que fuera Suyo.
Sin lugar a dudas, elección es una palabra bíblica (p. ej., Mt 24:22-31; Ro 8:33; 9-11; 2 Ti 2:10; Tit 1:1; 1 P 1:1; 2 P 1:10). Por eso los cristianos de todas las tendencias creen en la elección. Pero eso no significa que todos crean en la misma teología de la elección. Una teología de la elección es la forma en que uno describe la doctrina y la conecta con otras doctrinas, especialmente las doctrinas de Dios, del hombre y de la salvación. La teología reformada enseña la elección incondicional, que es la U del famoso acrónimo en inglés TULIP, que resume «los cinco puntos del calvinismo» o «las doctrinas de la gracia».
Un principio teológico fundamental de la teología reformada es la soberanía de Dios, a veces llamada «teología del gran Dios». La elección es un subconjunto de la enseñanza sobre la soberanía de Dios. Si Dios causa o permite soberanamente todas las cosas que suceden en el mundo, esto incluye la salvación de Su pueblo. De hecho, aunque la Escritura enseña la soberanía de Dios sobre todas las cosas, sus autores están especialmente interesados en comunicar Su soberanía en la salvación de Su pueblo. Una de las formas en que la Escritura hace esto es destacando la «elección» de Dios de un pueblo para salvación. Si Dios es lo bastante grande como para crear todas las cosas que existen, si Dios es lo suficientemente grande como para cuidar providencialmente de todas las cosas que existen, Él es lo suficientemente grande como para redimir a Su pueblo, un pueblo al que ha amado desde la eternidad.
La doctrina de la elección depende de la doctrina de Dios. En Dios son eternos Sus atributos inmutables y Su consejo divino que contiene Sus decretos soberanos. Más general que elección, predestinación es un término que se refiere al decreto de Dios por el que ordena soberanamente todas las cosas (Is 46:8-10). La elección es más específica. Según Herman Bavinck, la elección es el «propósito lleno de gracia de Dios, según el cual ordenó a aquellos a quienes antes conoció en amor para que fueran conformados a la imagen de Cristo» (ver Ro 8:29). La doctrina de la elección se centra en el decreto de Dios de elegir o escoger salvar a un pueblo para Sí en Cristo.
Además de una determinada comprensión de Dios, la doctrina de la elección depende de una comprensión previa de la humanidad. La T del TULIP es por depravación total (total depravity en inglés). Desde la caída en el huerto del Edén, la humanidad está perdida por naturaleza y separada de la presencia amorosa de Dios. Debido a la depravación, la humanidad no posee recursos dentro de sí misma para su salvación personal. Además, dado que la depravación afecta todos los aspectos de lo que significa ser humano y que estamos muertos en nuestros «delitos y pecados» (Ef 2:1), no queda en los seres humanos capacidad alguna de elegir o creer en Dios aparte de Su obra regeneradora previa en ellos.
Estas verdades empiezan a señalar algunas diferencias fundamentales con otras teologías de la elección. Por ejemplo, en los siglos XVI y XVII, Jacobo Arminio argumentó que la comprensión reformada de la elección ponía en tela de juicio la bondad de Dios y la responsabilidad humana. Como consecuencia, los arminianos enseñan que la elección de Dios se basa en la presciencia de Dios sobre las elecciones libres de los seres humanos. Dicho de otro modo, la elección de Dios está condicionada a que Él vea de antemano que ciertas personas lo elegirán a Él, mientras que otras no lo harán. Aunque esta interpretación está arraigada en determinadas concepciones de Dios y del hombre, la pregunta más importante es si concuerda con el testimonio bíblico.
La elección en el Antiguo Testamento se centra de manera particular en los israelitas. Eso no quiere decir que en el Antiguo Testamento no hubo gentiles que, mediante la elección, llegaran a formar parte del pueblo del pacto de Dios, como Rut y Naamán. Pero, en general, las Escrituras hebreas enfatizan la elección de Dios por gracia de Israel como nación y como pueblo. Vemos esto de manera particular en el libro de Deuteronomio, donde se dirige directamente a los israelitas:
Porque tú eres pueblo santo para el SEÑOR tu Dios; el SEÑOR tu Dios te ha escogido para ser pueblo Suyo de entre todos los pueblos que están sobre la superficie de la tierra (Dt 7:6).
Y luego dice por qué Dios los escogió:
El SEÑOR no puso Su amor en ustedes ni los escogió por ser ustedes más numerosos que otro pueblo, pues eran el más pequeño de todos los pueblos; mas porque el SEÑOR los amó y guardó el juramento que hizo a sus padres, el SEÑOR los sacó con mano fuerte y los redimió de casa de servidumbre, de la mano de Faraón, rey de Egipto. (Dt 7:7-8; ver también Dt 14:2; Sal 105:43; 135:4)
Dios no eligió a Israel por algo que hubiera previsto en él. Tampoco Su elección estaba condicionada a una fidelidad prevista. Como deja claro tristemente el registro del Antiguo Testamento, no había nada en ellos que los hiciera dignos de Dios. No, la base de la elección de Israel por Dios fue Su amor.
La raíz de la elección del amor particular y libre de Dios aparece con mayor claridad en el Nuevo Testamento. Efesios 1 es un capítulo extraordinario que proporciona los contornos de la doctrina de la elección. Los versículos 4 y 5 ubican en Cristo la fuente de toda bendición espiritual conocida por el cristiano y luego comunican que nuestra elección —una de esas bendiciones espirituales— estaba en Él «antes de la fundación del mundo». Juan Calvino, en su comentario sobre estos versículos, señala que la base de nuestra elección en la eternidad revela su carácter de gracia:
El momento mismo en que tuvo lugar la elección demuestra que fue libre; pues ¿qué podríamos merecer o qué mérito poseíamos antes de que el mundo fuera hecho? ¡Qué infantil es el intento de responder a este argumento con el siguiente sofisma! «Fuimos elegidos porque éramos dignos, y porque Dios previó que seríamos dignos». Todos estábamos perdidos en Adán; y, por tanto, si Dios, mediante Su propia elección, no nos hubiera rescatado de perecer, no habría nada que prever.
Si la elección por gracia del Padre de Sus hijos está ligada a la eternidad, esto no la convierte en arbitraria o abstracta sino que es intensamente personal. Es personal en la medida en que nuestra elección se establece en la persona de Cristo. La dimensión personal también se aprecia en el hecho de que Pablo se centra en el amor de Dios por Su pueblo como la base de la elección, un amor diseñado «conforme a la buena intención de Su voluntad».
Sin embargo, el objetivo final de la elección no es simplemente la manifestación de la voluntad llena de gracia y amorosa del Padre revelada en Su Hijo para la salvación del pueblo de Su pacto. Sin duda, este es el resultado más cierto y seguro:
En Él también ustedes, después de escuchar el mensaje de la verdad, el evangelio de su salvación, y habiendo creído, fueron sellados en Él con el Espíritu Santo de la promesa, que nos es dado como garantía de nuestra herencia, con miras a la redención de la posesión adquirida de Dios, para alabanza de Su gloria (Ef 1:13-14).
Pablo asegura que la última palabra sobre la elección no está en la humanidad ni tampoco en la salvación, sino en Dios mismo. El estribillo de Efesios 1:1-14 es «para alabanza de la gloria de Su gracia» (v. 6) y «para alabanza de Su gloria» (vv. 12, 14).
Aunque muchos rechazan la interpretación reformada de la elección incondicional por el deseo de preservar ciertas ideas acerca de la libertad humana, muchos también la rechazan por lo que implica su énfasis en la soberanía de Dios. Es decir, si Dios es soberano sobre los que se salvan mediante la elección, también lo es sobre los que no. Esta es la doctrina de la reprobación, según la cual Dios ignora soberanamente a los que ya están perdidos en sus pecados. Es una doctrina enseñada en la Escritura (Ro 9:17-23; 1 P 2:8; Jud 4), pero no domina el mensaje de la Escritura como lo hace el mensaje de la gracia de Dios. De hecho, su relación con la elección es ciertamente asimétrica. Mientras que la elección revela el amor misericordioso de Dios por Su pueblo en Cristo, la reprobación revela Su justicia. En la elección, el pueblo de Dios recibe lo que no merece; en la reprobación, el resultado es la justa condena de los que han sido ignorados.
Vivimos en un mundo que gira en torno a la influencia. Gracias a Dios, la influencia decisiva en Su economía de salvación no es por algún santo en el cielo ni por tener fe en la tierra. La influencia decisiva es la elección del Padre de los pecadores para que reciban Su gracia salvadora en Su Hijo, Jesucristo, mediante el poder del Espíritu Santo. Desde el punto de vista humano, no hay influencia alguna ni condición: es una elección incondicional.