
La elección incondicional
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La gracia irresistible
5 julio, 2024La expiación limitada

Nota del editor: Este es el quinto capítulo en la serie de artículos de la revista Tabletalk: Las doctrinas de la gracia
Soy un calvinista extraño. Para muchos, la idea de que la expiación se limite a los elegidos ha sido su último obstáculo a enfrentar, pero esta fue uno de mis primeros pasos en la teología reformada. Aunque muchas personas aceptan fácilmente que somos totalmente depravados, que Dios nos eligió incondicional y eternamente en Cristo, que creemos en Cristo solo por la gracia irresistible del Espíritu y que el Dios trino nos preserva para que perseveremos hasta el final, les resulta más difícil tragar que Cristo solo murió por los pecados de los elegidos. Llegué a Cristo al comprender que Dios cargó nuestros pecados en Su Hijo para poner a nuestro favor la justicia de Su Hijo encarnado (2 Co 5:21). En cuanto alguien señaló que si Cristo había hecho estas cosas por todas las personas, entonces, todas las personas debían ser salvas, quedé convencido de la expiación limitada.
Como dice un catecismo infantil: «Cristo murió por todos los que le fueron dados por el Padre». El punto es el propósito o la intención del Dios trino en la expiación. Podemos comprender mejor el hecho de que Cristo viniera a salvar a Su pueblo de sus pecados, y solo a Su pueblo (Mt 1:21), al fundamentar la muerte de Cristo en la obra salvadora de toda la Trinidad, y respondiendo a dos preguntas comunes.
La obra unida de la Trinidad muestra claramente por qué Cristo solo murió por los elegidos. El Padre eligió a los creyentes en Cristo antes de que comenzara el tiempo (Ef 1:4-5). El Espíritu Santo es el sello de propiedad del Padre sobre los elegidos (vv. 13-14). Nadie recibe las cosas de Dios ni confiesa que Jesús es el Señor si no es por el Espíritu (1 Co 2:10-16; 12:3). El Padre llama a Sus elegidos a Cristo mediante Su Palabra y Su Espíritu (2 Co 3:16-18; Stg 1:18). La Trinidad es indivisa e indivisible. La muerte de Cristo se extiende hasta el propósito electivo del Padre (Hch 2:23) y hasta el poder obrador del Espíritu (13:48). No es que el Padre eligió a algunos y el Espíritu transformó a algunos, mientras que Cristo murió por todos. El Padre salva por elección particular, el Hijo por redención particular y el Espíritu por llamado particular. El Hijo no es el eslabón roto de la cadena. Tampoco la obra de Cristo está dividida. Él no oró por el mundo, para que el Padre los guardara, para que fueran uno ni para que fueran santificados en la verdad (Jn 17:11, 17, 19). Él oró estas cosas solo por aquellos que el Padre eligió y entregó a Cristo (vv. 3, 6, 9-10). El Hijo aplica Su muerte a los elegidos mediante Su intercesión para que puedan estar con Él donde Él está (v. 24). Aquellos por los que Él murió, mueren al pecado en Él, del mismo modo que aquellos por los que Él resucitó, resucitan a una nueva vida (2 Co 5:14-15). Dios hace lo que hace porque Él es quien es. Dios es trino, y la expiación es un acto trinitario unificado en propósito, producción y perfección.
¿Por qué, entonces, algunos pasajes de la Escritura parecen universalizar la muerte de Cristo (p. ej. 1 Jn 2:2)? Porque Cristo es el único Mediador entre Dios y los hombres (1 Ti 2:5). Él no discrimina por motivos de raza, sexo, cultura, estatus ni ninguna otra cosa. Él es la propiciación por nuestros pecados y es el único medio por el cual alguien puede escapar de la ira de Dios. La Biblia no nos llama a recibir la muerte de Cristo porque murió por todos los hombres, sino que nos llama a recibir a Cristo porque «es el Salvador de todos los hombres, especialmente de los creyentes» (4:10).
Esto plantea una pregunta al respecto: ¿La expiación limitada limita la oferta del evangelio solo a los elegidos? El ministerio del evangelio debe reflejar el ministerio del Espíritu. Él llama a las personas a Cristo en general y en particular, externa e internamente. Llama a los pecadores mediante la predicación, aunque algunos se resistan a Su llamado (Hch 7:51). Pero también llama a los elegidos mediante este llamado general, asegurándose de que responderán a él, extendiendo el llamado interno hasta los elegidos. El Espíritu abrió la boca de Pablo para que predicara a Cristo, pero también abrió el corazón de Lidia para que recibiera a Cristo (16:14). Quizá el problema sea que le decimos a la gente: «Jesús murió por ti», mientras la Biblia dice: «Cree en el Señor Jesús, y serás salvo» (Hch 16:31). La Biblia ofrece a Jesús a todas las personas sin distinción y sin ninguna vergüenza de que Cristo no haya muerto por todas las personas sin excepción. Debemos orar para que sean salvas todas las personas en todas partes (1 Ti 2:1-3), y debemos predicar para que sean salvas todas las personas en todas partes (Mt 28:19-20; Mr 16:15). Si queremos ser instrumentos de Su llamado particular, nuestra predicación y evangelización deben imitar el llamado general del Espíritu.
Muchos cristianos que niegan que Cristo murió solo por los elegidos están de acuerdo en que Cristo salva solo a los elegidos. Esto es un problema. Cristo vino a salvar a Su pueblo de sus pecados. Es por ellos que ora. Está preparando un lugar para que estén con Él en el cielo. Cristo nació por Su pueblo, vivió por Su pueblo, resucitó por Su pueblo, ascendió al cielo y está sentado allí por Su pueblo, volverá para reunir a Su pueblo y envía Su Espíritu para que viva en Su pueblo. ¿Cómo pudo hacer todas estas cosas solo por algunas personas y, sin embargo, morir por todas las personas? El Hijo es la segunda persona de la Trinidad. Cristo no nos salva contradiciendo al Padre y al Espíritu, y tampoco nos salva sin Ellos. Así como el Espíritu llama a la gente a Cristo mediante el evangelio, así debemos presentarle nosotros a Él. Cristo murió por los que le fueron dados por el Padre y así debemos recibirle nosotros.