Nota del editor: Este es el quinto y último capítulo en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: Fidelidad en las cosas pequeñas.
Es un principio en el Reino de Cristo que, quien «es fiel en lo muy poco, es fiel también en lo mucho» (Lc 16:10). Pero en ese Reino, el Señor Jesús también practicó lo que predicó. Toda Su vida ilustró «la fidelidad en las cosas pequeñas». El tema merece ser tratado en un libro, y este breve ensayo pretende simplemente animarnos a reconocer algunas de las pequeñas cosas que hemos tendido a pasar por alto en la vida del Salvador. Aquí hay cinco de ellas.
Jesús fue «humilde de corazón» en Su atención a los «pequeños»: los pobres, los enfermos y, sí, también los niños.
Jesús fue un niño conforme a Éxodo 20:12: Él observó el mandato de «[honrar] a tu padre y a tu madre». Sabemos que esto ya era cierto de Él cuando tenía solo doce años, como vemos en Lucas 2:41-52. Cuando José y María lo llevaron a la fiesta de la Pascua en Jerusalén ese año, ellos en realidad lo «perdieron». «Y al regresar ellos, después de haber pasado todos los días de la fiesta, el niño Jesús se quedó en Jerusalén sin que lo supieran Sus padres… y comenzaron a buscarle» (vv. 43-45). Cuando finalmente lo encontraron en el templo, los nervios de María se irritaron un poco: «¿Por qué nos has tratado de esta manera?… tu padre y yo…» (una frase que la mayoría de los niños reconocen como una fuerte reprimenda). Ella culpó a Jesús a pesar de que Él era su responsabilidad (v. 48). Pero observa a Jesús: Él explicó amablemente que había ido al único lugar en la ciudad donde ellos debían haber sabido que lo encontrarían («¿Acaso no sabíais que me era necesario estar en la casa de Mi Padre?»). Y luego fíjate en lo que Lucas añade: «Y descendió con ellos… y continuó sujeto a ellos» (vv. 49-51). Sí, aunque lo habían culpado injustamente, Jesús honró el quinto mandamiento de Su Padre al obedecer a Sus padres terrenales. Ciertamente, prestó atención de manera detallada a todos los mandamientos de Su Padre.
Jesús fue también un hombre conforme a Deuteronomio 8:3: Él «no solo [vivió] de pan…, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios» (ver Mt 4:4). De toda palabra. Jesús no solo creyó en la «inspiración verbal y plenaria» sino en la obediente «alimentación verbal y plenaria». Cada palabra de Su Biblia fue vital para Él. Se deleitó en la fidelidad minuciosa: quería conocer, amar y obedecer cada palabra que Dios había espirado.
Por otra parte, Él fue un orador conforme a Proverbios 16:23-24: Él valoró y usó «palabras agradables», que son como «panal de miel… dulces al alma y salud para los huesos» (v. 24). Y por eso, la gente se maravillaba de las «palabras agradables» que hablaba. Según Proverbios 16:24, tal discurso tiene tanto la dulzura como las propiedades medicinales de la miel. Pablo se hace eco de ese comentario y nos insta a seguir el ejemplo de Jesús (Col 4:6). Jesús prestó atención a la forma en que hablaba. Su discurso da la impresión de un pensamiento profundo y cuidadoso y una preocupación por los demás. Además, nunca parece haber desperdiciado una palabra. ¿Cómo es esto? Es porque Él tenía «lengua de discípulo» y sabía cómo «sostener con una palabra al fatigado» (Is 50:4); Sus palabras agradables hicieron eso.
Nuestro Señor fue también un ejemplo conforme a Isaías 42:2-4 (Mt 12:20): en particular «no quebrará la caña cascada, ni apagará la mecha que humea». Observa Su reacción cuando Marta, llena de tensión, lo confronta y se queja porque María no está ayudando con la comida y que Jesús no está haciendo nada al respecto. «Marta, Marta,» Él dice (Lc 10:41). Sí, vendrán palabras de corrección, pero primero están las palabras de profundo afecto para dar seguridad y calmar a Su amiga.
Entonces, Jesús fue —según Su propia declaración— un Salvador conforme a Mateo 11:28-30: Él fue, ciertamente, «manso y humilde de corazón». Trató a los enfermos como si fueran Su propia familia; fue «manso» en la forma en que se acercó a las viudas como si fueran Su madre; Él fue «humilde de corazón» en Su atención a los «pequeños»: los pobres, los enfermos y, sí, también los niños. Estas no son cosas de «gran escenario» sino pequeños detalles. Es ciertamente significativo que un hombre que lo «injuriaba» se convirtiera al ver la forma en que murió (Mt 27:44; Lc 23:42-43) y quizás no menos importante por la forma en que cuidó a la madre que lo había amado (Jn 19:26-27).
¿Hay una explicación para esto? La encontramos, al menos en parte, donde Jesús mismo la encontró, en Isaías 50:4: «Mañana tras mañana me despierta, despierta mi oído para escuchar como los discípulos». Aunque no poseía una Biblia hebrea propia, la había escondido en Su corazón. Él escuchaba la Palabra de Dios cada día y meditaba en ella; eso significa algo más que simplemente leerla. Él estaba reflexionando en ella, asimilándola, digiriéndola.
Los padres de Jesús debían haber sabido que si lo iban a encontrar en algún lugar de Jerusalén, sería en el templo. ¿No le habían enseñado a desear una cosa, es decir, a «[habitar] en la casa del SEÑOR… para contemplar la hermosura del SEÑOR, y para meditar en Su templo» (Sal 27:4)? Eso fue exactamente lo que estaba haciendo cuando Su «padre y… madre [lo abandonaron] (v. 10).
La fidelidad de nuestro Señor en las cosas pequeñas, entonces, fue simplemente el reflejo de la perfecta belleza que Él vio en el rostro de Su Padre mientras escuchaba ansiosamente lo que Él tenía que decir. Que eso también sea así para nosotros.
El Dr. Sinclair B. Ferguson es maestro de la Confraternidad de Enseñanza de Ministerios Ligonier y profesor canciller de Teología Sistemática en el Reformed Theological Seminary. Anteriormente, se desempeñó como ministro principal de la First Presbyterian Church en Columbia, Carolina del Sur, y ha escrito más de dos docenas de libros, incluyendo El Espíritu Santo y Solo en Cristo.
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