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Nota del editor: Este es el cuarto capítulo en la serie especial de artículos de Tabletalk Magazine: La historia de la Iglesia | Siglo XV
A pesar de que en 1492 Fernando e Isabel de España patrocinaron a Cristóbal Colón en su viaje al Nuevo Mundo, en 1477 ambos estaban detrás de algo mucho más infame. En ese año, los monarcas españoles solicitaron al papa Sixto IV que reviviera la Inquisición, dirigida contra musulmanes y judíos. Así comenzó el reinado de terror conocido como la Inquisición española.
La Inquisición española ocurrió en la organización más grande de los tribunales eclesiales y seculares donde impusieron conformidad con la Iglesia católica romana y eliminaron toda disidencia. Roma patrocinó inquisiciones a partir del siglo XI, pero la Inquisición española fue única. En primer lugar, era controlada por la monarquía en vez del papado y estaba más motivada políticamente que otras inquisiciones.
La Inquisición española también fue única en cuanto a su escenario en España. Durante siglos, los musulmanes gobernaron la península ibérica; no fue hasta 1250 que los católicos reconquistaron la zona. Incluso después, muchos musulmanes permanecieron y grandes poblaciones judías también ocuparon España. La persecución popular se desató contra judíos y musulmanes españoles, obligándolos a convertirse al catolicismo y a ser bautizados o asesinados. Miles se convirtieron bajo coacción y fueron conocidos como «conversos». Posteriormente, la Inquisición apuntó contra los «conversos», tratando de determinar si sus conversiones eran genuinas o si continuaban practicando su antigua fe, un delito sancionable con la muerte. Los judíos y musulmanes con principios huyeron o se enfrentaron al salvajismo de la Inquisición.
Esto introduce la tercera característica que marca la singularidad de la Inquisición española: se elevó a niveles espantosos de persecución. Es bien conocida por su uso de tortura para obtener confesiones y por el auto-da-fé (acto de fe), un rito de penitencia pública que concluía con la ejecución del acusado. La violencia continuaría durante el próximo siglo y más allá, pero alcanzaría su cenit durante la Reforma.
Después de 1516, la Inquisición española tuvo un nuevo objetivo: los que protestaban contra la Iglesia católica romana. A medida que las ideas de Lutero se afianzaban en tierras católicas, la Inquisición ganaba poder. La Inquisición española siguió un principio rector singular: el error debe ser eliminado, definiendo el error como cualquier oposición a la Iglesia católica romana. Para derrotar cualquier error de este tipo, la Inquisición no se detuvo en ningún límite. Además, ninguna persona estaba fuera de los límites. Sacerdotes, monjas, obispos e incluso autoridades seculares tuvieron que someterse a sus decisiones.
Luego, durante la década de 1540, Roma intentó hacer retroceder la Reforma. La primera medida fue la formación de los jesuitas por Ignacio de Loyola en 1540. La segunda medida fue la formación del Concilio de Trento, convocado por primera vez en 1545 y reunido de manera intermitente hasta 1563. Sus decretos consagraron la postura anti-Reforma de Roma. La tercera y sin dudas la más atroz de estas medidas se llevó a cabo en 1542. Ese año la Inquisición se intensificó cuando el papa Pablo III emitió la bula papal Licet ab initio (Permitido desde el principio), la cual otorgó a seis cardenales autoridad absoluta para extender la Inquisición.
Uno de estos cardenales se convirtió en el papa Pablo IV, quien publicó el primer temido índice de libros prohibidos en 1559. La lista de libros prohibidos incluía las obras de los reformadores, así como biblias en lenguas vernáculas. Los que fueran sorprendidos con una copia de la Biblia en alemán, inglés o francés serían llevados ante la Inquisición, encarcelados y sometidos a un juicio ficticio. Al ser declarados culpables, serían torturados, martirizados o ambos.
Los inquisidores persiguieron a los protestantes en Italia y en partes de Alemania. A medida que los hugonotes crecían en Francia, también quedaron bajo la autoridad de la Inquisición. El comerciante Nicholas Burton fue una de las víctimas de la Inquisición. Los carceleros de Burton lo trasladaron a confinamiento solitario porque hablaba del evangelio de manera muy audaz y persuasiva. Antes de que lo quemaran en la hoguera, los oficiales de la Inquisición le quitaron la lengua para silenciar su testimonio ante la multitud reunida en su martirio. Los registros de la Inquisición rebosan de relatos sobre aquellos que «dijeron y realizaron cosas al estilo del hereje Lutero». En 1635, un hombre fue llevado ante la Inquisición porque disfrutó de una comida de tocino y cebollas en el día de ayuno de San Bartolomé. Como ironía de la historia, en 1527 la Inquisición incluso encarceló a Ignacio de Loyola, el fundador de los jesuitas. Los inquisidores malinterpretaron por completo algunas declaraciones que había hecho. La Inquisición actuaba según sus sospechas e incluso, en ocasiones, por pura ignorancia. A menudo, la Inquisición se excedió en sus funciones hasta que eventualmente terminó siendo su peor enemigo. A medida que las autoridades seculares adquirieron poder en el siglo XVI, desmantelaron lentamente el poder de la Inquisición hasta que finalmente fue abolida en 1834.
La Inquisición no se detuvo ante nada en sus intentos de apagar la llama encendida por la Reforma, pero al final fracasó en su misión de eliminar el «error». Si bien la Reforma ha dejado un legado notable, la Inquisición española se ha vuelto infame. Lutero dijo lo siguiente sobre el papa Pablo III: «Que los papistas celebren consultas y consideren sus traiciones. Cristo vive».