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Martín Lutero murió el 18 de febrero de 1546. Un mes antes, le escribió a un amigo quejándose de los achaques de su edad: «Yo, viejo, cansado, perezoso, desgastado, con frío, gélido y, sobre todo, tuerto». Luego suspira: «Medio muerto como estoy, podría ser dejado en paz».
Sin embargo, Lutero no sería dejado en paz. Su pueblo natal de Eisleben enfrentaba una crisis. Una disputa amenazaba el orden civil e incluso el orden eclesiástico. Desgastado como estaba, Lutero decidió viajar a su pueblo natal para resolver la disputa. Partió de Wittenberg con sus tres hijos y algunos sirvientes. Llegaron a Halle. El hielo y las tormentas hicieron que cruzar los ríos fuera un reto. Lutero alternaba entre nombrar trozos de hielo, que flotaban directamente hacia su ferry, como oponentes anabautistas y como obispos y papas católicos romanos. Podría haber estado medio muerto, pero su humor estaba completamente intacto.


Halle era el hogar del doctor Justus Jonas, colaborador de Lutero durante mucho tiempo. Desde el debate de Leipzig en 1519, Jonas fue uno de los discípulos más cercanos de Lutero. Jonas estuvo a su lado en la Dieta de Worms. Hizo avanzar la Reforma en Wittenberg, mientras Lutero estaba exiliado en Wartburg. Y ahora Justus Jonas acompañaría a Lutero en su último viaje.
Lutero y su grupo de viaje ampliado hicieron una entrada triunfal en Eisleben. El héroe de su pueblo natal fue recibido por una multitud que lo aclamaba y fue escoltado por una cabalgata. Predicó ese domingo, 31 de enero.
Pero el viaje le había pasado factura. Lutero le escribió a su amada Katie sobre los vientos amargos y las lluvias heladas, sin mencionar todos los amenazantes trozos de hielo. Lutero estaba gravemente enfermo. Un incendio fuera de control, justo afuera de la habitación de Lutero, también amenazaba su vida. Su propia habitación era precaria. El yeso cayó de las paredes, lo que aflojó algunas de las piedras de la pared. Una piedra, al parecer del tamaño de una almohada, estuvo bastante cerca de estrellarse sobre la cabeza de Lutero. Estas desventuras fueron motivo para que Katie se pusiera nerviosa en casa. Le envió una carta llena de ansiedad y preocupación. Entonces Lutero le contestó que la extrañaba, añadiendo: «Tengo un cuidador que es mejor que tú y que todos los ángeles; yace en un pesebre y se amamanta en el pecho de su madre, pero se sienta a la diestra de Dios, el Padre Todopoderoso».
Lutero escribió esa carta el 7 de febrero. Once días después, murió. Eisleben, su pueblo natal, ahora también sería conocido como el pueblo de su muerte. Los tres hijos de Lutero acompañaron el cuerpo de su padre de regreso a Wittenberg, donde multitudes se reunieron para rendirle un último homenaje.
Justo antes de morir, Lutero predicó el que sería su último sermón, desde su lecho de muerte en Eisleben. El «sermón» consistió simplemente en citar dos textos, uno de los Salmos y otro de los Evangelios. Lutero citó el Salmo 68:19: «Bendito sea el Señor, que cada día lleva nuestra carga, el Dios que es nuestra salvación». Luego citó Juan 3:16. Nuestro Dios ciertamente es un Dios de salvación, y esa salvación viene a través de la obra de Su Hijo.
El pintor Lucas Cranach le ofreció un último homenaje a su amigo. Ese cuadro adorna el altar de la Iglesia del Castillo. En él, Lutero está predicando mientras una multitud lo escucha. Cranach pintó a la esposa de Lutero, Katie, en el cuadro. También pintó en el cuadro a la hija de Lutero, Magdalena, quien murió a los trece años. Entre Lutero y su congregación está Cristo. Lutero predicaba a Cristo, y a este crucificado. Y cuando su congregación escuchaba a Lutero predicar, no veía a Lutero, sino a Cristo y a este crucificado. Ese es el legado de Lutero.
Y ese legado se extiende más allá de la época de Lutero.
En 1940, W.H. Auden ofreció un tributo poético a Lutero y su legado. Tituló a su breve poema «Lutero», terminándolo con estas líneas:
Todas las obras, los grandes hombres, y las sociedades son malas.
«El justo por la fe vivirá…», gritó en terror.
Y los hombres y mujeres del mundo se alegraron,
Quienes nunca se habían preocupado o temblado en sus vidas.