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Dios el Padre
10 febrero, 2021![](https://i0.wp.com/es.ligonier.org/wp-content/uploads/2021/02/God-the-Son_620x268.png?resize=150%2C150&ssl=1)
Dios el Hijo
11 febrero, 2021La paz como un fruto del Espíritu
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Como pastor de mi iglesia local, levanto las manos cada domingo para pronunciar la bendición sobre el pueblo de Dios, a menudo usando la bendición sacerdotal de Números 6: «El SEÑOR te bendiga y te guarde… el SEÑOR alce sobre ti Su rostro, y te dé paz» (vv. 24-26). Sin embargo, todos salen del culto de adoración y entran a un mundo que es todo menos pacífico. Nuestras vidas personales son caóticas, estresantes y están llenas de preocupaciones, por lo que, casi de inmediato, esas palabras de bendición parecen desvanecerse a medida que pasamos nuestros días tratando de hacer malabares con lo que la vida nos arroja. Nos encanta la idea de la paz, pero a menudo es esquiva y parece estar lejos de nosotros.
Por lo general, la sensación de paz de las personas se basa en cómo se sienten o está determinada por sus circunstancias. Este estándar erróneo las lleva a pensar que pueden lograr tener más paz simplemente a través del esfuerzo propio u obteniendo mejores condiciones de vida. Sin embargo, la paz de la que habla la Biblia tiene poco que ver con las experiencias diarias de la vida o con cómo nos sentimos por ellas.
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La conocida palabra hebrea que significa paz, shalom, transmite la idea de plenitud; se refiere al bienestar tanto del cuerpo como del alma. Los escritores del Nuevo Testamento, mientras mantienen la idea de shalom, enfatizan correctamente la necesidad de la armonía y la unidad en nuestras relaciones mutuas. Estos dos conceptos juntos demuestran que ni la paz interna ni la externa son innatas en este mundo caído. Más bien, cada una de ellas es una «buena dádiva y [un] don perfecto que viene de lo alto» (Stg 1:17). El Espíritu Santo imparte el don de la paz como un fruto de la fe verdadera y como un beneficio de nuestra redención en Cristo.
Entonces, ¿cómo podemos reivindicar este don en nuestras vidas? Una vez más, la solución no es buscar en nuestro interior ni fabricar sensaciones de tranquilidad, sino mirar externamente hacia Dios y reconocer quién Él es. Él es el Dios de paz, la fuente de todo lo que necesitamos. Él dará en abundancia para que a ninguno de Sus hijos les falte. Aquí hay varias razones por las que nuestra paz es segura y debería abundar cada vez más.
El Espíritu Santo imparte el don de la paz como un fruto de la fe verdadera y como un beneficio de nuestra redención en Cristo.
Primero, hemos sido reconciliados con Dios por medio del Señor Jesucristo. A nosotros, que una vez estuvimos enemistados con Dios y con el mundo, nos ha sido dado el don de la paz, lo que fue posible porque el Hijo de Dios soportó por nuestra causa la belicosidad y la crueldad del mundo. Él se encarnó, entró a la hostilidad y al caos del mundo, y aseguró la salvación a través de Su muerte expiatoria. Nuestra paz ha sido comprada por la sangre del Cordero, y esa sangre convierte al pecador más inmundo en un hijo de Dios. Mediante Cristo y el Espíritu que mora en nosotros, hemos sido justificados con el Padre, y esa paz con Dios es el origen y la fuente de la paz en Dios.
Segundo, lo que Dios ha asegurado no será olvidado. El cuidado providencial de Dios nos libera del estrés y las cargas de la vida. Como Sus hijos adoptivos, no quedamos huérfanos, sino que estamos encomendados a Su cuidado en todas las cosas. Él es el Dios soberano sobre las aves del cielo y las flores del campo, que no son víctimas de la preocupación porque Él cuida de ellas. Entonces, ¿por qué nos preocupamos, aun cuando somos mucho más valiosos? ¿Acaso nuestro Padre celestial recuerda a esas criaturas, pero nos olvida a nosotros? Por supuesto que no. Más bien, Jesús llama a las almas cansadas y cargadas a que vengan a Él para descansar, y ese descanso se manifiesta en una seguridad tranquila de que todo está bien, más allá de nuestras circunstancias.
Tercero, debemos luchar constantemente en nuestras vidas por la paz que ha sido asegurada en Cristo y se manifiesta a través de nuestras provisiones diarias. Aunque en última instancia nuestra paz se basa en la fidelidad de Dios, nuestra falta de fe puede disminuirla. En medio de la tormenta en el mar de Galilea, Jesús reprendió los vientos y las olas (y sin duda también a Sus discípulos) con las palabras «¡Cálmate, sosiégate!», antes de volverse a los hombres asustados para preguntar: «¿Por qué estáis amedrentados? ¿Cómo no tenéis fe?» (Mr 4:38-40). De modo semejante, el apóstol Pablo les recordó a los filipenses que debían luchar contra sus pensamientos ansiosos mediante la «oración y súplica con acción de gracias», y tener la «paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento» (Flp 4:6-7). Estos versículos demuestran que, si bien no somos la fuente suprema de la paz, podemos contribuir a ella aplicando los principios de la fe y la disciplina cristianas.
Cuarto, los cristianos deben ser pacificadores en el mundo. Los conflictos, los desacuerdos y las palabras duras deben resolverse rápidamente para restaurar la unidad y la paz de la relación. La armonía con Dios requiere amor y armonía con los demás (1 Jn 4:20). Esto es especialmente cierto en el matrimonio y en la iglesia. Y aunque también aplica a nuestra relación con el mundo en general, puede que no siempre sea factible. Por eso, Pablo agregó la siguiente salvedad: «Si es posible, en cuanto de vosotros dependa, estad en paz con todos los hombres» (Rom 12:18).
El mundo desea desesperadamente la paz y habla con anhelo de ella, pero esta solo se puede encontrar en el Dios de paz, asegurada por el Príncipe de Paz y dada como fruto del Espíritu de paz. Esta bendición irrevocable se mantiene constante en las circunstancias cambiantes de la vida y es una verdad fundamental que nosotros como creyentes debemos atesorar y disfrutar. Así como Jesús dijo «¡Cálmate, sosiégate!» esa noche tormentosa en el mar, Él está ahora pronunciando (y suministrando) esa misma paz en los corazones atribulados de los creyentes. Entonces, la próxima vez que tu pastor levante las manos y pronuncie la bendición de la paz, recíbela y descansa en este verdadero don que Dios te ha dado.
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