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Nota del editor: Este es el tercer capítulo en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: La Trinidad
Si existe una creencia que es central para la identidad de Israel en el Antiguo Testamento es esta: Dios es uno (Dt 6:4). En contraste con las naciones que lo rodeaban, naciones que adoraban a muchos dioses, Israel se distinguía por ser un pueblo que adoraba a un solo Dios. Debían ser monoteístas.
Sin embargo, debemos añadir que el monoteísmo verdadero no es la simple creencia de que existe un solo Dios. También significa que este Dios es uno. Los teólogos llaman a esto la simplicidad de Dios, lo que no significa que a Dios le falte profundidad. Más bien, la simplicidad se refiere a la unidad de Dios. Él no es un Dios formado de partes, ni mucho menos dividido en partes. No es como si pudieras adicionar todos los atributos de Dios para alcanzar la suma total de lo que llamamos «Dios». Más bien, Dios es uno. Sus atributos son Su esencia1 y Su esencia son Sus atributos. Todo lo que hay en Dios es simplemente Dios. Entonces, decir que Dios es uno no solo significa que existe un solo Dios verdadero, sino también que este Dios es uno en esencia.
LA REVELACIÓN DE LA TRINIDAD EN EL EVANGELIO
Si has leído la historia de la Biblia, entonces sabrás que la confesión de la simplicidad de Dios por parte de Israel no es más que el comienzo de la autorrevelación de Dios. El Dios que se revela a Sí mismo como uno también se revela como triuno. Esta pluralidad puede que haya sido revelada implícitamente en el Antiguo Testamento, pero en el Nuevo Testamento se hace explícita con el advenimiento del mismo Hijo de Dios, el Señor Jesucristo. El autor de Hebreos no solo dice que ahora Dios se ha revelado a Sí mismo en la venida de Su Hijo, sino también que este Hijo es «el resplandor de su gloria, y la imagen misma de su sustancia, y quien sustenta todas las cosas con la palabra de su poder» (Heb 1:1-3).
Si Dios el Padre es el arquitecto de nuestra salvación, entonces tenemos la gran seguridad de que somos Sus hijos adoptivos.
¿Para qué vino el Hijo? Para hacer «la purificación por los pecados» (v. 3). ¿Cómo logró eso? Los cuatro evangelios nos enseñan que el Hijo pudo salvarnos porque se encarnó por nosotros. Nos representó en la carne para redimirnos por Su vida, muerte, y resurrección. Este Hijo, a quien Juan llama «el Verbo» ya que es la revelación suprema de Dios mismo, «fue hecho carne, y habitó entre nosotros» para que recibiéramos «gracia sobre gracia» (Jn 1:14, 16). La idea es esta: con la revelación del evangelio, recibimos la revelación de la Trinidad. Este Dios que es uno es Padre, Hijo y Espíritu Santo.
PATERNIDAD
Algunos de los mejores teólogos de la Iglesia han aclarado la doctrina de la Trinidad introduciendo ciertas palabras y frases que no solo nos brindan un mayor entendimiento de quién es este Dios triuno, sino que también nos protegen de la herejía. Por ejemplo, llegaron a la conclusión de que Dios es uno en esencia, pero tres en personas. Como les gustaba decir a los padres de la Iglesia, cada persona es una subsistencia de la esencia divina. Sé que eso suena técnico, pero fíjense en que es una manera de asegurar que entendamos que las tres personas de la Divinidad son iguales. La esencia divina no está dividida en partes que deban distribuirse entre las personas. No, cada persona es totalmente divina porque la única esencia divina indivisible subsiste en las tres personas eternamente. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo no son tres dioses distintos; esa es la herejía del triteísmo. Más bien, son un solo Dios. Tampoco hay una persona inferior a la otra; esa es la herejía del arrianismo. Más bien, son coeternas y coiguales, un solo Dios.
En nuestro intento por evitar el triteísmo, no nos atrevemos a caer en la trampa del modalismo, la creencia de que existe un solo Dios que simplemente asume tres formas distintas. Esa también es una herejía, ya que niega que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son personas reales, distintas entre Sí. En cambio, enseña que no son más que máscaras utilizadas por la única persona a la que llamamos Dios.
Pero, ¿qué es exactamente lo que diferencia a las tres personas? Bien, piensa en los nombres que la Escritura utiliza para revelarnos a estas tres personas: Padre, Hijo y Espíritu Santo. La primera persona es el Padre porque es el Padre del Hijo, pero, a diferencia de nuestro concepto humano de la paternidad, Dios el Padre es un Padre eterno para Su Hijo. Además, a diferencia de los padres humanos, Dios el Padre no tiene un Padre. Él nunca ha sido Hijo. Su Paternidad es eterna y no tiene origen.
La segunda persona es el Hijo porque es generado o engendrado por Su Padre. Sin embargo, a diferencia de la generación humana, nunca hubo un tiempo en que el Hijo no existiera. Su generación es una generación eterna, Su genitura es una genitura eterna.
La tercera persona se llama Espíritu porque es espirada por el Padre y el Hijo (o procede del Padre y del Hijo). No es un segundo Hijo, como si fuera un hermano del Hijo, ni es un nieto del Padre. Es el Espíritu porque no es generado o engendrado, sino espirado.
En teología, las que estamos describiendo se denominan «relaciones eternas de origen», y solo ellas distinguen a las tres personas e identifican Sus propiedades personales (el Padre es ingénito2, nunca es engendrado; el Hijo Unigénito es eternamente engendrado; y el Espíritu eternamente procede o es espirado del Padre y el Hijo).
EL PRINCIPIO
Tal vez ya lo hayas notado, pero estas relaciones de origen eternas son únicas para cada persona de la Trinidad. Son incomunicables, lo que significa que no son intercambiables. Considera al Padre, por ejemplo. Él es el único ingénito, sin generación ni espiración. Eso no puede decirse del Hijo, quien es eternamente engendrado por el Padre, ni tampoco del Espíritu, quien es eternamente espirado por el Padre y el Hijo. Solo el Padre es ingénito; esa es Su propiedad personal única. Por esa razón, a los padres de la Iglesia les gustaba llamar al Padre el «principio» (o la «fuente» o el «origen») en la Divinidad. De hecho, Él es el principio sin principio, ya que es el único que no procede de nadie y tampoco es generado ni engendrado por nadie. Eso es lo que significa la paternidad en la Trinidad y explica por qué Dios revela Su identidad triuna de la manera que lo hace.
Por ejemplo, ¿te has preguntado alguna vez por qué Jesús, en el Evangelio de Juan, le da tanta importancia al hecho de que ha sido enviado como el Hijo por el Padre? (p. ej., Jn 5:24, 30, 36). ¿Por qué no es al revés, por qué el Padre no es enviado por el Hijo? Si bien algunos dicen que es arbitrario, no estamos de acuerdo. La razón por la que el Hijo es enviado por el Padre es que el Hijo procede del Padre eternamente, que es generado o engendrado eternamente por el Padre.
El punto es que las misiones de la Trinidad en la historia de la salvación (el envío del Hijo en la encarnación y el derramamiento del Espíritu en Pentecostés) reflejan intencionalmente las relaciones de las tres personas en la eternidad. ¿Y qué refleja más al Padre como principio y fuente que el hecho de que envíe a Su Hijo al mundo en la historia, al mismo Hijo al que ha engendrado desde la eternidad, de modo que nunca hubo un tiempo cuando el Hijo no existiera? Debido a eso, la Escritura muchas veces enumera o menciona primero al Padre (Mt 28:19; 1 Jn 5:7), no porque el Hijo y el Espíritu sean menos que el Padre en naturaleza o sean posteriores al Padre en cuanto al tiempo ―las tres personas, son coeternas y coiguales, como dice el Credo de Atanasio―. Más bien, se debe a que el Padre, que es ingénito, es la fuente y el principio del que es engendrado el Hijo y del que es espirado el Espíritu. Ese orden se reflejó en la historia cuando el Hijo y luego el Espíritu fueron enviados por el Padre, Su fuente y origen.
EL ARQUITECTO
Si el Padre es el principio de la Trinidad debido a Su paternidad, también es apropiado otorgarle el título de arquitecto de la creación y la salvación. Por un lado, cada acción externa de la Trinidad para con el orden creado es un acto singular e indivisible de toda la Trinidad. Las obras externas de la Trinidad son indivisibles, lo que significa que las tres personas actúan como una unidad en la salvación porque son una unidad en Su naturaleza y voluntad.
Al mismo tiempo, las obras específicas pueden desembocar en distintas personas de la Divinidad; eso se denomina «apropiaciones divinas». Por ejemplo, considera la encarnación. No la realiza el Hijo solamente, sino que es el trofeo de toda la Divinidad. Aún así, es la persona del Hijo la que se encarna. Puede decirse algo similar del Espíritu en Pentecostés.
Pero ¿y qué del Padre? Si bien la creación y la salvación son obras de las tres personas, es correcto que hablemos del Padre como arquitecto. El Padre crea el mundo a través de Su Palabra (el Hijo) por Su Espíritu. De manera similar, el Padre redime a Sus elegidos a través de Su Hijo por Su Espíritu.
En términos más generales, si bien toda la Trinidad planifica, obtiene y aplica la redención, los aspectos específicos de esta obra salvadora pueden atribuirse a las distintas personas de acuerdo a Sus propiedades personales únicas. Como principio, origen y fuente, el Padre envía al Hijo a encarnarse para obtener la redención, y luego enviar (junto al Hijo) a Su Espíritu Santo para que aplique la redención a los escogidos de Dios. El Padre es el arquitecto de nuestra salvación, el Hijo es el ejecutor de ese plan salvífico, y el Espíritu es Su consumador. Como dijo de forma tan poética el teólogo reformado Johannes Van der Kemp: «El Padre ordenó la gracia para los escogidos, el Hijo la compró, y el Espíritu Santo la aplica y la dispensa a los favoritos de Dios».
HIJOS DEL PADRE
Si Dios el Padre es el arquitecto de nuestra salvación, entonces tenemos la gran seguridad de que somos Sus hijos adoptivos. Nuestra filiación es diferente a la Filiación de la segunda persona de la Trinidad (la nuestra es por gracia, la Suya, por naturaleza). No obstante, debido a que el Padre es el principio y el arquitecto de nuestra salvación, el que envió a Su único Hijo unigénito, podemos ser adoptados en Su familia en Cristo y por medio de Cristo, y somos invitados a llamarlo Padre nuestro.