El pueblo de Cristo
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Nota del editor: Este es el quinto capítulo en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: La oración intercesora de Jesús
En Juan 17, Cristo intercede ferviente y poderosamente por Sus discípulos. Su oración llegó a ser conocida como la Oración Sumo Sacerdotal, aunque en ninguna parte de ella encontramos las palabras «sumo sacerdote». Sin embargo, Cristo revela claramente Su rol sacerdotal en la forma y sustancia de esta oración. ¿Cuál fue el rol de Cristo como el gran Sumo Sacerdote? Como dice la respuesta a la pregunta 31 del Catecismo de Heidelberg, Cristo es «nuestro único Sumo Sacerdote, que por el sacrificio de Su cuerpo realizado una sola vez nos ha redimido, y que intercede continuamente ante el Padre por nosotros». Estos roles sacerdotales (en especial la intercesión) están a la vista a lo largo de esta sección de la oración (Jn 17:19-26). Jesús, el gran Sumo Sacerdote, intercede por el bien de Sus discípulos y, de hecho, por el de toda la Iglesia. Ora por los Suyos, por los que el Padre le ha dado.
Cristo, el gran Sumo Sacerdote final y supremo, se presenta ante el Padre con poder para interceder por Sus discípulos y lleva ante Él tres peticiones. ¿Qué nos enseñan estas peticiones intercesoras con respecto al corazón del Salvador? ¿Cuáles son las tres peticiones de oración que el Sumo Sacerdote presenta ante Su Padre celestial? Juan 17:19-26 nos dice que Cristo ora por los Suyos y por la consagración, unidad y gloria de ellos.
LOS SUYOS (vv. 24-26)
Jesús ora por los Suyos, a quienes ama con amor eterno. En la conclusión de Su oración, Cristo nos apunta a la verdad de la elección. La elección se aprecia tanto en el período temporal mencionado como en las partes identificadas en Sus palabras finales. Observa el período temporal que se menciona al final del versículo 24. Cristo está hablando del amor de Su Padre que le fue dado «antes de la fundación del mundo» (17:24). ¿Qué clase de amor se remonta hasta antes de la creación? ¿Qué clase de amor le dio el Padre al Hijo que también le puede ser dado a Su pueblo (v. 26)? Este amor describe la doctrina divina y compasiva de la elección. Como dice el artículo 16 de la Confesión Belga, «Dios se manifestó… misericordioso… porque libera… a todos los que Él, en Su consejo eterno e inmutable, por Su pura bondad, ha elegido en Cristo Jesús nuestro Señor, sin considerar sus obras». El amor del Padre que existe desde antes de la creación apunta a este consejo eterno e inmutable.
Además, las palabras finales de Cristo apuntan a los dos grupos de la elección: los que le han sido dados por el Padre y los que no. En los versículos 24 y 25, Cristo habla de «los que me has dado» y los que están en «el mundo» que «no te [han] conocido». En estas palabras, Cristo identifica a los elegidos y a los reprobados. La Confesión Belga, en su artículo 16, apunta a estos dos grupos cuando habla de «los que Él… ha elegido» y «los otros», a los que deja «en la caída y perdición en la que ellos mismos se han arrojado». La distinción entre estos dos grupos no debería llevarnos a la conclusión fatalista de «lo que será, será». Más bien, cuando oímos la promesa final del Sumo Sacerdote en esta oración, deberíamos desear ser usados como instrumentos para proclamar la verdad de Su amor elector. Nuestro Salvador consagrado está orando para que Sus elegidos sean consagrados en la verdad de Su Palabra y unidos al Padre a través de Él para participar en Su gloria y revelarla.
CONSAGRACIÓN (vv. 17-19)
Respecto a la petición de consagración, debemos considerar Juan 17:17, 19. En el versículo 17, Cristo le pide al Padre: «Santifícalos en la verdad; tu palabra es verdad». En el versículo 19, dice: «Y por ellos yo me santifico, para que ellos también sean santificados en la verdad». En estos versículos encontramos la misma palabra griega tres veces, traducida como «santificar», y que también puede traducirse como «consagrar». Ambas traducciones del término nos ayudan a ver que Cristo está usando lenguaje sacerdotal. Está intercediendo para que Sus discípulos sean santificados o separados del mundo como el mismo Cristo está separado y consagrado. Esto nos anima a considerar dos aspectos de esta intercesión: primero, cómo el Hijo pide la santificación de los discípulos, y, segundo, cómo el Hijo nos recuerda Su consagración.
Cuando Cristo pide por la santificación de los discípulos, en primer lugar, le pide al Padre que los apunte a la verdad de la Palabra. En el versículo 17, la «verdad» se menciona dos veces. Luego de pedir a modo general que los santifique «en la verdad», Cristo concluye afirmando que la Palabra del Padre «es verdad». Definitivamente, esta petición es aplicable a los discípulos de una forma excepcional. No solo serían quienes conocieron a la Palabra de verdad encarnada, sino que además iban a ser inspirados por el Espíritu Santo para que fueran Sus instrumentos para predicar y escribir la Palabra de Dios. La petición tiene un significado especial para los discípulos, pero también es aplicable para todos los que forman parte del pueblo de Dios. La única manera en que podemos ser santificados o consagrados para Dios es mediante el poder de Su Palabra.
Luego, Cristo reitera esta petición de santificación al final del versículo 19. Pero ahora comienza a señalarles la verdad sobre Sí mismo. Lo hace reflexionando en Su propia consagración: «Y por ellos yo me santifico» (v. 19, énfasis añadido). La afirmación de Cristo muestra que el contenido de la verdad de la Palabra es Jesucristo, el Sumo Sacerdote que se ha consagrado a Sí mismo para salvarlos. Para que los discípulos fueran santificados, santos ante los ojos de nuestro Padre, ellos necesitaban ser liberados por la verdad de Jesucristo, que solo es revelada en la verdad de Su Palabra inspirada.
Vemos que la petición de Cristo fue cumplida cuando consideramos lo que ocurre en el libro de los Hechos y a lo largo de las epístolas. El primer sermón de Pedro apela a la Palabra y apunta a Cristo (Hch 2:14-36). Pablo abre su primera carta a los Corintios predicando «la palabra de la cruz» (1:18, 23). A lo largo de la Escritura, somos llamados a recibir la verdad de Jesucristo. Por lo tanto, aunque esta petición es específica para esos discípulos del siglo I, el contenido de esta petición de santificación sigue siendo aplicable para todos los que siguen a Cristo. Todos estamos llamados a ser santificados como sacrificios vivos de gratitud. Pablo usa este mismo lenguaje sacerdotal al comienzo de Romanos 12, donde somos llamados a ser un «sacrificio vivo y santo, aceptable a Dios» (v. 1). Así, podemos ver que la petición de Cristo por Sus discípulos fue respondida. Esos mismos hombres por los que oró salieron adelante como apóstoles. Además, en sus mensajes y oraciones, los discípulos también pidieron que todos los seguidores de Cristo fueran santificados. Así que, aunque esta parte de la intercesión de Cristo tenía en mente a Sus discípulos, vemos que también es aplicable para nosotros, pues seguimos a Cristo y Su Palabra.
Además, Cristo nos da consuelo en esta petición, pues nos recuerda Su propia consagración en el versículo 19. Sin duda, usa la misma palabra para conectarse con Sus discípulos. No obstante, también hace una distinción entre la santificación de ellos y Su propia consagración. Aunque los discípulos necesitaban que Él pidiera que fueran santificados, Cristo nos recuerda que Él es consagrado. Jesús, quien se identifica como «el camino, y la verdad, y la vida» (Jn 14:6), no necesita pedir ser consagrado. En cambio, en esta consagración Él declara que es el Sumo Sacerdote, el sacrificio y el Santo ante los ojos de Su Padre. Al usar este lenguaje sacerdotal, Cristo afirma que es un Sacerdote incomparable. El consuelo que emana de esta declaración sacerdotal es para todos los que pertenecen a Cristo. Por lo tanto, Jesús hace una transición muy adecuada en el versículo 20 y demuestra que no está orando solo por Sus discípulos (17:20). El Sumo Sacerdote extiende Su intercesión para todos los que le pertenecen en el presente y en el futuro. Su oración avanza al entregar una petición oportuna por la comunidad de los creyentes a través de todos los tiempos, una petición de unificación.
UNIDAD (vv. 21-23)
Encontramos que Cristo pide por la unidad en los versículos 21-23. En el versículo 21, pide: «para que todos sean uno» (énfasis añadido). En el versículo 22, se reitera la petición: «para que sean uno, así como nosotros somos uno» (énfasis añadido). Y en el versículo 23, concluye: «para que sean perfeccionados en unidad» (énfasis añadido). Sin embargo, debemos preguntar qué tipo de unidad está pidiendo. En la actualidad, hay muchas divisiones en la vida del pueblo de Dios. Encontramos que los cristianos profesantes aún están divididos por razones teológicas, sociológicas, económicas, culturales, raciales, geográficas e históricas (por nombrar algunas). Entonces, ¿Cristo está pidiendo que todas estas divisiones o alguna de ellas terminen? Para poder entender la intención de Cristo tras esta petición por la unidad, debemos considerar cómo dicha petición sirve simultáneamente como una ilustración y una aplicación de la unidad.
El Hijo de Dios presenta una ilustración impactante de la unidad en los versículos 21 y 22. Cristo compara la unidad de los creyentes con nada más ni nada menos que la unidad del Hijo y el Padre. Dice: «Como Tú, oh Padre, estás en Mí y yo en Ti», y continúa pidiendo, «para que sean uno, así como Nosotros somos uno». La relación entre el Padre y el Hijo se usa para ilustrar nuestro llamado a estar unidos como uno. En esta ilustración, el Hijo no está pidiendo que podamos transformarnos en seres divinos y hallar una suerte de unidad panteísta con el Padre y el Hijo. Más bien, Cristo usa la imagen suprema de la unidad entre el Padre y el Hijo para darnos un ejemplo de la unidad que debemos desear. Por lo tanto, esta ilustración poderosa también nos da una aplicación práctica de la unidad.
Cristo aplica la unidad orando para que el pueblo de Dios sea uno en Él. Observa que la idea de la unidad no puede existir por sí sola. No podemos ser uno, así como si nada. Solo podemos ser uno en Él. Si deseamos que la unidad acabe con la división sociológica, económica, cultural, racial, geográfica o histórica, eso solo puede ocurrir al volvernos al Hijo. La unidad no es un antídoto mágico que existe por sí solo. La unidad fuera de Cristo es un ídolo definido y esculpido según la definición del hombre caído.
En la Iglesia seguimos este sendero falso de la unidad con demasiada frecuencia. Nos olvidamos de la relación vertical entre Cristo y Su Iglesia, y nos miramos horizontalmente los unos a los otros preguntándonos cómo nosotros podemos resolver nuestros problemas con nuestra propia sabiduría. Los planes autónomos hechos por nosotros mismos para lograr la unidad siempre están destinados al fracaso. Cuando Cristo ora por la unidad, dirige nuestro enfoque al lugar correcto. Se nos muestra que la unidad verdadera en Cristo se halla de dos maneras: unidad por la fe (v. 21) y unidad en el amor del Padre (v. 23).
La primera petición por la unificación tiene que ver con la unidad por la fe. En el versículo 20, Cristo intercede por todos los que «han de creer en [Él] por la palabra de [los discípulos]». En el versículo 21, expande el concepto de la unidad por la fe al pedir que «el mundo crea que Tú me enviaste». Mientras la petición del versículo 20 muestra el concepto de la unidad dentro de la Iglesia, en el versículo 21 Cristo explica cómo se debe proclamar esta idea de la unidad a todo el mundo. Ya sea que el enfoque esté en la comunión del versículo 20 o en el evangelismo del versículo 21, esa clase de unidad únicamente puede hallarse por la fe sola en Cristo solo. La petición de Jesús nos recuerda por qué es tan importante la proclamación del evangelio. Cualquier esperanza verdadera de unidad debe comenzar con la fe en Cristo.
Cristo también pide que estemos unidos en el amor del Padre. El amor de nuestro Padre es un estímulo inmenso. A pesar de nuestras batallas con el pecado y Satanás, el Hijo está pidiendo que estemos unidos como hijos de nuestro Padre celestial. Una versión del Salmo 103 expresa esto muy bien:
Cual tierno amor de un padre por
Todos sus hijos, sí,
Es el que gozan del Señor
Quienes lo aman aquí («The Fatherly Love of God» [«El amor paternal de Dios»], Psalter Number 278 [Salterio número 278]).
El amor de nuestro Padre por causa de Cristo nos permite entender la unidad con mayor profundidad. David, el autor del Salmo 103, conocía el amor del Padre. Juan, que registró la oración de nuestro Sumo Sacerdote, conocía el amor del Padre. Y los que seguimos invocando a nuestro Padre celestial estamos unidos a esos hombres y a todos los que lo invocan en fe por causa de Cristo.
La petición de Cristo por la unidad no debería llevarnos primordialmente a implementar estrategias para derribar fronteras denominacionales o vallas culturales; tampoco debería usarse como una base para discutir las diferencias sociales de la actualidad. Más bien, la petición del Sumo Sacerdote nos anima a estar unidos con el Padre y el Hijo, pues estamos llamados a creer en Él por Su Palabra y a mostrar a Cristo al mundo. Cristo mismo ha respondido esa oración por la unidad y continúa concediéndola en la medida en que más hombres y mujeres acuden a la fe en Él y lo proclaman en el mundo.
GLORIA (vv. 22, 24)
Posteriormente, el Salvador avanza a una última petición de oración: que Sus discípulos muestren Su gloria. La petición por la gloria es una culminación apropiada, pues está conectada a la idea de la unidad. Como Sus discípulos están unidos con Cristo, también serán partícipes de Su gloria. En estos versículos finales, Cristo pide que la gloria sea reconocida ahora y que los discípulos participen de Su gloria en el futuro. Cristo nos apunta principalmente en el versículo 22 a la gloria presente, pues habla de la gloria que les ha dado aquí y ahora (Jn 17:22). Ciertamente, la gloria de nuestro Salvador ya ha sido revelada. Él es quien vino en gloria (Lc 2:14), dio a conocer Su gloria a Sus discípulos (Mt 17:1-8), hizo Su entrada triunfal en gloria (Lc 19:38) y resucitó de la tumba en gloria (24:19). El gran Sumo Sacerdote confirma que Su gloria ya se ha manifestado en Jerusalén y un día será revelada en toda su plenitud. Aunque indudablemente anhelamos ver Su gloria cara a cara, también debemos reconocer que Él ya la ha revelado. Deberíamos desear leer aún más las Escrituras cuando vemos con cuánta claridad Su gloria nos ha sido mostrada allí.
Además, Cristo está pidiendo que Su gloria venga en el futuro. Su petición del versículo 24 apunta hacia el futuro: «que los que me has dado, estén también conmigo donde Yo estoy, para que vean Mi gloria» (Jn 17:24). De hecho, el concepto de la gloria a menudo nos hace mirar con expectación a lo que aún está por venir (Mt 16:27). La gloria futura llama a todos los cristianos a perseverar en oración. La última oración que encontramos en la Escritura es «Ven, Señor Jesús» (Ap 22:20). En los momentos de dificultad, de batalla contra el pecado, o dolor por la muerte, sigamos orando: «Ven, Señor Jesús». La gloria futura también nos recuerda el gran panorama del plan salvífico de Dios. Su plan de salvación continuará por toda la eternidad, y es un plan que comenzó antes de la fundación del mundo. Las últimas afirmaciones de la Oración Sumo Sacerdotal de Cristo (Jn 17:24-26) nos recuerdan que Él aún está orando por Sus elegidos. Qué incentivo encontramos aquí, pues nuestro Sumo Sacerdote, Jesús, intercede por nosotros en el cielo incluso ahora. Quiera Dios que lo conozcamos y estemos unidos a Él por la fe. Estamos llamados a seguir dándolo a conocer al mundo hasta que Él regrese en gloria.