La providencia de Dios revelada en la Escritura
8 junio, 2021Somos reformados
10 junio, 2021La providencia de Dios resumida en la Confesión de Westminster
Nota del editor: Este es el tercer capítulo en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: La providencia
Los caminos de Dios a veces parecen desconcertantes. Como dice el apóstol Pablo, son inescrutables (Rom 11:33). Por eso, como cristianos, a menudo nos animamos a confiar en la providencia de Dios, a recordar Su mano invisible y a descansar en el conocimiento de que Él orquesta todas las cosas para nuestro bien (8:28). Recurrimos a la providencia cuando los caminos de Dios son «indescifrables» (11:33, NVI). Cuando se produce una tragedia. Cuando la alegría nos sorprende. Cuando el dolor nos abruma. Cuando la oportunidad llama a la puerta. Cuando las circunstancias nos llevan al límite. Cuando no tenemos respuestas. De alguna manera. De algún modo. Como cristianos, sabemos que la solución se encuentra en lo profundo de la providencia de Dios.
El atractivo de la providencia es que da a cada momento de nuestra vida —lo bueno, lo malo y todo lo que hay en el medio— un gran alivio ante el plan de Dios para todas las cosas. Nos decimos que Dios tiene el control. Sin embargo, seguimos luchando por conectar el caos de nuestras vidas con la certeza del diseño de Dios. Como criaturas finitas y caídas, a menudo no confiamos en que Dios nos conducirá, guiará y dirigirá según Su voluntad buena y soberana. Una de las razones por las que los cristianos han tratado durante mucho tiempo el tema de la providencia es para reforzar nuestra fe en medio de las incertidumbres de la vida.
Mientras trabajaba en este artículo, di un paseo por el campus del Reformation Bible College, donde enseño, y regresé a mi oficina pasando por la cafetería para comprar un café con leche vespertino. Mientras esperaba mi café, pregunté a uno de mis alumnos sobre algo de su vida. Sin saber que estaba escribiendo un artículo sobre la providencia, empezó a reflexionar sobre la dificultad de no siempre conocer los caminos de Dios. Me dio una ilustración útil. Me dijo que cuando viaja en coche, prefiere tener el mapa abierto en su teléfono inteligente para saber en todo momento dónde está, a dónde va y cómo llegará a su destino. Pero, me confesó, no le gusta viajar cuando no tiene un mapa que seguir, sino solo a un amigo o familiar que le guíe en el viaje paso a paso. Su punto de vista estaba bien planteado. Sabe que debe confiar en la providencia de Dios, pero desearía poder ver el mapa que detalla las coordenadas de su vida.
En su obra clásica El misterio de la providencia, el puritano John Flavel afirma: «Es deber de los santos, especialmente en tiempos de dificultades, reflexionar sobre las actuaciones de la providencia para con ellos en todos los estados y a través de todas las etapas de su vida». En otras palabras, Flavel insta a los cristianos a meditar sobre la providencia de Dios en cada coyuntura de la vida e incluso a hablar de Sus caminos con otros cristianos. Pero para reflexionar de forma significativa sobre «las actuaciones de la providencia», necesitamos tener una comprensión clara de lo que entendemos por el término «providencia».
Hay pocos recursos mejores, para resumir la enseñanza de la Biblia sobre las doctrinas clave, que la Confesión de Fe de Westminster. En el capítulo cinco de la Confesión, tenemos una de las definiciones más precisas de la providencia en la historia de la Iglesia. En el resto de este artículo, examinaremos las cuatro primeras secciones del capítulo cinco de la Confesión de Fe de Westminster, que detallan la doctrina bíblica de la providencia.
La sección inicial del capítulo cinco relaciona a la providencia con la ejecución del decreto eterno de Dios (ver CFW 3) en el ámbito de la creación de Dios (ver CFW 4). Afirma:
Dios, el gran Creador de todas las cosas, sostiene, dirige, dispone y gobierna a todas las criaturas, las acciones y las cosas, desde la más grande hasta la más pequeña, por medio de su más sabia y santa providencia, según su infalible presciencia y el libre e inmutable consejo de su propia voluntad, para alabanza de la gloria de su sabiduría, poder, justicia, bondad y misericordia (CFW 5.1).
En su libro Truths We Confess [Las verdades que confesamos], una espléndida guía de la Confesión de Westminster, el Dr. R. C. Sproul califica este párrafo como un «resumen inigualable de la teología reformada». Para empezar, fíjate en que la Confesión relaciona a la providencia con la obra de la creación de Dios. Puesto que Dios creó todas las cosas, gobierna todas las cosas. Dios no es distante ni se desentiende. Él participa activamente en el mundo que ha creado, dirigiendo todo, lo grande y lo pequeño, según Su plan soberano. Querido lector, Dios no está despreocupado por los acontecimientos de tu vida. No le sorprende ni le coge desprevenido tu sufrimiento. El Dios que hizo las galaxias conoce los cabellos de tu cabeza, los temores de tu corazón, los acontecimientos de tu vida y los detalles de tu futuro (considera Mt 6:25-34; 10:26-33).
La Biblia está repleta de versículos que atestiguan que Dios sostiene, dirige, dispone y gobierna Su creación. He aquí solo un puñado de ellos. El Salmo 135:6 enseña que la providencia de Dios se extiende a todas las partes de la creación: «Todo cuanto el SEÑOR quiere, lo hace, en los cielos y en la tierra, en los mares y en todos los abismos». Proverbios 15:3 nos recuerda que «En todo lugar están los ojos del SEÑOR, observando a los malos y a los buenos». Daniel 2:21-22 explica que Dios «es quien cambia los tiempos y las edades; quita reyes y pone reyes. da sabiduría a los sabios, y conocimiento a los entendidos. Él es quien revela lo profundo y lo escondido; conoce lo que está en tinieblas, y la luz mora con Él». Hechos 17:24-28 declara que «El Dios que hizo el mundo y todo lo que en él hay… Él da a todos vida y aliento y todas las cosas… habiendo determinado sus tiempos señalados y los límites de su habitación… Porque en Él vivimos, nos movemos y existimos». Y Hebreos 1:3 afirma que Dios el Hijo, la segunda persona de la Trinidad, «sostiene todas las cosas por la palabra de su poder». El abundante testimonio de la Escritura es que Dios tiene el control de todo en el cielo y en la tierra. Como observa Thomas Watson, «Dios no es como un artífice que construye una casa y luego la abandona, sino que, como un piloto, dirige la nave de toda la creación».
La Confesión de Westminster vincula la providencia no solo a la creación, sino también al «libre e inmutable consejo de su propia voluntad [de Dios]». Los eventos de la creación y la providencia representan el desarrollo del diseño perfecto de Dios para el mundo. Dicho de otro modo, Dios ejecuta Sus decretos eternos en las obras de la creación y la providencia. Pero ¿qué son los decretos de Dios? El Catecismo Menor de Westminster nos da una respuesta sucinta: «Los decretos de Dios son su propósito eterno, según el consejo de su propia voluntad, en virtud del cual ha preordenado, para su propia gloria, todo lo que sucede» (pregunta 7). Dicho más sencillamente, todo lo que ocurre en tu vida es conforme a la infinita sabiduría de Dios. Como dice el salmista: «¡Cuán numerosas son tus obras, oh SEÑOR! Con sabiduría las has hecho todas» (Sal 104:24).
La doctrina de la providencia nos recuerda que, aunque los propósitos precisos de Dios pueden estar velados a nuestra vista, aún podemos obtener el consuelo de saber que todo lo que nos ocurre procede del plan bueno y sabio de Dios para nuestras vidas. Ciertamente, esta preciosa verdad está detrás de las numerosas exhortaciones en Proverbios para que confiemos en Dios. Ponemos nuestra fe en el Señor y no en nuestro propio entendimiento, porque Él enderezará nuestros caminos (Pr 3:5-6). Es el Señor quien endereza nuestros pasos (16:9). Sus propósitos permanecen para siempre (19:21). Una de las formas en que mi esposa y yo reforzamos estas verdades en nuestra familia es desafiándonos mutuamente a confiar en la sabiduría de Dios, a contentarnos con lo que Dios nos da y a ser fieles en lo que Dios nos llama a hacer cada día. Descansamos en Dios porque sabemos que nada está fuera del alcance de Su providencia. No hay «moléculas rebeldes», como decía el Dr. Sproul. Todo lo que ocurre es según Su voluntad y para Su gloria.
En la siguiente sección, la Confesión introduce una distinción difícil pero importante entre causas primeras y segundas. Afirma:
Aunque todas las cosas acontecen inmutable e infaliblemente con relación a la presciencia y decreto de Dios, quien es la causa primera; sin embargo, por la misma providencia, él las ha ordenado para que sucedan de acuerdo con la naturaleza de las causas secundarias ya sea necesaria, libre o contingentemente (CFW 5.2).
Anteriormente, en la Confesión, los divinos de Westminster (como se les llamaba a los teólogos en el siglo XVII) hicieron esta misma observación:
Dios, desde toda la eternidad, por el sapientísimo y santísimo consejo de su propia voluntad, ordenó libre e inmutablemente todo lo que acontece; pero de tal manera que Él no es el autor del pecado, ni violenta la voluntad de las criaturas, ni quita la libertad o contingencia de las causas secundarias, sino que más bien las establece (CFW 3.1).
Estas dos afirmaciones se encuentran entre las partes de mayor rigor y peso teológico de toda la Confesión. Ya hemos visto que la providencia de Dios es la causa de la ejecución y la operación continua de Su plan predeterminado para todas las cosas. Cuando pensamos en el gobierno de Dios sobre la creación, debemos rechazar cualquier noción de providencia que sugiera, por un lado, que Dios se retira del mundo, y por otro, que trata a los humanos como robots. Rechazamos tanto el deísmo como el fatalismo, pues ambos distorsionan la relación de Dios con el mundo. En el deísmo, Dios no hace nada. En el fatalismo, Dios lo hace todo. Ninguna de estas posturas es aceptable.
Al declarar que Dios es la causa primera o primaria de todo lo que sucede y afirmar la legitimidad de las causas segundas, la Confesión enuncia un concursus de soberanía divina y libertad humana, lo que significa que Dios cumple Sus propósitos mediante las elecciones libres de las criaturas y otras causas secundarias. Como dijo José a sus hermanos que lo vendieron como esclavo: «Vosotros pensasteis hacerme mal, pero Dios lo cambió en bien» (Gn 50:20). Los hermanos de José fueron culpables de conspirar contra su hermano y de mentir a su padre sobre su muerte (leer Gn 37), pero Dios obró por medio de estos eventos para cumplir Sus promesas a Abraham, Isaac y Jacob (ver Gn 50:24). Asimismo, cuando el libro del Éxodo relata las acciones de Faraón contra Israel, aprendemos que Faraón endureció su corazón y se negó a liberar a Israel de la esclavitud en Egipto (p. ej. Ex 8:32). Pero también se nos dice repetidamente que las acciones de Faraón fueron el resultado de que Dios endureciera su corazón (p. ej. 9:12). Estos textos bíblicos ilustran una colaboración o convergencia de las voluntades divina y humana.
Geerhardus Vos explica el principio del concursus:
Cada individuo solo tiene que mirar la historia de su vida para discernir que hubo una mano superior que la gobernó. En este punto, la fe en la colaboración de Dios está muy relacionada con nuestra dependencia de Él. Él dirige incluso nuestros actos libres, y por muy por encima de nuestra comprensión que esté el modo en que lo hace, en todo caso debe ser una colaboración, un concursus. Ni la materia, ni el destino, ni el azar pueden afectarnos. Solo la colaboración de Dios mantiene nuestra libertad (Sal 104:4; Pr 16:1; 21:1).
Dios es la causa primaria y última de todas las cosas. Pero esta afirmación, según el resumen bíblico de la Confesión, no niega las leyes de la naturaleza ni las acciones libres de los humanos. En el misterio de la providencia divina, Dios utiliza medios ordinarios y regulares para llevar a cabo Sus propósitos soberanos. J. Gresham Machen aclara la relación entre Dios como primera causa de todas las cosas y las causas segundas, como la fuerza de gravedad o nuestras decisiones personales. Afirma de forma concisa: «Dios se sirve de las causas segundas para realizar lo que está de acuerdo con Su propósito eterno. Las causas segundas no son fuerzas independientes cuya cooperación Él necesita, sino que son medios que Él emplea exactamente como quiere». A continuación, Machen da una ilustración para reforzar este punto.
Imagina que descubres un agujero de bala en una ventana de cristal. Naturalmente, llegarías a la conclusión de que el agujero fue causado por el paso de una bala a través del cristal, que fue causado por el disparo de una pistola, que fue causado por el accionamiento de un gatillo, que fue causado por una persona que tenía una pistola. Como cristianos, afirmamos que Dios es soberano sobre todo. Puesto que Él ordena todo lo que sucede, Él es la primera causa de estos acontecimientos. Sin embargo, no diríamos que Dios apretó el gatillo. Tampoco atribuiríamos a Dios la rotura del cristal. Machen insiste en que la persona que disparó el arma es responsable del daño causado por la bala. El gobierno providencial de Dios no anula la responsabilidad personal.
La Confesión desarrolla el principio del concursus para hacer ver que Dios es soberano y que nosotros somos criaturas responsables y morales. Puesto que Dios es la causa primera de todo lo que ocurre, «todas las cosas acontecen inmutable e infaliblemente» según Su designio predeterminado. El plan eterno de Dios para el mundo es inmutable e infalible. Sin embargo, Él ordenó que los acontecimientos de la historia transcurrieran «de acuerdo con la naturaleza de las causas secundarias ya sea necesaria, libre o contingentemente» (CFW 5:2).
Observa que los teólogos de Westminster identifican tres tipos de causas secundarias: necesarias, libres y contingentes. Una causa necesaria, desde nuestro punto de vista, es la que se requiere para que suceda la vida cotidiana. Por ejemplo, Génesis 8:22 dice: «Mientras la tierra permanezca, la siembra y la siega, el frío y el calor, el verano y el invierno, el día y la noche, nunca cesarán». Las estaciones del año son necesarias para que disfrutemos de los ritmos de la vida. Como nos recuerda Jeremías 31:35, el Señor da el sol «para luz del día» y la luna y las estrellas «para luz de la noche». Ciertamente, Dios no necesita Su creación. Pero, en Su sabiduría, ha organizado el mundo de tal manera que necesitemos el sol, la luna y las estrellas para experimentar los días y las noches que Él ha preparado para nosotros (ver Sal 90:12).
A continuación, la Confesión se refiere al libre albedrío. Todo lo que Dios ha hecho funciona según su naturaleza. Dios nos diseñó como criaturas para ser agentes morales responsables de todos nuestros pensamientos, cavilaciones, sentimientos, palabras, actos, comportamientos, etc. Debemos responder ante Dios por nuestros actos. La Confesión afirma que, cuando Dios creó a Adán y Eva en el jardín del Edén, tenían «la posibilidad de transgredirla [la ley de Dios], siendo dejados a la libertad de su propia voluntad, la cual estaba sujeta a cambio» (CFW 4.2; ver CFW 3.1; 9.1-5). Esto significa, entre otras cosas, que cuando Eva tomó del fruto prohibido, lo hizo por su propia voluntad. Observa las acciones descritas en Génesis 3:6. La mujer vio que el fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal era bueno para comer. Se deleitó con lo que vio. Deseó la sabiduría que ofrecía el árbol. Ella tomó y comió. Dio a su marido. Y él comió. Como resultado de sus acciones, fueron maldecidos (ver Gn 3). En palabras del antiguo Predicador, «Dios hizo rectos a los hombres, pero ellos se buscaron muchas artimañas» (Ec 7:29). De formas que no podemos comprender del todo, Dios determina nuestras vidas finitas sin menoscabar nunca nuestras acciones voluntarias (lee atentamente Hch 2:22-24 y observa la confluencia del plan definitivo de Dios y la conducta ilícita de los que crucificaron a Jesús).
En tercer lugar, la providencia de Dios no descarta las causas secundarias contingentes. Desde el punto de vista de la agencia humana, una causa contingente es aquella que depende de que ocurra otra cosa. Las causas contingentes suelen presentarse en forma de un escenario «si… entonces…». La Escritura nos da varios ejemplos. En Éxodo 21:13 y Deuteronomio 19:5, si un israelita era culpable de un asesinato involuntario, Dios había designado un lugar para que esa persona se refugiara. En 1 Reyes 22:13-36, el profeta Micaías advirtió de la muerte de Acab para demostrar sus credenciales como portavoz de Dios. Si el rey de Israel moría en la batalla, entonces él, Micaías, demostraría ser un verdadero profeta. Pero como explicó Micaías, si Acab regresaba en paz, entonces «el SEÑOR no ha hablado por mí» (v. 28). La credibilidad de Micaías como profeta dependía de que Acab regresara de la batalla vivo o muerto.
Cuando hablamos de la relación entre las causas primarias y secundarias, estamos afirmando que Dios ordena y gobierna todas las cosas de tal manera que abarca las leyes naturales y de la actividad humana. La soberanía de Dios no destruye, sino que establece las causas segundas. Sus propósitos eternos se realizan en la historia en el plano de la providencia. Como primera causa de todas las cosas, Dios cumple sabia y deliberadamente Su decreto soberano a través del ciclo normal de las estaciones, el ascenso y la caída de los imperios, los altibajos de los mercados y los esfuerzos diarios de las personas finitas, moralmente responsables, con capacidad de decisión y pecadoras (ver, por ejemplo, Is 10:5-19, en especial los vv. 6-7).
Las dos secciones siguientes del capítulo cinco de la Confesión de Westminster hacen dos calificaciones importantes sobre la providencia de Dios. La primera se refiere a los milagros: «En su ordinaria providencia, Dios hace uso de medios; no obstante, es libre de obrar sin ellos, sobre ellos y contra ellos, según le plazca» (CFW 5.3). El mundo que Dios ha creado no está cerrado a Su intervención. Normalmente, Dios utiliza medios secundarios, como las leyes de la naturaleza, para cumplir Sus propósitos divinos. Sin embargo, Dios no está obligado a limitar Su gobierno providencial a estos medios. Él puede determinar separar las aguas del mar Rojo o sanar enfermos o expulsar demonios o resucitar a una persona de entre los muertos para demostrar Su poder para redimir a Su pueblo. Estas actividades sobrenaturales no pretenden contradecir o socavar el uso que Dios hace de los medios ordinarios, sino ampliar el alcance del gobierno providencial de Dios. Como sostiene Archibald Alexander Hodge, «El orden de la naturaleza y los milagros, en lugar de estar en conflicto, son los elementos íntimamente correlacionados de un sistema integral». Dios utiliza la ley natural, las acciones humanas y los milagros divinos para llevar a cabo Su plan eterno e inmutable para Su gloria.
La otra calificación que hace la Confesión sobre la providencia de Dios es que Su soberanía divina sobre todas las cosas no debe interpretarse en modo alguno como una sugerencia de que Él es autor del pecado. Afirma:
El poder todopoderoso, la inescrutable sabiduría y la infinita bondad de Dios, se manifiestan de tal manera en su providencia que se extiende hasta la primera caída y a todos los otros pecados de ángeles y de los seres humanos; y eso no por un mero permiso, sino también limitándolos de manera sapientísima y poderosísima, ordenándolos y gobernándolos de varias maneras en una dispensación multiforme para sus propios fines santos; pero de tal modo que lo pecaminoso solo procede de la criatura, y no de Dios, quien es santísimo y justísimo, y no es ni puede ser el autor o aprobador del pecado (CFW 5.4).
La idea central de esta sección radica en la afirmación de que las acciones pecaminosas solo proceden de los ángeles y los humanos, y no de Dios. Para demostrar este punto, el teólogo escocés David Dickson apela a los testimonios de Moisés (Dt 32:4), de David (Sal 5:4), de Daniel (Dn 9:14), de Habacuc (Hab 1:13), de Pablo (Rom 3:3-5), de Santiago (Stg 1:13-18) y de Juan (1 Jn 1:5; 2:16). Y luego presenta diversos argumentos basados en estos y otros varios textos bíblicos para demostrar que Dios no es el autor del pecado:
- Porque Dios es esencial e infinitamente santo y bueno, es puro y está libre de toda mancha y defecto.
- Porque Dios es absolutamente perfecto, no puede fallar ni ser deficiente en Su obra.
- Porque Dios es el Juez del mundo, es el Prohibidor, el Aborrecedor y el Vengador de todo pecado e injusticia, por ser contrarios a Su santa naturaleza y ley.
El capítulo de la Confesión de Westminster sobre la providencia nos lleva entre los bastidores de la historia para hacernos ver que absolutamente nada queda fuera del ámbito del reinado de Dios. Él conoce todas las cosas. Él ordena todas las cosas. Dirige todas las cosas para el bien de los que están en Cristo y para la gloria de Su nombre trino (Ef 1:3-14). Cuando nos sentimos presionados, desconcertados, heridos, entristecidos y asombrados por la misteriosa providencia de Dios, la precisión de Westminster nos ayuda a cantar con William Cowper:
En las profundidades de minas insondables
de infalible maestría
Él atesora Sus brillantes diseños,
y obra Su voluntad soberana.
Más aún, nos presentamos ante nuestro Dios soberano y decimos con el apóstol Pablo: «Porque de Él, por Él y para Él son todas las cosas. A Él sea la gloria para siempre. Amén». (Rom 11:36).