En la providencia de Dios
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9 junio, 2021La providencia de Dios revelada en la Escritura
Nota del editor: Este es el segundo capítulo en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: La providencia
¿Has oído alguna vez a un no cristiano decir que «todo sucede por una razón»? Yo sí, y probablemente más veces de las que puedo recordar. No sé qué pensar cuando lo oigo. Por un lado, me alegra cuando un no cristiano expresa sus dudas de que las cosas sucedan sin un propósito. A fin de cuentas, se puede pasar rápidamente de la creencia de que algunas cosas no tienen propósito, a la creencia de que la vida no tiene propósito, y luego al puro nihilismo que produce el fruto del suicidio o el comportamiento sociopático. Por otra parte, sé que cuando la mayoría de los no cristianos confiesan que todo sucede por una razón, no tienen en mente la razón correcta. Normalmente solo están admitiendo la creencia de que el destino, ciego e impersonal, lo controla todo. Pero, claro, ¿cómo puede el destino ciego e impersonal tener una razón para todo? El propósito solo puede provenir de agentes personales que elaboran un plan y le dan seguimiento. Si todo sucede por una razón, algo —o más bien, Alguien— debe decidir la razón de ello.
Como cristianos, sabemos que todo ocurre por una razón porque el Dios trino y personal ha creado todas las cosas y tiene un plan para todo lo que ocurre. Él es soberano sobre todo, de modo que ni siquiera un gorrión puede caer al suelo si no es por Su voluntad (Mt 10:29). Él hace todas las cosas, no solo algunas, según el consejo de Su voluntad (Ef 1:11). Esto es, en esencia, lo que los teólogos entienden por providencia: Dios tiene un plan y un propósito para el mundo y gobierna la historia de forma que todo, desde lo más pequeño hasta lo más grande, contribuye al logro de ese plan y propósito. Él no es un mero observador pasivo de la historia, sino que ha diseñado la historia para alcanzar un fin determinado y dirige la historia para que con toda seguridad alcance ese fin.
EL AZAR NO EXISTE
Pero, por supuesto, para que Dios obtenga los resultados de la tirada de dados que ha ordenado, tienen que ocurrir muchas cosas. Tienen que ser lanzados con la cantidad exacta de fuerza. Si se lanza con demasiada fuerza, el dado caerá más allá del número ordenado. Si se lanza con muy poca fuerza, entonces puede que no caiga el número esperado. Por tanto, Dios tiene que regular el brazo de quien lanza los dados para obtener el resultado que desea. ¿Y si hay una ligera brisa o los dados se lanzan debajo del conducto de un aire acondicionado? Bueno, en cualquiera de los casos, la fuerza del aire va a desempeñar un papel, por mínimo que sea, en el resultado de la tirada de los dados. Esto es otra cosa que el Señor debe dirigir para obtener el resultado que escogió. Pero el movimiento del aire está relacionado con la temperatura de la habitación, que está relacionada con el movimiento de las moléculas de aire, que está determinado por los átomos de las moléculas y, en última instancia, por las partículas subatómicas. Estas tienen que moverse de la forma adecuada para crear la temperatura justa para crear las condiciones necesarias para que los dados den el número que el Señor ha elegido. Y esta es una explicación muy simplificada de la realidad. Cuando se llega al nivel subatómico, ahí sí que las cosas se complican mucho.
Todo esto equivale a decir, como el Dr. R. C. Sproul nos recordaba con frecuencia, que no existe ni una sola «molécula rebelde» en toda la creación que opere fuera del control y la dirección soberanos del Señor. No puede haberla, pues si la cosa más pequeña se desviara, los efectos en cascada podrían cambiarlo todo. En última instancia, como también solía recordarnos el Dr. Sproul, no existe la casualidad.
LA PROVIDENCIA COTIDIANA
Entender que no existe la casualidad debería replantear drásticamente nuestra visión de la vida cotidiana. Seamos sinceros: la mayoría de nosotros no somos personas muy importantes a los ojos del mundo. Tendremos una influencia duradera en, tal vez, un puñado de individuos y después de nuestra muerte seremos prontamente olvidados. Por eso nos resulta fácil pensar que nuestras acciones no importan o que Dios no está tan implicado en ellas. Puede que pensemos que Él está ocupado en los asuntos de los líderes mundiales, pero que seguramente no presta mucha atención al resto de nosotros mientras cambiamos pañales, intentamos mantener a nuestros hijos adolescentes fuera de problemas, trabajamos muchas horas para pagar la hipoteca, charlamos con los vecinos, nos esforzamos por ir a la iglesia cada semana, subimos los pies en un cojín por las noches, jugamos con nuestro hijo pequeño al mismo juego por enésima vez, nos embutimos la información para el próximo examen, etc.
La verdad de la providencia de Dios nos dice lo contrario. Por un lado, la providencia significa no solo que Él gobierna y dirige todas las cosas, sino que también las sostiene. Hebreos 1:3, por ejemplo, revela que Dios, a través de Su Hijo, «sostiene todas las cosas por la palabra de su poder». Dios no solo creó todas las cosas, sino que también las preserva (Neh 9:6). Como les he dicho a mis hijos recientemente, si el Señor dejara de sostener la existencia del mundo, todo —incluidos nosotros— se desvanecería de inmediato en la nada. En todo momento, dependemos completamente de que Dios siga sosteniendo Su creación. El universo no marcha con su propio poder.
De la verdad de la providencia sustentadora de Dios, podemos deducir con razón que el Señor considera como muy importante todo lo que hay en la creación, incluso las cosas que consideramos más mundanas. Nuestro Hacedor no es de los que pierden su tiempo y energía, por así decirlo, en cosas triviales. El hecho mismo de que Él lo sostenga todo, incluidas nuestras vidas y decisiones ordinarias, significa que estas cosas tienen valor. Este valor, por supuesto, no procede en última instancia de nosotros mismos; más bien, el valor se encuentra en cómo Dios obra todas las cosas para nuestro bien y Su gloria, en cómo lo entreteje todo en Su plan soberano (Is 43:6-7; Rom 8:28). Como lo expresa Romanos 11:36, «Porque de Él, por Él y para Él son todas las cosas. A Él sea la gloria para siempre. Amén».
Así pues, el gobierno y el sustento de Dios se manifiestan en las cosas comparativamente pequeñas de la vida. Nuestra elección de cenar pollo en lugar de pescado, las flores que seleccionamos para plantar en el jardín, nuestra preferencia por el fútbol en lugar del béisbol, nuestra decisión de tomar la ruta panorámica en lugar de la autopista más directa, nuestra petición de que el estilista corte poco y no mucho de nuestro cabello, nuestra elección de que nuestras hijas tomen clases de ballet en lugar de fútbol… todo está gobernado y dirigido en última instancia por el Señor y, por tanto, tiene valor en Su plan. Esta verdad no pretende paralizarnos. No vamos a hacer que el Reino de Dios se descarrile si elegimos pollo en lugar de pescado. De hecho, una decisión como esa, en condiciones normales, es indiferente. No es intrínsecamente pecaminoso ni intrínsecamente justo comer pollo o pescado. Sin embargo, la elección que hacemos, incluso en un asunto aparentemente tan insignificante, tiene ramificaciones para el Reino que no podemos comprender.
Dicho de otro modo, la providencia de Dios es una realidad muy cotidiana. La Biblia no nos revela al dios del deísmo, que se despreocupa y se desentiende de su creación. La Escritura nos presenta al único Dios verdadero, que está cercano (Jer 23:23-24) no solo en el sentido de que está presente en todas las partes de Su creación, sino que está presente en y a través de los acontecimientos de la creación y las decisiones de Sus criaturas. Él es distinto de estas cosas, pero no te equivoques: Su mano las sostiene y las dirige, ya que obra todas las cosas —no solo algunas— conforme al consejo de Su voluntad (Ef 1:11).
LA PROVIDENCIA EXTRAORDINARIA
Nuestras elecciones, aparentemente insignificantes, no van a desviar el plan de Dios, pero ¿qué pasa con las decisiones y acciones más grandes y que tienen consecuencias? Estas tampoco van a arruinar el plan del Señor, porque Su providencia opera no solo en las cosas cotidianas, sino también en las que podríamos llamar extraordinarias, es decir, en aquellas acciones que afectan más claramente al curso de la historia del mundo y la expansión del Reino de Dios. De hecho, podemos decir que, porque la providencia del Señor gobierna las cosas cotidianas, también debe gobernar las cosas extraordinarias.
Daniel 2:21 dice que Dios «quita reyes y pone reyes». Pocas cosas son más relevantes directamente para el resultado de la historia que los gobernantes del mundo. El ascenso y la caída de los reyes constituye una de las cosas extraordinarias que deben ocurrir precisamente según la intención de Dios para que se cumpla Su plan para la historia y para Su pueblo. Para ayudar a ilustrar esto, consideremos la ascensión del rey Ciro el Grande al trono persa en el año 538 a. C.
Doscientos años antes, mucho antes de que Persia fuera un actor importante en la escena mundial e incluso antes de que Ciro naciera, antes del exilio de Judá en Babilonia, el profeta Isaías predijo que Ciro subiría al poder, conquistaría y liberaría a los exiliados de Judea para que regresaran a su tierra (Is 45:1-13). Pero, por supuesto, para que esto ocurriera, debían producirse un gran número de acontecimientos y decisiones para que Ciro se convirtiera en líder de Persia y gobernara de forma que los judíos pudieran volver a casa. Primero, los judíos debían ser exiliados a Babilonia. Pero esto solo podía ocurrir si Babilonia conquistaba el aparentemente todopoderoso Imperio asirio, la potencia mundial reinante en el tiempo de Isaías. Babilonia solo lo conseguiría si los emperadores asirios tomaban una serie de malas decisiones y los babilonios se volvían más eficaces que Asiria en el campo de batalla. Para que esto ocurriera, los buenos estrategas tenían que destacarse en Babilonia y el rey asirio tendría que seguir a malos consejeros o tomar malas decisiones por él mismo. Pero no podía haber buenos estrategas en Babilonia sin que esos estrategas recibieran la educación y la experiencia adecuadas, lo que requería el nacimiento de estos estrategas en las familias adecuadas que pudieran proporcionar esa educación y experiencia. Entonces, estas familias se formarían solo con las decisiones matrimoniales correctas, y así sucesivamente. Por otro lado, el tener malos consejeros en Asiria requeriría de una cadena de acontecimientos similar.
Para que Ciro llegara al poder, primero debía existir, por lo que la pareja apropiada debía unirse para tener ese niño. Para llegar a ese punto, dos familias debían ponerse de acuerdo en que la madre y el padre de Ciro se casaran. Cada uno de los padres debía llegar a la edad fértil para que Ciro fuera concebido, por lo que su madre y su padre debían estar protegidos de accidentes, enfermedades y otras cosas que pudieran matarlos antes de que Ciro naciera. Y para que eso ocurriera, los abuelos de Ciro debían tomar las decisiones correctas al cuidar de los padres de Ciro mientras crecían, lo que significa que los bisabuelos de Ciro debían tomar las decisiones correctas al criar a los abuelos de Ciro, y así sucesivamente.
Estoy simplificando las cosas, pero el punto es que Dios no puede de ninguna manera ordenar y controlar el ascenso de alguien como Ciro y la liberación de los judíos, sin gobernar innumerables detalles pequeños como las decisiones de sus padres y sus historias personales. Esto llega incluso al nivel genético, pues Ciro solo podía llegar al poder si su sistema inmunitario lo mantenía con vida el tiempo suficiente para tomar el poder. Si la más mínima cosa fallaba en algún momento —por ejemplo, si heredaba una propensión genética a una enfermedad mortal— entonces todo se habría perdido.
Las decisiones que se toman y las acciones que se emprenden tienen un efecto en cascada. Si rastreamos la historia de los participantes de algún acontecimiento extraordinario ocurrido mucho tiempo atrás, veremos que el acontecimiento y los actores solo se hacen realidad después de que millones de pequeñas decisiones tomadas por innumerables personas diferentes convergen para que la persona adecuada se encuentre en las circunstancias correctas en el momento justo para tomar las decisiones que provocan tal acontecimiento. Para que el Mesías naciera del linaje de David (Is 11:1-10), como fue profetizado, el linaje de David debía permanecer hasta el nacimiento del Mesías. Y el linaje de David solo permanecería si las innumerables decisiones de los miembros del linaje de David, así como otros factores ajenos al control del linaje de David, contribuían de alguna manera, aunque sea pequeña, a la conservación del linaje. Esto queda claro en el libro de Rut, donde una serie de acontecimientos aparentemente casuales terminan en el matrimonio de Booz y Rut, antepasados de David. Todo esto equivale a decir que la providencia de Dios opera en asuntos extraordinarios para llevar a cabo Su plan solo si Él controla también las cosas en los asuntos cotidianos. Todo ocurre por una razón, porque Dios dispone que todo ocurra por una razón.
LA PROVIDENCIA EN Y A TRAVÉS DE NOSOTROS
Lo que esto debería decirnos es que la elección entre el pollo y el pescado, aunque en sí misma no suele ser una decisión moral o de consecuencias inmediatas, no es en última instancia intrascendente. Pudiera, por ejemplo, desempeñar un papel en producir una alergia en un futuro descendiente, quien entonces elija no ir a la marisquería, sino a la cafetería, donde conozca a la chica que ama el café de esa tienda y acabe casándose con ella, y den a luz al influyente evangelista, juez o presidente que dé forma a la historia del mundo. Y piensa que los padres de este líder nunca se habrían conocido si su antepasado remoto hubiera elegido el pollo en lugar del pescado o viceversa.
Al mismo tiempo, aunque la providencia de Dios gobierna todas las cosas, Él no es un gran maestro de marionetas que mueve cada hilo de tal manera que nuestras decisiones no son verdaderamente nuestras, que nuestras motivaciones no importan y que no tenemos un impacto real en el curso de la historia. El Señor trabaja en y a través de nuestras decisiones, acciones y motivaciones, de tal manera que siguen siendo nuestras decisiones, acciones y motivaciones, pero trabajando para el cumplimiento de los propósitos de Dios. Nuestras decisiones, acciones y motivaciones coinciden con las decisiones, acciones y motivaciones del Señor, en el sentido de que trabajan juntas, según la naturaleza de cada actor, humano y divino, para hacer realidad lo que Dios ha ordenado. Los teólogos llaman a esto la doctrina de la concurrencia, y se explica mejor observando un par de ilustraciones bíblicas.
Una de las ilustraciones clásicas es la vida de José, especialmente cuando este resume su experiencia. Después de haber sido vendido como esclavo por sus hermanos, de haber soportado los malos tratos en Egipto, de haber llegado a ser la mano derecha de Faraón y de haberse reconciliado con su familia, José dice a sus hermanos: «Vosotros pensasteis hacerme mal, pero Dios lo tornó en bien para que sucediera como vemos hoy, y se preservara la vida de mucha gente» (Gn 50:20). Cuando los hermanos de José lo vendieron como esclavo, solo tenían la intención pecaminosa de acabar con él. Ese era su motivo y esa fue la razón de su acción. El Señor, sin embargo, tenía un plan diferente. Quería llevar a José a Egipto para que finalmente pudiera unirse a la corte de Faraón y salvar no solo al mundo de la hambruna, sino especialmente a la línea elegida de Abraham. Su medio para llevar a cabo esta buena intención y lograr el buen resultado fue permitir que los hermanos de José desarrollaran una intención malvada y actuaran con sus acciones pecaminosas para que José pudiera entrar en Egipto. Dios hizo todo esto sin tener una intención malvada o hacer el mal. Pero las intenciones y acciones de los hermanos y del Señor, aunque fundamentalmente diferentes, coincidieron de tal manera que José fuera enviado a Egipto.
El Dr. Sproul, en sus enseñanzas sobre la providencia, suele recurrir también a Job 1 para ilustrar la concurrencia. En ese capítulo, Satanás busca destruir a Job, el Señor le permite ir tras él y los caldeos roban los camellos de Job. Todo confluye y Job sufre una gran pérdida, pero los actores hacen cosas distintas y tienen motivaciones diferentes. Satanás trata de desacreditar a Job como siervo fiel del Señor, por lo que agita las cosas contra Job. El Señor busca reivindicar a Job como Su fiel servidor, por lo que permite que Satanás actúe contra Job. Los caldeos no conocen el diálogo entre Dios y Satanás; solo ven a un hombre rico y desean sus bienes para ellos, así que le roban a Job. Todas estas cosas operan de diferentes maneras, pero Job no hubiera sufrido ninguna pérdida económica, de no ser que Satanás lo hubiera querido desacreditar, que Dios le hubiera permitido obrar y que los caldeos vieran y desearan la riqueza de Job. Estos tres elementos concurrieron para provocar el sufrimiento de Job, pero Dios sigue siendo santo y justo en todo momento.
Probablemente la mejor ilustración de la concurrencia sea la crucifixión de nuestro Señor y Salvador. Al considerar los diferentes actores en este acontecimiento, vemos muchas motivaciones y acciones diferentes. (Aunque, en los ejemplos que siguen, observamos que las tres personas de la Trinidad comparten en última instancia la misma motivación y cada una de ellas está implicada en la acción de las demás, en la obra de la salvación podemos destacar las obras particulares asociadas a cada persona). Judas traicionó a Jesús porque estaba motivado por el dinero. A las autoridades judías no les gustaba la aclamación que recibía Jesús y se sentían amenazadas por Sus críticas. Las autoridades romanas solo querían que los judíos dejaran de discutir para que su disputa no se convirtiera en una revuelta. Satanás quería poner fin al ministerio de Cristo y a Sus ataques contra el reino demoníaco. Jesús fue voluntariamente a la cruz para expiar los pecados de Su pueblo y obedecer a Su Padre. El Padre envió a Jesús a la cruz para cumplir Sus promesas de salvar a Su pueblo. El Espíritu Santo sostuvo a Jesús en la cruz para que se lograra una expiación efectiva y el Salvador fuera glorificado (Is 53; Mt 26:3-5, 14-16; 27:24-26; Jn 3:16; 11:45-49; Rom 8:32; Heb 9:14; Ap 12:4). Todos los actores del mayor acto de la historia redentora tuvieron que actuar para que se produjera la expiación, y aunque cada uno de ellos difería en sus motivaciones y acciones, todo concurrió para llevar a buen término los planes y propósitos del Señor. Dios gobernó todo esto sin hacer el mal ni violar las voluntades de los actores individuales. Como dijo Pedro a la audiencia en Pentecostés: «Este [Jesús] fue entregado por el plan predeterminado y el previo conocimiento de Dios, y ustedes lo clavaron en una cruz por manos de impíos y lo mataron» (Hch 2:23).
TODO POR UNA RAZÓN
La providencia de Dios significa que todo ocurre por una razón, tanto las cosas grandes como las pequeñas, tanto el bien como el mal. En última instancia, esto es por una buena razón, pues en la providencia Dios está obrando todas las cosas según el consejo de Su perfecta y buena voluntad (Ef 1:11). Se podría decir mucho más y se dirá en los artículos siguientes, pero hemos visto lo básico de la enseñanza bíblica: el gobierno providencial de Dios opera tanto en las cosas cotidianas como en las extraordinarias, y opera en y a través de lo que hacen Sus criaturas. Ciertamente, Él es soberano sobre todo lo que ocurre, dando un propósito a todo, aunque no podamos discernirlo. Además, Su soberana providencia, que todo lo controla, no hace que lo que hacemos carezca de sentido. Sin ella, nada tiene sentido.