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Nota del editor: Este es el primer capítulo en la serie «Esperanza en medio de la decepción», publicada por la Tabletalk Magazine.
La vida es una larga y constante decepción. La mayoría de la gente se da cuenta de esto cuando llega a sus treintas. En la niñez todo se ve posible. Los años de la adolescencia están llenos de angustia y ansiedad, pero incluso esa ansiedad deja entrever algo de esperanza, ya que es solo una indignación silenciosa ante la idea de que las cosas podrían ser mejores. En sus veintes, una persona puede todavía conservar la ilusión de que el mundo pronto florecerá. No es hasta los treintas que una persona se da cuenta de que mucho de lo que viene no será mejor de lo que ya ha pasado. Los cuarentas, cincuentas y siguientes, con frecuencia reafirman la famosa bienaventuranza de Alexander Pope: “Bienaventurado el hombre que no espera nada, porque nunca será decepcionado”. Vivir es ser decepcionado.
Así que anímate. Por extraño que parezca, la decepción puede ser un indicador de que estás viendo el mundo correctamente. Nadie disfruta sentirse decepcionado. En sí misma, la decepción es similar a la tristeza por una pérdida y, en última instancia, no fuimos diseñados para ella. Pero, como todas las emociones, la decepción es un indicador de cómo una persona percibe su vida: qué es lo que cree y quiere de ella. Cuando estás viviendo en un mundo caído, a veces creer y querer lo correcto significa que serás decepcionado.
La experiencia de la decepción
Los seres humanos pueden decepcionarse porque son capaces de tener expectativas. Estamos hechos para anhelar mejores días. Todo fanático de un equipo perdedor sabe esto. Lo mismo ocurre con cada adolescente con acné, cada padre insomne de un recién nacido, cada joven profesional en búsqueda de una carrera, cada recién divorciado sentado en una casa ahora vacía. Todos en nuestra mente soñamos en pantalla gigante con una mejor vida, libre de las partes más dolorosas del presente. Vivimos en un desierto, pero imaginamos un jardín.
La decepción es lo que experimentamos cuando ese jardín nunca florece. Por supuesto, sabemos que no florecerá de inmediato. Pero, ¿tal vez lo hará incrementalmente? ¿Tal vez en el próximo capítulo de la vida? ¿Tal vez al doblar la próxima esquina? Todos estos “tal vez” son los proyectores en la pantalla de la mente. Lo que proyectan podríamos llamar expectativas.
Experimentamos decepción como una sensación de pérdida cuando la realidad no cumple con nuestras expectativas. Las palabras clave son realidad y expectativas, y ambos términos están cargados de significado teológico.
La decepción es un indicador de cómo una persona percibe su vida: qué es lo que cree y quiere de ella.
Una teología de la decepción
La realidad es el mundo que nos rodea, un mundo que existía antes de que cualquiera de nosotros tomara su primer respiro. El mundo es un componente dado de nuestra experiencia, el contexto en el que nacemos y en el que nos movemos. Está fuera de nuestro control, está fuera de nuestra determinación y opera de acuerdo a leyes que no legislamos. En pocas palabras,la realidad es realidad. Y esta realidad constantemente falla en parecerse al Edén imaginario en el que tanto amamos habitar.
La realidad es el mundo en el que Dios nos colocó. Es fácil pasar por alto el significado teológico de Génesis 2:8: «Y plantó el Señor Dios un huerto hacia el oriente, en Edén; y puso allí al hombre que había formado». Dios hizo a Adán como una imagen corporal de Él en una ubicación física. Este mundo precedió a Adán. Estaba fuera de su determinación aunque bajo su dominio para ser el contexto de su obediencia (1:28). Adán no podría simplemente haber vivido en su mente; él tenía que moverse en una realidad fuera de su mente.
Las expectativas, por otro lado, son una respuesta humana a la realidad; y como respuestas, tenemos participación en ellas. Las expectativas son en parte esperanza, en parte predicción de lo que será la realidad. Son en parte esperanza en el sentido de que son una expectativa de lo bueno. Nadie se decepciona cuando no sucede algo malo que esperaban; en cambio, experimentan alivio. La esperanza es la anticipación de que la realidad se caracterizará por un mayor gozo, una mayor provisión, mayores logros, mayor paz.
Adán perdió su lugar en una realidad ideal al desobedecer a Dios, quien lo envió a él y a su esposa fuera del Edén y hacia la decepción suprema de un mundo acechado por la muerte y la decadencia (Gé 3:8-24). Un mundo que una vez fue generoso con fruto se volvió hostil con espinas. Esta es la realidad que los nietos de Adán han heredado. Pero también han heredado la memoria de ese jardín. Nuestra misma capacidad para decepcionarnos muestra que tenemos expectativas de un mundo mejor que el que vivimos.
Entonces, en cierto sentido, la decepción es una respuesta correcta a un mundo decepcionante. Vemos expectativas decepcionadas en todas partes en las Escrituras: desde Job maldiciendo el día en que nació, hasta los hijos de Coré comparando este lugar con la tierra de los muertos, hasta Pablo describiendo a la creación misma gimiendo de dolor y desilusión (Job 3:3; Sal 88:12; Ro 8:19-22). Esta decepción colectiva es una señal segura de que sabemos que podemos esperar más.
Entonces, ¿cómo procesamos nuestra decepción personal? Aquí hay algunos principios.
Tus decepciones específicas son solo la manifestación de una decepción más amplia. Como dijimos al principio, la vida es una decepción larga y constante. Esta gran decepción se manifiesta en muchas otras que son pequeñas. Familias rotas, carreras fallidas, salud en declive. Años de planificación y trabajo que resultan solo en más incertidumbre, no menos. Temor de que tus hijos adultos no mantengan los valores de la familia. Las relaciones que deberían haber sido de por vida ni siquiera alcanzan su vida media. O quizás lo peor de todo es que has obtenido las posesiones que deseabas y simplemente no te dan la satisfacción que buscabas.
Estas decepciones ordinarias guardan relación con cosas que van más allá de la situación que te decepciona. El sabio de Eclesiastés, sentado bajo los árboles frutales de su jardín soleado, festejando con funcionarios aduladores de todo el mundo, miraba fijamente al cielo, diciendo: «He visto todas las obras que se han hecho bajo el sol, y he aquí, todo es vanidad y correr tras el viento» (Ecl 1:14).
La decepción del predicador no se debió a los árboles, la comida o los funcionarios. Su decepción fue una comprensión abarcadora y exhaustiva, no de que simplemente este mundo no proporciona la satisfacción final, sino que no puede proporcionar la satisfacción final. Sus decepciones específicas son solo el reconocimiento propio de esta misma realidad.
Si deseas manejar la decepción de una manera piadosa, debes comenzar simplemente reconociendo que tus decepciones específicas no son exclusivas. El mundo no es particularmente injusto contigo. Es injusto con todos. Pensar que tus propias decepciones son una carga mayor para ti que las de los demás, te conducirá rápidamente a la autocompasión y al primo más sutil de la autocompasión, el auto-desprecio.
Tus decepciones pueden mostrar que tus expectativas no se alinean con lo que Dios dice acerca de la realidad. Dios nos dice que el mundo está caído. Tus decepciones pueden deberse a que esperas más de este mundo de lo que Dios dijo que daría. Todos prefieren secretamente un regreso inmediato al jardín anterior que esperar por el nuevo. Pero Dios dice que este mundo está marcado por futilidad y dificultad. La felicidad que experimentamos es genuina, pero es fugaz. La pregunta es: ¿estamos dispuestos a vivir a la manera de Dios en un mundo caído?
Tomemos, por ejemplo, los tipos de decepción que acabo de mencionar: una familias rotas, una carrera fallida o una salud en declive. Dios, de hecho, diseñó la familia para proporcionar intimidad y seguridad, pero en un mundo caído, las relaciones se rompen. El esperar una familia ideal ha impedido que muchas personas disfruten de su familia real. El trabajo y la carrera son una parte esencial de nuestro llamado o vocación, destinados a proporcionar satisfacción y provisión, pero en un mundo caído, las carreras no están garantizadas. Esperar por la carrera ideal no nos permite disfrutar el trabajo que ahora tenemos. Lo mismo sucede con la salud. Dios hizo al cuerpo humano con la facultad de auto sanarse, pero nuestra condición caída es evidente en cada molestia y dolor. Nuestro anhelo de una buena salud puede llevarnos a ser ingratos por cada día de vida.
Esperamos un mundo no afectado por la caída. Cuando hacemos eso, estamos insistiendo en nuestra propia versión de lo que el mundo debería ser, en lugar de confiar en Dios por el mundo que es.
Tus decepciones pueden, por otro lado, mostrar que tus expectativas se alinean con lo que Dios dice acerca de la realidad. Aunque Dios te dice que el mundo está caído, Él también te dice que no debería ser así. Tus desilusiones pueden mostrar que estás de acuerdo con Él. Sientes el dolor de una familia rota porque sabes que fuimos creados para estar en cercanía. Estás desilusionado por la pérdida inesperada de tu trabajo porque Dios diseñó el trabajo para producir una recompensa. Estás frustrado con un cuerpo que no responde cómo quieres porque sabes que Dios hizo los cuerpos para sean perfectos. La diferencia entre las expectativas que se alinean con las de Dios y las que no lo hacen está en tu disposicion de someterte a la manera de Dios de ver la vida: plagada de dificultades por ahora con el fin de agudizar tu anhelo por el mundo venidero. El dolor de darse cuenta de que el mundo está roto puede ser una plataforma para adorar al Dios que, incluso ahora, está preparando un mundo inquebrantable.
Tus decepciones deberían producir dos acciones en ti: lamentación y búsqueda. El predicador de Eclesiastés nos enseña a lamentar nuestra decepción. Lamentar significa quejarse con fe delante de Dios. Expresar nuestras decepciones a Dios es lo opuesto de albergarlas en nuestras almas. El lamento es una manera de entregar nuestras expectativas a Él, confiando en que Él va a solucionar la situación de acuerdo con Su sabiduría y en Su tiempo.
La gente de fe en Hebreos 11 nos enseña a buscar una mejor nación. La fe hace que las personas actúen de forma extraña en su realidad presente: no se conforman con ella. Habitantes de tierra firme construyen botes para salvarse de la destrucción venidera. Hombres ricos dejan todo para deambular. Ancianas deshonradas engendran naciones. Príncipes se identifican con esclavos para obtener un mejor reino. Prostitutas se convierten en las únicas con ojos para ver una vida mejor. Todos estaban insatisfechos con el presente con la esperanza de un futuro mejor, un futuro con Dios.
Así que anímate. La decepción puede ser refinada para un buen uso. Si nuestra realidad actual nos enseña a lamentarnos y a buscar, estamos bien encaminados a través de esta larga y constante decepción. Y en el mundo inquebrantable que nos espera, llegaremos firmemente al final de la decepción.