La realidad de la decepción
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22 agosto, 2018El fracaso y la decepción en las Escrituras
Nota del editor: Este es el segundo capítulo en la serie “Esperanza en medio de la decepción”, publicada por la Tabletalk Magazine.
Si organizáramos una conferencia sobre “El fracaso y la decepción”, ¿crees que alguien asistiría? Si escribiéramos un libro con ese título, ¿crees que alguien lo compraría? El fracaso y la decepción no son temas muy populares. No venden taquillas ni libros. No generan tráfico, como nos aseguran los mercadólogos de Internet. No nos interesa pensar en nuestros fracasos y decepciones, y mucho menos escuchar los de otras personas. Vivimos en una “cultura del éxito” que endiosa el ganar y la realización; sin embargo, todo eso es tan irreal.
Leer la Biblia es como echarse un balde de agua fría. El fracaso y la decepción se encuentran en casi cada página. Aunque no nos guste, eso es más real que las historias de éxito a las que solemos aspirar alcanzar. Sin duda, ponte metas altas, pero al hacerlo, debes tomar en cuenta que nadie se libra de los fracasos y las decepciones. Entonces, mejor es prepararse para sacarle provecho a esos momentos.
“¿En serio? ¿Sacarle provecho al fracaso y a la decepción?” Así es; igual que muchos dentro del pueblo de Dios, me he dado cuenta de que los momentos más productivos espiritualmente hablando son cuando he fracasado y estoy decepcionado.
Antes de ver cómo la Biblia nos puede ayudar a planificarnos, prepararnos y beneficiarnos de nuestros fracasos y decepciones, debemos definir unos conceptos. El fracaso es la falta de éxito al hacer algo. Es no llenar las expectativas del estándar personal que nos hemos trazado o que otros han determinado por nosotros. Puede ser culpa nuestra (p. ej., reprobamos un examen porque no estudiamos suficiente), o culpa de otro (p. ej., fracasamos en el matrimonio porque nuestro cónyuge nos fue infiel). Y a veces podemos tener una sensación de fracaso cuando en realidad no hemos fallado (p. ej., nos despiden del trabajo porque hubo una fusión o una reestructuración). La decepción es la sensación de tristeza y frustración que proviene del fracaso, ya sea de nuestro propio fracaso, el de otros, o de ambos. Con estas definiciones a mano, ¿qué nos enseña la Biblia sobre el fracaso y la decepción?
El fracaso es inevitable
Si nuestros centros educativos realmente quisieran preparar a nuestros hijos para enfrentar la vida, darían clases sobre el fracaso y la decepción. Puede ser que nuestros hijos jamás tengan que usar álgebra o química en sus vidas, pero sí tendrán que saber lidiar con los fracasos y las decepciones. Sin importar donde nos encontramos en la Biblia, hallamos fracaso y decepción: Adán y Eva (Gen. 3), Caín y Abel (Gen. 4), Noé y sus hijos (Gen. 9), Abraham y Sara (Gen. 16), Lot y sus hijas (Gen. 19), Jacob y Esaú (Gen. 27), José y sus hermanos (Gen. 37), Nadab y Abiú (Lev. 10), Aarón y María (Num. 12), Israel y Canaán (Num. 14), Moisés y la peña (Num. 20), Sansón y Dalila (Jueces 16), Samuel y sus hijos (1 Sam. 8), David y Betsabé (2 Sam. 11), Salomón y su harén (1 Re. 11). Y así continúa, incluso hasta en el Nuevo Testamento, donde vemos discípulo tras discípulo e iglesia tras iglesia marcados por el fracaso y la decepción. El mensaje uniforme de la Biblia es que el fracaso y la decepción son una parte inevitable de la experiencia humana. Imagínate un discurso de graduación o de inauguración con este énfasis bíblico. Esto prepararía a nuestros hijos aún mejor para la vida, particularmente ayudándoles a manejar apropiadamente sus expectativas.
El fracaso es variado
Al examinar el récord bíblico, nos asombra la variedad y la diversidad de fracasos. Si no llega de una forma, lo hará de otra. Los fracasos espirituales y morales son los más comunes, con múltiples ejemplos muy claros de desobediencia a los Diez Mandamientos de Dios. Por ejemplo, Israel no adoró exclusivamente a Dios (Isa. 2:8), Aarón fracasó al hacer un becerro de oro para adorar (Ex. 32:4); Uza fracasó al no reverenciar a Dios (2 Sam. 6:7); Israel no guardó el día de reposo para santificarlo (Ex. 16:27-30); Elí no disciplinó a sus hijos y sus hijos no lo honraron (1Sam. 2:22-25); David no respetó la santidad de la vida y del matrimonio (2 Sam. 11:1-21); Acán fracasó al robarse objetos de oro (Jos. 7:1); Ananías y Safira fracasaron al mentirle al Espíritu Santo (Hch. 5:3); y Demas fracasó al codiciar las riquezas de este mundo (2 Tim. 4:10). Diez Mandamientos, diez fracasos.
Fracasos familiares se pueden notar en como Abraham y Sara trataron a Agar (Gen. 16:21) y en la rivalidad celosa entre Jacob y Esaú (Gen. 25:29-34). Amistades fracasadas son visibles en el saludo y beso engañoso de aquel que traicionó a Jesús (Mat. 26:49) y en el desacuerdo entre el apóstol Pablo y Bernabé a causa de la utilidad de Marcos (Hch. 15:36-41). Fracasos de liderazgo se evidencian en cada rey de Israel y de Judá (2Cr. 12:14-22:9-10). Vemos fracasos eclesiásticos en casi cada congregación del Nuevo Testamento, como es evidenciado en el tono decepcionado que encontramos en muchas de las cartas de Pablo (1 Co. 1:11-13; Gá. 1:6) y en cinco de las cartas de Cristo a las siete iglesias (Ap. 2-3). Fracasos financieros ocurren en las vidas de Giezi (2 Re. 5:22-27), del hombre con un talento (Mat. 25:24-30), y del rico insensato (Lc. 12:16-21). Fracasos nacionales y políticos son muy evidentes en la historia de constante rebelión de Israel en contra de Dios. La Biblia hasta nos muestra un fracaso social con el invitado mal vestido para la boda (Mat. 22:11-13). El fracaso usa una gran variedad de atuendos.
El fracaso puede venir luego de un gran éxito
Una de las lecciones que estas variadas experiencias de fracaso y decepción nos enseñan es que somos más vulnerables cuando tenemos más éxito. El éxito genera confianza, que en muchos casos se convierte en exceso de confianza, que suele ser la antesala del desastre (Pro. 16:18). Sansón, David y Salomón son pruebas dolorosas de esto en el Antiguo Testamento. El Nuevo Testamento destaca a Pedro como un ejemplo de esto (Mat. 26:33-35, 69-75). Él era de los amigos íntimos de Jesús, hablaba grandes cosas acerca de Dios, estaba siendo grandemente usado por el Señor y tenía una gran confianza en su capacidad de ser fuerte en el momento de la prueba. Pero fracasó en tres ocasiones, dos veces negando a Cristo frente a una joven sierva y una vez ante desconocidos. La narrativa bíblica sobre el peligro de la arrogancia y el orgullo ha probado ser verdadera a través de toda la historia, incluyendo nuestros días, cuando hombres poderosos y exitosos son derrumbados diariamente por las víctimas débiles e indefensas que ellos previamente habían oprimido y abusado.
El fracaso puede ser repetido
Hay muchos dichos trillados y simplistas en cuanto al fracaso, incluyendo: “El fracaso es el mejor maestro” y “En todo fracaso hay una oportunidad nueva”. Gracias a Dios, como veremos más adelante, muchas personas logran aprender de sus fracasos y muchos individuos logran avanzar después de una caída. Pero esto no siempre es así. Como nos advierte la Biblia, el fracaso puede ser repetido. Por ejemplo, Abraham no pudo confiar en Dios para cuidar de Sara cuando fueron a Egipto. Terminó diciendo mentiras sobre su relación con ella a un rey pagano que finalmente se enteró de la verdad y lo reprendió por eso (Gen.12:10-20). Pero eso no lo detuvo de hacer prácticamente lo mismo más adelante (Gen. 20). Uno pensaría que Jacob hubiera aprendido la dolorosa lección del favoritismo al recordar la amarga historia de su propia familia. No obstante, hizo lo mismo al demostrar demasiado favoritismo para con su hijo José (Gen.37:3-4). Hasta los mismos discípulos de Jesús, a pesar de que tenían el beneficio de Sus constantes y afectuosas amonestaciones, fracasaron repetidamente en comprender quién era Cristo y qué vino a hacer (Mat. 16:21-23; Lc. 18:34; 23:25-27). A veces el fracaso se duplica al ir de un extremo al otro tal como hizo la iglesia en Corinto. En primera instancia, no disciplinan a un hermano impenitente (1 Co. 5), y luego no le dan la bienvenida cuando se arrepiente (2 Co. 2:5-11). El fracaso no es un maestro perfecto, en parte porque nosotros no somos estudiantes perfectos.
El fracaso es doloroso
Todos los ejemplos bíblicos del fracaso demuestran la dolorosa decepción que le sigue: decepción personal, decepción con otros y hasta decepción con Dios. Pero hay tres fracasos bíblicos que son particularmente agonizantes. Primeramente, tenemos la amarga decepción de Moisés al no poder entrar a la Tierra Prometida por haber golpeado la peña en vez de hablarle a esta como Dios le había pedido. (Nu. 20:10-13). Imagínate todo ese esfuerzo, todo ese estrés, esos cuarenta años vagando por el desierto, todas las quejas y murmuraciones de los Israelitas, para venir a ser detenido en la misma frontera de su destino final, todo por haber perdido los estribos una vez. Moisés le suplicó a Dios que aliviara su decepción y le permitiera entrar a la Tierra Prometida. Pero Dios se negó y en cambio le dio la consolación de verla de lejos (Deu. 3:23-27). Imagínate la decepción de Moisés.
El segundo fracaso bíblico que es particularmente agonizante es el del Rey David, quien fracasó moralmente al cometer adulterio con Betsabé y luego matar a su esposo, Urías (2 Sam. 11). Como nos enseñan los Salmos 32 y 51, la dolorosa decepción de David consigo mismo no fue solo mental, espiritual y emocional, pero también fue física. Aun cuando había sido perdonado, las consecuencias de sus fracasos se evidenciaron durante el resto de su vida en la desintegración de su familia y la pérdida temporal del trono. Grandes convulsiones acompañaron sus fracasos.
El tercer fracaso es el de Pedro, quien negó a Cristo tres veces. Este era un hombre a quien Jesús le había advertido una y otra vez sobre su exceso de confianza; a quien Jesús le dijo claramente que le negaría tres veces y aun así lo hizo. Luego cantó el gallo, los ojos de Jesús se encontraron con los de Pedro, “y saliendo fuera, lloró amargamente” (Lc. 22:62). Piensa en cuánto dolor debió haber llenado la vida de Pedro en los días después de este triple fracaso al pensar en lo que hizo. Cuántas veces debieron haber deseado Moisés, David y Pedro no haber fracasado. Puede ser que los videos de fracasos o “fails” en YouTube nos hagan reír, pero los fracasos de nuestros héroes bíblicos nos hacen llorar.
El fracaso debe ser compartido
Uno de los problemas con las constantes historias de éxito que se nos venden hoy día es el mensaje de que el éxito es para todos y todos serán exitosos. Eso da como resultado la realidad de que nadie está preparado cuando el éxito nunca hace acto de presencia y en cambio es el fracaso que continuamente visita. Consciente de este desequilibrio, Johannes Haushofer de la Universidad de Princeton publicó en Twitter una lista de todos sus fracasos. Hizo esto “en un intento de buscar cierto equilibrio y animar así a otras personas a continuar esforzándose aún frente al fracaso.” Él dice: “La mayoría de las cosas que intento fracasan, pero esos fracasos suelen ser invisibles, mientras que los éxitos son visibles. He notado que esto a veces les da a otros la impresión de que la mayoría de las cosas me salen bien”.
La Biblia publica la lista de fracasos de prácticamente todos sus personajes. Algunos hasta publican sus propios fracasos. Por ejemplo, los salmistas no solo confiesan sus fracasos, sino que también cantan de ellos no para celebrarlos sino para lamentarse de ellos y buscar la ayuda de Dios. Son muy sinceros en cuanto a sus vidas y cómo en realidad no todo les sale bien. En los Salmos 73 y 78, Asaf confiesa como él fracasa mientras que los malhechores tienen éxito, llevándolo a fallar en su fe. Él deja todo sobre la mesa y básicamente confiesa: “No estoy manejando bien esta situación”. Es entonces que Dios interviene para recordarle Sus promesas y propósitos, y Asaf empieza a recuperar su compostura y equilibrio espiritual. ¡Cuán agradecidos debemos estar por estos cantos de fracaso con los cuales podemos identificarnos, recordándonos que no estamos solos, ayudándonos a aceptar que lo anormal es normal y guiándonos a llevar nuestros fracasos ante Dios al igual que compartirlos con otros!
Job es otro ejemplo de un fracaso compartido. Él era un hombre justo (Job 1:1). Sin embargo, cuando le tocó un sufrimiento extremo, en parte, terminó culpando a Dios. Es cierto, se mantuvo firme al inicio (vv.20-22), y es verdad que hubo grandes momentos de éxito espiritual ante grandes pruebas espirituales (19:23-27; 23:8-10). Pero esa no es toda la historia; ni siquiera es la mayor parte de la historia. Su libro incluye momentos en que su respuesta fue muy inadecuada, mientras expresaba decepción con sus amigos y hasta con Dios y Su providencia. Nuevamente, somos animados por el registro honesto tanto de los fracasos como los éxitos de Job (aunque escritores y predicadores suelen ignorar lo primero).
El compartir los fracasos de estos hombres nos motiva a ser honestos y abiertos en cuanto a nuestras propias vidas. Dejemos a un lado las historias de éxito que el mundo nos cuenta para seguir el ejemplo bíblico de autenticidad valiente al compartir con otros creyentes las altas y bajas de nuestras vidas. ¡Cuán diferente sería esto de tantos perfiles en Facebook!
El fracaso evita peores fracasos
Una cosa que he notado al reflexionar sobre mi propia vida es que mis fracasos me han evitado peores fracasos, no sólo por lo que he aprendido a través de ellos, pero también al enseñar a otros. Esto también lo vemos en la Biblia. Si las iglesias del Nuevo Testamento no hubieran fracasado tan miserablemente en muchos aspectos, en nuestras biblias no tuviéramos hoy las cartas que les fueron enviadas y de las cuales aprendemos y tomamos medidas para evitar o lidiar con fracasos similares. ¿Cuántas iglesias han evitado caer en el caos carismático gracias a las cartas a los corintios fracasados? ¿Cuántas iglesias han evitado comprometer la doctrina de la justificación solo por fe gracias a la carta a los gálatas fracasados? ¿Cuántas iglesias han sido libradas de la fiebre de los últimos tiempos gracias a las cartas de Pablo a los tesalonicenses fracasados? ¿Cuántas iglesias han retornado a su primer amor gracias a la carta de Cristo a los efesios fracasados en Apocalipsis? ¿Cuántos cristianos han evitado el exceso de confianza gracias a los fracasos de Pedro?
Podemos mirar a nuestro alrededor y escuchar las sirenas sonando al lado de los escombros de iglesias y pastores que han fracasado en permanecer firme en pureza doctrinal y moral. Ni siquiera tenemos que ver más allá de nuestras propias vidas para ver las señales de advertencia. Hace un par de años mi salud se deterioró a causa del mucho trabajo y estrés. Terminé siendo hospitalizado en dos ocasiones con enfermedades que amenazaban mi vida. Sin embargo, al reflexionar sobre lo acontecido, puedo ver cómo Dios usó el fracaso de mi salud para evitarme posibles fracasos espirituales. En ese sentido, el fracaso puede ser un regalo precioso. Dios usa hasta nuestros fracasos para nuestro bien (Ro. 8:28).
El fracaso puede ser perdonado
En muchos sentidos, la pregunta no es cuándo, dónde ni cómo fracasaremos. La interrogante más importante es: ¿qué haremos con nuestros fracasos? Como hemos podido ver, muchos fracasos no solamente son lecciones para ser aprendidas sino también pecados para ser confesados. No se trata simplemente de recordarlos para aprender de ellos; debemos llevarlos ante Dios para recibir el perdón por ellos. Eso es difícil, pero a la vez libertador. La confesión nos libra de culpa y vergüenza y nos asegura perdón y aceptación (Pro. 28:13). En vez de negar, minimizar, ocultar o evitar nuestros fracasos, debemos sacarlosa la luz del día y ante la luz de Dios, confesar ante Él nuestra culpabilidad, y en oración pedir de Su misericordia. Sin importar la gravedad, la frecuencia o la torpeza de nuestra caída, si confesamos nuestros fracasos ante Dios, hallaremos misericordia (1Jn. 1:9). Le puedes llevar fracasos de cada área de tu vida y Él te hará más blanco que la nieve. Si me permitieran hacerle un cambio al muy querido villancico navideño, lo titularía: “Venid fracasados todos”.
No solo eso, pero Cristo también nos da Su perfección. Así es, Él no solo nos quita lo negativo dejándonos en un estado neutral, Él nos da Su justicia para que estemos más que bien (2 Co. 5:21). La perfección de Cristo se nos otorga y es contada como nuestra (Ro.3:21-26). No importa lo que ha sucedido en nuestro pasado o lo que sucederá en nuestro futuro, cuando Dios nos juzga, Él no ve fracaso sino éxito, no ve imperfección sino perfección, no ve injusticia sino justicia, no ve razones para condenar sino para celebrar (Ro. 8:1). Por fe en Cristo, nuestros fracasos son intercambiados por Sus logros.
El fracaso no nos define
El resultado de esto no es que nunca más fracasamos. No, el resultado es que el fracaso ya no es lo que nos define. Nuestro Dios y Salvador no define a Su pueblo por sus fracasos sino por su fe. Mira los fracasos de los santos en el Antiguo Testamento, sin embargo, mira como Dios los define en Hebreos 11. No es el salón del fracaso sino el salón de la fe. Él no recuerda sus tropezones, sino que celebra sus éxitos por su fe solo en Cristo. El fracaso sigue siendo parte de nuestra identidad, pero ya no es la mayor parte. Sigue siendo parte de nuestras vidas, pero ya no es crucial, no tiene la última palabra, y definitivamente no tiene la primera palabra tampoco. El fracaso no es lo que Dios ve a primera vista cuando mira a Su pueblo, y no debe ser lo primero que veamos nosotros al mirarnos a nosotros mismos o a otros cristianos. En Cristo somos justos. Esa es nuestra identidad primordial. Eso es lo que Dios ve primero, y, por lo tanto, eso es lo que nosotros debemos ver primero también.
El fracaso nos acerca al cielo
Sin importar cuantas veces confesamos nuestros fracasos, somos perdonados por nuestros fracasos, e intercambiamos nuestros fracasos por la justicia de Cristo. Mientras estemos en este mundo, fracasaremos; una y otra vez, fracasaremos. Esto nos mantiene humildes, nos mantiene dependientes y nos mantiene mirando hacia Cristo. Pero, sobre todo, nos mantiene con la mirada hacia el cielo, el lugar donde no habrá más fracasos. ¿Recordaremos nuestros fracasos allí? Si, pero sin dolor, solo como algo cubierto del perdón de Cristo, y solo para motivarnos a alabarle más:
Al que nos ama y nos libertó de nuestros pecados con Su sangre, e hizo de nosotros un reino y sacerdotes para Su Dios y Padre, a Él sea la gloria y el dominio por los siglos de los siglos. Amén. (Ap. 1:5-6)
Todos veremos nuestros fracasos desde una nueva perspectiva, no solo nuestros fracasos morales y espirituales, pero también las decepciones relacionales y vocacionales. Veremos la sabia providencia de Dios al permitir esa ruptura relacional, esa entrevista fatal, esa pérdida del trabajo y ese examen reprobado. Cuando Dios re-enmarca nuestros fracasos, poniéndoles el marco dorado de Su sabia soberanía, estos son transformados de feas casualidades abstractas a diseños bellamente elaborados.
¿Fracasaremos allá? No, nunca. No fracasaremos, ni tampoco lo hará nadie más. Las lágrimas de la decepción serán parte del torrente que serán enjugado de nuestros ojos (Ap. 21:4). El cielo será una gran y larga historia de éxito: éxito moral, éxito espiritual, éxito intelectual, éxito físico, éxito relacional, éxito vocacional y éxito eclesiástico.
Así que, sí, nuestros fracasos del presente deben llevarnos a Cristo, pero a la vez, nos deben hacer anhelar el cielo, para apresurar el día en que el dolor del fracaso y la tortura de la decepción desaparecerán para siempre.