Nota del editor: Este es el tercero de 13 capítulos en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: El Mesías prometido.
Los detalles e implicaciones del pacto de Dios con Abraham son de gran alcance. Tres promesas aunque distintas, pero relacionadas, están en el corazón de esta entrega del pacto de gracia: una simiente, una tierra y una bendición universal. Cada una de ellas halla su significado final en el Señor Jesucristo. No es sorprendente que Jesús declarara que Abraham se regocijó al ver Su día (Jn 8:56).
La promesa de una descendencia o simiente es el punto central de la promesa de Dios a Abraham, tal como lo fue en la promesa hecha a Adán y Eva y como sería hecha, años más tarde, a David. La promesa de una simiente justa es el hilo que conecta cada promesa pactual. Es cierto que identificar la simiente puede ser complicado porque a veces se refiere a varias personas y a veces a una sola. Primero, la simiente de Abraham fue física. Dios prometió que Abraham sería padre de muchas naciones (Gn 17:5). Hubo naciones que surgieron de su descendencia con Agar y Cetura, pero la simiente de la promesa fue Isaac, el hijo de Sara. De Isaac vino Jacob y luego la nación de Israel. El desarrollo de esta simiente física fue esencial para la venida de Cristo, porque Él estaba en el linaje de Abraham. Fue de Israel que Cristo vino “según la carne” (Rom 9:4-5). Tenía que haber una simiente física si iba a haber un Cristo de Dios. Por lo que Israel, la simiente física y particular de Abraham, fue el medio para el cumplimiento mesiánico de la promesa de Dios.
El linaje de Abraham fue escogido para la identidad física del Mesías, pero todas las naciones de la tierra se benefician del Mesías.
Segundo, la simiente fue y es espiritual. Que Dios prometa una simiente más numerosa que las estrellas del cielo o la arena del mar va más allá de los descendientes físicos de Abraham. Jesús dejó claro que era posible ser descendiente físico de Abraham sin ser descendiente espiritual (Jn 8:39). De manera similar, Pablo dijo que no todo Israel es Israel (Rom 9:6-8). Los verdaderos hijos de Abraham son aquellos que tienen fe (Gál 3:7). La nacionalidad es irrelevante: pertenecer a Cristo es ser la verdadera descendencia de Abraham y herederos de la promesa (Gal 3:29).
En tercer lugar, y lo más importante, la simiente final o ideal es Cristo mismo. Aunque la palabra traducida como “descendencia” o “simiente” puede referirse tanto a varias personas como a un individuo, la forma es gramaticalmente singular. Pablo se enfoca en esa gramática cuando da su interpretación inspirada y mesiánica de la promesa abrahámica: “No dice: y a las descendencias, como refiriéndose a muchas, sino más bien a una: y a tu descendencia, es decir, Cristo” (Gal 3:16). Por una buena razón, el Nuevo Testamento comienza identificando a Jesús como el hijo de David y como el hijo de Abraham (Mt 1:1).
La promesa de la tierra fue también un componente clave en la promesa abrahámica Que es tanto físico como espiritual. La tierra se refería a un territorio geográfico real. Sin embargo, la tierra transmitió un mensaje espiritual más allá de la geografía y las fronteras. Fue un símbolo o un ejemplo perfecto del deleite del descanso en la presencia de Dios y en comunión con Él. Es este sentido simbólico el que apunta a Jesús como el dador del descanso espiritual que nos reconcilia con Dios (Mt 11:28; Col 1:22). Así como hubo un “Jesús” del Antiguo Testamento (Josué) para lograr el descanso físico en la tierra (Heb 4), así está el Jesús ideal que guía a Su pueblo de todas las edades y lugares al descanso prometido. Incluso el “polvo” de la tierra prometida apuntaba a la perspectiva del descanso espiritual posible solamente a través de la simiente ideal de Abraham. El lenguaje de nuestro texto de que la simiente “poseerá la puerta de sus enemigos” simplemente significa que las defensas de los enemigos no pueden oponerse al avance de la simiente. En el lenguaje del Nuevo Testamento, Cristo dijo que Él edificará Su iglesia y que ni siquiera las puertas del infierno podrán prevalecer contra el avance de la simiente.
Que Dios bendijera a Abraham, e hiciera su simiente una bendición para el mundo entero, enfoca la atención de la promesa directamente en Cristo. Lo único acerca de los descendientes de Abraham que puede ser interpretado de alguna manera como una bendición para todo el mundo es Jesús, la simiente final de la promesa. Pablo dio una interpretación inspirada de esta bendición abrahámica cuando dijo que Cristo se convirtió en maldición al colgar del madero a fin de que “en Cristo Jesús la bendición de Abraham viniera a los gentiles” (Gál 3:13-14). Esto resalta un tema mesiánico clave a lo largo del Antiguo Testamento: la promesa del Mesías nunca fue una promesa exclusivamente judía. La única pretensión que la simiente física de Abraham tuvo sobre Cristo fue que Él vino al mundo físicamente a través de ellos (Rom 9:4-5). El linaje de Abraham fue escogido para la identidad física del Mesías, pero todas las naciones de la tierra se benefician del Mesías. El pacto con Abraham nos da una mejor compresión sobre la identidad de la Simiente prometida mientras que al mismo tiempo mantiene el carácter inclusivo del propósito de gracia de Dios para “todas las familias de la tierra” (Gn 12:1-3).
El Dr. Michael P.V. Barrett es vicepresidente de asuntos académicos, decano académico y profesor de Antiguo Testamento en el Puritan Reformed Theological Seminary en Grand Rapids, Michigan. Es autor de varios libros, incluyendo Beginning with Moses: A Guide to Finding Christ in the Old Testament [Empezando con Moisés: Una guía para encontrar a Cristo en el Antiguo Testamento]..
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