Metáforas religiosas para la vida cristiana
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17 julio, 2020Libertad cristiana
En la Edad Media, a medida que la Iglesia de Roma se hacía más y más corrupta, algunas de las doctrinas que fueron promulgadas se volvieron sospechosas. Una de ellas fue la insistencia en la doble autoridad de la Iglesia y la Palabra. Por supuesto, cuando parecía que la Iglesia y la Palabra estaban en conflicto, la Iglesia de Roma siempre resultaba preeminente (en su propia opinión). Como único intérprete autorizado y autodesignado de las Escrituras, Roma tenía la última palabra en todos los asuntos bíblicos.
Esta autoridad autodesignada fue uno de los blancos principales de los reformadores, y su crítica fue encapsulada en la frase sola Scriptura: la Escritura sola. Por medio de esta enseñanza, los reformadores afirmaron que Roma es falible, mientras que la Palabra de Dios no lo es. De modo que, cuando ambas están en conflicto, cada cristiano, está obligado por la Palabra de Dios a oponerse a Roma. La conciencia del creyente debe estar sujeta únicamente a la Palabra de Dios y a nada más.
Esto fue expuesto claramente en la respuesta de Martín Lutero cuando en la Dieta de Worms en 1512 el afirmó:
A menos que sea convencido por el testimonio de la Escritura o por razón clara (pues no confío en el papa o en concilio, ya que es bien conocido que se han equivocado y se han contradicho a sí mismos con frecuencia) las Escrituras que he citado me obligan a mantenerme firme en esta posición, pues mi conciencia está cautiva a la Palabra de Dios. No puedo y no voy a retractarme de nada, ya que no es seguro ni correcto ir en contra de la conciencia.
Un resultado de la doctrina de la sola Scriptura es la doctrina de la libertad cristiana, una doctrina que protege contra la usurpación ilegítima o el abuso de la autoridad por parte de personas o instituciones sobre la conciencia del pueblo de Dios. Esta doctrina afirma que si la Escritura (o una verdad legítimamente derivada de ella) no aborda un tema ético particular, el cristiano tiene la libertad de decidir; su conciencia no puede ser atada por nadie. Por lo tanto, el cristiano está protegido de la tiranía de las autoridades y opiniones.
Los cristianos con corazones ardiendo por Dios vienen en todas las formas, tamaños y prácticas de las libertades.
Los teólogos describen las áreas de libertad como adiaphora: asuntos que no son esenciales a la fe. La palabra viene del griego a, negación, y diaphora, «diferenciable». Al unir ambas, adiaphora significa «no diferenciable». De nuevo, si no hay un mandato moral de la Escritura, el cristiano es libre de escoger basado en sus preferencias.
La doctrina de la libertad cristiana no fue un tema trivial en la Reforma; algunos argumentarían que fue uno de los temas principales. Pero ¿por qué fue tan importante para los reformadores? Juan Calvino es útil aquí:
Pero estos asuntos [de la libertad cristiana] son más importantes de lo que comúnmente se cree. Porque una vez que las conciencias han caído en tales lazos, se meten en un largo laberinto del que no es fácil salir luego. Si uno comienza a dudar de si le es lícito usar lino en su traje, sus camisas, pañuelos y servilletas, después no estará seguro ni siquiera de si puede usar cáñamo; y, al fin, comenzará incluso a dudar de si le es lícito usar estopa… Porque cuantos se encuentran enredados en tales dudas, a dondequiera que se vuelvan, no verán otra cosa sino escrúpulos de conciencia (Institutos, 3.19.7).
Cuando un cristiano decide convertir un acto bíblicamente neutro en algo universalmente malo, no solo para sí mismo sino también para los demás, camina en una pendiente resbaladiza sin restricciones bíblicas. Esta es una forma de legalismo; hace ley de la libertad, y su efecto es envolver la conciencia de los creyentes y confundir las categorías de ley y libertad dadas por Dios.
Lo que la libertad cristiana no es
Debido a la proliferación de regulaciones hechas por el hombre incluso (¿especialmente?) en la iglesia, nuestra congregación ha añadido una lección en la clase de visitantes titulada «Lo que no somos como Iglesia». Ahora tenemos más de veinticinco apartados para desalentar a la gente que viene con cualquier agenda diseñada para atar las conciencias de los creyentes.
Pero como sucede a menudo, podemos esquivar un lado del camino con el fin de evitar una zanja solo para encontrarnos en la zanja opuesta. La doctrina de la libertad cristiana puede ser abusada por cristianos descuidados que malinterpretan y/o hacen mal uso de la doctrina. Pablo viene al rescate aquí. Observa sus palabras en Gálatas 5:13: «Hermanos, a libertad fuisteis llamados; solo que no uséis la libertad como pretexto para la carne, sino servíos por amor los unos a los otros». Pedro concuerda: «Andad como libres, pero no uséis la libertad como pretexto para la maldad, sino empleadla como siervos de Dios» (1 Pe 2:16). Las áreas de libertad cristiana no son una excusa para pecar.
Hay más instrucción disponible en Romanos 14. Así como los modernos pueden debatir el uso del alcohol, la Iglesia primitiva debatió sobre la comida que había sido sacrificada a los ídolos. ¿Deben comer esa comida o no? Pablo proveyó dos principios que debemos considerar, y encontramos ambos en Romanos 14:3: «El que come [comida que había sido sacrificada a los ídolos] no menosprecie al que no come, y el que no come no juzgue al que come, porque Dios lo ha aceptado».
Primero, los hermanos más fuertes a menudo miran por encima del hombro a los más débiles, y Pablo les advierte que se guarden de la arrogancia. Pero en segundo lugar, nota que el que se abstiene también tiene una obligación: no debe juzgar al que come. Es decir, no tiene derecho a juzgar a su hermano, llamando pecado aquello que Dios no ha calificado como tal. El consejo de Pablo al final es este: «Así que procuremos lo que contribuye a la paz y a la edificación mutua» (v. 19). Servirse unos a otros es la orden del día, sin hacer alarde de nuestra libertad o desdeñar a quien la ejerce.
Los cristianos con corazones ardiendo por Dios vienen en todas las formas, tamaños y prácticas de las libertades. Y Dios nos llama a una honesta autoevaluación en Su presencia antes de dirigir nuestra atención a nuestros hermanos y hermanas (Mt 7:1; Rom 14:22-23).