Hacedores, no solamente oidores
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Nota del editor: Este es el tercer capítulo en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: El liderazgo
Jesús tiene un solo plan, y lo llamó «la Iglesia». Habiendo hablado exclusivamente en términos de la construcción de un reino, de repente anunció en Cesarea de Filipo: «edificaré mi iglesia» (Mt 16:18).
¿Pero qué tipo de Iglesia? ¿Y con qué estructura y organización? Se trata de preguntas que tardaron en responderse. En la incipiente Iglesia, inmediatamente después de Pentecostés, parece que había muy poca estructura, solo una comunidad supervisada por los apóstoles y comprometida con cuatro rasgos distintivos: la enseñanza apostólica, la comunión, el partimiento del pan y «la oración» (Hch 2:42).
El liderazgo en esta Iglesia primitiva evolucionó desde reuniones en casas con poca estructura hasta congregaciones más organizadas con cargos distintivos: diáconos y ancianos. El examen del «oficio» en la Iglesia del Nuevo Testamento está curiosamente cargado de dificultades. El principal punto de discusión es el identificar los oficios que se supone que son permanentes y los que son meramente temporales.
Asociado a la cuestión de los oficios, está el asunto igualmente controversial de los dones extraordinarios (p. ej. las lenguas y la profecía). ¿Son estos dones permanentes o temporales? Los cesacionistas (como yo) creen que la Escritura identifica ciertos dones en el Nuevo Testamento como «señales de un verdadero apóstol» (2 Co 12:12), que fueron dados para propósitos redentores específicos en un período en el que la Iglesia poseía una relativa escasez de Escritura del Nuevo Testamento. Estos dones extraordinarios fueron esenciales para guiar y dirigir a la Iglesia en su infancia. Sin embargo, una vez que el canon del Nuevo Testamento se completó y los apóstoles (definidos de forma amplia o restringida) fallecieron, surgió una situación más normativa que presenta relativamente pocos oficios: diáconos, ancianos y (para algunos intérpretes) pastores.
El progreso en la estructura eclesiástica es claramente visible en la forma en que las últimas epístolas a Timoteo y Tito no mencionan los dones y oficios extraordinarios, sino que se centran en los diáconos y ancianos y en el papel de Timoteo como predicador del evangelio. Es como si hubiera una expectativa de que algunas cosas están destinadas a la edad de la infancia y no a la edad de la madurez.
DIÁCONOS
Los diáconos parecen haber sido producto de una crisis. El crecimiento de la Iglesia, particularmente en su variedad racial y étnica, causó problemas. Las viudas, por ejemplo, eran especialmente vulnerables en la cultura del primer siglo. El sentido de comunidad exigía la distribución de alimentos a los que no podían valerse por sí mismos, una cuestión que parece haber provocado un sentimiento de desigualdad y frustración (Hch 6:1-7). Las viudas helenistas (de habla griega) se sentían excluidas de la distribución en favor de las viudas de habla aramea. Se trataba del clásico problema de «nosotros versus ellos» con el que la Iglesia de nuestro tiempo está demasiado familiarizada. A modo de solución, los apóstoles seleccionaron a siete hombres para supervisar el asunto. ¿Y la razón de esta solución? Para que los apóstoles pudieran dedicarse «a la oración y al ministerio de la palabra» (v. 4).
Aunque no se alegó ninguna acusación específica de parcialidad o mala gestión contra los apóstoles, quedó claro que estos no podían predicar la Palabra y con igual empeño «servir mesas» (v. 2). Necesitaban ayuda para cumplir el papel que se les había encomendado en el crecimiento y la alimentación de la Iglesia.
Es interesante la forma en que estos siete hombres fueron reconocidos y apartados. Debían demostrar ciertas cualidades: debían ser «de buena reputación, llenos del Espíritu Santo y de sabiduría» (v. 3). Y, aunque fueron elegidos por la asamblea cristiana local, en última instancia fueron «nombrados» por los apóstoles, quienes «después de orar, pusieron sus manos sobre ellos» (vv. 3, 6). Por lo tanto, parece que hubo un acto de ordenación y de instalación, lo que indica algo del carácter distintivo de la tarea encomendada a estos siete hombres.
Pero ¿eran diáconos estos siete hombres? Las Escrituras no los identifican específicamente como tales, pero el término griego «servir» (diakone) tiene una estrecha relación con la palabra «diácono». Aunque no fueron llamados diáconos explícitamente, estos siete hombres debían dedicarse a un ministerio diaconal (de servicio) que requería un acto de ordenación específico para llevarse a cabo. Es justo sugerir que eran protodiáconos, un ejemplo de cómo la Iglesia hace una distinción entre el ministerio de la Palabra y los aspectos más prácticos y materiales de la vida de la Iglesia. Por tanto, la comunión de los santos y el oficio del diácono abordan cuestiones de importancia práctica que implican dinero, comida y cuidados básicos.
LIDERAZGO DE SERVICIO
Debemos observar que se consideraron necesarios ciertos requisitos morales y espirituales para cumplir con la función de servir a las mesas. Los oficios en el Nuevo Testamento siempre están en función del liderazgo de servicio. Los diáconos y los ancianos deben ser como Cristo, sirviendo a los demás antes que a sí mismos. Curiosamente, no se requiere ninguna cualidad especial de piedad para un cargo más que para el otro. Al enumerar la lista de cualidades espirituales necesarias en un diácono, Pablo replica las mismas calificaciones requeridas para los ancianos. Aparte del don de enseñanza, los diáconos deben reflejar los aspectos morales y espirituales más elevados de la piedad (1 Tim 3:8-12).
La distribución de la ayuda a las viudas en Hechos 6 sirve de modelo para el trabajo asignado a los diáconos en general: los diáconos deben demostrar su liderazgo en asuntos relacionados con la propiedad y el dinero, así como con la ayuda. Unas décadas más tarde, Pablo haría algunas matizaciones importantes en el ámbito del ministerio diaconal, especialmente entre las viudas (1 Tim 5:3-16). En 1 Timoteo 5, se habla de las viudas de la iglesia y no de las viudas en general. La principal cuestión en la que se insiste es la responsabilidad de la familia en el cuidado de las viudas. El diaconado no debe crear una cultura de derecho que abuse de los recursos de la iglesia. La familia es la principal fuente de esa ayuda. Los diáconos, por lo tanto, deben poseer dones espirituales de discernimiento y compasión, así como firmeza y resolución para tomar estas difíciles decisiones.
¿DIACONISAS?
¿Deben todos los diáconos ser hombres? Mientras que en el Nuevo Testamento no hay pruebas de que hubo mujeres ancianas, los datos relativos a los diáconos son un poco más ambivalentes. Pablo encomienda a su «hermana Febe» a la iglesia de Roma y la describe como «diaconisa de la iglesia en Cencrea» (Rom 16:1). La palabra «diaconisa» en griego es diakonos, un término que no puede significar más que el compromiso con el ministerio diaconal sin el requisito adicional de la ordenación al cargo. Además, al abordar las calificaciones para los diáconos en 1 Timoteo 3, Pablo añade calificaciones para las esposas de los diáconos (3:8-13, especialmente el v. 11), pero no hace ninguna calificación de este tipo cuando previamente se dirige a los ancianos en el mismo capítulo (3:1-7).
Algunos argumentan que el término para «mujeres» (griego gunaikas) puede tener el significado de «diaconisas» y que tal lectura tiene más sentido en el flujo del capítulo. Las denominaciones reformadas, como la mía (la Iglesia Reformada Presbiteriana Asociada), reconocen y ordenan a las diaconisas, y lo hacen por convicción exegética sin la menor sugerencia de que se siga necesariamente un argumento de «pendiente resbaladiza» en relación con tener a mujeres en el rol de ancianas.
ANCIANOS
Dejando a un lado la cuestión de si un «ministro» (o un «anciano docente» en el uso presbiteriano actual) es un oficio separado del de «anciano» (o «anciano gobernante») —un tema que requeriría varias páginas para tratarlo adecuadamente—, el Nuevo Testamento deja muy claro que uno de los oficios normativos en la Iglesia es el de anciano.
Los tres títulos del Nuevo Testamento para este cargo, que se utilizan indistintamente, son episkopos (supervisor u obispo), presbuteros (anciano) y poimén (pastor). Por ejemplo, los tres términos se utilizan para las mismas personas en Hechos 20:17 y 20:28. Esto por sí solo debería ser suficiente para disipar cientos de años de división y decenas de miles de páginas escritas en apoyo de la opinión de que estos términos se refieren a cargos distintos.
Pablo proporciona una lista de calificaciones morales y espirituales para los ancianos en 1 Timoteo 3:1-7 y Tito 1:5-9. Con los ancianos, al igual que con los diáconos, el liderazgo sin virtud es catastrófico. Ninguna cantidad de dones puede compensar la falta de integridad.
La única característica distintiva de un anciano (a diferencia de un diácono) es que debe ser «apto para enseñar» (1 Tim 3:2). ¿Pero qué significa esto?
No todos los ancianos «trabajan en la predicación y en la enseñanza» (1 Tim 5:17), un punto que sugiere que los que lo hacen puedan ocupar un oficio diferente al de anciano. Tal vez no debamos darle demasiada importancia a esto. Después de todo, los diáconos deben guardar el misterio de la fe con limpia conciencia (1 Tim 3:9), las mujeres mayores deben enseñar a las mujeres más jóvenes (Tit 2:4), y las congregaciones enteras deben enseñarse unos a otros con salmos, himnos y canciones espirituales (Col 3:16). De hecho, todo cristiano debe estar preparado para dar razón de la esperanza que tiene (1 Pe 3:15). La capacidad de enseñar no es suficiente para calificar a alguien para el cargo de anciano. Pero los ancianos deben tener claramente esta habilidad.
Mientras que la autoridad de los diáconos parece limitarse al cuerpo de la iglesia local al que pertenecen, hay ocasiones en las que la autoridad de los ancianos trasciende la congregación local. Por ejemplo, los ancianos que se reunieron en el concilio de Jerusalén (Hch 15:6-21) tomaron decisiones que afectaron a toda la Iglesia del Nuevo Testamento.
Por lo tanto, el liderazgo en la Iglesia del Nuevo Testamento descansa en los dos oficios: el de diácono y el de anciano. Asegurar que nuestras propias iglesias tengan ambos es un compromiso con nuestra sumisión a la enseñanza de la Escritura. Tener dirigentes piadosos y bien instruidos en la iglesia es un requisito básico. Todas las cosas deben hacerse decentemente y en orden (1 Co 14:40), y esto se aplica especialmente a la novia de Cristo.