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Nota del editor: Este es el primer capítulo en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: Un mundo nuevo y desafiante
No hace mucho, mi familia y yo estábamos comiendo en un restaurante local conocido por su cocina sureña de estilo casero y su pintoresco ambiente familiar. Cuando nos íbamos, no pude evitar fijarme en una familia que estaba sentada junta, y cada uno de ellos —papá, mamá, hermano mayor y hermana pequeña— estaba envuelto en una conversación con otra persona, en otro lugar en una galaxia muy, muy lejana. Con los hombros encorvados y los ojos mirando inertes a sus teléfonos móviles, sus dedos frenéticos tecleaban mientras colocaban cuidadosamente sus emoticones (imágenes emocionales electrónicas, como caritas sonrientes, caras tristes, etc.) que hacían la función que les correspondía como sustitutos emocionales de sus caras desapasionadas y electrónicamente brillantes.
Como observador constante de mi entorno sociocultural, tenía que captar de algún modo este triste fenómeno familiar del siglo XXI. Inmediatamente saqué mi útil iPhone y tomé una foto digital. Sí, es cierto que vivimos en un mundo nuevo y desafiante: mira hasta dónde hemos llegado.
Para bien o para mal, soy un poco anticuado y tengo tendencia a resistirme a lo nuevo, a lo mejorado, a lo que está de moda y a todo lo que se considera producto del supuesto progreso. Sin embargo, desde que me convertí en cristiano he tenido la convicción abrumadora de que debo aprovechar al máximo mi tiempo y aprovechar cada minuto de cada día para realizar lo que sea digno para la gloria de Dios, utilizando cualquier medio o nueva tecnología que sean apropiados con sabiduría y cuidado, tal como nos instruye el apóstol Pablo: Aprovecha bien el tiempo porque los días son malos (Ef 5:16). Del mismo modo, Jonathan Edwards resolvió «no perder nunca un momento de mi tiempo, sino mejorarlo de la manera más provechosa que pueda» (quinta resolución). Por esta razón, no debemos rehuir de lo que nos llegue en este nuevo mundo, por muy rápido que llegue. Por el contrario, debemos vivir cada día a la luz de la eternidad, delante del rostro de Dios, que no solo aprueba, sino que ordena el uso correcto de todas las cosas correctas, siempre que se utilicen para la edificación de Su pueblo, para la misión mundial de la iglesia de Cristo y para la proclamación de la inmutable Palabra de Dios, que fue supervisada por el Espíritu Santo y escrita con pluma y pergamino, y que ahora está a disposición del mundo entero, por el plan soberano de Dios, todo para Su gloria.