El amanecer de la Reforma
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9 agosto, 2022Oremos por la salvación de nuestros hijos
La salvación de nuestros hijos no tiene precio; sus necesidades espirituales superan con creces a sus necesidades físicas. Ellos necesitan nuestras oraciones; nuestras sinceras oraciones con corazones ardientes, tanto por su arrepentimiento inicial y su venida a Cristo por la fe, como por su vida de continuo crecimiento en la fe. Matthew Henry declaró con razón que es mucho más valioso para los padres que mueren dejar un tesoro de oraciones para sus hijos que dejarles un tesoro de plata y oro.
Mi madre murió recientemente. Tuvo poco que dejarle a sus hijos en lo económico, pero sí atesoramos los años de oraciones que ella y mi padre almacenaron para nosotros. Cuando mis padres conmemoraron su quincuagésimo aniversario de boda, todos nosotros, sus cinco hijos, decidimos agradecerles a mis padres por una cosa que hicieron por nosotros. Sin consultarlo previamente, cada uno de nosotros escogió agradecerle a mi madre por sus oraciones. Todos sabíamos que, por muchos años, ella había orado con sinceridad, fervor y perseverancia por cada uno de nosotros.
Nosotros no estamos en absoluto solos. En una conferencia de ministros en Italia, pregunté a los participantes cuántos de ellos fueron influenciados por las oraciones de su madre. Desde el podio, me pareció que casi todos levantaron la mano. Dios bendice las oraciones sinceras de los padres por el bienestar espiritual y eterno de sus hijos.
Según la promesa de Dios (Gn 17:7; Hch 2:39), los hijos de padres creyentes están incluidos en el pacto de gracia y deben ser recibidos como miembros de la iglesia por el bautismo. Esta promesa es preciosa y los privilegios que confiere a nuestros hijos son realmente grandes. Pero no nos da ningún motivo para suponer que nuestros hijos son regenerados y ninguna razón para tratarlos como tales antes de que lleguen a una fe salvadora y al arrepentimiento.
Bautizamos a los niños basándonos en muchos puntos, pero no por la «regeneración presunta». Los resultados de este punto de vista, que dice que debemos asumir que todos los niños del pacto son regenerados a menos que un pecado flagrante demuestre lo contrario, pueden ser bastante trágicos. El conocimiento y la moralidad son a menudo sustituidos por la salvación, sin la regeneración obrada por el Espíritu, la convicción de pecado, el arrepentimiento para vida, la fe salvadora y los frutos necesarios que la acompañan (Jn 3:5; 16:8-11; Lc 13:1-9; Jn 3:16; Gá 5:22-23). Conocer a Dios de forma salvadora y personal se sustituye por la participación en las «actividades del reino» en casa, en la iglesia, en la escuela y en la comunidad en general.
Como judío, Nicodemo estaba incluído en el pacto, recibió la señal del pacto (la circunsición) y fue educado en las Escrituras, pero Cristo le dijo: «Tienen que nacer de nuevo» (Jn 3:7). (Cristo utiliza aquí la forma plural porque incluyó a todos los israelitas en Su prescripción general). Hasta que nació de nuevo, Nicodemo estaba espiritualmente ciego a las verdades del reino de Dios (vv. 3, 10).
De igual manera, sin la obra salvadora de la gracia de Dios, nuestros hijos son caídos y pecaminosos, no justos (Sal 51:5; 58:3). La Confesión Belga (artículo 15) dice: «el pecado original se extendió a toda la humanidad, el cual es una corrupción de toda la naturaleza y una enfermedad hereditaria con la cual son infectados los bebés en el vientre de su madre». Para ser salvos por Cristo, «por medio de la fe verdadera», deben ser «injertados en Él y reciben todos Sus beneficios»; esta es la fe «que el Espíritu Santo obra… mediante el Evangelio» en sus corazones (Catecismo de Heidelberg, preguntas 20-21).
Los hijos de los creyentes tienen una santidad externa, un lugar en la iglesia visible, pero no participan de la salvación prometida en el pacto a menos que sean regenerados por el Espíritu Santo. Él tiene que convertir a los hijos de Abraham para que reciban la bendición que Dios prometió a Abraham (Hch 3:25-26). Los padres cristianos deben orar por la salvación de sus hijos y llamarlos a confiar en Jesucristo como el único Salvador, porque solo Su sangre nos limpia de todo pecado (1 Jn 1:7).
En efecto, Dios hizo una promesa a Abraham de que sería un Dios para él, para sus hijos y para sus hijos después de ellos, por mil generaciones (Gn 17:7; Sal 105:8). Pero el Señor también dijo a los judíos a través de Su profeta Juan el Bautista: «no piensen que pueden decirse a sí mismos: “Tenemos a Abraham por padre”» (Mt 3:9). A aquellos que ponían su confianza en su legado familiar, Jesús les dijo: «Si son hijos de Abraham, hagan las obras de Abraham» (Jn 8:39), obras que son el fruto de la fe salvadora que demuestra un linaje espiritual, no solo un linaje físico (Ro 4:11-12). La promesa de Dios se hace a todos los que, como Abraham, creen para justificación y vida.
¿Cómo deberíamos orar por la salvación de nuestros hijos? He aquí una oración ofrecida por el predicador escocés Alexander Whyte, del siglo XIX: «¡Oh Dios Todopoderoso, nuestro Padre Celestial, danos una descendencia reconciliada contigo! Oh Dios, danos a nuestros hijos. Una segunda vez, y por un nacimiento mucho mejor, ¡danos a nuestros hijos para que estén junto a nosotros en Tu pacto santo!».
No hay nada automático en la salvación. No hay lugar para la mera presunción; la paternidad cristiana es una labor de fe. La promesa de Dios nos da una base sólida para todas nuestras oraciones y para todas nuestras esperanzas para nuestros hijos. Pero Él también nos manda a que utilicemos los medios designados para obtener Sus buenos dones. ¿Oras diariamente por tus hijos? ¿Oras diariamente con tus hijos? Si no, ¿qué puedes esperar del Señor? Ya sean salvos o no, ¿puedes decir, por la gracia de Dios, que asaltas el propiciatorio por ellos con un corazón ardiente por su bienestar y para la gloria de Dios?