3 cosas que debes saber sobre Lamentaciones
17 mayo, 20243 cosas que debes saber sobre Oseas
24 mayo, 2024Los dones del Espíritu Santo
Nota del editor: Este es el quinto capítulo en la serie de artículos de la revista Tabletalk: El Espíritu Santo
Cuando nuestros hijos eran pequeños, abrían con entusiasmo los regalos que su madre y yo les dábamos en Navidad. Si encontraban un juguete o un juego, se ponían eufóricos. Si eran calcetines o una camisa, se sentían decepcionados. Sus reacciones revelaban que sobrevaloraban los regalos «emocionantes» y subestimaban los regalos «prácticos».
Lamentablemente, muchos que profesan ser creyentes ven los dones del Espíritu de la misma manera. Sobrevaloran la idea de los dones espirituales milagrosos (por ejemplo, las lenguas, la profecía y la sanidad) y subestiman los dones espirituales comunes (por ejemplo, la salvación y el fruto santificador). Tener una visión incorrecta de los dones espirituales milagrosos suele deberse a que no se comprende el propósito redentor e histórico de los dones. Cuando lleguemos a comprender la enseñanza bíblica sobre los dones extraordinarios y ordinarios del Espíritu, valoraremos mejor los dones mayores y continuos en la vida de la iglesia hoy.
El Nuevo Testamento expone una serie de dones espirituales que Dios ha concedido por gracia a Su pueblo. En particular, la Escritura habla de la salvación como «don de Dios» (Ro 6:23; Ef 2:8). La salvación es un don de Dios porque estamos muertos en nuestros pecados por naturaleza (Ef 2:1-3) y no podemos hacer nada para ganar la vida eterna. Por asociación, Cristo se refiere a Sí mismo como «el don de Dios». Él le dijo a la mujer del pozo: «Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: “Dame de beber”, le habrías preguntado, y Él te habría dado agua viva» (Jn 4:10). Jesús se refirió a Sí mismo como «el don de Dios» porque Él es el Hijo encarnado de Dios que vino al mundo para lograr la redención de los pecadores, una redención inmerecida.
Después de que Cristo ascendiera y enviara al Espíritu el día de Pentecostés, los apóstoles se refirieron al Espíritu una y otra vez como «el don de Dios» (Hch 8:20; ver también 2:38; 10:45). El Espíritu Santo es el don de Cristo a Su pueblo comprado con sangre (Jn 7:37). El Espíritu aplica la redención que Cristo aseguró para los elegidos. Al efectuar una verdadera unión espiritual entre Cristo y los creyentes, el Espíritu hace posible que Jesús sea la fuente de regeneración, justificación, adopción, santificación y glorificación de aquellos que Él redime (1 Co 1:30). El Espíritu trabaja en conjunción con el Hijo. El Espíritu convence, regenera, mora en nosotros, justifica, santifica, adopta, sella y, en última instancia, glorifica a todos aquellos por los que Cristo murió. El Espíritu hace que se produzca fruto en la vida de los que están unidos a Cristo (Gá 5:22). Por medio del Espíritu, Cristo imparte Su amor (Jn 15:9-10), Su gozo (v. 11; 17:13) y Su paz (14:27) a Su pueblo.
Las referencias a los dones del Espíritu Santo (He 2:4), los cuales Pablo llama «dones espirituales» (Ro 1:11; 1 Co 12:1; 14:1; Ef 4:8), están estrechamente relacionados con las enseñanzas del Nuevo Testamento sobre el don del Espíritu. El Cristo ascendido otorga estos dones a Su pueblo por medio de Su Espíritu. Jesús exhibió el poder del Espíritu en Sí mismo, lo que le permitió realizar hechos milagrosos que daban testimonio de la veracidad de Su ministerio mesiánico. Cuando ascendió, Cristo envió el mismo Espíritu por el que había realizado aquellas obras poderosas y prodigios para que Su iglesia apostólica llevara el mensaje mesiánico del evangelio a las naciones. Por consiguiente, los dones extraordinarios están íntimamente ligados al Cristo victorioso y ascendido. Como explica Sinclair Ferguson: «La correlación entre la ascensión de Cristo y el descenso del Espíritu indica que el don y los dones del Espíritu sirven como manifestación externa del triunfo y la entronización de Cristo».
Los principales pasajes del Nuevo Testamento en los que se encuentra la enseñanza apostólica sobre estos dones son Romanos 12:6-8; 1 Corintios 12:8-11, 28; Efesios 4:11; y 1 Pedro 4:10-11. Una breve comparación de las listas de dones lleva a la conclusión de que todos estos estaban íntimamente relacionados con el ministerio fundacional de los apóstoles y los profetas (2 Co 12:11-13; Ef 2:20; 3:5). El Dr. Ferguson vuelve a notar:
Aunque una agrupación ecléctica de estos diversos dones es difícil, y tal vez incluso el intento sea erróneo, una estructura básica está claramente presente: la palabra reveladora a través de los apóstoles y los profetas es fundacional (Ef 2:20), mientras que todo lo demás se informa y fluye de esto.
La primera lista de dones en Efesios es una de oficios «de la Palabra» que Cristo estableció. Pablo habla del don de Cristo de «apóstoles… profetas… evangelistas… pastores y maestros» (Ef 4:11). Puesto que el ministerio de la Palabra es el medio principal por el que Dios hace avanzar Su reino y edifica a Su pueblo, Pablo enumera varios oficios «de la Palabra». En resumen, aquellos a los que Dios ha llamado a ser ministros de Su Palabra deben ser recibidos como don de Cristo a Su iglesia. Los oficios de apóstol y profeta encabezan esta lista debido a su función fundacional. Dios designó a los que llamó para estos oficios con el propósito de sentar los cimientos de la iglesia del nuevo pacto y llevar el evangelio a las naciones (Ef 2:20; 1 Te 2:13; 2 P 3:15-16). Por consiguiente, Él los designó para dar a conocer la plena revelación del misterio de Cristo (Ef 3:4-6). Estos oficios fueron necesarios solo hasta que se completó el canon de la Escritura (2:20; 3:5). La iglesia posee ahora toda la Palabra reveladora de Dios (es decir, la doctrina apostólica completa) en las páginas del Antiguo y del Nuevo Testamento.
Durante la era apostólica, Dios impartió tanto dones espirituales ordinarios como extraordinarios. Los dones ordinarios eran los comunes a todos los creyentes. Incluyen la convicción de pecado, la conversión, la santificación y la seguridad de la salvación. Los dones extraordinarios son aquellos dones sobrenaturales que Dios distribuyó a individuos en determinados momentos con fines específicos en la historia redentora. Jonathan Edwards explicó esta distinción:
Los dones extraordinarios del Espíritu son los mismos que los dones milagrosos; como los dones de profecía y de obrar milagros, y otros que menciona el apóstol… Son llamados dones extraordinarios del Espíritu porque… se otorgan… solo en ocasiones extraordinarias, como se otorgaron a los profetas y a los apóstoles para que pudieran revelar la mente y la voluntad de Dios antes de que se completara el canon de la Escritura… Pero desde que se completó el canon de la Escritura y se fundó y estableció plenamente la iglesia cristiana, esos dones extraordinarios han cesado. Los dones ordinarios del Espíritu son los que han continuado en la iglesia de Dios a lo largo de todas las épocas; los dones que se conceden en la convicción y la conversión, y los que pertenecen a la edificación de los santos en santidad y consuelo.
Los dones extraordinarios (es decir, milagrosos) de profecía, lenguas y sanidad autentificaron el mensaje divino proclamado por los apóstoles entre las naciones (Hch 1:8). Estos dones validaron la revelación apostólica de Cristo. Las lenguas fueron un don «de señales» que dieron testimonio del hecho de que Dios estaba llevando Su reino del Israel del antiguo pacto a las naciones. Por consiguiente, las lenguas testificaron que la bendición del evangelio había llegado a las naciones. Como explica O. Palmer Robertson:
Las lenguas extranjeras que se hablaron en el día de Pentecostés fueron una señal de maldición pactual para Israel. Dios ya no les hablaría exclusivamente a ellos en contraste con todas las naciones del mundo. Pero, al mismo tiempo, las lenguas en Pentecostés sirvieron como señal de la gran bendición de Dios a todas las naciones del mundo, incluida Israel. Las lenguas eran una señal de la extensión de la bendición del pacto a todas las naciones del mundo.
La sanidad milagrosa fue otro don «de señales» autentificador. Esta daba testimonio del poder de la resurrección del evangelio. Los dones extraordinarios «de señales» cesaron cuando el evangelio se extendió hasta los confines de la tierra y la iglesia se estableció sobre los cimientos de la revelación completada del Antiguo y Nuevo Testamento. De modo similar, ya no había más necesidad de profecía cuando los apóstoles completaron la revelación escrita de Cristo y se cerró el canon de la Escritura.
En 1 Corintios 12-14 encontramos el tratamiento más extenso de los dones espirituales en el Nuevo Testamento. Aquí el apóstol Pablo aborda lo que se había convertido en un mal uso generalizado de los dones en la iglesia. Los miembros de la iglesia exaltaban los dones menores por encima de los mayores, mientras que otros hacían uso de ellos de manera desordenada y para engrandecerse a sí mismos. Los miembros de la iglesia no comprendieron adecuadamente la finalidad para la que Dios había concedido los dones. Después de comparar la importancia de los dones de lenguas y profecía, Pablo contrasta la función temporal de los dones extraordinarios y la continuidad de los dones ordinarios. Lo hace para ayudar a sus lectores a comprender que los dones ordinarios del Espíritu deben ser favorecidos sobre los extraordinarios (1 Co 12:31).
En 1 Corintios 13:8-13, Pablo contrasta tres dones extraordinarios con tres dones ordinarios (fe, esperanza y amor). Él señala que los dones extraordinarios del Espíritu cesarían, mientras que los dones ordinarios permanecerían (vv. 8, 13). Pablo dice que, mientras que los dones extraordinarios llegarían a su fin, los dones ordinarios permanecerían hasta el fin de los tiempos. La necesidad de dones extraordinarios cesó con la finalización de la revelación escrita de Dios, pero la necesidad de los dones ordinarios permanece a lo largo de toda la era del evangelio (v. 13). Aunque la fe y la esperanza perdurarán más que los dones extraordinarios en el tiempo, no durarán más que el amor en la eternidad. La fe y la esperanza seguirán actuando en la vida de los creyentes hasta la consumación. El amor es el don mayor a los demás porque sigue su función por toda la eternidad: «El amor nunca deja de ser» (v. 8). Cuando Cristo vuelva, la fe se convertirá en vista y la esperanza será una realidad (Ro 8:24), pero el amor será la gracia imperante en la comunión que los creyentes tendrán con Dios y entre sí por toda la eternidad. Juan Calvino concluyó lo siguiente a partir de la enseñanza de Pablo sobre esta sección:
Debemos desear con ansias una excelencia que nunca llegue a su fin. Por eso hay que preferir el amor antes que los dones temporales y perecederos. Las profecías se acaban, las lenguas fracasan, el conocimiento cesa. De ahí que el amor sea más excelente que ellos por este motivo: que, mientras ellos cesan, él sobrevive.
Incluso cuando los dones extraordinarios del Espíritu seguían operando en la iglesia apostólica, el mensaje de Pablo era sencillo: Si el amor no va de la mano, el uso de otros dones espirituales es vano (1 Co 13:1-4). Este principio es tan válido para los que vivimos en el siglo XXI como lo fue para los creyentes de la era apostólica. El amor debe ser siempre el motivo que guíe el ejercicio de cualquier don que Dios nos haya concedido.
Aunque los dones extraordinarios del Espíritu han cesado en la historia redentora, Dios sigue dando a Su pueblo diversos dones para el servicio en la iglesia, como la enseñanza y la predicación, la misericordia, la hospitalidad, la generosidad y la administración. Él los distribuye de forma diversa a los miembros de Su cuerpo para que, a su vez, ellos los utilicen para edificar en amor a otros en el mismo cuerpo (Ro 12:6-8; Ef 4:11-16). Cuando los dones se llevan a la práctica en amor, los miembros del cuerpo de Cristo se unifican y edifican.
El Cristo ascendido ha dado a Su pueblo el don del Espíritu y los dones del Espíritu. Los dones extraordinarios del Espíritu sirvieron para autentificar el origen divino del mensaje apostólico. Acompañaron y sirvieron al progreso de la revelación en la Escritura y a la fundación de la iglesia del nuevo pacto. Por consiguiente, cesaron con la finalización del canon de la Escritura. Los dones ordinarios del Espíritu son las operaciones comunes a Su obra salvadora en los redimidos. El Espíritu hace que se produzca santidad y fruto en la vida de los creyentes. Mientras que los dones extraordinarios solo operaron durante la era apostólica, los dones ordinarios permanecen hasta el fin de los tiempos. Puesto que el amor debía ser el principio rector por el que los creyentes ejercitaran sus dones espirituales durante la era apostólica, debe serlo siempre que ejercitemos cualquier don para la edificación de Su pueblo.