
Isaías 43:25
2 diciembre, 2020
Jeremías 29:11
4 diciembre, 2020No temas porque Yo estoy contigo

Nota del editor: Este es el décimo tercer y último capítulo en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: El temor.

El temor paraliza a las personas. Es una plaga que puede devastar al pueblo de Dios, impidiendo que caminemos confiadamente con nuestro Dios y hagamos Su voluntad. Cuando nos sentimos abrumados por los «gigantes de la tierra», lo único que puede eliminar nuestro temor es la poderosa presencia de Dios.
El libro de Josué comienza con una nota desalentadora. Moisés había muerto. El gran profeta y líder de Israel a quien Dios usó como agente humano para sacar al pueblo de Israel de Egipto ya no estaba con ellos. Moisés murió fuera de la tierra prometida como resultado de sus pecados. Sería difícil exagerar lo categóricamente desconcertante que esto debió haber sido para Israel: el hombre que los había sacado no podría entrar. Además, toda una generación de israelitas había muerto en el desierto debido a su incredulidad. De esa generación, solo Josué y Caleb estaban vivos. Los hijos de esa generación que habían crecido y remplazado a sus padres entrarían en la tierra. El temor no fue simplemente una plaga que amenazó al pueblo de Israel sino que dio a luz a la incredulidad en sus corazones y les impidió obtener la promesa.
Es contra este telón de fondo tan aleccionador que Dios establece Su promesa redentora de esperanza. Dios le había dado dos regalos a Israel para ayudarlos a superar su temor y entrar en la tierra prometida. El primer regalo fue Josué. Dios sabía que el pueblo de Israel necesitaba un líder, un hombre elegido por Él para proporcionarles un liderazgo decisivo y visible, uno que llevara al pueblo desde donde estaban hasta donde tenían que ir. Josué era el hombre para un tiempo como este, y Dios colocó claramente el manto de Moisés sobre sus hombros. Josué estaría con ellos y los guiaría.
El mayor consuelo que cualquiera de nosotros puede tener, sin importar cuán aterrador o desalentador pueda ser este mundo, es que Jesús, el Capitán de nuestra salvación, está con nosotros siempre, hasta el fin del mundo.
Por muy bueno que fuera, Josué era solo un hombre, pero Dios le dio a Israel algo mucho más valioso que el liderazgo de Josué: Dios se dio a Sí mismo. Lo que Dios le dio a Israel en Josué 1 para remover su temor fue la promesa de Su propia presencia permanente: «¿No te lo he ordenado Yo? ¡Sé fuerte y valiente! No temas ni te acobardes, porque el Señor tu Dios estará contigo dondequiera que vayas» (Jos 1:9). Josué fue el líder que los precedió, pero Dios mismo fue el verdadero Capitán de su salvación, su Retaguardia y su Consolador permanente.
Lo que Dios esperaba de Su pueblo era fe en Su promesa y en Su presencia. Lo opuesto a estar «temeroso y acobardado» es ser «fuerte y valiente». Solo había un problema: el pueblo estaba lleno de un temor pecaminoso. Su valor menguaba más de lo que aumentaba, y con el tiempo Dios tendría que hacer aún más por Su pueblo pactual. Y lo hizo. Muchos años y episodios más tarde, en el contexto de una etapa aún más sombría, Dios levantó a otro libertador: el Profeta que superó la fidelidad de Moisés y el Capitán que superó el éxito de Josué: Jesús, el Hijo de Dios, quien vino al mundo para transformar esta etapa de oscuridad en una de esperanza radiante. Vino a luchar contra todo lo que nos amenaza y venció nuestro mayor temor, la muerte misma, con Su propia vida, muerte y resurrección.
¿Resulta acaso sorprendente que en la narración de la resurrección, en Mateo 28, se le dijera al pueblo de Dios que no temiera? Primero, los ángeles dijeron a las mujeres en la tumba que no tuvieran temor (v. 5); luego, Jesús —habiendo resucitado de entre los muertos— dijo a las mujeres que dijeran lo mismo a los discípulos (v. 10); y finalmente, Jesús nos encargó la gran comisión con la singular promesa que echa fuera todo nuestro temor: «He aquí, Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo» (v. 20).
La tendencia de Israel era a estar «temerosos y acobardados». También es la nuestra. En ocasiones, el temor se apodera del corazón y aturde la mente, y esto a veces nos lleva a lo incorrecto o nos impide hacer lo debido. Pero debemos recordar que nos acompaña Aquel que es mucho más fuerte que cualquier cosa que nos amenace, y Él no tiene temor. Todavía hay muchos gigantes en la tierra, pero el que está con nosotros es mayor. Él ya derrotó a Sus enemigos y a los nuestros. Él está subyugando victoriosamente los corazones, tal como lo prometió. Él está produciendo fe en nosotros, tal como lo prometió. Y el mayor consuelo que cualquiera de nosotros puede tener, sin importar cuán aterrador o desalentador pueda ser este mundo, es que Jesús, el Capitán de nuestra salvación, está con nosotros siempre, hasta el fin del mundo.