No temas porque Yo estoy contigo
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5 diciembre, 2020Jeremías 29:11
Nota del editor: Este es el tercer capítulo en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: ¿Qué es lo que realmente dice ese versículo?
Jeremías 29:11 contiene una preciosa promesa muy querida por cristianos de todo el mundo. También es probable que sea uno de los versículos más mal aplicados de toda la Escritura. En este versículo, Jeremías afirma que Dios está en control, y además, que tiene cosas buenas reservadas para nosotros: «Porque Yo sé los planes que tengo para vosotros —declara el SEÑOR— planes de bienestar y no de calamidad, para daros un futuro y una esperanza».
Ciertamente palabras reconfortantes. Pero, ¿qué quiere decir Jeremías? Algunos han tomado este versículo y lo han aplicado a sí mismos y a otros de una manera que no corresponde. «Dios te ama y tiene un plan maravilloso para tu vida», dicen. «Él ha trazado el curso de tu vida, y solo tienes que ser obediente a Él para entrar en Su bendición».
Algunos van más allá y dicen que este versículo promete prosperidad terrenal. La salud y la riqueza son la porción de los cristianos. No debemos conformarnos con lo segundo mejor, porque somos hijos del Rey. Desde este punto de vista, el sufrimiento y la privación señalan una falta de fe.
El contexto de Jeremías 29:11 indica que no se trata de una promesa general de bendición terrenal.
Dicen que los tres factores más importantes a la hora de comprar una propiedad son «ubicación, ubicación, ubicación». De igual manera, los tres factores más importantes para entender un pasaje dado de la Biblia son «contexto, contexto, contexto». Cuando los textos están aislados, se puede hacer que signifiquen casi cualquier cosa. Pero cuando se leen en su contexto, su significado se hace claro.
El contexto de Jeremías 29:11 indica que no se trata de una promesa general de bendición terrenal. El profeta Jeremías ministró antes y durante el exilio babilónico, cuando el reino del sur de Judá sufrió la maldición del pacto de expulsión de la tierra prometida por su continua infidelidad al Señor (Dt 28:36; 2 Cr 36:15-21). Jeremías había advertido a los judíos que el castigo era inminente, y les rogó que se arrepintieran de su idolatría y maldad. Cuando no lo hicieron, profetizó que Nabucodonosor, rey de Babilonia, conquistaría Judá y Jerusalén y llevaría al pueblo al exilio (Jer 25:1-11).
Incluso en medio de esta profecía de castigo, había un destello de esperanza: el exilio sería largo, pero no sería para siempre. Dios se propuso castigar a Su pueblo, pero no los destruiría por completo. De hecho, los traería de vuelta a su tierra después de setenta años (v. 11).
Además, el Señor prometió bendecir al pueblo durante su exilio. Esta bendición prometida es el tema del capítulo 29, que transmite el contenido de una carta que el profeta envió al pueblo en el exilio (29:1). Dios anima al pueblo a edificar casas, a casarse y a dar sus hijos en matrimonio, a plantar huertos y a «buscar el bienestar de la ciudad» (vv. 5-7). Estas bendiciones son una reversión o suspensión de las maldiciones del pacto en Deuteronomio 28:30-34.
El Señor prometió que después de un tiempo, los traería de vuelta (Jer 29:10). Este es el contexto de Jeremías 29:11. El Señor no había acabado con Su pueblo del pacto. Los llamó a ser fieles y a obedecer en su sufrimiento. Había un elemento de obediencia a la promesa; los judíos debían esperar en el Señor, confiar en Él y seguirlo mientras estuvieran lejos del templo y apartados del sacerdocio y los sacrificios. Cuando aprendieran paciencia y obediencia, Él los traería de vuelta. Les aseguró que Él estaba cerca y que era capaz de restaurarlos (vv. 12-14; ver 24:4-7).
No podemos simplemente aplicar este versículo directamente a nosotros mismos. No fue escrito originalmente para nosotros, sino a un grupo particular de personas que vivían en un lugar particular en un momento particular. ¿Significa eso que este versículo no tiene ninguna aplicación para nosotros como cristianos? No, no es así. De hecho, la aplicación para nosotros es gloriosa pero indirecta.
Pablo dice de Jesucristo que «tantas como sean las promesas de Dios, en Él todas son sí» (2 Co 1:20). Jesús es el verdadero Israel, el heredero de todas las promesas hechas al pueblo del antiguo pacto, el remanente justo (Sal 2:7; Hch 2:16-21; 15:16-17; Gal 3:16). En última instancia, la promesa de bendición durante y después del exilio en Jeremías 29:11 fue hecha a Cristo, y fue cumplida en su estadía terrenal y su restauración a su morada celestial, es decir, su vida, muerte, resurrección y ascensión.
Los cristianos heredan esa promesa, también, en virtud de estar unidos a Cristo por medio de la fe. Él ha sufrido la maldición del pacto y ha cumplido la ley de la obediencia a nuestro favor, y todo lo que es Suyo se convierte en nuestro por la gracia de Dios (Ef 1:11-14). Entonces, aunque también sufriremos durante nuestra estadía terrenal, somos bendecidos por la obra del Espíritu Santo y seremos resucitados con Cristo y disfrutaremos de bendiciones inefables en la presencia de nuestro Señor. Esto es, en última instancia, lo que significa la promesa de Dios de «planes de bienestar y no de calamidad, para daros un futuro y una esperanza». Y es mucho mejor que cualquier promesa de prosperidad terrenal.