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Nota del editor: Este es el cuarto y último capítulo en la serie «Esperanza en medio de la decepción», publicada por la Tabletalk Magazine.
Enterré a Esperanza recientemente. Ella era una mujer cristiana madura, una joven de ochenta y seis años, que constantemente ejemplificaba su nombre a lo largo de las dos décadas que yo fui su pastor. Cuando nos conocimos, ella estaba en rehabilitación por lesiones casi fatales debido a un accidente automovilístico. Esperanza vivía con dolor diario; caminaba usando dos bastones para mantener el equilibrio. Sin inmutarse ante los múltiples problemas de salud, siempre irradiaba profunda alegría y confianza en su Señor y Salvador.
Al final, Esperanza fue hospitalizada para una cirugía de corazón que había sido planificada para incluir cuatro baipases, pero que al final se convirtieron en seis. Otro pastor y yo la visitamos antes de la cirugía y la ungimos en una oración de Santiago 5 por sanidad. Ella irradiaba confianza en el cuidado providencial de Dios, ya sea en la vida o la muerte. Esperanza sobrevivió a su cirugía cardíaca masiva por cuarenta y ocho horas, pero luego el Señor silenciosamente se la llevó a casa. Santiago 5:15 al final se cumplió: «y la oración de fe [restauró a la enferma], y el Señor [la] levantará» en el último día.
Los que predicamos la Palabra de Dios, necesitamos hablar con más frecuencia sobre los temas principales de la escatología: el regreso de Cristo, el juicio sobre todas las almas en el día del Señor, el infierno como el destino para la incredulidad y el gozo asegurado del cielo que le espera a los redimidos en Cristo. El evangelicalismo de un kilómetro de ancho y dos centímetros de profundidad de nuestros días tiende a enfocarse más en la vida cristiana en este mundo presente que en los contornos de la esperanza eterna. La gente en la antigüedad vivía en una realidad donde era mucho más probable encontrarse con muerte repentina, alta mortalidad infantil y enfermedad desenfrenada. Con una expectativa de vida más corta, ellos no estaban tan profundamente arraigados en el mundo material como nosotros. La esperanza centrada en Cristo ante la inminencia de la muerte resonaba desde sus púlpitos. ¿Dónde están aquellos hoy día que pueden decir como Richard Baxter: «Prediqué como si no estuviera seguro de que volvería a hacerlo de nuevo, y como un moribundo dirigiéndose a moribundos»?
Algunos consideran extraño que la Palabra de Dios diga menos sobre la emocionante experiencia del cielo de lo que quisiéramos escuchar. Las promesas del Antiguo Testamento acerca de la seguridad del creyente más allá de esta vida son como raros destellos relampagueantes, contrastados con un panorama sombrío de sufrimiento. Job 19:25-26 es notable en este sentido: «Yo sé que mi Redentor vive, y al final se levantará sobre el polvo. Y después de deshecha mi piel, aun en mi carne veré a Dios». El Salmo 16:11 ofrece un consuelo igualmente prometedor: «Me darás a conocer la senda de la vida; en tu presencia hay plenitud de gozo; en tu diestra, deleites para siempre».
Aun aquellos que tienen una esperanza positiva del cielo pueden olvidar que el Nuevo Testamento predice una expectativa de dos etapas para la vida cristiana después de la muerte. Primero está la experiencia instantánea de cada creyente que muere físicamente, cuya alma parte para estar con Cristo (Fil 1:23). En Hebreos 12:23, el autor describe una asamblea general de los santos que han partido y están presentes con el Señor en este momento, antes del gran día de la resurrección. Son llamados «los espíritus de los justos hechos ya perfectos». Por la gracia de Dios, nuestras almas/espíritus reciben el don de la inmortalidad de parte de Dios, quien es el único inmortal. Las Escrituras afirman que al llegar la muerte física, los elegidos de Dios,los creyentes, continúan existiendo como almas conscientes, viviendo de manera excepcional en la presencia de Dios.
Los cristianos no consideramos que el mal y el sufrimiento tienen la última palabra.
En la actualidad, nos es imposible concebir lo que es ser un alma sin un cuerpo carnal. Pensamos en nuestro cuerpo material como la sólida realidad, mientras que nuestras almas son formas tenues y fantasmales. (¿Quién alguna vez ha pesado o medido o tomado una «selfie» de un alma?) Sin embargo, en 2 Corintios 5:1, Pablo insiste en que nuestra alma es «un edificio, una casa no hecha por manos, eterna en los cielos». Nuestras almas son sustanciales; son de naturaleza espiritual, sin embargo disfrutan de una existencia sustancial. Pablo añade en 2 Corintios 5:7-8 que «(por fe andamos, no por vista); pero cobramos ánimo y preferimos más bien estar ausentes del cuerpo y habitar con el Señor». Al morir, dejamos nuestros cuerpos físicos atrás en la tumba mientras nuestras almas son recibidas en la presencia maravillosa de Dios.
Los teólogos típicamente se refieren a esta transición de morir en cuerpo físico a vivir en alma inmortal como el «estado intermedio». Ese término implica algo intermedio, incompleto. No es un término equivocado, pero prefiero llamar a nuestra etapa de entrada a la eternidad por un título más positivo: «el cielo inmediato». El énfasis debe estar en la «inmediatez» de esta experiencia inaugural. Jesús le dijo al ladrón arrepentido en la cruz: «Hoy estarás conmigo en el paraíso» (Luc 23:43). La esperanza bíblica respalda la afirmación segura de que todos aquellos que son transformados por la gracia a través de la fe para nombrar a Jesús como Señor, cobran vida en Él en una nueva dimensión inmediatamente después de su muerte física. Hoy estamos «en» Cristo; al morir, estaremos «con» Cristo.
Sin embargo, hay una segunda fase para la esperanza cristiana. La sorprendente segunda venida del Señor Jesús será el amanecer del cielo supremo. En una secuencia que se desarrolla rápidamente, Cristo aparecerá visible y gloriosamente ante todo el mundo, trayendo consigo almas de creyentes que han partido (1 Tes 4:13-18). Todos los creyentes serán investidos con cuerpos de resurrección (1 Cor 15:51-57). Todos los que reciban al Rey con fe gozosa en ese día asombroso estarán bajo la segura protección de su Redentor. Otros eventos cósmicos incluyen el juicio final, donde la incredulidad es condenada más allá de toda apelación y aquellos que nunca confiaron en Cristo exclusivamente son excluidos de la presencia de Dios para siempre (Mat 25:31-46). La creación misma se renovará en un cielo nuevo y una tierra nueva (Rom 8:20-21; 2 Ped 3:10-13).
El pináculo de la experiencia futura del creyente se expone adecuadamente en los últimos dos capítulos de la Biblia. Apocalipsis 21:3 profetiza que en el cielo nuevo y en la tierra recreada: «He aquí, el tabernáculo de Dios está entre los hombres, y Él habitará entre ellos y ellos serán su pueblo». Esta es la existencia suprema y perfeccionada en la que se desvanecen todas las huellas del mal, pecado, muerte y llanto. Apocalipsis 22:4-5 da un toque final cuando dice del Señor mismo: «Ellos verán su rostro… no tendrán necesidad de luz de lámpara ni de luz del sol, porque el Señor Dios los iluminará, y reinarán por los siglos de los siglos».
El panorama extenso de todo este cielo final es tan impresionante que no es de extrañar que millones de escépticos vean la realidad concluyente de la Biblia como irreal o mitológica. En cierto sentido, no me sorprende que los cínicos digan que nuestra esperanza es como «hacer castillos en el aire». Sin embargo, los cristianos no son tontos o ignorantes; nosotros no somos débiles de mente al evaluar las condiciones del mundo de hoy. Nuestras observaciones de sufrimiento brutal y muerte a nuestro alrededor son tan objetivas y realistas como las de cualquiera. Simplemente no consideramos que el mal y el sufrimiento tienen la última palabra.
En Mero Cristianismo, C.S. Lewis escribió:
La esperanza significa una continua expectativa de la vida eterna…. No significa que debemos dejar este mundo tal como está. Si leemos la historia veremos que los cristianos que más hicieron por este mundo fueron aquellos que pensaron más en el otro.
La esperanza es una fe centrada en Cristo que se extiende hacia el futuro. Creemos que todas los cosas que Dios revela en las Escrituras son Sus promesas garantizadas. Debido a quién está hablando, todo lo que el Señor revela debe hacerse realidad. Compara la fe y la esperanza de Abraham. Romanos 4 dice que Abraham tenía una comprensión real de la impotencia de su cuerpo de noventa y tantos años y la esterilidad de su esposa, Sara. Pero él vio más allá de estas circunstancias, porque fue Dios quien le prometió un hijo. Por lo tanto, «el creyó en esperanza contra esperanza, a fin de llegar a ser padre de muchas naciones» (Rom 4:18). Pablo declaró, Abraham estaba «plenamente convencido de que lo que Dios había prometido» (v. 21). Ese es el verdadero centro de la esperanza cristiana.
Sin duda, estar con Cristo como alma perfeccionada al momento de mi muerte, imaginar su regreso histórico, contemplar su trono de juicio sin temor, recibir un magnífico cuerpo renovado y recorrer un planeta recreado, todas estas escenas de esperanza en el futuro parecen increíbles en este momento. La avalancha de datos sobrecarga nuestros circuitos espirituales. Sin embargo, debemos confiar en todo lo que la Escritura presenta, debido a quién reveló estas promesas.
El escritor puritano Thomas Adam concluyó el asunto de esta manera:
La esperanza es una bella dama de semblante claro; su lugar adecuado está sobre la tierra; su objetivo final está en el cielo. . . la fe es su fiscal general, la oración su abogado, la paciencia su médico. . . el agradecimiento su tesorero, la confianza su vicealmirante, las promesas de Dios su ancla. . . y la gloria eterna su corona.
Aunque mi esposa y yo aun no tenemos setenta años, el año pasado compramos un lápida para nuestro lote de cementerio y lo inscribimos con nueve palabras como testimonio de nuestra esperanza ante la muerte física. Las palabras escogidas de Filipenses 1:21 leen: «El vivir es Cristo y el morir es ganancia».
En el análisis final, ¿puedes decir que tu confianza como hijo de Dios en Cristo se mantiene firme sobre ese credo de resurrección?