El fracaso y la decepción en las Escrituras
21 agosto, 2018Nuestra esperanza final
23 agosto, 2018Un tiempo para llorar
Nota del editor: Este es el tercer capítulo en la serie «Esperanza en medio de la decepción», publicada por la Tabletalk Magazine.
Soy muy consciente de que probablemente este artículo te encuentre en un momento de profundo dolor. Por supuesto, puede que estés intelectualmente interesado en el tema del lamento, o puede que seas alguien que regularmente ayuda a personas en momentos de duelo y tragedia: un anciano, consejero o miembro de la iglesia. Pero para algunos de ustedes, este artículo los encontrará en un profundo dolor. Empiezo diciendo que sé lo difícil que es enseñar en el cementerio donde las lágrimas son mejores compañeras que las palabras y las frases plasmadas en una página. Lector afligido, quiero comenzar diciendo: «Lo siento mucho. ¿Podríamos reunirnos alrededor de la Biblia, en tu momento de dolor, y dejar que el Señor coloque Su brazo sobre nuestros hombros, escuchando Su invitación a hacer lo que Su pueblo ha hecho y siempre hará hasta el día en que no haya más lágrimas; llorar, lamentarnos, afligirnos?»
¿Una tristeza descontrolada?
Debo comenzar desde una posición algo extraña, aparentemente. Y eso es solo porque el lamento es muy malentendido hoy día. Muy a menudo, vemos el lamento como un arrebato emocional continuo y desenfrenado, un torrente de sentimientos oscuros y llenos de dolor. Es como el hombre que golpea una pared de yeso con su puño y le abre un hoyo, quien, por el bien de su puño y la pared de yeso, nunca aconsejaría hacer tal cosa, y aun así en su ira apasionada y sin sentido se encuentra queriendo dañar a ambos. Se piensa que el luto y la ira tienen esto en común: la pérdida de control, la incapacidad de pensar con claridad, y el flagelo de una vida tomada por sorpresa por circunstancias no deseadas y siempre evitadas.
Pero el lamento bíblico no es una tristeza o emoción desenfrenada. Pablo aconseja a los cristianos afligidos en Tesalónica, diciendo:
Pero no queremos, hermanos, que ignoréis acerca de los que duermen, para que no os entristezcáis como lo hacen los demás que no tienen esperanza. Porque si creemos que Jesús murió y resucitó, así también Dios traerá con Él a los que durmieron en Jesús (1 Tes 4:13-14).
En este pasaje Pablo está poniendo límites al dolor, ofreciendo una doctrina para guiar el lamento. Él está corrigiendo y enseñando en el cementerio. Aquellos que tienen esperanza, una confianza demostrada y sobrenatural en las promesas de Dios, cuando se lamentan bíblicamente, lo hacen de manera diferente a aquellos que no tienen esperanza. Este mismo patrón aparece en la segunda carta de Pablo a la iglesia de Corinto, donde él compara dos clases de dolor o tristeza por el pecado, diciendo: «Porque la tristeza que es conforme a la voluntad de Dios produce un arrepentimiento que conduce a la salvación, sin dejar pesar; pero la tristeza del mundo produce muerte» (2 Cor. 7:10). Los muchos salmos de lamentos y el libro de Lamentaciones muestran una precisión artística y una profundidad teológica que no fueron escritos durante un estallido emocional descontrolado, una especie de torrente desconsolado de conocimiento. No, el lamento bíblico es algo más que una tristeza descontrolada. Es preciso, planificado y gobernado por las Escrituras.
Ahora lloramos en el cementerio con la misma certeza con que danzaremos en la resurrección cuando Jesús regrese.
La verdad del lamento
También es importante agregar, por controvertido que parezca a los oídos modernos, que las emociones son tan correctas o incorrectas como lo son las declaraciones de verdad. Ten en cuenta que estoy hablando de veracidad y no de validez. La validez de las emociones proviene de que somos criaturas creadas para sentir profundamente y, sin embargo, también criaturas finitas y caídas. Una persona sin emociones es una anomalía extraña y obtusa. Alguien puede tener una emoción válida ante circunstancias desconcertantes que, después de un tiempo, se convierte en una emoción totalmente diferente. Por ejemplo, la reacción ante la pérdida de alguien que ha muerto joven puede comenzar con una emoción de ira ante una corta vida pero luego, con el tiempo, convertirse en una emoción de gratitud por los años disfrutados con esa persona. Esas emociones de ira y eventual agradecimiento son igualmente válidas, aunque en última instancia, el agradecimiento es una emoción más apropiada para expresarle a un Dios que hace bien todas las cosas, que no corta la vida antes de tiempo ni la prolonga demasiado. Y entonces vemos que la validez y la veracidad son cosas diferentes. Fuimos hechos para sentir, de inmediato y con frecuencia. Pero podemos darnos cuenta de que un sentimiento particular fue totalmente equivocado, inapropiado o incorrecto después de que el paso del tiempo nos trae una mayor claridad.
Esto me lleva de vuelta a mi afirmación de que las emociones son verdaderas o falsas. Podemos reconocer que una emoción es incorrecta. Pablo instruye a los cristianos en Roma diciendo: «Gozaos con los que se gozan y llorad con los que lloran» (Rom 12:15). Eso parecería un consejo extraño si todas las emociones estuvieran libres de juicio, es decir, fueran amorales en su expresión. Pero, ¿cuántos de nosotros conocemos la tentación de lamentarnos cuando alguien más celebra la promoción en el trabajo que queríamos? ¿Cuántos de nosotros conocemos la tentación de regocijarnos ante la desgracia de otros a quienes despreciamos en secreto, o incluso no tan en secreto? Y a esto debemos agregarle este último pensamiento: somos criaturas que buscamos darle significado a las cosas. No nos limitamos a ver pasar la vida. Damos significado, asignando a los eventos de la vida las categorías apropiadas de bueno, malo, justo, malvado, bello, feo, pecaminoso o santo. Nuestras vidas emocionales, al igual que nuestras vidas intelectuales, son nuestro intento de asignar veracidad a los acontecimientos de la vida. Y nuestro Dios de verdad, que nos llama a ser un pueblo que dice la verdad, nos ha dado emociones para que sean asignadas con precisión a todos los eventos que componen cada una de nuestras vidas. Para ser más específico y limitar el alcance de esta discusión al tema en cuestión, el lamento no es solo una emoción válida sino que debe ser una emoción verdadera, asignada de acuerdo con las instrucciones bíblicas, para determinar o indicar aquello que verdaderamente es triste o doloroso. El lamento es tan ortodoxo o poco ortodoxo como una declaración doctrinal.
No ignoremos cuán inusuales son el lamento y la tristeza bíblicos en comparación con lo que usualmente se conoce con esas mismas palabras en nuestros días. El lamento no es la liberación desenfrenada de dolor o tristeza. El lamento no es alborotado e incomprensible. Como las emociones son verdaderas o falsas en su expresión, el lamento no puede ser simplemente la validez de las lágrimas cada vez que salen de nuestros ojos. El lamento es un regalo de Dios para el pueblo de Dios, las migajas de dolor que conducen a la celebración del gozo.
Un Salvador que lamenta
No hay mejor manera de examinar el lamento cristiano que observar el lamento en Cristo, ese hombre grande y perfecto, expresivo de emociones profundas que siempre fueron verdaderas y piadosas. En la narración de la muerte y resurrección de Lázaro, tenemos un ejemplo instructivo de dónde y cuándo Jesús muestra Sus emociones más profundas.La historia se divide en tres partes: el reconocimiento de Jesús de la muerte de Lázaro mientras está con Sus discípulos, Su conversación final con las hermanas afligidas de Lázaro, y luego Su milagrosa resurrección de Lázaro en la tumba. Contrariamente a lo que podríamos pensar, Jesús guarda las más profundas expresiones de tristeza y lamento para la tumba, no para cuando recibe la llamada telefónica por primera vez, ni para cuando está sentado en la sala de espera con la familia afligida. Su lamento y tristeza —»se conmovió profundamente en el espíritu, y se entristeció» (Jn 11:33), «Jesús lloró» (v. 35), y «de nuevo profundamente conmovido» (v. 38)— ocurre entre la segunda y tercera parte de esta narración, después de Sus conversaciones con María y Marta, y sirven como prefacio y preparación para Su batalla contra la muerte y victoria definitiva frente a la tumba de Lázaro.
En su obra «La vida emocional de nuestro Señor», BB Warfield muestra que el lamento de Jesús no es un colapsante sollozo de tristeza o melancolía; en cambio, lo que revela el original en griego es que las lágrimas de Jesús son una mezcla precisa y controlada de verdaderos sentimientos de dolor, lamento, duelo, tristeza y especialmente, ira contra la muerte misma.
Pero la emoción que desgarró Su pecho y clamó por ser exteriorizada fue la de ira justa. La expresión incluso de esta ira, sin embargo, fue fuertemente contenida. . . Juan nos da a entender que la expresión externa de la furia de nuestro Señor fue marcadamente restringida: su manifestación fue muy inferior a su intensidad real. . . El espectáculo de la angustia de María y sus compañeros enfureció a Jesús porque trajo conmovedoramente a Su conciencia la maldad de la muerte, su antinaturalidad, su «tiranía violenta» como la califica Calvino (en el versículo 38). . . Es la muerte el objeto de Su ira, y detrás de la muerte aquel que tiene el poder de la muerte, y a quien Él ha venido al mundo para destruir. . . La resurrección de Lázaro se convierte así, no en una maravilla aislada, sino —como en verdad se presenta a lo largo de toda la narración (compara especialmente, versículos 24-26)— en un ejemplo decisivo y un símbolo público de la conquista de Jesús sobre la muerte y el infierno.
Lo que Warfield describe tan vívidamente es el lamento y la tristeza bíblicos, controlados intencionalmente y exhibidos por Jesús frente a la tumba de Su amigo. La emoción bíblica apropiada del Mesías ante la muerte no es la resignación o un falso lloriqueo, sino las lágrimas de una ira llena de dolor y tristeza que el Conquistador del pecado, la muerte y el diablo mostró durante Su asalto certero y violento a las puertas del mismo infierno. Como Sus seguidores, nos unimos a Jesús en el mismo tipo de lamento preciso e intencional contra el pecado, la muerte y la obra de satanás.
El lamento bíblico es dolor y tristeza mezclados con justa ira y rabia. Nuestra doctrina nos enseña que el reino de Jesús ha sido inaugurado pero aún no consumado, que las lágrimas corren por nuestras mejillas hoy, pero no en ese día (Apocalipsis 21:4), que los santos siguen muriendo una muerte sin aguijón; cuando estas doctrinas verdaderas son enseñadas, el lamento y la tristeza se unen a ellas, uniendo mente y afectos, añadiendo significado emocional a la conquista continua del Rey Jesús sobre el pecado, la muerte y el diablo. Ahora lloramos en el cementerio con la misma certeza con que danzaremos en la resurrección cuando Jesús regrese. Pero cada cosa según su orden: el llanto antes de la risa, el sepulcro antes de la resurrección.