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Hablar del diablo y de guerra espiritual hace que algunas personas desvíen la mirada con desprecio. Vivimos en una era de aceleradores de partículas, microchips y trasplantes de órganos. ¿El diablo? Eso no es más que una superstición medieval creada para asustar a los niños traviesos. No podemos tomar nada de eso en serio.
Martín Lutero habría estado en desacuerdo. Él se lo tomó muy en serio y escribió a menudo acerca de su batalla continua con el diablo. Él era muy consciente de las fuerzas del mal. La mayoría de nosotros hemos escuchado la historia de cuando le lanzó un tintero al diablo. Ya sea verdad o leyenda, tal acto no hubiera sido algo ajeno al carácter de Lutero. Asimismo es bien sabido que creía en el uso del menosprecio para luchar contra el diablo, y algunas de las cosas que dijo sobre él y a él fueron coloridas, por no decir otra cosa.
Según los escépticos, Lutero pudo haber tenido buenas intenciones, pero sus encuentros con «el diablo» dicen más sobre su frágil estado mental que sobre la realidad. Esto es lo que nuestro mundo desmitificado nos quiere hacer creer y, francamente, es lo que el diablo mismo quiere que creamos. Como dijo el poeta francés Charles Baudelaire: «¡El mejor truco del diablo es persuadirte de que no existe!».
El lenguaje de Lutero sobre el diablo no siempre fue crudo. En ocasiones fue más considerado. Su himno, Castillo fuerte es nuestro Dios, es una magnífica descripción de la guerra espiritual y nuestro lugar en ella.
Castillo fuerte es nuestro Dios,
defensa y buen escudo.
Con Su poder nos librará
en todo trance agudo.
Con furia y con afán
acósanos, Satán,
por armas deja ver
astucia y gran poder;
cual él no hay en la tierra.
El diablo es muy real y hay una guerra espiritual que se libra en cada minuto de cada día (Ap 12:17). Fue predicha por Dios cuando maldijo a la serpiente y le dijo: «Y pondré enemistad entre tú y la mujer, y entre tu simiente y su simiente» (Gn 3:15). Esta guerra no es una batalla maniquea dualista entre dos fuerzas esencialmente iguales, el bien y el mal, la luz y la oscuridad. Satanás no es omnipotente ni omnisciente. Solo Dios es soberano y todopoderoso. Todo lo que el diablo hace, lo hace solo con el permiso de Dios y en última instancia Dios lo usará para Sus propios propósitos.
Nuestro valor es nada aquí,
con él todo es perdido;
mas con nosotros luchará
de Dios el Escogido.
Es nuestro Rey Jesús,
el que venció en la cruz,
Señor y Salvador;
y siendo el solo Dios,
Él triunfa en la batalla.
Es importante que los creyentes entiendan que el resultado de esta guerra no es incierto. Como también le dijo Dios a la serpiente: «Él te herirá en la cabeza, y tú lo herirás en el calcañar». La batalla decisiva ya se ganó en la cruz. El diablo pudo haber pensado que había ganado cuando Jesús fue crucificado, pero en realidad ese fue el punto en la historia de la redención cuando su cabeza fue aplastada. Fue por medio de Su muerte en la cruz que Jesús destruyó al diablo (Heb 2:14).
Algunos teólogos han utilizado la Segunda Guerra Mundial como una analogía de lo sucedido. La cruz fue el Día D en la guerra espiritual. Fue el ataque decisivo que selló la perdición del enemigo. La victoria final, análoga al Día de la Victoria en Europa, ocurre en el juicio final cuando el diablo es arrojado al infierno. Los cristianos de hoy viven entre el Día D y el Día de la Victoria en Europa. Durante este tiempo, los ejércitos avanzan contra el enemigo, de forma lenta pero segura, en una batalla sangrienta y dolorosa hasta que Cristo haya puesto al último enemigo bajo Sus pies. Algunos días ven avance mientras que otros ven retiradas, pero en general hay avance hasta el último día, el día de la rendición total del enemigo.
Aunque demonios mil estén
prontos a devorarnos,
no temeremos porque Dios
sabrá cómo ampararnos.
¡Que muestre su vigor
Satán y su furor!
Dañarnos no podrá,
pues condenado es ya
por la Palabra santa.
Esa Palabra del Señor
que el mundo no apetece,
por el Espíritu de Dios
muy firme permanece.
Nos pueden despojar
de bienes, nombre, hogar,
el cuerpo destruir,
mas siempre ha de existir
de Dios el Reino eterno.
El hecho de que vivamos entre la batalla decisiva y la batalla final explica por qué Pedro todavía debe advertir a sus lectores que el diablo anda al acecho como un león buscando a quién devorar (1 Pe 5:8). El diablo ha sufrido una herida mortal, pero no está muerto. Él sigue siendo peligroso y debemos estar atentos a sus planes. Él no siempre se nos presenta tan malvado como es. Él y sus siervos pueden disfrazarse como ángeles de luz (2 Co 11:14). A pesar de esto, dado que estamos unidos a Jesucristo, Aquel que aplastó la cabeza del diablo, podemos resistirlo y él huirá de nosotros.