
El movimiento metodista
7 enero, 2023
Omnipotencia
12 enero, 2023Omnipresencia

Nota del editor: Este es el sexto capítulo en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: Atributos de Dios mal entendidos
Entender la omnipresencia de Dios es fundamental para la forma en que lo experimentamos. La omnipresencia es la manera en que percibimos el ser infinito de Dios. Ser infinito es no tener límites y, en nuestra percepción, no tener límites es ser «omnipresente». Nosotros estamos restringidos por el espacio y el tiempo, pero, dentro de esas limitaciones, podemos saber que la presencia de Dios está con nosotros. Nuestras circunstancias cambian, pero sentimos que Él está cerca siempre. Esta es la enseñanza del Salmo 139:7-10, de Jeremías 23:23-24 y de Romanos 8:38-39. Nada en el cielo ni en la tierra puede separarnos del amor de Dios, y donde está Su amor, allí está Él. Entendemos cuán importante es esto para nuestro caminar diario con Dios. Si Dios no estuviera presente y disponible cuando lo necesitamos, Sus promesas de salvarnos y defendernos sonarían huecas y habría algo defectuoso en nuestra relación. ¿Cómo podríamos confiar en Él si no supiéramos dónde está? Es cierto que algunos cristianos se preguntan dónde está Dios en medio del sufrimiento, y muchos han hablado de la «noche oscura del alma», cuando parece que Dios está lejos y nos ha olvidado. Esa es una experiencia espiritual genuina y no debemos descartarla ni restarle importancia.
Sin embargo, la Biblia nos dice que cuando sentimos que Dios está lejos, el problema está en nosotros y no en Él. Puede que hayamos cerrado nuestra mente para Él. Puede que haya dejado de hablarnos por razones que solo Él conoce. Andamos por fe, no por vista, y hay momentos en los que nuestra fe es puesta a prueba hasta el límite. Pero eso no significa que Dios no esté presente en y entre nosotros. Puede que Dios esté actuando en lo más profundo de nuestras vidas y que nosotros no estemos conscientes. Puede que nos esté moldeando y dirigiendo en niveles de nuestro ser que sobrepasan nuestra comprensión, y es posible que solo después nos demos cuenta de que Él ha estado obrando en nosotros a pesar de nosotros mismos. Incluso Jesús se sintió abandonado en la cruz (Mt 27:46; Mr 15:34), pero sabemos que Su Padre estaba allí con Él, y que al final de Su sufrimiento Jesús se encomendó al cuidado amoroso de Su Padre (Lc 23:46). Lo que era cierto de la presencia de Dios con Él también es cierto de la presencia de Dios con nosotros, aunque no podamos percibirlo en el momento.

¿Cómo funciona realmente la omnipresencia de Dios? Algunas personas piensan que Él está presente en todo y que, de alguna manera, todo es parte de Él. Esto puede llamarse panteísmo, que es la creencia de que todo es divino, o en su forma más sutil, panenteísmo, que es la creencia de que Dios lo infunde todo sin que las cosas sean extensiones de Su propio ser. Otra creencia similar que algunos tienen es que Dios es como el aire, o como una especie de gas, que impregna el mundo y cuya presencia puede sentirse, aunque no podamos explicarla ni percibirla con nuestros sentidos.
El problema básico de este tipo de planteamientos es que no comprenden ni dan cuenta de la distinción entre el ser de Dios y la naturaleza de Su creación. Dios no creó al mundo como una extensión de Sí mismo ni lo impregna en modo alguno. El Creador es totalmente diferente de todo lo que ha creado y Su naturaleza no es como la de Su creación. Incluso las criaturas espirituales (los ángeles y los demonios), que se asemejan más a Dios que el universo material, son finitas, y, por tanto, son muy diferentes a Él. Los seres humanos tenemos contacto con Dios, pero no por nuestra creación, sino porque hemos sido hechos a Su imagen y semejanza (Gn 1:26-27), lo que nos distingue del resto del orden creado. Nos vemos obligados a utilizar conceptos finitos para hablar de Él porque nuestras mentes son finitas, pero sabemos que cuando hacemos eso, estamos hablando por analogía. Dentro de los límites de nuestro marco conceptual, podemos decir que Dios es como esto o aquello, pero en última instancia, Él es muy distinto —e infinitamente superior— a cualquier cosa que podamos imaginar.
Aún más problemáticas son las numerosas afirmaciones de la Biblia, y en particular del Antiguo Testamento, que dicen que Dios ha puesto Su nombre en un lugar determinado, lo que implica que, de alguna manera, está presente allí en mayor grado que en los otros lugares. No solo encontramos estas afirmaciones en el Pentateuco (Éx 20:24; Dt 12:5), sino también en los libros históricos (2 Cr 6:6) y en los profetas (Hab 2:20). Muy a menudo, se refieren a Jerusalén, la ciudad donde Dios puso Su nombre, y más concretamente al templo. Habacuc, por ejemplo, afirma con mucha claridad que el Señor está en Su santo templo y que toda la tierra debe guardar silencio ante Él.
¿Cómo debemos entender esto? Isaías 66:1 nos recuerda que el templo no puede contener a Dios, así que si lo interpretáramos de esa forma, se contradiría con Habacuc. Sin duda alguna, la interpretación debe ser que Dios designó ciertos lugares, y especialmente el templo, como sitios en los que Su bendita presencia iba a morar de manera especial, donde Él debía ser adorado por Su pueblo y donde Él respondería. Esto no se debía a que Él no estuviera igualmente presente en los otros lugares, sino a que el pueblo necesitaba tener un lugar donde reunirse y concentrar su adoración. Lo mismo sigue siendo cierto hoy. No nos reunimos en la iglesia porque Dios está presente allí y ausente en los otros lugares, sino porque necesitamos tener un entorno que todos reconozcan que está dedicado a la adoración de Dios. Lo hacemos por nuestro bien y para dar testimonio ante los que nos rodean, no porque Dios está presente en un lugar y no en otro.
Las palabras que utilizamos reflejan las capacidades conceptuales limitadas de nuestras mentes, no la realidad del ser de Dios. Él nos parece omnipresente en las dimensiones del tiempo y el espacio porque es infinito en Su ser eternamente trascendente. Su omnipresencia (como la percibimos) es la expresión externa y práctica de Su infinitud, lo que está diseñado para que tenga sentido para nosotros sin disminuir el incomprensible ser de Dios.