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No confundas la espiritualidad con la rectitud
2 febrero, 2022![](https://i0.wp.com/es.ligonier.org/wp-content/uploads/2022/02/The-Mercy-Seat-Connecting_620.jpg?resize=150%2C150&ssl=1)
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¿Qué es el propiciatorio?
4 febrero, 2022Para la antigua iglesia de la nueva era de las tinieblas
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El mismo mes y año en que nací ―poco después de que Tabletalk pasara de ser un boletín a convertirse en una revista de formato pequeño― el Dr. R.C. Sproul advirtió que se estaba aproximando un conflicto donde el honor de Dios estaría en juego. En su columna de Tabletalk, escribió sobre los albores de la «nueva era de las tinieblas». La oscuridad, dijo el Dr. Sproul, no consiste en la ausencia del conocimiento, sino en la ausencia de Dios. Es una oscuridad del corazón producida por un «manto que cubre el rostro de Dios». Usando el lenguaje del apóstol Pablo, es una oscuridad producida por los hombres que «aunque conocían a Dios, no le honraron como a Dios ni le dieron gracias, sino que se hicieron vanos en sus razonamientos y su necio corazón fue entenebrecido» (Rom 1:21). Dios es eclipsado y el sentido queda reducido al aquí y al ahora. Aquí, en Romanos 1, encontramos dos de los axiomas más conocidos del Dr. Sproul: coram Deo y el ahora cuenta para siempre. Curiosamente, ambos están plasmados en la primera pregunta del Catecismo Menor de Westminster: «¿Cuál es el fin principal de la existencia del hombre? El fin principal de la existencia del hombre es glorificar a Dios, y gozar de él para siempre». La oscuridad natural del corazón humano reinventa la respuesta a esta pregunta. Al margen de la gracia, el fin principal de la existencia del hombre no tiene nada que ver con Dios. Vivimos delante de nuestro propio rostro y no pensamos en lo que es para siempre. Aunque parece perturbadoramente profético que el Dr. Sproul haya dicho que este eclipse de Dios iba a producir caos moral y sectario, él solo estaba aplicando el curso descrito en Romanos 1 al espíritu de la época poco antes del inicio de una nueva década:
Cuando pisoteamos las flores de la dignidad divina, sacrificamos la nuestra. Es indudable que los conflictos culturales de los años noventa reflejarán esta crisis. El aborto seguirá dividiendo a la nación a medida que se debata el tema de la santidad y dignidad de la vida humana. Se discutirán y promulgarán las leyes sin apelar a la luz de la naturaleza, sino siguiendo la norma de las preferencias colectivas. Se multiplicarán los problemas ligados a la relación entre la iglesia y el Estado. El Estado se volverá más celoso por su autonomía. Progresivamente (o regresivamente), se entenderá cada vez más que la separación entre la iglesia y el Estado significa una separación entre el Estado y Dios. Algunas iglesias van a capitular.
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Me resulta difícil leer esto sin que se me ericen los pelos de la nuca. El mundo, con su corazón entenebrecido, ha restringido la verdad de Dios con injusticia (Rom 1:18) y, a su vez, ha exigido que la iglesia siga su ejemplo. Las doctrinas que no encajan con las sensibilidades culturales modernas deben ser dejadas a un lado o derogadas. Solo se nos permite afirmar lo que el mundo afirma. Lo lamentable es que algunas iglesias ciertamente han capitulado. En reacción a esa rendición, es común caer en uno de dos errores. Al igual que el fariseo de la parábola de Jesús (Lc 18:9-14), podemos agradecerle a Dios porque no somos como los demás, que se entregan al espíritu de la época. La otra tendencia, a la que, debo admitir, soy susceptible, es desanimarnos indebidamente como Elías, quien asumió incorrectamente que él era el único que no había dejado al Señor ni doblado la rodilla ante Baal (1 Re 19:10-14). Observa la respuesta del Señor ante el desánimo de Elías: «dejaré siete mil en Israel, todas las rodillas que no se han doblado ante Baal y toda boca que no lo ha besado» (v. 18). El tiempo futuro que el Señor usa en este pasaje trae a la memoria la promesa de Jesús en Mateo 16:18: «edificaré mi iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella». D. Ralph Davids afirma que 1 Reyes 19:18 es el equivalente de Mateo 16:18 en el Antiguo Testamento, y medita en el consuelo que nos da la tenacidad de nuestro Dios que guarda el pacto:
Esta afirmación crucial hace arder nuestros huesos teológicos. La gracia tendrá un remanente. El Dios de la gracia insiste en eso. Yahvé siempre tendrá un pueblo que lo adorará en la tierra. Ha decidido tener un pueblo genuino, así que lo tendrá y lo guardará, y no hay nada que ninguna Jezabel pueda hacer al respecto. Es la seguridad contagiosa, la certeza desafiante, el dogmatismo santo de este texto, lo que permite que algunos nos mantengamos de pie.
Necesitamos meditar regularmente en este dogmatismo santo si queremos mantenernos de pie. En vez de rendirnos al desaliento, debemos descansar en las promesas antiguas que Dios hizo de preservar a Su pueblo. Dios tendrá un pueblo genuino para Él mismo, y no hay nada ni nadie que pueda hacer algo para impedirlo.
Los cristianos profesantes seguirán «[desviándose] de la verdad» (2 Tim 2:18) hasta el regreso del Señor Jesús. Seguiremos viendo iglesias que una vez fueron ortodoxas, pero ahora ponen carteles para apoyar el aborto, ordenan pastores homosexuales practicantes, se rinden al estatismo, niegan la divinidad de Cristo y la inerrancia de la Escritura y cumplen con miles de otras exigencias que el mundo entenebrecido impone sobre la iglesia. Sin embargo, los fieles se mantendrán firmes. No contra carne y sangre, no con espadas y hachas, no por nuestra propia autonomía y felicidad, sino contra el espíritu de las tinieblas, con la Palabra de Dios y para la gloria de Dios y por la iglesia.
El Dr. Sproul concluyó su columna, sobre la nueva era de las tinieblas, con la confianza de que no todas las iglesias se rendirían: «Otras iglesias lucharán por su vida. Llegarán a casa con sus escudos o sobre ellos». Dios preservará a Su pueblo. Anímate: el Señor Jesucristo está edificando Su Iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. Es un proyecto que no puede fallar. Mientras la iglesia antigua sigue avanzando en estos nuevos años oscuros, esforcémonos con «su poder que [Él] obra poderosamente en [nosotros]» (Col 1:29) para «contender ardientemente por la fe que de una vez para siempre fue entregada a los santos» (Jud 3), confiando en que el Señor perfeccionará Su buena obra hasta el día de Jesucristo (Flp 1:6) y nos llevará a casa a estar con Él (Jn 14:3), ya sea con nuestro escudo o sobre él.