El hombre en una relación de pacto con Dios
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Todos los cristianos deben practicar la hospitalidad (He 13:2). Pero los ancianos han de ser tan hospitalarios que esto debe caracterizarlos (1 Ti 3:2; Tit 1:8). En muchas palabras, Pablo les dijo a Timoteo y a Tito que los ancianos no solo necesitan ir a buscar a las ovejas de Dios; también necesitan llevarlas al rebaño de la casa del pastor.
La congregación se beneficia al menos de tres maneras cuando sus pastores y ancianos abren sus casas al rebaño. Primero, la hospitalidad es una fuente de amor experiencial. El hecho de que un anciano reciba a los miembros de la congregación en su casa demuestra un cuidado especial por ellos. Aprendemos unos de otros de un modo que no es posible en el culto del domingo por la mañana. Compartir una comida y las risas en torno a la mesa aporta una calidez necesaria al evangelio que se predica en la iglesia. Los pastores dan testimonio a sus hermanos de que el verdadero Pastor les ama tanto que les está preparando un hogar eterno (Sal 23:1, 5).
Segundo, la hospitalidad proporciona un modelo cristiano. En mis años de experiencia pastoral, estoy agradecido de haber servido junto a ancianos que son hospitalarios. Muchas de las personas que el evangelio trajo a nuestra congregación no procedían de hogares cristianos. Al recibirlos, los ancianos ofrecieron un maravilloso modelo del evangelio de muchas maneras. La hospitalidad de los ancianos dio a los nuevos cristianos la oportunidad de ver cómo se tratan una pareja de esposos creyentes. Los invitados ven cómo los padres deben educar y disciplinar a sus hijos. No solo oyeron hablar de adoración familiar, sino que también participaron en ella. Fueron testigos de cómo es un hogar dedicado a Cristo. Estar en casa de un pastor les ayudó a aprender más profundamente lo que requiere seguir a Cristo.
En tercer lugar, la hospitalidad provee una familia. En nuestro mundo roto, el pobre, el extranjero y la viuda a menudo viven aislados. Cuando los ancianos ofrecen hospitalidad a personas como estas, aprenden que se les considera realmente como hermanos y hermanas en la casa de Dios. De hecho, Jesús nos dijo que tuviéramos un consideración especial por personas como estas:
Cuando ofrezcas una comida o una cena, no llames a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a tus vecinos ricos, no sea que ellos a su vez también te conviden y tengas ya tu recompensa. Antes bien, cuando ofrezcas un banquete, llama a pobres, mancos, cojos, ciegos, y serás bienaventurado, ya que ellos no tienen para recompensarte; pues tú serás recompensado en la resurrección de los justos (Lc 14:12-14).
Cuán ciertas son las palabras de Jesús. Mostrar hospitalidad a un vagabundo convertido que antes vivía bajo los puentes de los trenes hizo que nuestra congregación creciera en misericordia. Cuidar al niño de una madre soltera en nuestras casas mientras ella trabajaba nos enseñó paciencia y amor. Invitar a comer a un anciano viudo le hizo ver otras maneras en las que puede servir en lugar de desesperarse. Para cada uno, la iglesia se convirtió en su familia.
En el gran día del juicio, Jesús dirá a Sus fieles seguidores: «Fui extranjero, y me recibieron» (Mt 25:35). Los ancianos deben vivir para anticipar esa bendita afirmación.