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Este es el segundo artículo de la colección de artículos: Virtudes y vicios
La palabra broken (quebrado) en inglés tiene un significado muy diferente, si no opuesto, cuando se habla de un vaso o una bicicleta, en comparación con su aplicación a un caballo. Un vaso o una bicicleta quebrados quedan inútiles, mientras que un caballo que ha sido «quebrado» (es decir, domado) es hecho útil. Al reflexionar sobre la vida cristiana, el término «quebrado» se asemeja más al segundo significado que al primero. Los pecadores, destrozados y arruinados por la caída y su propia pecaminosidad, son llevados a un servicio útil para Dios y Su reino. Esta transformación ocurre a través del fruto del Espíritu Santo conocido como la templanza o dominio propio.
Hoy la templanza parece ser algo del pasado, asociada al «movimiento por la templanza (antialcohol)», que promovió la prohibición del alcohol. Las bebidas alcohólicas fuertes y la embriaguez son el foco al hablar sobre este tema, aunque no se restringe a ello. La palabra griega que se puede traducir como «templanza» aparece en traducciones más modernas como «abstenerse» o «dominio propio» (1 Co 9:25; 2 P 1:6). El apóstol Pablo, en Gálatas 5, contrasta la obra pecaminosa de la carne (Gá 5:18-21) con el fruto del Espíritu (Gá 5:22-23) y concluye esa sección con una afirmación: «Pues los que son de Cristo Jesús han crucificado la carne con sus pasiones y deseos», para andar «por el Espíritu» (Gá 5:24-25). La naturaleza autocontrolada de la templanza proviene de vivir bajo el control del Espíritu en todas las situaciones.
La Escritura compara a una persona o a una nación sin templanza o autocontrol con una ciudad «sin murallas» (Pr 25:28), un «asno montés» (Gn 16:12) y una «vid extraña [“salvaje” o “silvestre” en otras traducciones]» (Jr 2:21), imágenes que transmiten pasiones y placeres desenfrenados que conducen a la destrucción. En cambio, se describe al cristiano como alguien de mente sobria, casto, modesto, pronto para oír y tardo para hablar. En vez de ser silvestre, el discípulo de Cristo es disciplinado en sus pensamientos, palabras y hechos. Pablo enseña que debemos disciplinarnos «para la piedad» (1 Ti 4:7). Ese entrenamiento en la piedad proviene del carácter de la templanza y del dominio propio. En lugar de complacer inmediatamente cada deseo o impulso, prevalece el anhelo de obedecer y glorificar a Dios. Por lo tanto, la templanza es un fruto forjado por el Espíritu en la vida del creyente que se refleja en la abstinencia piadosa de las pasiones pecaminosas y la moderación, incluso de los buenos deseos, en conformidad con Cristo.
Sansón es un personaje bíblico que demuestra que este carácter espiritual debe estar principalmente en el corazón y la mente, y no en la mera conformidad externa. En lo externo, seguía el voto nazareo de templanza (Jue 13:7), pero en su interior carecía de autocontrol. Ordenó a su padre que le consiguiera una esposa extranjera entre los filisteos, pues la «vio» y expresó: «Porque ella me agrada» (Jue 14:1-3). La lujuria desenfrenada se convirtió en una gran trampa para Sansón (Jue 14:15-17; 16:1, 5, 15-18). Incluso su venganza contra los filisteos pareció estar motivada por un arrebato personal de ira, la cual resultó en una revancha contra sus enemigos, más que por un fervor santo. Al final, Sansón es la historia trágica de un hombre poderoso debilitado y destruido por su falta de templanza interna.
Contrasta esto con la tentación de Jesús en el desierto (Mt 4:1-11). La estrategia del diablo era tentar a Jesús para que cumpliera un buen deseo de manera ilícita. Para hacerlo, Jesús debía cumplir Su deseo en vez de obedecer a Su Padre. En todo momento, Él resistió porque la realización personal no justificaba los medios para alcanzar tales deseos. Así, el Salvador sin pecado se mantuvo firme, pues la obediencia y la gloria de Dios eran para Él más importantes que la realización personal pecaminosa. Su anhelo por Dios triunfó sobre toda tentación al pecado. Esa es la virtud piadosa de la templanza en acción.
Este fruto de la templanza se manifestará principalmente en la vida de un cristiano en tres áreas. En primer lugar, nuestros pensamientos deben ser transformados «mediante la renovación de [nuestra] mente», es decir, ya no debemos tener nuestra mente aprisionada por la preocupación y la ansiedad (Fil 4:4-8), sino más bien poner nuestra mira en las cosas de arriba (Col 3:2). En segundo lugar, las emociones del corazón deben ser moderadas por la piedad y la santidad (Pr 4:23-27), y no dominadas por la ira, la lujuria, la avaricia, los celos, la envidia o la codicia (Mt 15:18-19; Gá 5:18-21). Tercero, las obras y acciones de nuestra boca y conducta deben reflejar el fruto del dominio propio, desde nuestra manera de hablar, que debe ser pertinente, no sucia; hasta nuestra manera de comer y beber, que debe ser moderada, no glotona ni ebria; hasta nuestras posesiones y vestimenta, que deben ser modestas, sin ostentación; hasta nuestra ética de trabajo, que debe ser diligente, no perezosa ni dominante. El fruto del dominio propio afecta a casi todos los ámbitos y a todas las etapas de la vida, ya que está bajo el control del Espíritu (Tit 2:2-6). Entonces, no es de extrañar que una característica principal de un obispo sea la prudencia (1 Ti 3:2; Tit 1:8).
En un mundo en el que el autocontrol se considera como algo que prohíbe la autoexpresión y que incluso es perjudicial y dañino para uno mismo, la Biblia expone un enfoque diferente. Tales personas «libres» van en contra del orden de su Creador y así se destruyen a través de su pecaminosidad desenfrenada. No obstante, el cristiano vive dentro de los límites de la templanza del Espíritu Santo, lo que destruye el poder del pecado y de la muerte. El buen pastor nos declara: «El ladrón solo viene para robar, matar y destruir. Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia» (Jn 10:10). En vez de ser una carga, la templanza en la vida de un creyente forma parte de la vida abundante en Cristo y que produce frutos buenos que glorifican a Dios.
Publicado originalmente en el blog de Ligonier Ministries.