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Este es el primer artículo de la colección de artículos: Virtudes y vicios
Es algo maravilloso estar al aire libre una noche de verano y observar cuando se acerca una tormenta. Las densas nubes ocultan el resplandor de la luna y las estrellas y todo queda a oscuras. Luego, por un breve momento, esa oscuridad se desvanece cuando un relámpago ilumina el cielo con un fulgor deslumbrante. Aunque desaparece, deja una gran impresión, pues su brillo queda en nuestra memoria visual. Dentro de la creación inanimada, no hay mejor símbolo de la caridad que el relámpago. Poéticamente, Salomón miró hacia arriba al describir el amor de la siguiente manera: «Sus destellos, son destellos de fuego, / La llama misma del Señor» (Cnt 8:6).
La creación inanimada no es la única representación que tenemos de la llama y el fuego del Señor. Jesús, quien es Luz de verdadera Luz, vino a este mundo que estaba oscurecido por el pecado y resplandeció el amor de Dios. Tras Su partida de este mundo, el Espíritu Santo deja la huella perdurable de ese amor en los corazones de los hijos de Dios. Jesús ordena: «Como Yo los he amado, así también [ámense] los unos a los otros» (Jn 13:34).
Es difícil exagerar la importancia de la caridad. Es por amor que Dios concedió Su gracia a Su pueblo (Ef 1:4-5). De Su amor nace el nuestro (1 Jn 4:10-11). Es la prueba de la vida del Espíritu en nuestro ser (Gá 5:22). Fomenta la piedad en nuestros corazones (Ef 3:17). Es el camino por el que andamos (Ef 5:2), la contemplación de nuestra mente (Flm 4:8), el freno de nuestra lengua (Ef 4:15), nuestra protección en la oscuridad (1 Ts 5:8), el vínculo de nuestra comunión (Col 2:2) y la medida de la perfección cristiana (1 Jn 4:18). Como expresó Pablo, el amor no es solo un camino excelente, sino el más excelente (1 Co 12:31 – 13:13).
Una de las necesidades urgentes del cristianismo en estos tiempos es definir correctamente el amor. El amor no se autodetermina, y mucho de lo que es llamado «amor» en realidad no lo es. En vez de escuchar al mundo para que nos diga qué es el amor, debemos dirigirnos a Dios, quien lo define de forma acertada. Sin embargo, incluso en ese caso, definir el amor puede ser un desafío, porque el amor tiene muchos aspectos y expresiones, y una definición correcta tendría que integrarlos a todos. Jonathan Edwards reflexionó sobre ello cuando escribió que el amor cristiano «es uno solo en cuanto a su principio, cualquiera que sea el objeto sobre el que se ejerce; procede de la misma fuente en el corazón, aunque pueda fluir por diferentes canales y en muchas direcciones». A pesar de lo desafiante que esto pueda ser, la Biblia nos ofrece diferentes perspectivas para ayudarnos a entender la brillantez de lo que llamamos amor. Entonces, ¿qué es el amor?
Podríamos responder a la pregunta de manera proposicional. Juan escribió: «Dios es amor» (1 Jn 4:8). Eso se malinterpreta con facilidad si pensamos que significa que solo el amor es el centro o núcleo del ser divino y que Sus otros atributos son periféricos. Dios es todo lo que es, sin cambios ni partes, y Él es amor.
También podríamos responder en términos relacionales. Jesús enseñó que amar a Dios y amar al prójimo son los mandamientos más importantes (Mr 12:30-31). El amor debe caracterizar nuestra relación con Dios mediante Jesucristo. Puesto que estamos unidos a Él, el amor también debe caracterizar lo mismo en nuestras relaciones con quienes poseen Su imagen. El amor en este caso se dirige tanto hacia Dios como hacia los demás y caracteriza todas las relaciones de nuestras vidas: matrimonio, paternidad, amistad y compañerismo.
Otra forma de responder a la pregunta sería de manera integral. No podemos pensar en el amor sin relacionarlo con la ley moral de Dios. Pablo escribió: «El amor es el cumplimiento de la ley» (Ro 13:10). Eso no significa que la iglesia del Antiguo Testamento tuviera los Diez Mandamientos y ahora, en Cristo, hayamos cambiado los mandamientos por el amor. No, el apóstol enseña que el amor se expresa (aún hoy) en guardar esos mismos mandamientos (cf. Jn 14:15). El amor a Dios se demuestra al observar los cuatro primeros mandamientos, y el amor al prójimo en los otros seis.
Además podríamos responder a la pregunta con una definición. Pablo expresó a la iglesia de Corinto que sin amor él «nada» es y nada gana (ver 1 Co 13). Luego pasó a definir la caridad tanto por lo que es como por lo que no es. La definición de Pablo nos lleva más allá de la idea de que el amor es solo un afecto o una emoción. La caridad es una disposición que busca de manera tangible el bien y el bienestar de la persona amada.
Asimismo podríamos responder a la pregunta de forma ilustrativa. Jesús afirmó: «Nadie tiene un amor mayor que este: que uno dé su vida por sus amigos» (Jn 15:13). Nadie lo ha ejemplificado mejor que Cristo Jesús, el unigénito y amado Hijo del Padre, quien en amorosa abnegación cumplió la ley y soportó la cruz por los pecados de Su pueblo: «Amor tan grande y sin igual / En cambio exige todo el ser».1
La fuente del amor es Dios mismo y al mostrarnos amor nos otorga la capacidad de expresar amor, y así entregar ese amor tanto a Él como a los demás. Alabado sea Dios, pues no nos ha dejado a tientas en la oscuridad, sino que, en última instancia, ha mostrado Su amor por nosotros, y el verdadero ejemplo de amor, en Jesucristo, la Luz del mundo.
- Isaac Watts, La cruz excelsa. ↩︎
Publicado originalmente en el blog de Ligonier Ministries.