¿Qué significa que la iglesia sea «católica»?
25 enero, 2025¿Qué significa que la iglesia sea «apostólica»?
Este es el cuarto artículo de la colección de artículos: La iglesia es una, santa, católica y apostólica
Espero que esto no te sorprenda, pero la iglesia cristiana no fue fundada por la «gente de Jesús» en la década de 1960. Tampoco fue fundada por Billy Graham ni por Charles Finney un siglo antes. La iglesia no comenzó con Jonathan Edwards ni con George Whitefield durante el Primer Gran Despertar. De hecho, la iglesia ya tenía quince siglos de existencia cuando Martin Lutero y Juan Calvino buscaron reformarla en el tiempo de la Reforma. Sí, en cierto sentido, la iglesia es tan antigua como Adán y Eva y la primera familia. Calvino tenía razón al afirmar que la iglesia existía en su infancia en medio de Israel antes de la venida de Jesucristo. Sin embargo, la iglesia cristiana fue fundada por Jesucristo cuando llamó a Sus apóstoles a seguirlo. Al considerar la iglesia de Jesucristo como apostólica, este es el punto de partida.
Aunque en ciertos círculos dominados por la erudición crítica bíblica está de moda ver la iglesia como una comunidad de adoración en necesidad de un Mesías (según ellos, los primeros cristianos elevaron a un profeta apocalíptico itinerante [Jesús] a ese estatus), la revelación bíblica cuenta una historia diferente. La iglesia no fue el fruto del genio organizativo de un grupo de fanáticos que llegaron a creer que Jesús había resucitado en sus corazones, mientras trataban de lidiar con la decepción que sintieron una vez que Jesús fue condenado a muerte por los romanos y Su glorioso reino no se manifestó como había prometido. Por el contrario, el registro bíblico nos dice que la iglesia fue fundada por un Salvador resucitado que se apareció a Sus testigos elegidos el primer domingo de resurrección, confirmando que Su muerte el viernes santo fue el triunfo definitivo sobre el pecado humano. La iglesia no fue organizada por los seguidores decepcionados de Jesús tratando de ocultar su vergüenza. La iglesia fue fundada por Jesucristo mismo.
Esto queda claro cuando consideramos que las apariciones de nuestro Señor a Sus discípulos después de la resurrección no ocurren en un vacío. Estas apariciones de resurrección de nuestro Señor tienen lugar en el contexto de Su ministerio mesiánico de tres años, durante el cual Jesús demostró que Él era el prometido del Antiguo Testamento y que había venido para establecer Su reino y fundar Su iglesia. Pentecostés (Hch 2), que a menudo se considera el nacimiento oficial de la iglesia, es la culminación de todas las promesas de nuestro Señor y solo tiene sentido en el contexto del ministerio mesiánico de nuestro Señor.
Aunque Israel pudo haber tenido en medio de sí una iglesia en su infancia, el progreso de la historia redentora daba a entender que un día esa iglesia infante debía crecer hasta la madurez. En efecto, cuando llegó la plenitud del tiempo, Dios envió a Su Hijo para redimir a los que estaban bajo la ley (Gá 4:4-6). Cuando Jesús comenzó Su ministerio público poco después de Su bautismo y la recepción del Espíritu, leemos en Mateo 4:23 que Él «iba por toda Galilea, enseñando en sus sinagogas, proclamando el evangelio del reino, y sanando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo». La proclamación de la buena nueva del reino y la confirmación de su llegada a través de los milagros de nuestro Señor fueron señales críticas de que la era mesiánica finalmente había amanecido. Una nueva época en la historia redentora había comenzado. El pueblo de Dios ya no estaría limitado por las restricciones de la época mosaica y el nacionalismo judío. Ahora el evangelio debía llegar a los confines de la tierra, ya que el gobierno de Dios se extiende para incluir a todas las razas, naciones y lenguas bajo el cielo.
Poco después de que comenzara el ministerio mesiánico de Jesús, aprendemos en Mateo 10:1 que «llamando a Sus doce discípulos, Jesús les dio poder sobre los espíritus inmundos para expulsarlos y para sanar toda enfermedad y toda dolencia». Habiendo llamado a estos hombres a Sí mismo, Jesús los envió en una misión muy importante. Debían predicar el mensaje del reino tal como se define en Mateo 10:5-42, tal como Jesús había ordenado. ¿Por qué estos doce hombres? ¿Y por qué este mensaje en particular?
Para responder a estas preguntas, necesitamos considerar el hecho de que los apóstoles fueron enviados para dar testimonio de Jesucristo, para recorrer las ciudades de Israel proclamando el mensaje que Jesús les había confiado. Desde el momento en que los doce fueron llamados a seguir a Jesús, también fueron comisionados para ser predicadores del evangelio que Jesús les enseñó personalmente. Como testigos de Jesucristo y de Su evangelio, habrían de convertirse en la base de la iglesia de Jesucristo. Vemos esto en Efesios 2:20, cuando Pablo mira hacia atrás, al fundamento de la iglesia varias décadas antes. Pablo habla de la iglesia como «[edificada] sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo Cristo Jesús mismo la piedra angular, en quien todo el edificio, bien ajustado, va creciendo para ser un templo santo en el Señor. En Cristo también ustedes son juntamente edificados para morada de Dios en el Espíritu». Jesús no solo fundó una iglesia, sino que fundó Su iglesia y lo hizo sobre la predicación del evangelio, el mensaje que Pablo definirá más tarde como la muerte, sepultura y resurrección de Jesucristo según la Escritura (1 Co 15:1-8). La conexión entre el llamado de los doce y la predicación del evangelio es esencial. Cuando confesamos que la iglesia es apostólica, declaramos que está fundada sobre el evangelio que Jesús dio a Sus apóstoles.
En Mateo 16:18, leemos que Jesús dio a Sus discípulos la promesa de que las puertas del Hades no prevalecerán contra Su iglesia. En ese mismo pasaje, Jesús confió a Su iglesia las llaves del reino (Mt 16:13-20). Al confesar a Jesús como «el Cristo, el Hijo del Dios viviente», Pedro habría de convertirse en el líder de la Iglesia primitiva, y más tarde se le unirían otros apóstoles y ancianos, reuniéndose para hacer uso de las llaves que Jesús les dio y para tomar decisiones con respecto a la doctrina y la práctica de la iglesia (Hch 15:1-21). Cuando confesamos que la iglesia es apostólica, queremos decir que la iglesia ejerce la autoridad de su fundador, a través de aquellos oficiales llamados y comisionados para gobernar en nombre de su Señor (Hch 6:1-7; 20:17; Ef 3:2-7; 1 Ti 3:1-15).
Finalmente, antes de Su ascensión al cielo, Jesús les da a Sus discípulos una última instrucción: «Vayan, pues, y hagan discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a guardar todo lo que les he mandado; y ¡recuerden! Yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo» (Mt 28:19-20). A través de la predicación del evangelio, la formación de discípulos y la administración de los sacramentos, Jesús preserva Su iglesia. Aunque las cosas puedan parecer sombrías a veces para el pueblo de Dios, es Dios quien preserva a Su pueblo y a Su iglesia sobre la tierra. ¡Recuerda que en los días de Noé, el pueblo de Dios se había reducido a solo ocho personas! En los días de Elías, el número de creyentes en Israel que no habían doblado la rodilla ante Baal era de solo siete mil.
Pero las últimas palabras de Jesús a Su iglesia nos dicen que este no será el caso en el futuro. Como leemos en Hechos 2:41, unas tres mil personas fueron salvas solo en el día de Pentecostés. Poco después, ese número había crecido a más de cinco mil (Hch 4:4). No olvidemos que en Apocalipsis 7:9, la multitud vestida de blanco y de pie ante el trono es tan vasta que nadie puede contarla. Son de cada nación, tribu y pueblo. Pero todos confiesan lo mismo: «La salvación pertenece a nuestro Dios que está sentado en el trono, y al Cordero» (Ap 7:10). Jesús fundó Su iglesia llamando a Sus apóstoles. Él les dio Su evangelio y Su autoridad para atar y desatar. Ahora Jesús promete que estará con Su iglesia hasta el fin de los tiempos. Jesús no es un terrateniente ausente, Él está presente con Su pueblo hasta Su regreso.
Cuando confesamos que la iglesia es apostólica, estamos confesando que las iglesias a las que pertenecemos hoy están en continuidad directa con la iglesia que vemos en el libro de los Hechos. No es la estructura formal de la iglesia lo que perdura, ni necesitamos trazar una línea ininterrumpida de papas desde Pedro hasta el día de hoy. Pero sí significa que el evangelio que Jesús dio a Sus apóstoles es el mismo evangelio que predicamos hoy. Este evangelio convoca a hombres y mujeres a tener fe en Jesucristo, nos da autoridad para atar y desatar y nos llama a servir a nuestro Señor en Su iglesia, igual que cuando Jesús llamó a Sus primeros apóstoles. Cuando predicamos este evangelio apostólico, podemos estar seguros del favor, la protección y la presencia de nuestro Señor. Esto, entonces, es lo que queremos decir cuando hablamos de la iglesia de Cristo como apostólica.