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Durante la Reforma, el avance de la religión musulmana estaba muy «en las noticias». El avance del Imperio otomano turco, que alcanzó su apogeo a principios y mediados del siglo XVI, representaba una amenaza política y militar inquietante para el cristianismo europeo. Aunque los ejércitos europeos repelieron a los turcos en las puertas de Viena en 1529, el hecho de que las fuerzas del islam hubieran llegado tan lejos dejó a la Europa cristiana «profundamente sacudida» durante décadas.[1] Por lo tanto, mientras los reformadores combatían principalmente a la Iglesia católica romana, también dedicaron atención ocasional al islam. Además de explicar la naturaleza del islam, reflexionaron sobre las lecciones que Dios quería que la iglesia aprendiera del avance de «los turcos» (entonces sinónimo de «musulmanes») sobre un pueblo supuestamente cristiano.
Ahora que hemos conmemorado el quingentésimo aniversario de la Reforma, seguimos enfrentando las mismas preguntas. Parece oportuno preguntar: ¿cómo veían los reformadores al islam?
La naturaleza del islam
Los reformadores no consideraban al islam como «una de las grandes religiones del mundo» ni como «una de las tres creencias abrahámicas». Más bien, predominantemente veían las enseñanzas de Mahoma como una desviación herética del cristianismo.
La palabra herejía proviene del griego y significa «escoger». En este sentido, una herejía cristiana no acepta la fe cristiana en su totalidad, sino que selecciona ciertos elementos a expensas de otros. Lo que queda es algo que se deriva del cristianismo, pero que ya no es cristianismo. Dos de las herejías más conocidas en la historia de la iglesia son el arrianismo, una herejía que niega la Trinidad eterna, y el pelagianismo, una herejía que niega el pecado original y enseña la salvación por obras. La lucha de la iglesia contra la herejía ha sido constante.
El islam, que surgió en el siglo VII en una región anteriormente influenciada por el cristianismo, afirma conservar la revelación original de Dios dada en el Antiguo y el Nuevo Testamento (aunque el islam afirma que la Biblia que posee el cristianismo está corrompida). También mantiene la confesión del monoteísmo y una creencia en la inmortalidad del alma. Sin embargo, rechaza varios elementos cruciales del cristianismo, principalmente las doctrinas de la Trinidad y de la encarnación. En otras palabras, selecciona y elige entre las creencias cristianas, como lo hacen las herejías.
Por consiguiente, al escribir menos de un siglo después de la fundación del islam, el gran teólogo cristiano y oriundo de Siria, Juan de Damasco, categorizó al islam como una herejía más entre muchas. En su libro ‘Sobre la herejía’, Juan dedicó especial atención al islam, y afirmó de Mahoma: «este hombre, tras haber dado con el Antiguo y el Nuevo Testamento y, asimismo, al parecer, haber conversado con un monje arriano (herético), ideó su propia herejía». Juan entonces destaca varios puntos problemáticos, incluidos que: (a) la revelación que Mahoma decía haber recibido fue sin testigos; (b) los musulmanes permiten a los hombres tener más de una esposa (hasta cuatro); y (c) permiten a los hombres divorciarse fácilmente de sus esposas.
En el siglo XII, Pedro el Venerable (1092–1156) se dedicó al estudio del islam desde sus fuentes originales, y encargó una traducción completa de los escritos sagrados del islam al latín elegante. Pedro luego escribió sobre el islam y afirmó que era una herejía cristiana, que se desviaba tanto que se aproximaba al paganismo.[2]
Al llegar a los reformadores del siglo XVI, encontramos a Heinrich Bullinger (1504–1575), sucesor de Ulrico Zuinglio en Zúrich, quien estudió y escribió más extensamente sobre el islam que cualquier otro reformador. Bullinger también lo veía como una herejía compuesta de varias herejías: la negación de la Trinidad, la negación de la obra expiatoria de Cristo como mediador y la afirmación de que los seres humanos pueden salvarse por obras, lo que vinculaba con la herejía del pelagianismo.[3] Bullinger interpretaba la afirmación [del islam] de que Mahoma era profeta de Dios como un cumplimiento de lo que Jesús enseñó en Juan 5:43: «Yo he venido en nombre de mi Padre, y ustedes no me reciben; si otro viene en su propio nombre, a ese lo recibirán».[4]
¿Y qué hay de nuestro célebre antepasado Juan Calvino? En su comentario sobre 2 Tesalonicenses, escrito en 1550, Calvino menciona brevemente «a los turcos» al comentar 2 Tesalonicenses 2:3. Al describir el islam como una «deserción» que se había «extendido ampliamente», Calvino entiende la obra de Mahoma como aquella que «desvió a sus seguidores, los turcos, de Cristo». En consecuencia, Calvino afirma que el islam «en su violencia desgarró aproximadamente la mitad de la iglesia».[5]
Al describir sus efectos, Calvino también identifica el error teológico fundamental del islam. Siempre defensor de Sola Scriptura, Calvino culpa su defectuosa doctrina de las Escrituras. Aunque en apariencia se adhieren a la revelación dada en el Antiguo y el Nuevo Testamento, los musulmanes reconocen una revelación adicional (de manera similar a lo que hacen los mormones hoy en día), y por tanto «no se mantienen estrictamente dentro de los límites de la Sagrada Escritura».[6]
En resumen, los reformadores, en general, consideraban al islam como una herejía cristiana que, tras seleccionar algunos elementos del cristianismo y rechazar otros, echó raíces y se extendió en áreas donde el cristianismo verdadero había sido eclipsado por una degeneración sustancial en fe y vida. ¿Qué lecciones, entonces, extrajeron los reformadores para la iglesia de su tiempo?
Lecciones para la iglesia
Bullinger observa que el islam históricamente surge en aquellos lugares donde el cristianismo se ha degenerado gravemente respecto a las normas bíblicas. En consecuencia, Bullinger sugiere que el islam es, en realidad, el juicio de Dios sobre la vida perversa de regiones enteras de cristianismo, «tal como —señala— Dios usó a pueblos extranjeros (como los filisteos, los asirios y los babilonios) para disciplinar a su pueblo rebelde en el Antiguo Testamento».[7] Así, Bullinger ora para que la iglesia vea el avance del islam como un llamado a dos respuestas: primero, el arrepentimiento por sus propios pecados y fracasos, y segundo (y posteriormente), el compromiso con las misiones hacia el pueblo musulmán.[8]
Calvino también ve en el islam una advertencia para los cristianos de todas partes: «Por tanto, debemos tomar buena nota de que debemos adherirnos a la religión pura».[9] Esto comienza con un compromiso firme con las Sagradas Escrituras. En un sermón sobre Job, Calvino reitera: «La curiosidad diabólica no se contenta con ser enseñada simplemente por las Sagradas Escrituras. ¡Miren también sobre qué está fundada la religión de los turcos! Mahomet [Mahoma] se ha presentado como el que debía traer la revelación completa, además del Evangelio».[10]
Los reformadores entendieron el avance del islam en regiones antes cristianas como el juicio de Dios sobre el estado espiritual degenerado de los pueblos supuestamente cristianos. En consecuencia, llamaron a los cristianos a escuchar el llamado de Dios al arrepentimiento siempre que escucharan noticias de las amenazas y éxitos del islam, y especialmente a escuchar el llamado de Dios para aferrarse a las Escrituras y solo a las Escrituras. Solo a partir de ese arrepentimiento y fidelidad a las Escrituras pueden las iglesias esperar las bendiciones de Dios sobre sus esfuerzos misioneros hacia los pueblos musulmanes. Es difícil no notar los paralelismos hoy —cinco siglos después— cuando somos testigos del avance y florecimiento del islam precisamente en Occidente, donde los principios de la Reforma y de la tradición cristiana universal han sido corrompidos o rechazados en favor del humanismo secular.
Descripción del islam hoy
La perspectiva de los reformadores no se limitó a su tiempo. El erudito católico romano Hilaire Belloc, que escribió en el siglo XX, mantuvo la misma postura básica: «El mahometismo [islam] fue una herejía: ese es el punto esencial que hay que entender antes de seguir adelante. Comenzó como una herejía, no como una nueva religión. […] Fue una perversión de la doctrina cristiana. Su vitalidad y resistencia pronto le dieron la apariencia de una nueva religión, pero quienes fueron contemporáneos a su surgimiento lo vieron como lo que era: no una negación, sino una adaptación y un uso indebido de algo cristiano». Y el renombrado C.S. Lewis habló sucintamente del islam en el mismo sentido: «El islam no es más que la mayor de las herejías cristianas» (God in the Dock [Dios en el muelle]).
En las discusiones políticas de hoy, se ha insistido en que nuestros líderes «nombren e identifiquen adecuadamente al enemigo», lo que significa llamar al terrorismo islámico por lo que es. Pero, como cristianos, también debemos nombrar e identificar al islam correctamente. Llamarlo «otra de las grandes religiones monoteístas del mundo» oculta el hecho de que, en términos genéticos, el islam asumió la prerrogativa de seleccionar y escoger entre las creencias cristianas para establecer las suyas propias, tal como han hecho otras grandes herejías contra las que la iglesia ha luchado a lo largo de su existencia.
Pablo exhortó a Timoteo a «[instruir] a algunos que no enseñaran doctrinas extrañas […] El propósito de nuestra instrucción es el amor nacido de un corazón puro, de una buena conciencia y de una fe sincera. Pues algunos, desviándose de estas cosas, se han apartado hacia una vana palabrería. Quieren ser maestros de la ley, aunque no saben lo que dicen ni entienden las cosas acerca de las cuales hacen declaraciones categóricas» (1 Ti 1:3-7). Sería difícil encontrar una descripción más precisa de Mahoma.
Identificar al islam como una herejía nos permite contrastarlo punto por punto con el cristianismo, señalando las desviaciones específicas y varias del islam, y reafirmar nuestras doctrinas distintivas (la Trinidad, la encarnación, la suficiencia de las Escrituras, la salvación por gracia por medio de la fe) con renovada devoción.
Identificar al islam como herejía también nos ayuda a estar seguros de que la mejor defensa contra el islam es la misma que contra cualquier herejía, a saber: nuestro propio apego a un cristianismo sin adornos ni concesiones, por impopular que pueda ser en nuestro tiempo y lugar. Así como el islam surgió en el siglo VII en un área de cristianismo degenerado, hoy se extiende en aquellas partes del mundo donde las personas se han apartado de una fe cristiana íntegra y sin compromisos.
En ese sentido, un exmusulmán árabe que se convirtió en pastor cristiano, el Rev. Iskandar Jadeed, dijo una vez: «Si todos los cristianos fueran cristianos, no habría más islam hoy».
O, como lo expresó Calvino hace cuatro siglos: «Notemos bien que debemos aferrarnos a la religión pura».
[1] Stuart Bonnington, «Calvin and Islam» [Calvino y el islam], The Reformed Theological Review, vol. 68, no. 2 (agosto del 2009), 77.
[2] Emidio Campi, «Early Reformed Attitudes towards Islam»[Primeras posturas reformadas hacia el islam], Theological Review 31 (2010), 134.
[3] Ibid., 144.
[4] Bullinger, Reply to Seven Charges [Respuesta a siete acusaciones] (1574), Respuesta 34r-v, citado en W.P. Stephens, «Understanding Islam – in the light of Bullinger and Wesley» [Cómo entender el islam: a la luz de Bullinger y Wesley], EQ 81.1 (2009), 24.
[5] Calvino, Sermon on Deuteronomy [Sermón sobre Deutoronomio], citado en Campi, 146.
[6] Campi, Early Reformed Attitudes towards Islam [Primeras posturas reformadas hacia el islam], 146.
[7] Ibid., 145.
[8] Ibid., 145.
[9] Ibid., 146-47.
[10] Ibid., 146-47.