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Gary Thomas, en su libro Seeking the Face of God [Buscando el rostro de Dios], hace esta declaración: «La salud cristiana no se define por cuán felices somos, cuán prósperos o saludables somos, o incluso por cuántas personas hemos guiado al Señor en el año pasado. La salud cristiana se define, en última instancia, por la sinceridad con la que agitamos nuestra bandera de rendición». Lo que él está diciendo es esto: una forma importante de medir nuestra salud espiritual es determinar qué tan entregados estamos a Dios. Creo que muchas de nuestras mayores luchas para vivir una vida cristiana saludable y productiva se deben a nuestra falta de voluntad para rendirnos completamente a Dios. Nuestras iglesias están llenas de personas que no crecen progresivamente en su entrega a Cristo y, por lo tanto, muchas de nuestras iglesias no son espiritualmente saludables. Las iglesias no saludables están enfocadas en sí mismas, más preocupadas por el tamaño de los edificios y presupuestos que por la gloria de Cristo en la salvación y santificación de Sus elegidos de todos los grupos de personas.
Soy estadounidense, precisamente afroamericano; tengo dificultad con el concepto de rendición. Los estadounidenses no se rinden. Rendirse significa debilidad y derrota. Significa que me doy por vencido, ¿no es así? Rendirse a Dios es un desafío incluso para aquellos que han llegado a conocer al Señor de la gloria, Jesucristo.


En primer lugar, examinemos el tipo de entrega a la que creo que nos llama el Señor y luego cómo llegar a ello. El pasaje que me ha ayudado a reflexionar sobre esto es Romanos 12:1-2. Dios nos llama a presentar nuestros cuerpos como sacrificio vivo. Al exhortarnos para que «presentemos» nuestros cuerpos a Dios, el apóstol está diciendo que todo cristiano es un sacerdote. Esto no es nada nuevo, porque vemos que el pueblo del antiguo pacto es denominado como un «reino de sacerdotes» en Éxodo 19:6. Los escritores del nuevo pacto retoman esto, como en 1 Pedro 2:9, donde la iglesia es un «real sacerdocio». Como sacerdotes que están ante Dios, debemos traerle algo, no para hacer expiación sino en respuesta a la expiación. ¿Qué ofrecemos? Lo único que tenemos somos nosotros mismos. La entrega que Dios quiere es la entrega de nuestros cuerpos a Él. Nuestras vidas y todo lo que tenemos deben estar a disposición de Dios. Pablo habló sobre la presentación de los miembros de nuestro cuerpo a Dios como «instrumentos de justicia» en Romanos 6:12-19. Ya no debemos entregar nuestras piernas, brazos, oídos y mentes para cometer rebelión contra Dios. Puesto que hemos sido justificados por Cristo, debemos entregar los miembros de nuestro cuerpo a Dios para hacer lo que es bueno ante Sus ojos. Pablo habla colectivamente de este acto en el capítulo 12, indicando que es una entrega total; nada queda fuera. Ningún aspecto de nuestras vidas debe estar fuera de la devoción a Dios a través de Jesucristo.
Él nos llama a que nuestra ofrenda sea viva y santa. Observa que Dios no quiere un sacrificio muerto; quiere uno vivo. Él desea que Su pueblo viva en gozosa rendición y encontrando nuestro deleite en Él, en vez de propósitos mundanos. Puesto que el Señor nuestro Dios es santo, una ofrenda presentada a Él también debe ser santa, pura y entregada solo a Su servicio. A medida que el pueblo de Dios se ofrece humildemente en santidad, Pablo dice que nuestras iglesias experimentan cada vez más el «culto racional». ¡Cómo discutimos por los elementos de la adoración! A algunos no les gustan los himnos. A otros les desagradan las alabanzas contemporáneas. A algunos no les gustan los instrumentos. Todos consideran su preferencia como más bíblica que las demás. Sin embargo, ninguno de nosotros adora verdaderamente a Dios a menos que crezcamos en una entrega gozosa a Cristo. Es una perversión de la adoración al Dios viviente que le ofrezcamos sacrificios muertos y todo excepto nuestros cuerpos santos. Decimos que somos Suyos, pero nuestras vidas están contaminadas con la justicia propia, la codicia, la amargura, el racismo, la lujuria y la envidia. Entonces, ¿cómo podemos experimentar el poder de Dios en nuestras vidas y en nuestro testimonio? La respuesta está en rendirnos diariamente a Dios, cantando: «Yo me rindo a Él», confiando en que Dios nos transformará con Su poder.
El camino hacia esta entrega también es parte de nuestro problema. Nuestras mentes están llenas de cosas de este mundo. Anhelamos tener más y no estaremos satisfechos con menos, por lo que nos endeudamos. Nuestros matrimonios fracasan mientras perseguimos el «sueño americano». ¿No es de extrañar que nuestros hijos que han sido instruidos e «irreprochables» vayan a la universidad y actúen como paganos? Ellos no han experimentado y ni siquiera visto muchos ejemplos de entrega total a Cristo y al poder de Dios obrando en tal comunidad de adoración.
¿Por qué debemos rendirnos totalmente a Dios? Nuestro Padre celestial ha derramado las sobreabundantes riquezas de Su misericordia sobre nosotros en Cristo. La misericordia es la compasión de Dios dada a aquellos que son miserables. Es similar a la gracia en que es inmerecida. ¿Realmente entendemos lo que somos sin Cristo? El pueblo de Dios debe pedirle que nos revele nuestra total depravación para que podamos llorar por nuestro pecado y el pecado de nuestra cultura. Ese es el camino hacia la bienaventuranza (Mt 5:4). Las misericordias de Dios en la justificación, santificación, elección y glorificación por medio de Cristo se ven más claramente cuando comprendemos la distancia entre la santidad de Dios y nuestra pobreza espiritual. Las personas y las iglesias que se sienten humilladas por las grandes misericordias de Dios tienen más probabilidades de crecer en la entrega de sus vidas a Cristo día tras día. Nuestra adoración estará centrada en Dios y nuestras mentes serán renovadas por el poder de las riquezas de Su amor. Y por la maravillosa gracia de Dios, tales iglesias podrán hacer discípulos de las naciones que habitan en sus comunidades.