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Un cínico podría verse tentado a decir: «Cuanto más tiempo los cristianos piensan y teorizan sobre la fe, más complicada tienden a hacerla». Cuando pensamos en las posturas extremadamente variadas sobre la participación cristiana en el mundo, que van desde los «escapistas» hasta los «triunfalistas», podríamos ser tentados a concordar con ese cínico. Otro cínico podría decir: «Nunca he visto personas más hábiles para dar razones para no involucrarse con el mundo que los cristianos que conozco». Afortunadamente estas críticas negativas solo se aplican a una parte de la Iglesia de Cristo y no a toda ella.
La Iglesia primitiva se enfrentó a un desafío similar en cuanto a su involucramiento con el mundo. Jesús les dijo a Sus seguidores que fueran sal y luz en el mundo para que las personas pudieran ver sus buenas obras y glorificar a su Padre en los cielos. Juan definió el concepto de amor como haber sido amados por otro primero, y, por lo tanto, tener que amar de la misma manera. Santiago denunció a los que daban preferencia a quienes podían devolverles el favor, y, en línea con los profetas antiguos, proclamó que la verdadera religión es cuidar de los huérfanos y de las viudas y guardarse de la contaminación del mundo.
En su estudio voluminoso y detallado sobre la influencia del cristianismo en las culturas en las que se afianzó, Alvin Schmidt menciona en detalle cómo los cristianos, desde la época de la Iglesia primitiva, se han involucrado en la sociedad a su alrededor y la han transformado. Tan profundo ha sido este impacto que la mayoría de las personas dan por sentados esos esfuerzos y ni siquiera saben que fueron los cristianos quienes sentaron las bases siguiendo su interpretación de las Escrituras. Las ideas fundamentales sobre el valor de la vida humana vinieron de los cristianos (a diferencia de los griegos y los romanos, quienes asesinaban personas, veían con regocijo a los gladiadores arrancando intestinos, abortaban bebés, asesinaban infantes o los dejaban en la calle, por no hablar de los sacrificios humanos practicados por muchas culturas antiguas y no tan antiguas). Además las ideas fundamentales sobre la santidad del matrimonio, la fidelidad sexual y las responsabilidades maritales fueron respuestas naturales de los cristianos a la Palabra de Dios que contrastan con la promiscuidad desenfrenada de la sociedad romana y las manifestaciones abiertas de perversiones como la homosexualidad, la pedofilia y la denigración de las mujeres que se encontraban en otras sociedades. La compasión humana básica en forma de orfanatos y hospitales fue un «invento» de los cristianos. Y cuando los cristianos practicaron el pecado impío de la esclavitud, otros cristianos ayudaron a abolilrla. La lista suma y sigue.
La Iglesia no solo «hace» cosas que son sal y luz de vez en cuando; la Iglesia es la sal y la luz del Rey.
Siempre ha existido un grupo escapista en la Iglesia, a veces herético (como los gnósticos y los cátaros). Los monasterios fueron un fenómeno mixto que combinó el escapar del «mundo» con la afirmación y promoción de la educación, la música, los hospitales y las obras de misericordia. Después de la Reforma, la relación de la Iglesia con el mundo se volvió más variada en la práctica. Los anabaptistas rechazaron la legitimidad del gobierno civil. Las tradiciones reformada, luterana y anglicana desarrollaron posturas algo diferentes, pero afirmaron que el cristiano tiene un papel en el mundo. El liberalismo convirtió al cristianismo en evangelio social. El postmilenialismo esperó con optimismo la cristianización de las naciones. El dispensacionalismo advirtió del rapto inminente y de la inutilidad de cualquier actividad de la Iglesia que no fuera evangelismo. En los círculos reformados, hay diferencias importantes en torno a los diversos planteamientos teológicos respecto al involucramiento de la Iglesia en el mundo. Ciertamente las cosas se han vuelto más complejas.
Gerard Van Groningen tiene una serie maravillosa de comentarios bíblicos, From Creation to Consummation [Desde la Creación hasta la Consumación], en los que traza lo que él llama el «cordón dorado» a lo largo de las Escrituras. Puede que él no haya sido el primero en utilizar esta imagen, pero hace un trabajo maravilloso de exposición bíblica a partir del texto hebreo. Los tres hilos que unen la revelación bíblica de la obra de Dios en la historia son el reino, el pacto y el mediador. Dios es el Rey, y Su relación pactual con un pueblo redimido es la evidencia más maravillosa y visible de Su señorío. Y en el centro tanto del Reino de Dios como de Su pacto está Jesucristo el Mediador.
Cuando la Iglesia no solo se ve a sí misma como un grupo de individuos salvados, sino también como la evidencia visible de la actividad pactual real de Dios en la tierra, las metáforas de la «sal» y la «luz sobre un monte» se convierten en modos naturales de existencia (Mt 5:13-16). La Iglesia no solo «hace» cosas que son sal y luz de vez en cuando; la Iglesia es la sal y la luz del Rey. Tal como comentó Juan Calvino acerca del Salmo 2, el reinado universal de Cristo no conoce límites, no tiene fronteras. El pacto de Dios en Cristo crea una nueva humanidad. Y esto explica por qué, incluso bajo la persecución, los cristianos salvaban a los niños desechados, curaban a los enfermos, enterraban los cuerpos entregados a la putrefacción y bendecían a sus acusadores en lugar de maldecirlos. Eran una nueva humanidad, llena de la esperanza y el poder de la era venidera.
Si Dios está recreando una nueva humanidad cuyo propósito no solamente es ser sal y luz, sino también que las personas puedan «alabar a nuestro Padre que está en los cielos» por causa de nosotros, no nos queda otra alternativa más que considerar la insípida oscuridad del mundo como contraria a toda la cosmovisión del cristiano. Los cristianos somos llamados a ser una comunidad pactual que honre el Reino y busque la gloria de Cristo en todo lo que hace.