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El amor «todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta» (1 Co 13:7). Quiero centrarme en los aspectos del amor de sufrirlo todo y soportar. No son la misma cosa, pero hay una estrecha relación entre sufrirlo todo y soportar, porque ser capaz de aguantar el dolor es importante para ser capaz de soportar. Y si el amor va a perdurar en la vida cristiana, el amor debe ser capaz de sufrir una cierta cantidad de dolor y decepción.
Creo que Pablo está hablando de la gracia de Dios, en el don del amor, que nos permite lidiar con el sufrimiento. Gran parte del Nuevo Testamento habla de la realidad del dolor y el sufrimiento del ser humano, y el sufrimiento es algo que estamos llamados a sobrellevar y se nos exhorta a soportar. Ahora bien, cuando hablamos de soportar, nos referimos a ser capaces de permanecer en o con algo que suele durar un periodo de tiempo prolongado, pero ciertamente finito. Distinguimos entre carreras de velocidad y carreras de resistencia. Se requieren diferentes habilidades y fuerzas para correr los cien metros lisos que para correr un maratón de cuarenta y dos kilómetros. Pero ambas carreras tienen un período de tiempo definido y finito: una puede durar unos diez segundos y la otra puede durar de dos a tres horas. Cuando la Escritura nos habla de la realidad del sufrimiento, siempre nos recuerda que el sufrimiento es por una temporada. La promesa de Dios para el cristiano es que no habrá una experiencia eterna e implacable de dolor para los redimidos; más bien, la promesa es el fin definitivo de todo sufrimiento. Esa promesa para el futuro se repite una y otra vez en la Escritura para darnos esperanza, para fortalecer nuestra determinación y nuestra capacidad de soportar y aguantar el dolor cuando nos golpea en este mundo. La Palabra de Dios nos dice que el sufrimiento que estamos llamados a soportar en este mundo no es digno de ser comparado con la gloria que espera a los santos al final de sus vidas. Pero mientras tanto, toda la vida puede parecer una carrera de resistencia.
Hace algunos años, tuve el privilegio de visitar la casa de un exmariscal de campo de los Miami Dolphins y conocer a su esposa, que se estaba muriendo de cáncer. Fue un privilegio porque ella era una mujer cristiana profundamente comprometida. Me senté a su lado, me miró, con una sola lágrima fluyendo de sus ojos, y me dijo: «R.C., no sé cuánto más pueda soportar. He llegado al punto en que parece insoportable».
No se quejaba ni estaba amargada. Simplemente estaba cansada. Oramos juntos. Me fui y varios días después recibí la noticia de que había muerto. Había peleado la buena batalla de la fe, había terminado la carrera y había mantenido la fe. Su dolor había terminado para siempre. Miro su vida y me pregunto si yo podría soportar ese tipo de sufrimiento prolongado sin que me resulte absolutamente imposible vivir sin amargarme y enfadarme. Pero aquí es donde la teoría se pone a prueba. ¿Amaremos a Dios cuando estemos sufriendo, cuando el dolor de nuestra experiencia sea tan intenso?
El dolor y el sufrimiento tienden a consumir no solo nuestro amor, sino también nuestra fe, porque empezamos a preguntarnos si Dios es amoroso e incluso si es real. Nos preguntamos cómo es posible que Él permita que este dolor implacable se apodere de nuestras vidas. Por eso es tan importante que mantengamos nuestra atención en la Palabra de Dios. Se nos dice que no nos sorprendamos cuando el sufrimiento venga a nosotros. El Nuevo Testamento no dice que el sufrimiento puede ocurrir, dice que es una certeza. Recuerda lo que dice Pablo en 2 Corintios 11 cuando habla de lo que soportó por causa del evangelio: palizas, apedreamientos, ser dado por muerto, naufragios, días y noches en el mar, lucha con bestias salvajes y ser constantemente el blanco de la hostilidad humana. ¿Por qué estaba dispuesto a soportar esas cosas? Porque comprendió el propósito divino del sufrimiento y la promesa divina, no solo del alivio del sufrimiento, sino de la redención del sufrimiento mismo. En este intervalo entre la resurrección y el regreso de Cristo, los cristianos están llamados a participar en las aflicciones de Cristo (Col 1:24). Al sufrir y soportar el dolor, caminamos tras las huellas de Jesús y lo reflejamos a los espectadores. El dolor y el sufrimiento son oportunidades para mostrar el amor que Dios ha derramado en nuestros corazones.
Volviendo a la esposa del mariscal de campo, podríamos mirar su dolor y decir: «Aquí hay una mujer a la que Dios no amó». O podríamos mirarla y decir: «Aquí hay una mujer a la que Dios amó tan profundamente que le confió tal dolor y sufrimiento, sabiendo que ella resistiría». Esa es la verdadera grandeza. Ese es el verdadero logro.
Un problema que tenemos en nuestros días es la creencia popular de que Dios nunca quiere el dolor o el sufrimiento. Muchos enseñan que si confías en Jesús, todos tus problemas se acabarán y nunca tendrás que vivir con privaciones, persecuciones o dolor. ¿Habrán leído alguna vez el Nuevo Testamento las personas que dicen tales cosas? Una simple lectura les diría que si están en Cristo sufrirán, serán afligidos, serán perseguidos. La vida cristiana es una peregrinación llena de dolor, aflicción y persecución. Y cuanto más amemos a Dios, y cuanto más consecuentes seamos con el amor del que habla el apóstol en 1 Corintios 13, más seremos odiados y perseguidos, y nos veremos en la necesidad de sufrirlo todo y soportarlo todo. Pero lo que hace esto posible es el amor.
Entre «todo lo sufre» y «todo lo soporta», se nos dice que el amor «todo lo cree, todo lo espera». Solo cuando creemos en la Palabra de Dios y tenemos confianza en nuestro futuro somos capaces de sufrirlo todo y soportar.