Liberalismo: Una religión diferente
24 enero, 2024El conflicto modernista en la Iglesia estadounidense
26 enero, 2024Tenemos respuestas
Nota del editor: Este es el segundo capítulo en la serie de artículos de la revista Tabletalk: Una fe razonable
Después de exhortar a sus lectores a «[santificar] a Cristo como Señor en sus corazones», el apóstol Pedro les ordenó estar siempre preparados para «presentar defensa» ante todo el que les demande razón de la esperanza que hay en ellos (1 P 3:15). La palabra griega traducida como «defensa» es apologia, de la que procede nuestra palabra apologética en español, que significa la defensa racional de la fe. La apologética es una de las tareas de la iglesia, y cuando Dios encomienda una tarea a Su pueblo, Él suministra lo necesario para cumplirla. Así pues, cuando la Escritura nos ordena dar respuestas a quienes plantean interrogantes que critican la fe cristiana, podemos suponer razonablemente que dispondremos de respuestas para darlas.
Cuando me adentré por primera vez en la apologética cristiana, fue principalmente (y me avergüenza decirlo) con fines de autodefensa. Quería respuestas respetables a las preguntas difíciles que me lanzaban como granadas los incrédulos inteligentes con los que trabajaba, para no parecer tonto a sus ojos. Pero en aquellos primeros años, me sentía como en una montaña rusa. Cada vez que me encontraba con una nueva objeción para la que no tenía una respuesta preparada, experimentaba una sensación de pánico, como si toda la fe cristiana pendiera de un hilo. Sin embargo, cada vez que investigaba, descubría que había respuestas sólidas a la objeción, y no era ni de lejos el golpe devastador que había temido que fuera. Me tomó muchos años aprender la lección: las nuevas objeciones con las que me encontraba no deben verse como amenazas a la fe, sino como oportunidades de crecimiento, y está bien asumir que las respuestas estarán disponibles si estamos dispuestos a hacer el trabajo de encontrarlas.
Aprendí una segunda lección importante a través de esas experiencias y del estudio que me impulsaron a hacer. La apologética no es una innovación reciente en la historia de la iglesia. Los cristianos de los primeros siglos se enfrentaron a una serie de objeciones a sus afirmaciones sobre la autorrevelación de Dios en Jesucristo. Sin embargo, el Señor nunca ha dejado a Su pueblo sin respuestas. En cada generación, Dios ha dotado a Su iglesia de grandes pensadores que han estado a la altura de la tarea de defender la fe cristiana frente a los críticos prominentes de la época. Las objeciones han variado a lo largo de los siglos, y a veces las respuestas también han cambiado, principalmente a través del refinamiento y la mejora críticos. La única constante ha sido la fiel provisión del Señor Jesús, «en quien están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento» (Col 2:3).
Gracias a esta larga historia de compromiso intelectual, hoy disponemos de más recursos que nunca para defender la fe. Debemos sentir ánimo por el hecho de que la apologética cristiana esté floreciendo en nuestro tiempo. Se ha producido un notable renacimiento de la filosofía cristiana en los últimos sesenta años, y algunos de los eruditos más respetados y prolíficos en este campo son también creyentes. La erudición bíblica conservadora está muy viva y prospera. La investigación histórica del mundo antiguo confirma cada vez más que los cuatro evangelios contienen exactamente lo que afirman: el testimonio de testigos oculares del ministerio de Jesús. Mientras tanto, en las ciencias naturales, cuanto más descubrimos sobre la estructura del universo y la historia de la vida en nuestro planeta, más confirmación encontramos de las doctrinas bíblicas de la creación y la providencia divinas. Para hacer eco de Francis Schaeffer: toda verdad es, en efecto, la verdad de Dios.
No obstante, conviene hacer algunas advertencias. Aunque podemos confiar en que las respuestas «están allí fuera», no debemos asumir que llegarán rápida y fácilmente, ni que las respuestas mismas serán sencillas y directas. El mundo es un lugar complicado, y si el mundo puede ser difícil de entender, cuánto más el Creador del mundo, que «habita en luz inaccesible» (1 Ti 6:16). Así como Jacob tuvo que luchar toda la noche con el ángel del Señor antes de recibir una bendición, también las bendiciones de un conocimiento y una comprensión más profundos pueden llegar solo al final de un periodo de dura lucha intelectual.
Es más, no debemos imaginar que, una vez que tengamos buenas respuestas a las objeciones planteadas por los incrédulos, esas respuestas bastarán por sí solas para vencer la incredulidad y llevar a la gente a la fe salvadora en Cristo. La fe cristiana es algo más que el asentimiento intelectual a un conjunto de afirmaciones de la verdad, aunque debe incluirlo. Requiere una confianza personal en Jesucristo como Señor y Salvador. Como dijo Juan Calvino, la fe es «un conocimiento firme y seguro de la benevolencia de Dios hacia nosotros, basada en la verdad de la promesa libremente dada en Cristo, revelada a nuestras mentes y sellada en nuestros corazones por el Espíritu Santo». Aunque las respuestas a las preguntas críticas pueden neutralizar muchos de los obstáculos intelectuales a la fe, no pueden producir fe en sí, ya que la fe es fruto de una obra sobrenatural del Espíritu. La Escritura enseña que la raíz de la incredulidad no es una mente que carece de información intelectual, sino un corazón necesitado de transformación espiritual (Ez 36:26; Ro 1:21; Ef 4:18). Como dejó claro el propio ministerio terrenal de Jesús, simplemente dar respuestas a preguntas concretas —incluso respuestas directamente de la boca de Dios— no cambiará un corazón de piedra en un corazón de carne.
Sin embargo, nada de esto debería ser motivo de desánimo, ni mucho menos razón para desestimar la exhortación de Pedro y renunciar por completo a dar respuestas. Como Pedro nos instruye a tratar con mansedumbre y reverencia a quienes demanden razón de nuestra esperanza en Cristo, debemos tomar en serio sus preguntas —si son preguntas serias— y procurar dar respuestas veraces, bíblicas y que honren a Dios. Al hacerlo, el Espíritu Santo se complacerá en obrar a través de nuestras palabras para cumplir los propósitos de Dios: o bien llevar a Sus elegidos a la fe salvadora, o bien confirmar Su justo juicio sobre los que permanecen en una obstinada incredulidad. Debemos reconocer que buscar y dar buenas respuestas a preguntas desafiantes es un fin que glorifica a Dios en sí mismo, independientemente de cómo se reciban esas respuestas. Lo que es cierto del evangelismo fiel también lo es de la apologética fiel (1 Co 3:6-7; 2 Co 2:15-17).
Si somos honestos, habrá también ocasiones en las que nuestras respuestas no serán completamente satisfactorias, ni siquiera para nosotros mismos. Puede que solo sean respuestas parciales que carezcan de los detalles que deseamos. Y hay algunas preguntas para las que aún no tenemos —y puede que nunca obtengamos— ni siquiera respuestas parciales. Esto no debería sorprendernos, pues estamos llamados a caminar por fe, no por vista. Pero en esos casos, debemos recordar dos cosas. Primero, las preguntas sin respuesta no son refutaciones; lo incompleto de nuestro conocimiento no es motivo para dudar de lo que ya sabemos. Segundo, debemos reconocer que toda cosmovisión se enfrenta a preguntas sin respuesta y a objeciones intelectuales. El tema clave no es si los cristianos pueden responder satisfactoriamente a todas las preguntas y refutar todas las objeciones, sino si la cosmovisión cristiana ofrece mejores respuestas a las preguntas más apremiantes, y mejores explicaciones de la condición humana, que cualquier cosmovisión competidora.
A modo de ilustración, apliquemos brevemente estas observaciones a un tema destacado. El problema del mal y del sufrimiento sigue siendo una de las principales objeciones usadas por los escépticos contra el cristianismo. El argumento es fácil de enunciar: Si existiera un Dios todopoderoso y bueno, estaría dispuesto y podría evitar todo mal; pero como el mal existe, se deduce que no existe un Dios todopoderoso y bueno. Los filósofos cristianos han observado que el argumento no es sólido porque no reconoce que Dios puede permitir (incluso ordenar) ciertos males para cumplir Sus buenos y grandes propósitos (Gn 50:20; Hch 4:27-28). Además, la Biblia no nos deja completamente a oscuras sobre los propósitos de Dios, sino que nos revela al menos algunas de las buenas razones que tiene Dios para permitir el mal y el sufrimiento (Sal 119:71; Lc 13:1-5; Jn 9:1-3; Ro 5:3-5; 8:28-30; 9:19-24; 2 Co 1:5-7; 4:17; He 12:5-11; Stg 1:2-4). Al mismo tiempo, la Escritura enfatiza que no debemos esperar siempre poder discernir por qué Dios permite casos concretos de maldad, pues solo tenemos un conocimiento y una comprensión limitados de los caminos de Dios. Así, la Biblia proporciona algunas respuestas, al tiempo que explica por qué no podemos tener todas las respuestas. Por último, aunque siempre habrá preguntas sin respuesta sobre el mal, podemos estar seguros de que el cristianismo, comparado con cosmovisiones alternativas como el materialismo darwiniano y el panteísmo oriental, sigue ofreciendo las respuestas más satisfactorias a las preguntas más cruciales. ¿Cuál es la razón de la distinción entre el bien y el mal? ¿Cómo se originaron el mal y el sufrimiento? ¿Por qué los seres humanos son capaces de males tan atroces? ¿Tienen nuestros sufrimientos significado y propósito? ¿Será finalmente derrotado el mal y, en caso afirmativo, cómo? ¿Cómo podemos experimentar verdadera esperanza y gozo incluso en medio de pruebas dolorosas?
Los mismos principios pueden aplicarse a otras cuestiones. Al final, la Biblia no solo nos asegura que Dios proporcionará respuestas suficientes a las objeciones más apremiantes de la fe cristiana, sino que también explica por qué no tenemos respuesta a todas las preguntas que buscamos responder, al menos mientras «vemos por un espejo, veladamente» (1 Co 13:12).